lunes, 25 de julio de 2016

Querido Tío

Te escribí esto allá por el mes de mayo, pero por algún motivo este texto nunca salió de la carpeta de documentos del ordenador. En parte, si soy sincero, no te lo mostré antes por puro olvido. Simplemente lo escribí y no recordé que estaba ahí…
En fin, ahora está aquí y es para ti, para mí, y para todos, en realidad:

La vida sigue fluyendo bajo mis pies y entrando a mis pulmones con cada respiración.
Ahora mismo estoy en la casa de mi mamá, sentado en medio de la sala, escuchando el violín que toca Rodrigo.
Recuerdo cuando estábamos en Castellón, también en medio de una sala, hablando sobre mi mamá. Recuerdo cómo la definías y las anécdotas que contabas sobre ella. Antes todo esto que estoy viviendo era un esbozo de sueño, un lugar muy lejano. Y ahora estoy aquí. Y cada día me resulta difícil no sentirme agradecido y afortunado por poder estar aquí.
Mi relación con mi mamá ha sido un proceso de aclimatación, de paciencia y comprensión, por parte de ambos. Ha sido algo tremendamente bello conocerla y convivir con ella, una experiencia que los dos necesitábamos.
Es un regalo estar aquí, conocer a mis hermanos, comer con ellos, jugar con ellos, poder darles las buenas noches. Siento que la vida en sí es un gran regalo y que cuando tu mente está despejada y prestas atención, te das cuenta de la magia que exhala todo este mundo.
Y eso me hace recuerdo a ti, cuando contabas historias acerca de tu trabajo y describías todo lo que observabas cuando estabas atendiendo a los clientes. Veías gente de todo tipo, con diferentes actitudes, veías la playa, las olas y los atardeceres. Y quizás la palabra para describir lo que observabas no era “perfecto”, pero sí hermoso.
Eso me ocurrió el otro día cuando fui al centro de La Paz. Vi gentes y vi las miradas cansadas de algunas de ellas. En algunos había risa, en otros preocupación y en otros prisa. En la calle había basura, se escuchaban bocinazos y se olía a combustible quemado. Todo aquello no era perfecto, pero era bello sin lugar a dudas. Tan solo había que observar con atención y darte la oportunidad de no juzgarlo. Aquel día, también fui consciente de que el auténtico bienestar no llega de fuera, sino que está muy dentro de ti.
Y en ese bienestar está implícita la gratitud. Y por eso te escribo hoy, para decir gracias, aunque eso ya lo he hecho mil veces.
 Y es que, ¿Sabes qué tío?
A menudo, cuando estoy solo y cierro los ojos, te veo a ti. Te veo a ti, a Cathy y a todos los Castellonenses. Es algo muy real que me ocurre, que me vienen intensas ráfagas, como latidos, en los que siento que todas las personas están aquí mismo. Y en esos momentos, veo imágenes de ustedes y momentos que compartimos, instantes que se abren y se cierran como las pestañas, en los que se escuchan sonidos humanos, en los que veo paisajes y recorro senderos por el medio del bosque. En esos momentos realmente siento que estoy conectado con todo, que el mundo respira al unísono. Y me invade una profunda gratitud, hacia todo, hacia la comida que entra por tu boca y a toda la gente, plantas y otros seres vivos que hicieron posible que ese bocado se funda con tu saliva. Y sientes humildad, una tremenda humildad en la que te despojas de individualismos o delirios de grandeza, porque en todo tu ser vibra la belleza de la sencillez.
Y no sé, simplemente quería compartir eso contigo. Porque te quiero y porque sí. Porque Castellón es un refugio para mí, un lugar en el que he aprendido, de ustedes y de mí mismo.
Además, como seguramente te habrán comentado, a finales de agosto, Colleen y yo volvemos a España y tenemos muchas ganas de verlos y compartir con ustedes. Pero ese momento ya llegará cuando tenga que llegar. Y, la verdad, no tengo prisas porque llegue.
Ahora estoy aquí y estoy bien. Entonces, te preguntarás ¿Por qué he decidido volver a España?
Al principio, yo mismo lo cuestionaba y me creaba conflicto no tener una respuesta. Pero lo cierto es que no la hay. Simplemente era un impulso de mi corazón; el mismo que hace tiempo fue el responsable de traerme a Bolivia.
Quizás suene extraño, pero las grandes decisiones que he tomado en mi vida, no las he hecho con la cabeza, sino con esa vocecita interior, esa que no ha sido moldeada por la experiencia, esa que suena como un niño inocente sin ninguna clase de condicionamiento.
No tengo respuestas tío, y creo que tampoco las estoy buscando.  
Así, no sé por qué no te he escrito antes, ni por qué elegí hacerlo ahora. Pero así me ha brotado y me siento feliz haciéndolo.
Pero a pesar de haber estado casi un año sin vernos, no me siento lejos de ti, ni de nadie en realidad. Tal vez sea porque hablo de ustedes de manera frecuente o porque lo que vivimos juntos es parte de mi ser, no lo sé.
La verdad es que solo me siento alejado de los demás y separado de ellos, cuando estoy alejado de mí mismo, cuando me enredo en mi cabeza, preocupándome por el futuro o torturándome con el pasado.
Y ahora me acabo de acordar una cosa que Colleen me dice cada día al despertar, nada más abrir los ojitos, me mira y con una sonrisa de aun dormida dice:
“Hoy es un día completamente nuevo, lleno de posibilidades, nunca ha existido otro día igual en toda la historia de los días”.
¡Qué lindo! ¿No?
Veo que es sumamente cierto, y al escucharlo, me hace tomar conciencia de que este día, al igual que todos, es una hoja en blanco, vacía, donde cualquier cosa es posible.
Dicho esto, tan solo me gustaría desearte un hermoso día, que allá ya es primavera y seguro el clima ya te invita a darte unos bañitos en el mediterráneo.
Te mando un fuerte abrazo y nos vemos pronto!



