Circo. Esa es la primera palabra que me surge.
Durante el año pasado y este, tuve la oportunidad de
encontrarme en Estados Unidos y ver gran parte del espectáculo de la campaña
presidencial.
El año pasado estaban eligiendo al candidato de cada
partido, por aquella entonces, todos se tomaban a Trump como una broma de mal
gusto, a pesar de que ya se encontraba primero en las encuestas de los
republicanos.
Del otro lado –o del supuesto otro lado –estaban Hillary y
Bernie, y ya se veía que aunque el segundo tal vez fuera más coherente, la
primera tenía opciones más “realistas” de ganar un enfrentamiento con Trump.
Y este año, llegué cuando la cosa estaba más caliente. El
enfrentamiento estaba definido y la batalla prometía ser feroz. Toda la media
estaba pendiente, a la caza de jugosos reportajes, la emoción se sentía en el
ambiente, la tensión, la rivalidad, el mutuo desprecio entre ambos
contrincantes. Y yo me preguntaba, ¿Esto sigue siendo política? ¿Es esto tan
siquiera real?
Me daba la sensación de estar en medio de una batalla épica,
como en un enfrentamiento entre Romanos y Cartaginenses, pero al mismo tiempo
me sentía que estaba viendo un combate de lucha libre, ya saben, de esos
combates en los que tan solo se hacen piruetas, se dan puñetazos falsos y tan
solo se busca dar un buen rato de entretenimiento al público.
De la convención de los republicanos vi muy poco, pero tenía
ganas de escuchar hablar a Trump. Nunca había visto un discurso entero suyo, y sigo
sin verlo. Aguanté unos 10 minutos, no porque el tipo me cayera mal, sino
porque lo que decía era simplemente un disparate, y ni siquiera se esforzaba
por disimularlo.
Sin embargo, sí que me tragué una buena parte de la
convención demócrata. Quería ver a los supuestos buenos de la película. Allí
salieron Obama, Michelle, gente famosa y demás personajes, todos apoyando a
Hillary, diciendo sus miles de virtudes, dando incontables argumentos para
apoyarle y votarle, pero me llamó la atención de que todos los que hablaron en
la convención (al menos me pareció a mí) insinuaron que si no se apoyaba a
Hillary, la alternativa sería mucho peor.
Y ahora, resulta que esa opción mucho peor se convierte en
el nuevo presidente del país. La verdad no me lo podía creer, pensaba que se
trataba de una broma, al fin y al cabo Trump siempre había sido eso. Al menos
toda la gente con la que hablé de Estados Unidos decía eso, todos salvo Frank.
El bueno de Frank sí que sabía por dónde iban los tiros.
“Tan solo esperad hasta noviembre chicos, en noviembre todo
cambiará cuando Trump sea presidente” vaticinó él allá por el mes de junio.
Y todo el mundo lo creía un loco.
Bueno, en fin, ¿Qué opino yo de todo esto?
Nada. Pero esta me parece una gran oportunidad para expresar
algunas cosas que siento.
En primer lugar, aparte de la presidencia de Estados Unidos,
también estuve en Bolivia durante el referéndum para determinar si Evo Morales
se podía quedar de manera indefinida como presidente. Y llegué a España justo
después de las segundas elecciones y a tiempo para ver cómo se planteaba llegar
incluso a unas terceras.
¡Ah! Y también estuve de pasada en Perú, también días antes
de las elecciones presidenciales, que se ve que allí también había candela.
Y en todos esos lugares la gente depositaba tanta energía en
la política, gastaban tanta saliva en hablar de políticos y presidentes,
derrochaban ilusión y rabia en partes iguales. La gran mayoría buscando
líderes, representantes dignos que cambien las cosas para mejor.
En estos dos días he visto muchas reacciones de la gente
hacia el nuevo presidente de los Estados Unidos. Y yo me pregunto, ¿Por qué?
¿Por qué importa tanto una persona?
Y me da igual que sea un tipo corrupto, machista, racista y
lo que sea. Me da igual que ahora ese tipo ostente un cargo llamado “presidente”.
Es una persona, una sola persona, ¿Por qué importa tanto? ¿Puede una sola persona
cambiar algo a nivel global?
Sí. Lo que me sale responder es sí. Todas las personas
tienen la capacidad de hacer algo así. Y por esa misma razón, ¿Por qué invertir
energía en un payaso?
Si de verdad sentimos que un cambio es necesario, ¿Por qué
no cambiar nosotros?
Si vemos que el egoísmo consume al mundo, ¿Por qué no ver si
nosotros estamos siendo egoístas?
Si observamos que el mundo vive con miedo y que la libertad
no puede existir cuando hay miedo, ¿Por qué no hacer al respecto?
¿Por qué buscar un líder que cambie las cosas?
¿Por qué nosotros somos insignificantes y ellos no?
No creo en líderes, no creo en políticos, presidentes,
gurús, sacerdotes o el título que se quiera inventar. No creo en la autoridad,
en ninguna de sus formas.
Y siento, firmemente que la mayor luz que puedo ofrecer al
mundo y a la vida, es ser yo mismo, expresar lo que de verdad siento. Y en esa
expresión, en esa libertad, hay amor. Y el amor es lo único que de verdad
cambia algo, o mejor dicho, todo.
Siento que cuando mis acciones no llevan amor dentro, lo que
hago es quitar luz al mundo. Quito luz al mundo cuando juzgo, cuando por miedo
no hago lo que siento, cuando ambiciono más de lo que necesito, cuando me
separo y cuando compito, cuando envidio y cuando mis actos se impregnan de
egoísmo.
Y cuando privas al mundo de amor, estás ayudando a crear un
mundo corrupto.
Tal vez podría ser una buena oportunidad para preguntarnos
lo que realmente importa en esta vida y hacer algo al respecto.
Y, al menos para mí, lo más importante de esta vida es amar.
Todo lo demás es algo secundario.