El ser humano no se conocía a sí mismo. La división empieza
y no termina. Se prolonga en las leyes y se expande con la estrechez de las
fronteras.
Y yo me pregunto, ¿Se puede vivir en este mundo?
¿Se puede amar sin condiciones?
¿Por qué no cambiar cuando algo carece de sentido?
¿Por qué vivir con miedo?
¿De qué estamos asustados?
Vamos a morir. La muerte es inminente, respira en nuestra
nuca. Es más, la muerte late en cada corazón humano y en cada retoño de vida.
Todo a nuestro alrededor está muriendo, sin resistirse, la vida se entrega a la
muerte con los brazos abiertos. Los ríos se secan, las hojas se caen, hasta las
rocas se parten, se desgranan hasta convertirse en arena, empujada por olas, que
van y que vienen, en un océano infinito de posibilidades.
Vivimos en un mundo donde levantarse es un esfuerzo, en el
que el trabajo es un sacrificio. Vivimos en un mundo en el que da vergüenza ser
honesto, en el que se aplaude las apariencias.
¿Y qué se gana con criticar este mundo?
Nada. Este mundo es mi hogar. Al igual que lo son las
estrellas de noches despejadas. Mi hogar son las miradas apáticas y el vapor de
las ollas de guiso. Mi hogar está en los edificios grises y en las alas
multicolores de las mariposas.
Yo soy la ciudad vertiginosa, las pausas entre puntos y el
silencio que brota al acabar la melodía. Soy el día, la madrugada fresquita y
el rocío cubriendo las hojas.
Juzgar es como intentar darle puñetazos al vacío. Y desde
luego, no hay diferencia entre juzgarte a ti mismo o a los demás.
¿Es que acaso importa?
¿¡Qué diferencia hay entre tú y yo!?
Ese es el origen de todos nuestros problemas, creer que tú y
yo somos distintos, que estamos separados. De ahí nace la soledad, el
sentimiento de aislamiento. Nos separamos y luego queremos unirnos, a toda
costa, crear asociaciones, grupos y acuerdos. Inventamos leyes para permanecer
juntos. Pero nunca vamos a estar juntos, porque ya somos lo mismo.
Tú ya respiras en mis pulmones, yo ya me muevo en tus dedos.
No es una metáfora decir que lo que te hago a ti, me lo hago a mí mismo. Para
mí eso no es una artimaña, es un hecho.
La vida es una y el miedo se empeña en dividirla. Y es que
hay miedo a la unidad, porque en ella no hay cabida para el individualismo.
Y cada uno se siente individuo, separado de los demás. La
cabeza se ve lejos del corazón, con un montón de carne y hueso de por medio.
Nos sentimos como burbujas revestidas de piel, relacionándonos con otras
burbujitas cubiertas de piel distinta. Nos sabemos islas perdidas en un vasto
mar, pero lo que no vemos es que hasta las islas nacen de la misma tierra, tan
solo hay que profundizar lo suficiente para observar que todas tienen el mismo
origen.
Profundizar en ese mar, es profundizar en uno mismo.
Si tan solo nos detuviéramos un rato, tan solo un ratito y
nos observáramos de verdad, mirándonos a los ojos. Observar el contraer de las
pupilas, el abanicar de las pestañas, la inmensidad de una mirada.
Vivamos, porque este momento es un regalo, porque si
observas con suficiente atención, siempre hay algo mágico ocurriendo. El sol
puede estar pintando el horizonte, o un pajarillo estar bañándose en alguna
fuente, puede que la brisa quiera acariciarte en este instante, o que un
desconocido te dé las buenas tardes. Puede que un perrito se te acerque
batiendo la cola, o haya una hoja amarillenta cayendo de un árbol. Tal vez
huela a tierra húmeda en el aire o puede que no ocurra nada.
No estoy aquí para inspirarte, ni para decirte qué buscar o
qué hacer, o cómo vivir. Y ya sabes que cuando te hablo a ti, me estoy hablando
a mí.
Estás aquí. En una biblioteca pública, con una señora del
ayuntamiento en la mesa de delante, con luz artificial iluminando la estancia.
Hay gente entrando y saliendo, hay ventanas abiertas y cristales, tuberías que
escalan por paredes verticales. Hay madres con cinco hijos, divorcios no muy
gratos y herencias que se disputan con garras y dientes. Hay mechones de color
anaranjado, montañas cubiertas de niebla y lluvia densa. Hay corazones que
laten y latidos que se esconden. Hay tambores que retumban, hay vibraciones y
canciones que te mueven por dentro. Hay música en el silencio y frutos jugosos
que crecen en el desierto. Hay bebés elefantes y zorros árticos. Hay leyes
constitucionales y despachos notariales. Hay osos pardos que se frotan sus
espaldas en los troncos, hay humo de tabaco y gente que toma sopa con tenedor.
Hay piernas que caminan inseguras, mentes inquietas y lagartijas que trepan.
La señora del ayuntamiento se va y cierra la puerta. En las
últimas dos semanas la vi un par de veces, tacañeando sonrisas y un tanto seca.
Pero, ¿Cómo puedo exigirle sonrisas?
Hasta hoy la juzgué, tachándola de aburrida y mezquina. Pero
si ella soy yo, criticarla es no comprenderme. Y quizás por eso, al no
comprenderme, me estaba frustrando, exigiendo buen trato, sin yo expresar
cariño.
Señora del ayuntamiento, gracias. Gracias por ser una
personita y enseñar al mundo su pelo rizado. Gracias por darme la oportunidad
de conocerla.
¿Qué le parece darnos la oportunidad de empezar de nuevo?
Este es un gran momento para hacerlo.
que hermoso
ResponderEliminarVivamos, porque este momento es un regalo, porque si observas con suficiente atención, siempre hay algo mágico ocurriendo.
ResponderEliminarLa señora del ayuntamiento se va y cierra la puerta. En las últimas dos semanas la vi un par de veces, tacañeando sonrisas y un tanto seca.
Pero, ¿Cómo puedo exigirle sonrisas?
Hasta hoy la juzgué, tachándola de aburrida y mezquina. Pero si ella soy yo, criticarla es no comprenderme,Gracias ¡¡¡¡¡¡¡