Al borde de un acantilado, al lado del mar, en medio de una
manta de vegetación primaveral, donde los delfines cantaban por las noches,
vivía una familia.
Todos allí eran felices y todos cumplían con el propósito de
su existencia. El papá era construía pozos de agua para los habitantes del
pueblo, corría maratones y subía a las altas montañas nevadas en invierno. La
mamá estaba esperando su segundo hijo, pintaba cuadros de colores, mantenía
conversaciones con el amanecer y cuidaba de los delfines cuando enfermaban.
Incluso el perro de la casa, llamado Ginóbili, se dedicaba a mantener a las
alimañas alejadas de los jardines de la casa; de ese modo, todo seguía en
equilibrio. Todos allí eran felices, a excepción del primer hijo. Él era un
adolescente que utilizaba vaqueros anchos y sonreía con escasez.
Su padre le preguntó una vez por su cara larga y éste le
dijo que no le gustaba vivir al borde de un acantilado, ni tener un jardín
cubierto de vegetación primaveral.
-¿Por qué tenemos que ser tan distintos al resto papá?
–cuestionó el muchacho.
El padre, a modo de respuesta, decidió contarle una historia
a su hijo:
“Casi todas las
personas del mundo viven pensando que están separadas las unas de las otras,
por eso tienen tanto miedo a estar solas y a mostrarse diferentes; porque si lo
hacen, la sensación de soledad se hará mayor. Pero la verdad, hijo mío, es que
la separación no existe.
Eso tendrás que
descubrirlo tú mismo y para hacerlo deberás prestar atención a tus latidos y
ser capaz de conversar con el silencio. Sin embargo, yo puedo ayudarte
contándote una historia, la historia de Gruut.
Gruut era el único
árbol de su planeta. Esto se podía entender de dos maneras, o el planeta era
diminuto o Gruut era gigantesco, eso da igual. Lo que de verdad importa es
saber que Gruut era el responsable de toda la vida del planeta. Sus raíces
absorbían el agua y los nutrientes del subsuelo y sus ramas se convirtieron en
el hogar de monos, pájaros, roedores y reptiles.
Todas estas criaturas
siempre estaban peleándose las unas con las otras, intentando imponerse sobre
las demás especies, obcecadas con demostrar que eran superiores al resto.
Gruut nunca
participaba en estas contiendas y todos los otros seres a menudo olvidaban que
ellos existían gracias al gran árbol.
Hasta que un día, el
mono más sabio de las ramas pidió una tregua al resto de animales y sugirió
consultar a Gruut una solución para acabar con aquella interminable batalla.
Así pues, todas las
especies se reunieron en torno al tronco y pidieron consejo al corazón del
árbol, que era la fuente de toda vida.
Gruut tan solo dijo
tres palabras, pero éstas cambiaron la historia del planeta para siempre:
-Todos somos Gruut.
A partir de entonces, el hijo vivió su vida con pasión, sin
temor a ser distinto, porque no lo era, porque todos eran ramas de un mismo
árbol.
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