miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡Feliz Vida! Y de paso, felices fiestas

Estamos en época de turrones, rebajas y reuniones familiares. Es tiempo de cambios, de loterías y de nuevos comienzos. Hace frío, se meten árboles de plástico en casa y las manos se llenan de regalos. Pero no escribo por navidad, o por un calendario inventado, tampoco lo hago por un gordo de barbas largas. Escribo por ti. Escribo para ti.
Si estás leyendo esto es porque te quiero, así de sencillo. Te quiero porque sé quién eres.
Sé que eres un ser humano, sé que detrás de tu mirada se esconde un mar de sueños. Sé que en la niñez no racionabas tus risas. Sé que a veces olvidas quien eres y sientes que no encuentras tu camino. Sé que has andado mucho, sé que has sudado y que alguna lagrimita se derritió en tus mejillas. Sé que en algún momento de tu vida fuiste plenamente consciente del corazón que late bajo tu pecho. Sé que en ocasiones dudas del propósito de tu existencia, que te sientes una criatura insignificante en un océano embravecido. Sé que disfrutas de los abrazos cálidos y de la mirada de un ser querido. Sé que los gatitos pequeños te parecen adorables. Sé que piensas que el mundo podría ser un lugar mejor, pero que a veces consideras el optimismo como un lujo innecesario. Sé que has experimentado la soledad, incluso en un tumulto de gente. Sé que buscaste consuelo afuera cuando era tu interior el que sufría. Sé que has creado túneles entre el ayer y el mañana, y que en más de una ocasión te quedaste atascado en algún difuso punto intermedio, sin saber muy bien de dónde vienes y con serias dudas acerca de dónde llegarás. Sé que te has preguntado cómo es la textura de una nube. Sé que a pesar de vivir en un mundo en el que todo está en venta, el tesoro más grande de tu vida no se puede comprar. Sé que tu alma es buena, aunque a veces sientas que se encuentra perdida.
Sé todo eso porque yo soy igual que tú. Pero no importa quién soy yo.
Nuestra existencia fluye por interminables ríos, saltando cascadas, estrellándose entre rocas, abriéndose paso entre cañones, reflejando la luz del sol en aguas cristalinas, fundiéndose en lodo y tomando baños de nieve en las altas montañas. Cada cual recorre un único camino, el que necesita. Y entre tanto trajín, tantas idas y venidas, olvidamos que todos nacemos del mismo manantial y desembocamos nuestras aguas en el mismo océano. La vida tiene una única fuente y un único propósito. Tú provienes de esa fuente y debes encontrar ese propósito. Estás en conexión con todo, eres parte de todo, eres todo. El problema de las personas es que buscan la eternidad en el sitio equivocado; en la falsa seguridad del poder, en la supervivencia de un apellido o en un corazón que lata eternamente. Pero tu corazón dejará de latir, tu piel se agrietará como un desierto, tus memorias naufragarán por arenas movedizas, tus victorias, tus derrotas, todo quedará reducido a un burdo espejismo. Y a pesar de todo, tan solo necesitas un latido, solo uno, para fundirte en el infinito. Basta un segundo, un suspiro, para hacer eco en la eternidad. ¿Cómo? Tú ya sabes la respuesta. Amando. El amor es nuestro único y mayor legado, el regalo más grande que nos fue concedido al llegar a esta tierra y el único sentido de esta existencia es entregarlo. El amor atraviesa cielos y mares, incluso es capaz de traspasar miradas y penetrar corazas de piel. Es la energía que hace latir al mundo, es esa carcajada que carece de explicación, es esa palabra de aliento, ese hombro que seca las penas. Es una mamá que perdona travesuras y que incluso las incita. Es el árbol que da sombra y que deja filtrar calor entre sus ramas. El amor está en esas promesas que te haces antes de dormir y en el entusiasmo de empezar un nuevo día.
Por eso, porque la eternidad respira en lo cotidiano, no esperes al 25 de Diciembre para decir te quiero a tu familia, ni mucho menos aguardes hasta el primer día del año para cambiar de vida.
Tú eres una gota del océano infinito al que te diriges. Cada acción que realizas, cada gesto, cada paso, retumba sobre esas aguas. Te han hecho creer que solo lo grande cuenta, que la fama, el prestigio y la ambición son los únicos caminos para lograr algo trascendental. Hemos olvidado que las dunas del Sahara se componen por minúsculos granos de arena y que la mayor de las aventuras comienza con un paso.
Hoy es el día perfecto para empezar una nueva historia. Abrir la celda de tu niño dormido, desempolvar sueños, abrir puertas, domar miedos en un bosque desconocido, mirar al cielo y echar a correr. Hoy es el día perfecto para destripar culpas con puñales de carcajadas, enamorarte y dejarte llevar, seguir el perfume del viento y saborear, sentir y bailar, ritmos de tambores, sudando nostalgia, inhalando locura en bocanadas de aire primaveral.
Porque hoy, hoy es el mejor día que existe para vivir y si hay algo que sé con certeza, es que tan solo se vive cuando se ama.

