En todas las historias que he disfrutado, la protagonista
llega a un punto de inflexión en su vida, un momento de cambio, de realización
y reflexión. Puede que sea un momento duro en su vida, un momento de sufrimiento
y aceptación del que surge algo nuevo, un momento en el que se encuentra a sí
mismo y a partir de entonces empiezan a vivir de verdad, teniendo claro cuál es
el propósito de su existencia.
Yo creí haber tenido ese punto de inflexión. Yo creí haber
descubierto el significado de la vida y que lo único que quedaba por hacer era
vivirla. Creí que después de haberme parado en seco y empezado a vivir con el
corazón, todo lo demás vendría solo.
Y sí, todo lo que ha llegado, ha llegado solo, sin esfuerzo
alguno. Así empezó todo, sin esfuerzos ni sacrificios. Así fui a Bolivia, con
una intención y sin expectativas. Y allí viví, conocí y aprendí. Allí abracé,
comí y anduve. Respiré con dificultad, reí, observé y dormí.
Pero Bolivia ya no está aquí, o mejor dicho, yo ya no estoy
en Bolivia. Y ocurre que Bolivia era mi gran sueño. Después de Bolivia no había
plan, no tengo plan, ni objetivos.
Siento que he vivido mucho. Tanto, que a veces me siento
como un abuelito, uno cansado y agradecido por todo lo que ha visto y oído.
Pero luego me paro por un segundo y me pregunto: ¿Y ahora qué? ¿A dónde voy?
¿Qué hago ahora?
Y me veo aquí, en un lugar desconocido, rodeado de gente con
la que no tengo demasiada afinidad. Y esta vez no hay sueños en mi interior, no
hay deseos que me impulsen hacia el futuro.
Entonces vuelve esa sensación de que ya he vivido
suficiente, que estoy listo para irme al otro barrio. Y luego me siento mal por
pensar eso, por no estar agradecido.
Y no sé, veo a la gente de aquí, con sus ocupaciones y sus
vidas eficientes, y sin ánimo de crítica, veo esa existencia tan vacía. Veo
tanta prisa por llegar a ninguna parte, por ser alguien, por labrarte un
nombre.
Y yo mismo busco eso de algún modo. Por eso siento ese vacío
en mi interior, porque estoy buscando algo ahí fuera que le dé sentido a la
existencia.
Mas no lo hay. No hay nada ahí fuera que te vaya a dar paz.
Entonces surge la pregunta: ¿Qué sentido tiene todo esto?
No estás aquí para agradar, ni impresionar. No estás aquí
para hacer el bien, ni para influenciar en los demás. No estás aquí por ningún
motivo en concreto.
No estás aquí para fingir, hablar y juzgar. No estás aquí
porque seas mejor o peor que nadie. No estás aquí porque te lo mereces, ni
porque hayas tenido suerte. No estás aquí de paso, ni en un punto intermedio.
No estás aquí esperando a que llegue algo mejor. No estás aquí por los demás.
Estás aquí porque este es el único lugar que existe. Aquí y
ahora es todo cuanto hay. Estás aquí para ser tú mismo. Estás aquí para
relacionarte con la vida. Y lo quieras o no, esa relación siempre existe. No
puedes separarte de la vida, no puedes creerte aislado de nadie.
Eso es algo que la gente no entiende. Da igual que
construyas fronteras, que dividas el mundo en países, castas y religiones; no
puedes estar separado de ningún otro ser humano ni de ninguna forma de vida. La
vida es una sola, manifestándose en infinitas formas. Pero la forma no es la
esencia, y la esencia es única.
¿Quién habla ahora?
Nadie. Sale solo. Sale de la fuente.
¿Qué sentido tiene todo esto?
La vida solo tiene sentido cuando dejas de buscárselo.
Cuando te rindes al hecho de que la mente no puede hallar ninguna respuesta,
porque no la hay. ¿Y qué hago con este hecho?
Olvídalo. Olvidar es la única manera de aprender. En el
intento de recordar te acabas encerrando en un concepto.
Pero la mente necesita un motivo para seguir operando, para
seguir luchando y buscando. Vivimos controlados por la mente. Somos la mente.
Pero, ¿Sólo somos eso? ¿O somos algo más?
¿Existe algo más aparte de esa mente, de esa imagen de
nosotros mismos? ¿Hay algo más profundo? ¿Algo esencial? ¿Algo que no esté en
lucha constante con todo? ¿Algo que esté más allá de las limitaciones del
pensamiento?
No estoy divagando. Estoy cuestionando.
Hay vida en ti Ariel. Ríndete a ella. Ríndete, suelta los
hombros, respira tranquilo. Hay tiempo. Hay tiempo para todo y tienes todo lo
que necesitas. Da igual dónde estés. Eso no importa. Da igual lo que te rodea,
ya sean personas, árboles o edificios. Tan solo observa y escucha. No te
fuerces a hablar, ni tampoco te reprimas cuando quieras decir algo. Eres libre.
Eres un niño. Todos son niños, por más que se quieran hacer los serios y
profesionales. Por dentro, todos somos niños, aunque a veces nos encarcelemos a
nosotros mismos dentro de la piel de un adulto. Así que juega. Tu cuerpo está
diseñado para eso, para jugar, para expresarse y sudar. Pero sobre todo, no te
agarres a nada. Aferrarte es asfixiar, tanto a lo que te aferras como a ti
mismo. Eres libre, pero solo puedes serlo cuando dejas a los demás expresarse
en libertad.
Escribe cuando tengas ganas y hazlo con sinceridad. No hagas
nada que no sea honesto. En el engaño, en cualquiera de sus formas es donde
empieza el conflicto. El mundo entero está a tu disposición y tú estás a
disposición del mundo.
No esperes al momento adecuado y no tengas miedo de
empeorar. No puedes empeorar o mejorar, tan solo aprender.
Y ahora, olvídate de todo esto. Deja que estas palabras se
queden en esta hoja. No te fuerces a recordarlas y no las conviertas en un
dogma. Y es que estas palabras no son tuyas, por tanto no podrás poseerlas, así
como no puedes poseer nada. Las palabras vienen solas cuando conectas contigo.
Planta semillas, riega las plantas, abraza los árboles, pero
no esperes sus frutos. No obstante, si salen, no dudes en recogerlos y
disfrutarlos, tan solo cómelos y luego cágalos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario