viernes, 17 de febrero de 2017

Semáforos en verde

Hace unas semanas, volvía a casa en bici por una transitada avenida y tuve una racha larga de semáforos en verde. Justo antes de llegar a cada cruce, la señal que me invitaba a seguir adelante se encendía, hasta que de repente, apareció el muñequito rojo y tocó frenar y esperar un poco para continuar. En ese momento sentí que aquella era una buena metáfora de la vida. Aunque creo que tengo cierta tendencia a ver metáforas de la vida en todos lados, lo cual, por otra parte tiene sentido, ya que todo es parte de la vida.
La cuestión es que siento que las últimas semanas de mi vida han sido una consecución de semáforos en verde, señales que se encienden en el momento justo para dejarme seguir avanzando. Y no sé por qué esas luces verdes se están encendiendo para mí.
Las cosas van fluyendo con naturalidad. Colleen y yo estamos viviendo juntos, voy a la playa varias veces por semana, pedaleo mi bici todos los días, tengo tiempo para escribir, estoy haciendo excursiones con niños y personitas especiales, y la próxima semana voy a estrenarme como profesor de Inglés. En principio, voy a tener suficientes billetitos para cambiar por verduras y frutas, y también para pagar el alquiler. Además de todo eso, vivo al lado de una cancha de básquet y por primera vez en mi vida soy capaz de colgarme del aro con las dos manos. Me siento en paz, siento que tengo lo que necesito, que la vida es buena, me siento sano y joven. Duermo ocho horas al día y desayuno yogurt griego con fruta.
Me siento agradecido y afortunado, pero al mismo tiempo me pregunto por qué me está pasando esto a mí y también, aunque no quiera pensar en ello, tengo la sensación de que en algún momento, los semáforos se volverán a poner en rojo.
Ese miedo viene y va, y a veces no quiero que vuelva, pero con paciencia, estoy aprendiendo a no escapar del miedo. Estoy aprendiendo a abrazarlo, a aceptar que es parte de mí y no verlo como algo malo, porque hacer eso sería verme a mí mismo como tal. Y cuando acepto ese miedo, me dejo de preocupar por los semáforos en rojo, dejo de plantearme lo que haría cuando la vida me pida que me detenga.
Me gusta sentir que estoy arrodillado y con los brazos extendidos. Esa es mi posición favorita, porque creo que expresa total vulnerabilidad. ¡Cómo me gusta esa palabra!
VULNERABILIDAD. VULNERABILIDAD. VULNERABILIDAD.
Es liberadora, catártica, te despeja los pulmones y te aclara la mente. Ser vulnerable es no intentar ser fuerte, es rendirte, dejar de controlar, arrodillarte, sentir la humildad de la tierra en tus rodillas y extender los brazos, enseñando el pecho al descubierto, dejando los latidos al desnudo.
Y no sé, en este tiempo me he dado cuenta de pequeñas cosas que han cambiado mi vida. Me he dado cuenta de la importancia de disfrutar de cada momento, y por disfrutar me refiero a vivirlo, con todo tu ser. Esto es importante porque hay muchos momentos que me pierdo por no estar en el presente, por tener mi cabecita distraída deambulando por el mañana o el ayer.
Y al menos yo, no quiero perderme la vida, no quiero perderme este momento. Siento que cada segundo es un regalo. Por eso, me da mucha paz decir gracias cada día. Cada vez que abro los ojos por la mañana doy gracias por poder empezar un nuevo día. Cada comida agradezco por los alimentos que van a nutrir mi cuerpo. Agradezco a Colleen por su amor y su cariño, agradezco a la cajera del supermercado por su atención, al barrendero y al señor de la frutería. Agradezco a los árboles por su oxígeno, al sol por su calor o a las nubes por su sombra. Pero sobre todo, simplemente doy gracias, a nadie en particular y a todo en general, y esa frase creo que ya la dije en algún momento, pero da igual porque este es otro momento y las cosas se repiten y suceden, siendo distintas e iguales en cada una de sus facetas, por eso escribir carece de sentido, pero al mismo tiempo es algo muy importante para mí.
La cuestión es que doy gracias, a todo y a nada.
Y no sé, puede que yo tenga mucha suerte y por eso tengo tantas cosas por las que agradecer, o tal vez simplemente me conformo con poco, o quizás sea mi falta de ambición.
Pero me siento bien. Siento que estoy andando por el sendero vital que me corresponde y sigo sin saber lo que va a pasar. Eso es lo más mágico de todo. Me siento bien y me sigo sintiendo perdido. Sigo sintiendo la misma incertidumbre de siempre. Sigo sin saber el propósito de la vida, ni el por qué de mi existencia. Pero ya no busco respuestas, y en cuanto dejé de buscar, me di cuenta de que no necesito responder nada. De algún modo, lo único que he hecho ha sido aceptar el desconcierto, aceptar que no sé nada y en ese acto de humildad y sencillez, he hallado paz. Y sin buscarle propósito a la vida, veo magia en ésta, en cada paso que doy mientras la recorro en este cuerpo de piernas largas.
Amar. Dar. Compartir. Sentir. Reír. Comer. Cagar. Dormir. Crear. Jugar.
No sé qué decirte, no sé qué decirme. Pero al mismo tiempo tengo ganas de darte una sacudida y gritar que estamos vivos, te diría que hagas lo que sientes, que te escuches, que te detengas por un segundo, y te diría todo eso, porque eso es lo que me digo a mí mismo.
Y ahora que lo pienso bien, los semáforos verdes y los rojos son lo mismo. No hay ninguno que sea mejor que el otro. Como dice la frase: “En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con que se mira”.
E incluso, tal vez, la pregunta sería: ¿Y si miramos sin cristal?

