Estoy frustrado. Quiero escribir. Pero sé que tengo que
parar. ¿De dónde viene la inspiración?
No lo sé, ni tampoco cuándo llegará.
No quiero escribir algo que no siento o rellenar páginas sin
esencia. Tampoco quiero descuidar el blog y dejarlo abandonado. No quiero
decepcionar a mi audiencia, aunque sean tres personas.
Eso es de lo que de verdad quiero hablar hoy. Resulta que a
176 personas les gusta la página de Facebook de Nací Para Vivir. No sé si esas
personas leen los escritos, ni siquiera sé si son personas o si son robots
informáticos, o identidades ficticias.
Pero ese número de 176 me ha puesto la presión encima de
escribir más y que ese número aumente. Porque me gustaría que lo que escribo
llegue a más gente. Esa es la realidad en este momento. No sé si eso es bueno o
malo, o si se puede clasificar de ese modo.
Hoy quería escribir algo profundo y poético, pero no hay
demasiada poesía corriendo por mis venas ahora. Hay, sin embargo, cosas que
decir.
Quiero decir que una parte de mí quiere invertir más tiempo
y energía en Nací Para Vivir. Una parte de mí quiere que este blog se convierta
en un espacio para que todas la personas se sientan libres de ser ellas mismas.
Me gustaría que en este blog no solo escriba yo. Me gustaría que más personas
cuenten lo que les late por dentro.
Me gustaría que nos conociéramos y que no sólo diéramos
“likes”. Los “likes” sientan bien a Ariel, al que cree que escribe bien, y le
gusta sentirse reconocido.
Sí, lo admito. Una parte de mí disfruta cuando ve que un
texto alcanza el centenar de vistas, y se entristece cuando apenas supera una
decena. Pero por dentro, cuando las olas superficiales rompen y se desvanecen,
siento con claridad que el propósito de este blog es ser yo mismo. Darme la
oportunidad de expresar lo que siento de verdad, sin máscaras o ropajes.
Pero también hay un motivo por el que este espacio está
abierto para todos y no escrito en un diario privado. Quiero compartir mi
desnudez, y de algún modo, espero –a veces desesperadamente –que hay más
personas con las mismas ganas de desnudarse. Porque así podríamos revolcarnos juntos en lodo y correr
con la barriga pegajosa.
Sin embargo, tengo que admitir otra cosa. Escribir ese
último párrafo hizo brincar de alegría a mi espíritu, imaginándonos a todos en
una pradera, retozando como cachorros. Pero al mismo tiempo me da miedo. Me da
miedo que solo yo quiera eso, y que los demás prefieran mantener los ropajes
(los visibles e internos) puestos.
Esos demás siempre parecen ser el motivo de mis temores.
Pero esos demás tan solo es mi propia voz crítica y escéptica, esa voz que no
cree en sí misma. ¿Por qué yo intentaría cortar mis propias alas?
No lo sé. Realmente no lo sé. Los demás son una invención
propia. Y si los demás no existen, eso quiere decir que solo estoy yo.
Pero yo no estoy solo. Hay árboles, comadrejas y personas de
todos los colores y tamaños. Los demás existen y los demás influyen en lo que
hago y lo que siento.
Entonces, en qué quedamos, ¿Existen los demás o no? ¿Existen
voces ajenas que me juzgan o soy yo mismo el que se condena?
No lo sé. Pero en este momento siento que no es importante
saberlo.
Creo que lo importante es ser valiente y ser uno mismo. Ser
yo mismo a veces me da miedo, me pone nervioso y me hace querer esconder la
cabeza en la tierra. Pero ser yo mismo se siente correcto y se siente bien.
Ser yo mismo se siente bien en mí y de algún modo sé que es
bueno para el mundo. Sé que expresarme con total libertad y sinceridad es el
mayor regalo que puedo brindarle a los demás.
Ser uno mismo requiere amor, amor incondicional. Al fin y al
cabo, el amor solo puede ser de ese modo. Amarte por lo que eres, respetándote
y cuidándote, es expresar esa energía hacia el mundo entero.
La verdad es que no sé si hay más personas que quieran
compartir este espacio y correr desnudos en el barro.
La semana anterior la empecé sintiéndome solo y triste. Pero
de repente, el jueves pasado, algo cambió. Y el fin de semana fue una explosión
social. Tomé cervezas, comí tapas de falafel, reí, recorrí museos, conocí
miradas nuevas y escuché voces distintas. Incluso, por pura causalidad me
encontré con una persona con la que quería tropezarme desde hacía un tiempo.
Pero lo más curioso de todo es que la soledad se marchó
antes de que la compañía apareciera. Siento que lo que ocurrió el fin de semana
fue la culminación de un proceso mucho más largo y profundo.
A veces uno tiende a quedarse solo con el resultado y
olvidar el recorrido. Llevaba tiempo necesitando compartirme con más personas y
reflejarme en más miradas. Y por fin, este fin de semana ocurrió, justo cuando
más lo necesitaba. Es como que las cosas ocurren en el momento adecuado.
Eso lo puedo decir ahora, pero cuando me ahogaba en soledad,
aquello parecía eterno e imposible de remediar.
¿Recuerdan que empecé el texto diciendo que estaba
escribiendo y borrando párrafos durante mucho tiempo?
Pues bien, después de dos páginas de soltarme y escribir lo
que iba surgiendo, siento que todas las palabras y emociones me han llevado al
mensaje original que quería transmitir, ese que estuve trazando y eliminando
frenéticamente. El mensaje se resistía a salir y yo no entendía por qué. Pero
ahora sé que no era su momento, yo no estaba preparado.
Pero ahora sí. Y lo que quiero decir es que somos semillas
que contienen dentro de sí la posibilidad de un nuevo mundo.
A veces da la impresión de que este lugar es hostil y
complicado. Parece que las reglas están bien marcadas y los límites más que
establecidos. Puede que en ocasiones nos cueste imaginar otro mundo, otra
manera de vivir. Cuesta, por ejemplo, imaginar un mundo en el que no hagan
falta fronteras ni propiedades. Un mundo que refugie y en el que no existan
refugiados. Un mundo en el que no de vergüenza ir cantando por la calle. Un
mundo en el que nos escuchemos de verdad, sin pretender cambiar o someter al
otro; y que si en algún momento lo hacemos, tengamos la valentía suficiente
para reconocerlo, y el coraje necesario para perdonarnos. Un mundo en el que se celebre la vida y se
brinde por la diversidad. Un mundo en el que se aprenda día a día, sin buscar
la perfección.
Cuesta imaginar un mundo así. Del mismo modo que a mí, el
lunes pasado, me costaba imaginar que tendría un fin de semana memorable.
La semilla de un nuevo mundo late bajo la corteza del viejo.
Eso es lo que quiero compartir hoy.
A veces desesperamos por ver aunque sea un brote como
evidencia. Queremos ver y palpar que de verdad algo distinto es posible. Pero
la magia de la vida consiste en confiar, confiar incluso cuando no se ve.
Confiar en que somos semillas de cambio y redención.
Esa confianza es lo que me mantiene con vida, lo que da
sentido a los días. Esa confianza en algo que no se explica, pero que se siente
por dentro, cantando y galopando.
Confío en esa semilla de vida. Confío en el vacío al que me
lanzo. Confío en ti y confío en nosotros.