Comer es un acto social, un placer, un trámite o un privilegio,
dependiendo del cristal con que se mire.
Pero ante todo, la comida es una necesidad básica, algo sagrado.
Los alimentos que consumimos tienen gran influencia en el funcionamiento
de nuestro organismo, pero también afectan al mundo entero.
Preguntémonos pues, ¿De dónde viene nuestra comida?
¿Cómo es posible que un kilo de azúcar que viene de África sea más
barato que el azúcar producido en Europa? Y lo mismo ocurre con las bananas de
Latinoamérica y el plátano canario. La fruta que atraviesa el Atlántico llega a
salir más económica que la que se produce en España. Gran parte de los
productos que consumimos vienen de muy lejos. ¿Cómo es posible que esto ocurra?
En gran parte, ocurre porque la tierra y el trabajo de las
personas son más baratos en los países en vías de desarrollo, y por tanto es
más rentable importar productos desde allí a España, por ejemplo, que intentar
fomentar una producción local.
Y, ¿Cuál es el problema de esta situación?
Que en Bolivia, donde se come quinua desde hace más de mil años,
la gente ya no puede permitírsela debido a la increíble subida de precios,
porque la mayoría de la quinua que ahora se produce ya no es para ellos, sino
para exportar a Europa y Estados Unidos.
En Camboya, miles de campesinos han sido forzados a abandonar sus
tierras, a punta de palos, debido a que el gobierno y algunos empresarios,
consideraban más económicamente rentable utilizar tal territorio para la
plantación de caña de azúcar de exportación. Sin embargo, lo más triste de la
situación es que la gente que ha sido expulsada de sus propios cultivos y
fincas de los que antes vivían, ahora se ven obligados a trabajar en las
plantaciones de azúcar para poder subsistir.
Esta situación de acaparamiento de tierras se está manifestando a
nivel global, tanto en Asia, África y Latinoamérica. No es ninguna invención ni
exageración.
Y al hablar de acaparamiento de tierras, hay que hablar de
monocultivos y con éstos vienen los pesticidas, que van de la mano con los
transgénicos.
Cuando vas por una carretera rural y observas el paisaje, tan solo
se ven monocultivos. En Valencia ves quilómetros y quilómetros de cítricos, en
Cáceres grandes extensiones de tabaco, por Castilla Girasoles. En Bolivia, ves
laderas de montañas enteras cubiertas con cultivos de coca.
Y resulta que la naturaleza se caracteriza por la diversidad. La
diversidad se respira en cualquier tipo de ecosistema, en las miles de formas,
colores y funciones que desempeña la vida. En ese sentido, los monocultivos son
algo nada natural. ¿Cuál es su consecuencia?
Que en un medio natural y diverso, las plagas y enfermedades lo
tienen más difícil para proliferar, ya que muchas de ellas son específicas de
cada especie. Por tanto, en un ambiente diverso, las plantas son menos
propensas a sufrir plagas. Sin embargo, en los monocultivos estamos brindando
las mejores condiciones posibles para que las plagas y enfermedades proliferen.
Y, ¿Qué necesitaremos entonces para
controlarlas?
Pesticidas. Echamos químicos tóxicos a nuestros alimentos. Tóxicos
que en teoría –según las empresas que los producen –no afectan a nuestra salud,
pero que tampoco, según los mismos fabricantes, se puede asegurar de que no nos
afectan.
Bayer, la empresa químico-farmacéutica alemana, incluso ha creado
semillas que producen pesticidas por sí mismas.
Semillas. Monsanto es la compañía líder a nivel mundial de
ingeniería genética de semillas. Monsanto ofrece a los agricultores semillas
que serán más productivas, más resistentes y de crecimiento más rápido. Pero,
lo que no se tiene en cuenta en este trato, es que a partir del momento en que
compras las semillas que cultivas, te vuelves dependiente de la compañía. Y al
depender de las semillas, dependes también de los pesticidas. Ese es un pack
indivisible.
Y da la causalidad, de
que Bayer y Monsanto se han fusionado.
Pero la comida no se limita a la agricultura, ¿Qué ocurre con los
productos animales?
Cuando estaba en Ohio, vi enormes plantaciones de maíz y soja (transgénicos
y rociados con pesticida) extendiéndose por gran parte del estado. ¿Saben cuál
era la finalidad de dichas plantaciones?
Alimentar al ganado. Cientos, miles de hectáreas de terreno
cultivable, que podría estar alimentando a las personas, está destinado a la
alimentación de vacas, para luego poder comernos las vacas. Para mí, no tiene
mucho sentido.
En Estados Unidos, de todo su terreno cultivable, tan solo se
utiliza un 1% para el cultivo de verduras y frutas para las personas. Mientras
que para alimentación del ganado se utiliza más del 70% de esta superficie.
Si nuestra prioridad es alimentar a la humanidad, ese estilo no es
nada sostenible. El problema es que la prioridad no es alimentar a las
personas.
