Estamos en época de turrones, rebajas y reuniones
familiares. Es tiempo de cambios, de loterías y de nuevos comienzos. Hace frío,
se meten árboles de plástico en casa y las manos se llenan de regalos. Pero no escribo
por navidad, o por un calendario inventado, tampoco lo hago por un gordo de
barbas largas. Escribo por ti. Escribo para ti.
Si estás leyendo esto es porque te quiero, así de sencillo. Te
quiero porque sé quién eres.
Sé que eres un ser humano, sé que detrás de tu mirada se
esconde un mar de sueños. Sé que en la niñez no racionabas tus risas. Sé que a
veces olvidas quien eres y sientes que no encuentras tu camino. Sé que has
andado mucho, sé que has sudado y que alguna lagrimita se derritió en tus mejillas.
Sé que en algún momento de tu vida fuiste plenamente consciente del corazón que
late bajo tu pecho. Sé que en ocasiones dudas del propósito de tu existencia,
que te sientes una criatura insignificante en un océano embravecido. Sé que
disfrutas de los abrazos cálidos y de la mirada de un ser querido. Sé que los
gatitos pequeños te parecen adorables. Sé que piensas que el mundo podría ser
un lugar mejor, pero que a veces consideras el optimismo como un lujo innecesario.
Sé que has experimentado la soledad, incluso en un tumulto de gente. Sé que
buscaste consuelo afuera cuando era tu interior el que sufría. Sé que has
creado túneles entre el ayer y el mañana, y que en más de una ocasión te
quedaste atascado en algún difuso punto intermedio, sin saber muy bien de dónde
vienes y con serias dudas acerca de dónde llegarás. Sé que te has preguntado
cómo es la textura de una nube. Sé que a pesar de vivir en un mundo en el que
todo está en venta, el tesoro más grande de tu vida no se puede comprar. Sé que
tu alma es buena, aunque a veces sientas que se encuentra perdida.
Sé todo eso porque yo soy igual que tú. Pero no importa
quién soy yo.
Nuestra existencia fluye por interminables ríos, saltando
cascadas, estrellándose entre rocas, abriéndose paso entre cañones, reflejando
la luz del sol en aguas cristalinas, fundiéndose en lodo y tomando baños de
nieve en las altas montañas. Cada cual recorre un único camino, el que necesita.
Y entre tanto trajín, tantas idas y venidas, olvidamos que todos nacemos del
mismo manantial y desembocamos nuestras aguas en el mismo océano. La vida tiene
una única fuente y un único propósito. Tú provienes de esa fuente y debes encontrar
ese propósito. Estás en conexión con todo, eres parte de todo, eres todo. El
problema de las personas es que buscan la eternidad en el sitio equivocado; en
la falsa seguridad del poder, en la supervivencia de un apellido o en un
corazón que lata eternamente. Pero tu corazón dejará de latir, tu piel se
agrietará como un desierto, tus memorias naufragarán por arenas movedizas, tus
victorias, tus derrotas, todo quedará reducido a un burdo espejismo. Y a pesar
de todo, tan solo necesitas un latido, solo uno, para fundirte en el infinito.
Basta un segundo, un suspiro, para hacer eco en la eternidad. ¿Cómo? Tú ya
sabes la respuesta. Amando. El amor es nuestro único y mayor legado, el regalo
más grande que nos fue concedido al llegar a esta tierra y el único sentido de
esta existencia es entregarlo. El amor atraviesa cielos y mares, incluso es
capaz de traspasar miradas y penetrar corazas de piel. Es la energía que hace
latir al mundo, es esa carcajada que carece de explicación, es esa palabra de
aliento, ese hombro que seca las penas. Es una mamá que perdona travesuras y
que incluso las incita. Es el árbol que da sombra y que deja filtrar calor
entre sus ramas. El amor está en esas promesas que te haces antes de dormir y
en el entusiasmo de empezar un nuevo día.
Por eso, porque la eternidad respira en lo cotidiano, no
esperes al 25 de Diciembre para decir te
quiero a tu familia, ni mucho menos aguardes hasta el primer día del año
para cambiar de vida.
Tú eres una gota del océano infinito al que te diriges. Cada
acción que realizas, cada gesto, cada paso, retumba sobre esas aguas. Te han
hecho creer que solo lo grande cuenta, que la fama, el prestigio y la ambición
son los únicos caminos para lograr algo trascendental. Hemos olvidado que las
dunas del Sahara se componen por minúsculos granos de arena y que la mayor de
las aventuras comienza con un paso.
Hoy es el día perfecto para empezar una nueva historia.
Abrir la celda de tu niño dormido, desempolvar sueños, abrir puertas, domar
miedos en un bosque desconocido, mirar al cielo y echar a correr. Hoy es el día
perfecto para destripar culpas con puñales de carcajadas, enamorarte y dejarte
llevar, seguir el perfume del viento y saborear, sentir y bailar, ritmos de
tambores, sudando nostalgia, inhalando locura en bocanadas de aire primaveral.
Porque hoy, hoy es el mejor día que existe para vivir y si
hay algo que sé con certeza, es que tan solo se vive cuando se ama.
¡Feliz vida! Y de paso, felices fiestas.