sábado, 23 de julio de 2016

Vivir en el campo

¡Y finalmente ocurrió!
¡Trabajé y gané dinero!
Dediqué un continuo número de horas a realizar una tarea por la cual obtuve una compensación económica.
Ahora puedo decir con orgullo que ya no soy un zángano de la sociedad. Soy una persona productiva, trabajadora y responsable.
Pero, ¿Saben qué?
Todo esto es una ilusión. ¿Qué es real? ¿Qué es lo que importa? ¿Por qué hay tanto miedo?
¿Por qué no vivimos simplemente?
Durante dos semanas recogí frutos del bosque en una finca orgánica. Me pagaban 10 dólares por hora, y al principio tan solo recogía esos frutitos para obtener la mayor cantidad de billetes al final de la jornada.
La ambición es algo muy fuerte, un impulso que te mueve y te sacude. Yo quería más, pero en realidad no sabía por qué. ¿Para qué querer más?
Parece algo estúpido preguntarlo, porque todos quieren más; desde los que no tienen nada hasta los que supuestamente tienen todo. Pero, ¿Es que realmente alguien tiene algo?
¿Qué es nuestro? ¿Por qué queremos algo que sea nuestro? Algo que sea mío y solo mío.
Antes me sentía juzgado por no trabajar y no ganar dinero, me sentía un vago, alguien sin aspiraciones en la vida, una persona sin metas. Sentía que estaba viviendo una ilusión; viviendo gratis en este mundo, tan solo cocinando, comiendo, lavando platos, durmiendo y jugando básquet.
Pero ahora siento, y de verdad que lo siento, que todo lo demás es una ilusión. El dinero, las posesiones, el poder, la reputación, las leyes y normas sociales… Todas ellas existen, pero tan solo existen dentro de este enorme juego que nos hemos montado.
¿Y qué pasa si ya no quieres jugar?
¿Qué pasa si no quieres pagar impuestos y deudas? ¿Qué ocurre si no votas? ¿Si no te identificas con un país, una cultura o un apellido?
¿Qué pasa si dejas de buscar? ¿Si dejas de esperar?
No lo sé. Pero, si dejo de intentar ser un adulto, si dejo de esforzarme por ser Ariel Arguedas Fernandez, si dejo de luchar por mantenerme seguro, si dejo de tener miedo a convertirme en un vagabundo y dejo de pensar en cómo vivir, en todo lo que tengo que hacer y cumplir para seguir viviendo… Si dejo de hacer todo eso, siento que estoy vivo, solo cuando dejo de luchar por ser alguien, solo cuando dejo de intentar sobrevivir.
¿Qué pasa si dejas de luchar?
Todos me dicen –y yo me digo –que lo único que ocurre cuando dejas de luchar es que empiezas a morir. Pero tal vez sea necesario morir, porque esto que llamamos vida, para mí no tiene ningún sentido.
Lo que sí tiene sentido para mí, es amar, vivir, abrazar, reír, cultivar verduras y cultivar relaciones, plantar semillas, semillas de pepino y semillas de amistad. Tiene sentido parar de pensar y respirar, tranquilo, sin ningún sentimiento de deuda u obligación.
Y sí, también le veo sentido a trabajar. A limpiar las hierbas que rodean los cultivos, a regar las plantas, a picar verduras. Le veo sentido a la educación, a aprender. Le veo sentido al descubrimiento del mundo, a saber cómo utilizar un machete y un martillo. Le veo sentido a la creatividad, en cualquiera de sus formas.
Pero no le veo sentido a hacer algo para obtener otra cosa a cambio, ya sea dinero, aprobación o prestigio. Y no le veo sentido, porque para mí, es simplemente demasiado complicado.
Siento lo mismo cuando me fijo en los ingredientes de una lata de comida procesada y no entiendo ninguno de los ingredientes. ¿Por qué tiene que ser tan complicado?
Y quizás algunos sean buenos entendiendo cómo funciona este mundo, y se dediquen a estudiarlo e intentar buscar la manera en que pueden beneficiarse de éste. También sé que otros quieren entender cómo funcionan las cosas para explicárselas a los demás y hacer las cosas más justas.
