domingo, 11 de octubre de 2015

Road trip I: Bosques, montañas y ríos

No quiero contar la historia día por día, no quiero describir sucesos ni escribir un diario de lo ocurrido, lo que sí quiero hacer, lo que necesito hacer, es destapar mi corazón por completo.
Empecé el viaje llorando, no aguanté ni diez minutos de carretera para que los ojos se me hicieran agua. Pero, ¿cómo no emocionarte cuando vives en primera persona lo que durante años has visto tan solo en la tele? Y es que estaba en un coche, recorriendo alguna vasta carretera de Estados Unidos, observando campos interminables a través de la ventanilla. Sentía que aquello no era real, pero que al mismo tiempo, era lo más real que había visto nunca.
Escuché música, vi viviendas blancas y banderas, muchas banderas, incluso en los lugares más remotos, siempre hay algún trapito con sus barras y sus estrellas. También veía de cuando en cuando a mi conductora y me deleitaba escuchándola tararear.
He disfrutado de una casita al lado del río y he tenido el placer de conocer al hombre que la cuida, un señor que lleva la camisa por debajo del pantalón y que habla de manera casi ininteligible; mas no hace falta entenderle del todo para saber que su corazón es noble. Basta con verle sonreír sin dientes para saber que su alegría es auténtica y que su mirada es sincera.
Me he bañado en un lago con una pequeña playita adornada con caca de gansos. He gritado a montañas que me devolvían la voz.
He dormido en una cama blanda y durante tres días sobre una colchoneta. He comido peanut butter hasta el hastío, he pasado frío, me he metido en sacos de dormir y he visto estrellas moverse por el horizonte. He orinado en mitad de la noche y sentido miedo al salir de la tienda en la oscuridad.
He caminado por bosques de otoño, he pisado hojas de mil colores y he admirado casadas de agua negra. He visto tanta belleza, tantos árboles y tantas ardillas, tanto cielo azul que caí en la obsesión de querer enjaularlo en una burda foto. He tomado muchas fotos, pero ninguna de ellas es capaz de encerrar la vida que pretendían capturar. Muchas de ellas son hermosas, pero tan solo porque lo que capturaban lo era aún más.
Me he sentido frustrado en plena naturaleza, he experimentado conflicto cuando todo lo que me rodeaba estaba en calma. Me he comportado con egoísmo habiendo flores regalando su aroma a mis costados. Por momentos, me volví ciego y me perdí los gusanitos que atraviesan los caminos y los halcones que planean en círculos, y me perdí todo eso por pensar en vez de vivir.
Pero todo continúa, todo fluye y se renueva cuando no te aferras a lo que ya pasó, cuando sueltas y no retienes ni una gotita de rencor. Y es que todos necesitamos reconciliación, sobre todo para con nosotros mismos.
Y así, he experimentado la gratitud que surge cuando te olvidas de ti, esa sensación de ligereza que te invade cuando no pretendes ser el centro de todo, cuando la humildad deja de ser una virtud y se convierte en una realidad. Y di gracias a los ojos castaños que me han acompañado durante todo este tiempo, di gracias por los abrazos y los besos que recibía de manera constante, di gracias por el agua limpia, por los amaneceres y la humedad que congela los pies. Di gracias al viento por peinarme, a la tierra por sostenerme y a los osos por no comerme.

Di gracias a las praderas de matas rojas, a los pinos moldeados por la brisa, di gracias a las personas que nos guiaron, con señas, mapas y sonrisas. 

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