Y si hiciéramos las cosas tan solo por hacerlas, sin esperar
resultados, sin buscar recompensas.
Parece que las experiencias carecen de sentido si no se
obtiene algo de ellas. Da la impresión de que la inspiración necesita tener un
motivo, una razón de ser. Pero, ¿Y si es justo al revés?
Qué pasaría si la inspiración fuera algo puro, algo que nace
sin intenciones ocultas. Qué pasaría si el único propósito de la inspiración
fuera el de manifestarse. ¿Qué pasaría si el único sentido de la belleza fuera
el de expresarse?
Y ya sé que aquí nuestras mentes científicas se detienen y
fruncen el ceño. Aquí es cuando decimos que hasta el color, la forma y el aroma
de las flores tienen un motivo, que la belleza no es otra cosa que mera
adaptación, instinto de supervivencia.
A mí me gustaría indagar un poquito en lo que llamamos
“instinto de supervivencia”, porque veo que por esa expresión hemos justificado
nuestra violencia, egoísmo y codicia. Decimos que necesitamos sobrevivir y
hacemos todo lo que sea necesario para conseguirlo. De ese modo, transformamos
la inspiración y la creatividad en otro negocio cualquiera. Porque queremos
obtener algo de nuestras creaciones, queremos sacar algo a cambio de la
inspiración, ya que desde luego, necesitamos sobrevivir. Pero también veo que
el miedo a no poder sobrevivir es lo que nos priva de la experiencia de vivir.
Por eso, algunas veces he sentido que escribir no es
suficiente, que necesito obtener algo a cambio de las palabras que salen de mis
dedos; da igual que sea dinero, visitas en el blog o alguien que me diga que lo
estoy haciendo bien. Porque veo que el miedo a no poder sobrevivir no se limita
únicamente a poder comer, sino también a alimentar nuestro ego, a nutrirlo con
cumplidos, palmaditas en la espalda y pulgares levantados. Pensamos que si no
recibimos aprobación por lo que hacemos, lo que hacemos no tiene sentido.
Después de todo, esa es nuestra definición de éxito, recibir aprobación,
¿Verdad?
Por eso resulta que cuando escribo sin pensar en lo que
vendrá después, las palabras acuden solas, y que yo tan solo las traslado desde
su lugar de origen a la pantalla. Cuando escribo así, siento que yo no importo,
que lo que yo obtenga a cambio no importa, tan solo importa escribir, porque
hay que escribir, porque sí.
Actuar porque sí, también tiene otro nombre: Espontaneidad.
¡Qué bella es la espontaneidad!
La espontaneidad de los perros cuando se ven rodeados de
verde y corren, corren con la lengua fuera, estirando las piernas, frenando,
curvando, ladrando y revolcándose en la hierba. La espontaneidad de los niños
cuando con preguntas sencillas ponen en duda nuestra maraña de complicaciones.
La espontaneidad es algo que se disfruta, algo que incluso se busca, porque ese
es uno de los motivos para emborracharte después de todo, para desconectar de
ese centro de inhibiciones, para olvidarnos de los protocolos, de las
expectativas ajenas y propias y extraer de la boca una liberadora dosis de
honestidad. Pero, ¿Es necesario emborracharnos o drogarnos para ser espontáneos,
para ser sinceros?
Desde luego, actuar con total espontaneidad es algo que da
miedo, algo que puede llegar a ser peligroso, porque si todos hiciéramos lo que
nos brotara de dentro, seguro que en un pestañeo estaríamos agarrándonos a
puñetazos.
Pero, a mí por lo menos, la agresividad me surge
precisamente cuando me reprimo, cuando me callo, cuando miento, cuando pretendo
tapar a presión lo que me hierve por dentro. ¿No será que la violencia nace de
la falta de espontaneidad?
No sé, ¿Por qué no nos damos una oportunidad?
Una oportunidad para vivir, para andar sin pensar en llegar,
sin pensar en llegar para lograr, sin querer lograr para presumir.
Vivir sin miedo a no poder sobrevivir, ya que al fin y al
cabo todos vamos a morir.
Las ardillas trepan árboles, los pajaritos saltan de rama en
rama, lo estoy viendo ahora. Las plantas se mueven con el viento, ¡Qué
espectáculo! Y nosotros, aunque no nos demos cuenta, aunque nos neguemos a
aceptarlo, somos parte de ese espectáculo. Somos la naturaleza, aunque hayamos
construido edificios, estatuas y autopistas para separarnos de ella. Pero no
nos podemos separar de nosotros mismos, no podemos perdernos aunque nos
sintamos perdidos.
Todo es diferente cuando actúas porque sí, cuando lavo los
platos por el amor de hacerlo. Cuando corro como un cachorro, saltando y
jadeando; incluso el pensamiento es distinto cuando te olvidas de los
resultados y los objetivos. El pensamiento se torna más preciso, más claro,
porque ya no se preocupa, porque puede utilizar todos sus recursos para crear y
descubrir.
Qué refrescante es preguntar: ¿Por qué haces esto? Y que la
respuesta, sea un sencillo e inocente: Porque sí.
Yo sobrevivo cada instante...cada vez que pienso en lo que quiero hacer después y no ahora ya siento que he dejado de vivir la vida. Me gusta dejarme sorprender por ella y te aseguro que es maravilloso este juego, ¡me gusta! y me sirve. Por eso escribir es igual, hay que dejarse llevar y ¡Ya está! el alma se ha expresado... Disfruta.
ResponderEliminarMe encanta leerte, te lo he dicho muchas veces, aún no sé porque, ya que no me parezco nada a ti, pero me reconozco en ti y valoro lo que haces, una nunca sabe cómo se disfrazan los ángeles... y estos siempre nos visitan por sorpresa.
ResponderEliminarNo sé si nos parecemos o no... pero gracias! ahora mismo estoy en un aeropuerto, sentado, observando la lluvia caer sobre la pista de aterrizaje y atento a la megafonía para cuando anuncien mi vuelo. Hace un rato escribí en mi diario que este viaje empezó con muchas primeras veces y terminó con muchas últimas veces, tan solo para darme cuenta de que todos los comienzos son finales y que todos los finales son nuevos comienzos. Todo es una constante renovación! Un abrazo!
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