lunes, 2 de mayo de 2016

Cultura del físico

Ya desde niño dibujaba zambardos con músculos gigantescos. ¿Por qué importa tanto cómo luce el cuerpo?
En el barrio en el que estoy, hay al menos dos centros de depilación y otro par de salones de belleza por calle. En esos sitios salen mujeres aceitosas, sensuales y más flacas que un palo anémico. En cambio, los hombres que protagonizan los anuncios parecen espartanos mastodontes.
Y yo sufro. Sufro en ocasiones cuando me miro al espejo y veo un pecho peludo y a pesar de todas las flexiones que he hecho en mi vida, relativamente plano.
Si enduro el vientre, se me marcan entre la capita de grasa unos cuantos abdominales, pero desde luego no los suficientes como para presumir de ellos. Mis piernas son flacas y mis tobillos un tanto débiles.
En cambio, de lo que en ocasiones me siento orgulloso, es de mi espalda, que cuando meto aire a mis  pulmones se hincha y me da un aspecto de cobra, cuando extienden esas cosas que tienen alrededor de su cuello. Eso, por algún motivo, me hace sentir bien.
También me gustan mis dientes y que la mayoría estén rectitos. En cambio, no me gusta que sean pequeñitos y que tenga que usar una placa para evitar que se desgasten por las noches.
Siguiendo con la descripción de mi cuerpo, mi nariz es protuberante y torcidita, algunos incluso me han dicho que tengo un machete en medio de la cara. Luego tenemos los ojos, y en general suelen gustar, cuando se los mira con detenimiento, ya que así se puede apreciar sus diferentes tonalidades y las pestañas que los adornan.
A mí, de manera particular, me gustan mis brazos, sobre todo después de hacer ejercicio y cuando se me brotan las venitas de los hombros y los antebrazos. Toda la gente hipermazada tiene esas venitas brotadas, acompañando a sus músculos de toraco.
¡Ah! Y luego está mi pelo, con el que tengo una relación conflictiva. Y es que me gusta tener el pelo largo, pero también resulta que tengo poco y cada vez que se me cae uno, es un drama tremendo.
Y todas esas descripciones que he hecho las he sacado de lo que miro en el espejo y de lo que otras personas han opinado sobre mí.
Primero, en cuanto al espejo, no sé, es muy curioso lo que hacen los espejos. A veces, según la iluminación que haya o el momento del día, mirarme en el espejo es una gloria, y me siento hermoso, atractivo y fuerte; mientras que en otras ocasiones me siento un pedazo de mierda aplastada. Me veo calvo, con mollas en las caderas, una nariz de elefante, más peludo que un zorro ártico y con la guinda de algún granito coronando mi frente.
Y durante casi toda mi vida he intentado camuflar esas cosas que no me gustaban de mi cuerpo y resaltar los aspectos que a mí me parecían atractivos.
Y no sé, este es un tema del que me costaba hablar. Porque no es bonito admitir que te sientes tan identificado con tu cuerpo y que tienes tantas inseguridades acerca de éste. Es algo de lo que no se habla (o al menos de lo que yo no hablaba).
Yo quería mostrarme como una persona despreocupada por su aspecto, un  tipo seguro de sí mismo, pero a la vez sano, atlético y por qué no, atractivo. Pero, no sé, son tantas cosas de las que preocuparse, por las que ocuparse, tanto esfuerzo por mostrar algo a los demás, por intentar convencerlos, pero sobre todo, de convencerte a ti mismo de todas esas tonterías.
Y provoca sufrimiento querer ser algo que no eres, desear un cuerpo que no tienes. Pero así es el mundo en el que vivimos. El cuerpo es tu presentación y yo quería estar presentable, o incluso, destacable.
Es otro deseo más del ego. Destacar. Destacar por tu aspecto, por tu inteligencia o tu carisma, pero diferenciarte al fin y al cabo.
Pero en este momento digo: ¡A tomar por saco! Renacuajos en almíbar. Queso rallado con fideo. Leche de culebra malparida con tomates disecados a punto de explotar.
No tiene sentido. Todos mis problemas empiezan cuando quiero ser algo más, cuando ambiciono, cuando quiero ser mejor que otro, cuando quiero labrarme un nombre, cuando proyecto, cuando me amarro al pasado, cuando actúo condicionado, cuando me identifico, con cualquier cosa, da igual que sea el cuerpo, la mente o un país. Identificarte es encarcelarte.
Por eso, la libertada va desnuda. Y así quiero ir yo, en pelotas, corriendo por un río, salpicándome la piel sin pudor alguno.
Y así me siento feliz. Es algo que siempre he sabido. Desde que tengo memoria. Cuando he soltado mis miedos, cuando me he dejado ser, he disfrutado, he sentido y he llorado. Cuando he perdido la vergüenza y me he olvidado del orgullo. Cuando no quise ser nada más que yo mismo. Esa es mi esencia y siempre lo he sabido, aunque a veces me obligué a intentar olvidarlo. Pero no puedes olvidar de dónde vienes, no puedes olvidarte de quién eres.
Y cuando estoy así, que ahora lo estoy, veo mis deditos y me encantan, moviéndose ligeros por el teclado. Me salen lágrimas y sonrisas. Veo mis pies y mis tobillos huesudos. Qué belleza hay en el cuerpo, sea como sea. Y se empieza por ahí, queriéndolo. Acariciándote, mimándote, dándote besitos y haciendo bailes en honor a la vida.
No sé si soy guapo, feo, flaco o gordo. Tal vez algún día me quede calvo, o mi barriga crezca. Da igual. Da igual. Ahora tan solo escribo y vivo. Y no sé cómo terminar este texto, pero creo que ya está todo dicho.
Tan solo se me ocurre decirte, quien quiera que seas, que si en algún momento tú también has sentido rechazo o cierta inseguridad con tu cuerpo, el primer y único paso es amarte. Porque si amas el cuerpecito que te permite experimentar este mundo, sabrás qué hacer para que funcione bien. Cuando hay amor, la comida no se mide en nutrientes, sino en suspiros de sabor; el ejercicio se torna en danza. Los espejos dejan de reflejar lo que eres, porque lo que eres no se ve en un ordinario trozo de cristal (o cualquiera que sea el material por el que están compuestos los espejos). Cuando hay amor no hay necesidad de impresionar a nadie, porque no hace falta, porque en ti ya está todo, así que no necesitas que alguien te diga lo bien que te ves. Pero si alguien te lo dice, das las gracias y cuando alguien te dice que tu fealdad es mayor que la de los orcos, también lo agradeces, porque la belleza nunca fue la apariencia, sino más bien la esencia. Así pues, todo empieza y termina con el amor, no hay más vueltas que darle ni más cuentos que contarte.