¡Feliz vida! Y de paso, felices fiestas.

jueves, 11 de diciembre de 2014

La casa del Sol Naciente


Al borde de un acantilado, al lado del mar, en medio de una manta de vegetación primaveral, donde los delfines cantaban por las noches, vivía una familia.
Todos allí eran felices y todos cumplían con el propósito de su existencia. El papá era construía pozos de agua para los habitantes del pueblo, corría maratones y subía a las altas montañas nevadas en invierno. La mamá estaba esperando su segundo hijo, pintaba cuadros de colores, mantenía conversaciones con el amanecer y cuidaba de los delfines cuando enfermaban. Incluso el perro de la casa, llamado Ginóbili, se dedicaba a mantener a las alimañas alejadas de los jardines de la casa; de ese modo, todo seguía en equilibrio. Todos allí eran felices, a excepción del primer hijo. Él era un adolescente que utilizaba vaqueros anchos y sonreía con escasez.
Su padre le preguntó una vez por su cara larga y éste le dijo que no le gustaba vivir al borde de un acantilado, ni tener un jardín cubierto de vegetación primaveral.
-¿Por qué tenemos que ser tan distintos al resto papá? –cuestionó el muchacho.
El padre, a modo de respuesta, decidió contarle una historia a su hijo:
Casi todas las personas del mundo viven pensando que están separadas las unas de las otras, por eso tienen tanto miedo a estar solas y a mostrarse diferentes; porque si lo hacen, la sensación de soledad se hará mayor. Pero la verdad, hijo mío, es que la separación no existe.
Eso tendrás que descubrirlo tú mismo y para hacerlo deberás prestar atención a tus latidos y ser capaz de conversar con el silencio. Sin embargo, yo puedo ayudarte contándote una historia, la historia de Gruut.
Gruut era el único árbol de su planeta. Esto se podía entender de dos maneras, o el planeta era diminuto o Gruut era gigantesco, eso da igual. Lo que de verdad importa es saber que Gruut era el responsable de toda la vida del planeta. Sus raíces absorbían el agua y los nutrientes del subsuelo y sus ramas se convirtieron en el hogar de monos, pájaros, roedores y reptiles.
Todas estas criaturas siempre estaban peleándose las unas con las otras, intentando imponerse sobre las demás especies, obcecadas con demostrar que eran superiores al resto.
Gruut nunca participaba en estas contiendas y todos los otros seres a menudo olvidaban que ellos existían gracias al gran árbol.
Hasta que un día, el mono más sabio de las ramas pidió una tregua al resto de animales y sugirió consultar a Gruut una solución para acabar con aquella interminable batalla.
Así pues, todas las especies se reunieron en torno al tronco y pidieron consejo al corazón del árbol, que era la fuente de toda vida.
Gruut tan solo dijo tres palabras, pero éstas cambiaron la historia del planeta para siempre:

-Todos somos Gruut.
A partir de entonces, el hijo vivió su vida con pasión, sin temor a ser distinto, porque no lo era, porque todos eran ramas de un mismo árbol.