Sé que mucha gente con muy buenas intenciones está muy metida y comprometida en el sistema que hemos creado. Pero yo, lo único que entiendo de este mundo y de este sistema, es que se basa en el miedo.
Yo siempre he tenido miedo, y siempre he encontrado una excusa para mantenerlo. Después de todo, ¿Quién está tan loco como para vivir sin miedo?
Hace casi una semana que tenía ganas de escribir todo esto, pero en mi cabeza lo visualizaba de manera diferente. Me imaginaba narrando todo lo que he experimentado, todas las cosas que he hecho y que he aprendido. Ya que siento que las últimas semanas han sido muy significativas para mí.
Estoy en una granja, con unas personitas llamadas Doug y Jo Ann. Con ellos he macheteado espinas, he movido rebaños de ovejas, he aprendido cómo hacer un buen pesto, he cosechado frambuesas y he compartido una mesa en la que se disfruta de la comida.
También, ha sido muy importante para mí recoger frutos y que me paguen por ello. Fue muy bueno observar la ambición en mí, verla y no juzgarla, ni juzgarme. Darme cuenta de que el dinero es tan solo dinero, que cuando lo tienes en tus manos es tan solo papel que utilizas para algunas cosas, pero que no es mío y que en realidad no es de nadie.
En el trabajo de los frutos, también aprendí acerca del valor de la comida, de la cantidad de tiempo y trabajo que requiere cultivar y cosechar los alimentos, pero sobre todo, también me he dado cuenta de lo distantes que estamos de lo que comemos. En realidad, veo que estamos muy distantes de cosas muy básicas que damos por sentadas, mientras estamos ocupados en nuestras vidas tan complicadas.
Al recoger esos frutos me di cuenta de la importancia de lo que yo estaba haciendo, y es que esos frutos iban a alimentar a otras personas. Daba igual que yo hiciera dinero o no, lo que de verdad importaba, era recolectar esos frutitos con amor y entusiasmo; algo que no podía hacer cuando mi mente tan solo estaba ocupada contando las horas que llevaba ahí y lo que me tenían que pagar cuando terminase.
El amor requiere una ausencia absoluta de egoísmo.
En estas semanas, esta es la primera vez que me he permitido no estar ocupado y escribir. Y siento que aunque he estado ocupado en cosas que me interesaban, sigue siendo necesario detenerte, parar y descansar.
En estas semanas he tenido tiempo para trabajar con amor y sin amor, y he notado la diferencia. El cuerpo se agota cuando no hay amor en lo que haces, la mente se aburre y el corazón se encarcela.
Y también veo que aunque ames lo que haces, cuando te fuerzas a hacerlo, cuando sigues un régimen o te ciñes a un horario, el amor se desvanece.
Lo he notado en mí, cuando el cuerpo me pedía una siesta y en lugar de eso, le daba trabajo. Los músculos no actúan igual, no se mueven con la misma fluidez, porque claro, los estás forzando.
También sentí una tremenda presión por demostrar a los demás y a mí mismo que puedo ser un trabajador duro, que soy una persona seria y responsable. Pero, ¿Para qué demostrar nada? ¿Qué es lo que tienes que demostrar?
En algunos momentos me sentí orgulloso de mí mismo y quería compartir ese orgullo. Pero ahora, no sé por qué, no siento orgullo de lo que hice. Tampoco siento vergüenza por tener un fajo de billetes en la cartera, ni me siento culpable por haber hecho cosas sin amor en algunos momentos.
Tan solo estoy aquí, una vez más, expresándome a través de unas palabras. Y no importa lo que ocurrió antes, no importa lo que yo hice o lo que tú hiciste. Tan solo importa que estamos aquí, en este momento, que estamos vivos, que todo es posible.

Al fin y al cabo, hay que estar muy loco para vivir con miedo.