Nada más, me gustaría terminar esta historia dos palabras que  leí en cierta ocasión en una nevera: Nos Amo.


1 comentario:

  1. Si señor!
    Que les peten a los espejos. Y a su falso reflejo.
    Nunca en nuestra vida, hemos visto realmente como es nuestra apariencia.
    Siempre nos vemos a través de un espejo, una foto, o un reflejo en un cristal. Pero nunca nunca hemos observado como realmente es nuestra cara, o el verdadero color de nuestros ojos.
    Así que, para mis ojos,
    Tu nariz de tucán cantarín es tan bella como tus ojitos de miel derretida con un toque de arbol recién brotado,
    Tu pelo rizado de cerdito, es súper bonito porque hace cosquillas, y te recuerda que estas viva.
    La forma de tu pecho es indistinta, porque lo que más llama la atención en el es tu abismal corazón que crea música al latir.
    Y tus patas son largas, lo que te permite una vista más panorámica, al menos en Sud América, donde somos más chiquitos.
    Y tus orejas se ven tan bonitas cuando la luz pasa entre ellas!
    Y tus manos con sus 10 deditos, que revolotean al aire, cuando echas especias en la comida. Y cuando te ríes como un loco.
    Y nosé,
    Eso es lo que tengo ahora en mi cabeza. Ah si, también tus dientes color marfil, que reflejan la luz de la luna, cuando es de noche. Y durante el día brillan con luz propia, alumbrando otras vidas.

    Y te amo!
    Y ya está!




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