El futuro, puedo planearlo, intentar predecirlo, comerme las
uñas pensando en él, o sencillamente ignorarlo. Y lo único que jamás podré
hacer, será vivirlo.
El mañana tan solo es una palabra que se convierte en hoy, a
medida que se suceden los días. Por mucho que nos pasemos la mitad de nuestra
existencia anticipando el porvenir, la ventaja que nos sacó desde el día en que
nacimos, es inalcanzable.
Así pues, disfrutemos de lo único que existe, del presente,
de este segundo que se apresura a marcharse, agarrémoslo y exprimámosle hasta
la última centésima que lleva encima. No sacrifiques lo que eres por lo que
llegarás a ser. No sacrifiques tu esfuerzo por una seguridad que nunca llegará.
Despreocúpate de la persona que serás dentro de veinte años, y pasa un poco más
de tiempo con el ser humano que eres ahora.
Haz lo que te gusta, carpe diem, sueña, y sé feliz. Y aquí
podría acabar este texto, con un final feliz, el que quiero y necesito
escuchar.
Lamentablemente, el mañana ya llegó. Y yo no he muerto, no
ha caído ningún meteorito, ni el planeta ha decidido regalarnos una segunda
glaciación. No, en lugar de eso, el solsticio de verano se acerca, las yemas de
los dedos se me curten por la sequedad y por fin, la universidad se acabó. ¡Ah!
Relacionado con esto último, he suspendido casi todas las asignaturas.
La carrera no me motiva, casi no he ido a clases y he
mandado a freír espárragos al sistema. Dicho de otra manera, ahora mismo, soy
yo el que está friendo los condenados espárragos.
Llevo dos años en los que si tan solo me juzgas por mis
resultados académicos, dirías que soy un completo idiota. Un imbécil que no
aprende, un irresponsable, vago y testarudo.
Si dejas de lado los estudios, te encontrarás con un joven
lleno de vitalidad, un amigo leal, una persona que hace todo lo posible por
causar un impacto positivo en los demás, un aventurero nato, un apasionado
deportista con grandes dotes para la escritura. O al menos, eso es lo que me
gustaría a mí.
La verdad es que estoy en un difuso punto intermedio entre
ambos extremos. He cambiado y madurado mucho, en diversos aspectos de mi vida,
soy plenamente consciente de ello. Del mismo modo, me doy cuenta de que me
encanta cavar profundos hoyos, a los que me lanzo de cabeza.
Poco antes de que me tomara, descoordinadamente, doce uvas
en noche vieja, mi alma me suplicaba cambiar. Mi corazón estaba desesperado por
hacer algo que acelerara sus latidos, todo mi cuerpo añoraba arroparse de
nuevas ilusiones. Yo estaba harto de la normalidad, hastiado de no tener planes
para los domingos, de jugar a la consola o desperdiciar mis tardes en una siesta. Sé que soy muy
repetitivo en esto, pero ¡Quería vivir!
Y lo hice, vaya si lo hice. Los primeros días del año fueron
trepidantes, seguidos de viajes al húmedo norte, personas nuevas, sueños que se
abrían paso entre miedos pasados, amistades que se fortalecían y aprendizaje
que marcaba. Mi pelo crecía en alborotados rizos, mi barba se hacía más espesa.
Las camisas elegantes y mis zapatos de vestir, acumulaban polvo en el armario.
Me bañé en unas cuantas cascadas, pero también
me di importantes duchas de humildad. Empecé a acostumbrarme a sonreír,
a todo y a todos. La opinión de los demás dejó de importarme, degollé a mi
timidez, y celebré su muerte bailando por las aceras. Mi aspecto era salvaje, y
yo me sentía extremadamente orgulloso de enseñar la esencia de mi espíritu.
Cogí mi bici y busqué una montaña en la que perderme. Y me lo
conseguí, perdí el sendero y deambulé solo, en medio de las colinas. Con un
poco de susto encontré nuevamente el camino y no me conformé con volver, sino
que subí hasta la cima. Y allí, mientras veía al sol reflejarse en las plácidas
aguas de un lago, descubrí que me quería, aunque suene egoísta, es la verdad.
Me quería, y mucho, y cuidaba a mi cuerpo, tenía en forma a sus músculos y le
daba comida saludable. También alimenté mi mente con un puñado de buenas
lecturas y descubrí la mejor forma de nutrir los latidos de mi corazón,
Escribiendo.
Durante meses, cuando la gente me preguntaba cómo estaba, yo
no podía responder con otra palabra que no fuera “feliz”. Era cierto, intentaba
descubrir algo que me perturbara, que me quitara el sueño por las noches o que
hiciera segregar algo de bilis a mi hígado, pero no había nada que me quitara
las ganas de sonreír.
Yo ya empezaba a cuestionarme la veracidad de aquello de que
todo lo bueno llega a su fin. Hasta que llegó la época de exámenes, ¡Já! Ahí el grifo del interminable
arcoíris, se cerró de golpe.
