viernes, 28 de octubre de 2016

Empezar de nuevo

El ser humano no se conocía a sí mismo. La división empieza y no termina. Se prolonga en las leyes y se expande con la estrechez de las fronteras.
Y yo me pregunto, ¿Se puede vivir en este mundo?
¿Se puede amar sin condiciones?
¿Por qué no cambiar cuando algo carece de sentido?
¿Por qué vivir con miedo?
¿De qué estamos asustados?
Vamos a morir. La muerte es inminente, respira en nuestra nuca. Es más, la muerte late en cada corazón humano y en cada retoño de vida. Todo a nuestro alrededor está muriendo, sin resistirse, la vida se entrega a la muerte con los brazos abiertos. Los ríos se secan, las hojas se caen, hasta las rocas se parten, se desgranan hasta convertirse en arena, empujada por olas, que van y que vienen, en un océano infinito de posibilidades.
Vivimos en un mundo donde levantarse es un esfuerzo, en el que el trabajo es un sacrificio. Vivimos en un mundo en el que da vergüenza ser honesto, en el que se aplaude las apariencias.
¿Y qué se gana con criticar este mundo?
Nada. Este mundo es mi hogar. Al igual que lo son las estrellas de noches despejadas. Mi hogar son las miradas apáticas y el vapor de las ollas de guiso. Mi hogar está en los edificios grises y en las alas multicolores de las mariposas.
Yo soy la ciudad vertiginosa, las pausas entre puntos y el silencio que brota al acabar la melodía. Soy el día, la madrugada fresquita y el rocío cubriendo las hojas.
Juzgar es como intentar darle puñetazos al vacío. Y desde luego, no hay diferencia entre juzgarte a ti mismo o a los demás.
¿Es que acaso importa?
¿¡Qué diferencia hay entre tú y yo!?
Ese es el origen de todos nuestros problemas, creer que tú y yo somos distintos, que estamos separados. De ahí nace la soledad, el sentimiento de aislamiento. Nos separamos y luego queremos unirnos, a toda costa, crear asociaciones, grupos y acuerdos. Inventamos leyes para permanecer juntos. Pero nunca vamos a estar juntos, porque ya somos lo mismo.
Tú ya respiras en mis pulmones, yo ya me muevo en tus dedos. No es una metáfora decir que lo que te hago a ti, me lo hago a mí mismo. Para mí eso no es una artimaña, es un hecho.
La vida es una y el miedo se empeña en dividirla. Y es que hay miedo a la unidad, porque en ella no hay cabida para el individualismo.
Y cada uno se siente individuo, separado de los demás. La cabeza se ve lejos del corazón, con un montón de carne y hueso de por medio. Nos sentimos como burbujas revestidas de piel, relacionándonos con otras burbujitas cubiertas de piel distinta. Nos sabemos islas perdidas en un vasto mar, pero lo que no vemos es que hasta las islas nacen de la misma tierra, tan solo hay que profundizar lo suficiente para observar que todas tienen el mismo origen.
Profundizar en ese mar, es profundizar en uno mismo.
Si tan solo nos detuviéramos un rato, tan solo un ratito y nos observáramos de verdad, mirándonos a los ojos. Observar el contraer de las pupilas, el abanicar de las pestañas, la inmensidad de una mirada.
Vivamos, porque este momento es un regalo, porque si observas con suficiente atención, siempre hay algo mágico ocurriendo. El sol puede estar pintando el horizonte, o un pajarillo estar bañándose en alguna fuente, puede que la brisa quiera acariciarte en este instante, o que un desconocido te dé las buenas tardes. Puede que un perrito se te acerque batiendo la cola, o haya una hoja amarillenta cayendo de un árbol. Tal vez huela a tierra húmeda en el aire o puede que no ocurra nada.
No estoy aquí para inspirarte, ni para decirte qué buscar o qué hacer, o cómo vivir. Y ya sabes que cuando te hablo a ti, me estoy hablando a mí.
Estás aquí. En una biblioteca pública, con una señora del ayuntamiento en la mesa de delante, con luz artificial iluminando la estancia. Hay gente entrando y saliendo, hay ventanas abiertas y cristales, tuberías que escalan por paredes verticales. Hay madres con cinco hijos, divorcios no muy gratos y herencias que se disputan con garras y dientes. Hay mechones de color anaranjado, montañas cubiertas de niebla y lluvia densa. Hay corazones que laten y latidos que se esconden. Hay tambores que retumban, hay vibraciones y canciones que te mueven por dentro. Hay música en el silencio y frutos jugosos que crecen en el desierto. Hay bebés elefantes y zorros árticos. Hay leyes constitucionales y despachos notariales. Hay osos pardos que se frotan sus espaldas en los troncos, hay humo de tabaco y gente que toma sopa con tenedor. Hay piernas que caminan inseguras, mentes inquietas y lagartijas que trepan.
La señora del ayuntamiento se va y cierra la puerta. En las últimas dos semanas la vi un par de veces, tacañeando sonrisas y un tanto seca.
Pero, ¿Cómo puedo exigirle sonrisas?
Hasta hoy la juzgué, tachándola de aburrida y mezquina. Pero si ella soy yo, criticarla es no comprenderme. Y quizás por eso, al no comprenderme, me estaba frustrando, exigiendo buen trato, sin yo expresar cariño.
Señora del ayuntamiento, gracias. Gracias por ser una personita y enseñar al mundo su pelo rizado. Gracias por darme la oportunidad de conocerla.
¿Qué le parece darnos la oportunidad de empezar de nuevo?

Este es un gran momento para hacerlo.


2 comentarios:

  1. Vivamos, porque este momento es un regalo, porque si observas con suficiente atención, siempre hay algo mágico ocurriendo.
    La señora del ayuntamiento se va y cierra la puerta. En las últimas dos semanas la vi un par de veces, tacañeando sonrisas y un tanto seca.
    Pero, ¿Cómo puedo exigirle sonrisas?
    Hasta hoy la juzgué, tachándola de aburrida y mezquina. Pero si ella soy yo, criticarla es no comprenderme,Gracias ¡¡¡¡¡¡¡

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