All things go. You know who you are. Let it go. Kill your heroes and fly. Don’t worry cause everybody will die. We love you more than you know.


Tengo sueño. Me voy a dormir. Buenas noches!

jueves, 2 de febrero de 2017

Riesgo. Suerte. Vida. Muerte.

Hoy vi un hombre en la calle, sentado en un bordillo. Su pelo era canoso, su expresión calmada y un par de gafas en su nariz colgaban. Tenía un cartelito a sus pies. En él se podía leer:
“No tengo ingresos. Esto me da vergüenza, pero necesito una ayuda para empezar de nuevo”.
Leí eso y me paré. Por mi cabeza surcaron imágenes de todo lo que he vivido esta última semana y abrí el bolsillo izquierdo de mi chaqueta. Ahí había un billetito verde.
La cabeza, en cuanto se enteró de mis intenciones, protestó:
-Es demasiado. ¡Tú no eres rico! Dale una moneda si quieres ayudarle.
Pero, por algún motivo, sentí que tenía que hacerlo. Y deposité el papelito en la caja a los pies del hombre. Sus ojos se abrieron y sus cejas se levantaron.
Yo le dije que también estaba empezando de nuevo, y que eso no sería posible sin todo lo que he recibido.
Hablamos durante un buen rato y quiero guardarme los detalles para mí. Tan solo diré que él puso palabras a los pensamientos que se habían estado gestando en mi interior durante este tiempo:
“Nada es permanente”.
Ayer, monté en bici después de mucho tiempo y el sendero hacia mi destino me condujo hacia el oeste, dándome la oportunidad de bañarme en sol poniente. La luz lo inundaba todo y coloreaba las luces con calidez. ¡Qué hermosas estaban las nubes! El rosa fundiéndose con el gris, coqueteando con el blanco, las formas cayendo, esparciéndose o simplemente flotando.
Y en ese momento de tanta belleza, una voz interior me susurró:
“¡Qué gran momento para morir!”
Parece contradictorio, que en un instante de pura vida uno piense en la muerte. Pero así me sentía yo. Estaba preparado para dejar ir toda esa belleza. No había ansias de extenderla, ni preocupación por que se acabe, sabía que terminaría, sabía que el sol se pondría, que la oscuridad llegaría, y que eso, estaba bien.
Nada es permanente. Y cuando abrazo la naturaleza finita de la vida, cuando me entrego al momento, siento la eternidad en cada uno de sus pestañeos.
No puedo expresar la emoción que me invade cuando contemplo mi existencia, consciente de que en algún momento, acabará. Y aun sabiendo que habrá un final, siento en mis entrañas que hay algo que dura para siempre. Me gusta no entenderlo, ni intentar controlarlo, tan solo vivirlo.
Ya ha empezado. Hace un tiempo hablaba de que el siguiente capítulo de mi vida consistiría en dar un salto a lo desconocido. Y ahora veo que eso ya no es algo para contemplar en el futuro, un plan lejano o una idea rondando en la cabeza. Es real.
Me la he jugado, una vez más. Y es excitante. No puedo expresarlo de otra forma. Me emociona no saber lo que ocurrirá. Me emociona lanzarme al mundo, con la certeza de que no controlo el resultado y que no tengo nada que perder.
¡Qué liberador es eso último! Y sí, estoy corriendo un riesgo, pero, el riesgo es la semilla de la que nace una oportunidad. Y, ¿Qué hay de la suerte? ¿Qué papel juega en todo esto?
No lo sé. Tampoco sé si yo tengo buena o mala suerte. De hecho, creo que la suerte no es lo uno ni lo otro. Pero sí que soy consciente de lo afortunado que soy, y que eso no me lo he ganado, pero que tampoco se lo debo a nadie. Tan solo me siento agradecido. Siento tanta gratitud en este instante. Y agradecer, me impulsa a dar. Porque lo que se llena, se tiene que vaciar, tiene que haber equilibrio. El agua no puede retenerse, tiene que fluir, seguir su camino, siempre por el sendero más sencillo, saltando, quebrando, siempre en movimiento, hasta llegar al mar.
Voy a vivir muy cerquita del mar. Me rio. No sé lo que va a pasar.
El señor del cartelito me dijo que le gusta observar la vida, y que se da cuenta de que hay muchas cosas que están mal en este mundo. Y sí, tiene razón, hay muchas cosas que están mal, aunque, siempre se puede empezar de nuevo.
Al despedirnos, le agradecí su tiempo, le deseé un buen día, que siga sus sueños y que sea feliz.

Él sonrió, posó sus ojos sobre los míos y me dijo que ya lo era.