Yo tan solo había ido a la facultad para hacer deporte,
reflexionar sobre la vida en el trayecto de autobús, o encontrarme con algún
amigo. En cuanto a la asistencia a clases, bueno, supongo que pensé que estaba
demasiado ocupado siendo feliz, como para poner un pie en algún aula.
La hecatombe era inminente, y tratando de evitarla, en un
intento desesperado, me colgué una pancarta en el pecho, advirtiendo al mundo
entero que me embarcaría en un viaje para ser feliz, sin tener ni idea de la
fecha de retorno.
Me refugié en la idea de más viajes, mejores aventuras y
sueños de mayor altitud. Me dije que haría lo que realmente quería. No quiero
malinterpretaciones, no pretendía vivir de la gracia divina y con los brazos
cruzados. Me planteé seriamente dejar los estudios, formar parte de algún proyecto de
voluntariado, o incluso, aceptar una oferta de trabajo en el campo, cortesía de
mi abuelo.
Fue entonces, cuando me di cuenta de que el futuro existe y
que es un maldito incordio. No me quedó más remedio que aparcar durante un
momento mi potente maquinaria emocional, y desempolvar algo de mi enterrada
racionalidad. Y realmente fue un alivio, como si le hubiera añadido unos
cuantos cubitos de hielo a mi visión.
Me di cuenta de que por evitar pensar en el futuro, estaba
haciendo todo lo posible por mantener viva la llama del pasado. Me estaba
aferrando a esos increíbles seis meses de principio de año, abrazándolos con
piernas y brazos, intentando que no se fueran.
Pero del pasado, lo único que queda es el recuerdo, y si
vives de recuerdos, cualesquiera que sean, te acabarán matando.
Yo ansiaba que aquella etapa de viajes, descubrimiento
personal, experiencias vitales, relajación y filosofía, perduraran por siempre.
Lo más gracioso de todo, es que yo quería que la vida me siguiera brindando
cambios bruscos y nuevos acontecimientos, y eso fue exactamente lo que me
regaló, solo que no del modo en que yo esperaba.
No me quedó otra alternativa que terminar la sanguinaria
guerra entre mi cerebro y mi corazón. Ya que iba a necesitar a ambos para salir
victorioso de esta batalla.
Lo primero y más importante, no me arrepiento de nada. Así
soy de caradura. Este es el mejor año de mi vida, uno en el que he disfrutado
como un delfín, en el que he endurecido mis abdominales de tanto reír, he
llenado una bañera entera de lagrimitas de emoción, me he acercado al cielo y
he terminado enamorándome del sol. Así pues, no tengo ningún pecado que
confesar.
Y lo que he decidido, es que no voy a abandonar aquello que
no me gusta, no voy a dejar que lo difícil me derribe. Sé que nunca seré capaz
de acabar la carrera si mi única motivación es ponerme una túnica negra,
subirme a un altar y recoger un papelito doblado (al menos eso es lo que ocurre
en las películas). No voy a seguir en la universidad para que me ponga números
más bonitos en las calificaciones finales. Tampoco lo haré por prestigio, ni
por la esperanza de un mejor puesto de trabajo.
He decidido darle un enfoque completamente distinto a mi
educación. Absorberé las enseñanzas que me brinden, realizaré nuevos
descubrimientos y leeré autores que me cautiven. Y si hay algo en lo que no
crea, algo que me parezca injusto, poco ético o simplemente, aburrido; no lo
dejaré, lo cambiaré.
Durante mucho tiempo he volcado mis frustraciones sobre el
sistema, pero apenas he mirado por debajo de mi piel. He criticado a la
sociedad y al mundo, y me he divertido haciéndolo. Es muy terapéutico maldecir
todo lo que te rodea. Desestresante e inútil al mismo tiempo, porque una
crítica nunca ha cambiado nada.
Como dijo Michael Jackson, voy a empezar por el hombre del
espejo. Ya que si quieres hacer de este mundo un sitio mejor, mírate a ti mismo
y cambia algo.
Ya sé cómo vivir al máximo, como si cada segundo fuera el
último. Mis retinas se han convertido en cámaras de alta definición, captando
al detalle cada instante. Mis pies han aprendido a correr y mi alma, después de
tantas tardes fundiéndose con el horizonte, por fin sabe volar. Ahora tengo que
averiguar cómo mirar al futuro, sin despegar mis pies del presente. Planificar
mi vida, sin dejar de vivirla. Soñar, y al mismo tiempo, trazarme objetivos. No
tengo ni idea de cómo hacerlo, pero tengo muchas ganas de descubrirlo.
Así pues, me iré a ser feliz. Mañana mismo me voy, ya tengo
mi billete. Pero sé exactamente cuándo volveré, porque hay un mundo entero por
cambiar.