La alimentación humana se ha convertido en un negocio, manejado
por un puñado de empresas en un monopolio global. Y la prioridad de cualquier
empresa son los beneficios económicos. Ahí está la raíz del problema.
El problema del hambre en el mundo no es la escasez de agua o la
infertilidad de la tierra. La tierra es generosa y abundante. Eso lo he visto
con mis propios ojos y sentido con mis manos. Cuando se le permite, la
naturaleza florece y nos brinda sus frutos sin restricciones. Y es que tan solo con la comida que se tira a
la basura cada año se podría alimentar a todo el mundo.
Pero el problema no es solo el hambre. Y es que el sistema
agroalimentario actual, tiene dos caras. Por una parte siembra hambre y
desnutrición, por la otra obesidad y enfermedades relacionadas con una mala
alimentación.
Pero claro, eso no es importante para los que rigen el sistema,
siempre y cuando ellos sigan obteniendo beneficios.
Pero, ¿Es realmente un beneficio el dinero? Sobre todo cuando se
obtiene a costa de la explotación humana y de la destrucción de nuestro hogar.
Porque esa es la consecuencia de la industria agroalimentaria
actual, la destrucción del planeta.
Como ejemplo me gustaría poner el del aceite de palma, el aceite
vegetal más usado del mundo, por sus diversas funciones y su bajo coste.
Resulta, sin embargo, que la palma se cultiva exclusivamente en zonas boscosas
tropicales, como el sureste asiático, algunas áreas del centro de África y en
las regiones selváticas de Latinoamérica. En todas estas regiones se está
produciendo una destrucción deliberada de los bosques para destinar dichas
áreas al cultivo de palma.
Una de las situaciones más alarmantes tiene lugar en Indonesia,
donde en 2015 se registraron más de 117.000 incendios forestales, muchos de
ellos provocados exclusivamente para la plantación de palma.
El aceite de palma se utiliza en multitud de alimentos, como
chocolates, aperitivos, galletas y precocinados; en gran variedad de cosméticos
y también en productos de limpieza. Y cada vez que consumimos estos productos
estamos dando nuestra aprobación para que se sigan destruyendo los bosques de
nuestro planeta.
Sí, aquí entramos nosotros. Porque nuestras acciones son energía,
y de nosotros depende dar energía al modelo agroalimentario actual o no.
“Consumir es un acto político” Escuché una vez. Y sentí que eso
era cierto. Pero yo no creo en la política, así que prefiero decir que consumir
es un acto de conciencia.
Porque tenemos que ser conscientes de lo que consumimos, de lo que
estamos eligiendo para nutrirnos, ver qué hay detrás de cada alimento, ver a quién
estamos apoyando.
Pero, no seamos simples consumidores. Si la comida es algo sagrado
para nosotros, no nos conformemos con comprarla. Involucrémonos en su proceso,
aprendamos de la tierra, busquemos opciones locales, sostenibles, de proyectos
que merezcan la pena. No demos por sentado que alguien va a sembrar y cosechar
todos nuestros alimentos y traérnoslos hasta casa. La alimentación no es un
negocio, es un derecho y una necesidad. Toda persona tiene derecho a la
obtención de alimentos buenos y saludables, pero del mismo modo, también es
responsabilidad nuestra hacer que esto ocurra, empezando por nosotros mismos.
La comida no puede ser un negocio. La vida, la naturaleza y sus
recursos, no son un negocio, ni pueden ser manejados por una empresa.
Hemos llegado a considerar nuestro planeta como un simple medio
para la obtención de beneficios, y en el proceso hemos olvidado que este es
nuestro hogar, y el hogar de millones de otras criaturas vivientes. Este lugar,
esta tierra, con todos sus misterios y maravillas, merece mucho más de lo que
le estamos dando. Y por ahí es por donde hay que empezar, valorando,
agradeciendo, cuidando y amando lo que tenemos.
Nuestra prioridad máxima tiene que ser el bienestar de la
humanidad y de la vida en su totalidad. Porque si no tenemos un planeta sano,
los beneficios económicos importan tres pepinos, o mejor dicho, no importan
nada, porque los tres pepinos sí que son relevantes.
También, para el que le interese, aquí dejo unos cuantos vídeos relacionados con este tema y que pueden ser muy útiles para crear conciencia:
Tuve la oportunidad de ver este documental en un festival de cine la semana pasada y personalmente es el trabajo audiovisual que más me ha llegado a nivel personal. Trata del acaparamiento de tierras a nivel global, el modelo agroalimentario actual y explora la agricultura sostenible. En este enlace puedes ver el documental por 3 euros, algo que yo consideraría una buena inversión.
Este señor me hizo llorar de emoción y me llenó de inspiración. Lo escuché hablar después de la proyección del documental citado arriba y tuve la oportunidad de compartir un abrazo con él al final de su charla.
Este es un documental de National Geographic, producido y narrado por Leonardo DiCaprio y a mí por lo menos, desde que salió publicado, me apareció por todos sitios. En este enlace está en Español, pero si prefieres el idioma original es muy fácil encontrarlo.
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