Hace unas semanas, volvía a casa en bici por una transitada
avenida y tuve una racha larga de semáforos en verde. Justo antes de llegar a
cada cruce, la señal que me invitaba a seguir adelante se encendía, hasta que
de repente, apareció el muñequito rojo y tocó frenar y esperar un poco para
continuar. En ese momento sentí que aquella era una buena metáfora de la vida.
Aunque creo que tengo cierta tendencia a ver metáforas de la vida en todos lados,
lo cual, por otra parte tiene sentido, ya que todo es parte de la vida.
La cuestión es que siento que las últimas semanas de mi vida
han sido una consecución de semáforos en verde, señales que se encienden en el
momento justo para dejarme seguir avanzando. Y no sé por qué esas luces verdes
se están encendiendo para mí.
Las cosas van fluyendo con naturalidad. Colleen y yo estamos
viviendo juntos, voy a la playa varias veces por semana, pedaleo mi bici todos
los días, tengo tiempo para escribir, estoy haciendo excursiones con niños y
personitas especiales, y la próxima semana voy a estrenarme como profesor de
Inglés. En principio, voy a tener suficientes billetitos para cambiar por
verduras y frutas, y también para pagar el alquiler. Además de todo eso, vivo
al lado de una cancha de básquet y por primera vez en mi vida soy capaz de colgarme
del aro con las dos manos. Me siento en paz, siento que tengo lo que necesito,
que la vida es buena, me siento sano y joven. Duermo ocho horas al día y
desayuno yogurt griego con fruta.
Me siento agradecido y afortunado, pero al mismo tiempo me
pregunto por qué me está pasando esto a mí y también, aunque no quiera pensar
en ello, tengo la sensación de que en algún momento, los semáforos se volverán
a poner en rojo.
Ese miedo viene y va, y a veces no quiero que vuelva, pero
con paciencia, estoy aprendiendo a no escapar del miedo. Estoy aprendiendo a
abrazarlo, a aceptar que es parte de mí y no verlo como algo malo, porque hacer
eso sería verme a mí mismo como tal. Y cuando acepto ese miedo, me dejo de
preocupar por los semáforos en rojo, dejo de plantearme lo que haría cuando la
vida me pida que me detenga.
Me gusta sentir que estoy arrodillado y con los brazos
extendidos. Esa es mi posición favorita, porque creo que expresa total
vulnerabilidad. ¡Cómo me gusta esa palabra!
VULNERABILIDAD. VULNERABILIDAD. VULNERABILIDAD.
Es liberadora, catártica, te despeja los pulmones y te
aclara la mente. Ser vulnerable es no intentar ser fuerte, es rendirte, dejar
de controlar, arrodillarte, sentir la humildad de la tierra en tus rodillas y
extender los brazos, enseñando el pecho al descubierto, dejando los latidos al
desnudo.
Y no sé, en este tiempo me he dado cuenta de pequeñas cosas
que han cambiado mi vida. Me he dado cuenta de la importancia de disfrutar de
cada momento, y por disfrutar me refiero a vivirlo, con todo tu ser. Esto es
importante porque hay muchos momentos que me pierdo por no estar en el
presente, por tener mi cabecita distraída deambulando por el mañana o el ayer.
Y al menos yo, no quiero perderme la vida, no quiero
perderme este momento. Siento que cada segundo es un regalo. Por eso, me da
mucha paz decir gracias cada día. Cada vez que abro los ojos por la mañana doy
gracias por poder empezar un nuevo día. Cada comida agradezco por los alimentos
que van a nutrir mi cuerpo. Agradezco a Colleen por su amor y su cariño,
agradezco a la cajera del supermercado por su atención, al barrendero y al
señor de la frutería. Agradezco a los árboles por su oxígeno, al sol por su
calor o a las nubes por su sombra. Pero sobre todo, simplemente doy gracias, a
nadie en particular y a todo en general, y esa frase creo que ya la dije en
algún momento, pero da igual porque este es otro momento y las cosas se repiten
y suceden, siendo distintas e iguales en cada una de sus facetas, por eso
escribir carece de sentido, pero al mismo tiempo es algo muy importante para
mí.
La cuestión es que doy gracias, a todo y a nada.
Y no sé, puede que yo tenga mucha suerte y por eso tengo
tantas cosas por las que agradecer, o tal vez simplemente me conformo con poco,
o quizás sea mi falta de ambición.
Pero me siento bien. Siento que estoy andando por el sendero
vital que me corresponde y sigo sin saber lo que va a pasar. Eso es lo más
mágico de todo. Me siento bien y me sigo sintiendo perdido. Sigo sintiendo la
misma incertidumbre de siempre. Sigo sin saber el propósito de la vida, ni el
por qué de mi existencia. Pero ya no busco respuestas, y en cuanto dejé de
buscar, me di cuenta de que no necesito responder nada. De algún modo, lo único
que he hecho ha sido aceptar el desconcierto, aceptar que no sé nada y en ese
acto de humildad y sencillez, he hallado paz. Y sin buscarle propósito a la
vida, veo magia en ésta, en cada paso que doy mientras la recorro en este
cuerpo de piernas largas.
Amar. Dar. Compartir. Sentir. Reír. Comer. Cagar. Dormir.
Crear. Jugar.
No sé qué decirte, no sé qué decirme. Pero al mismo tiempo
tengo ganas de darte una sacudida y gritar que estamos vivos, te diría que
hagas lo que sientes, que te escuches, que te detengas por un segundo, y te
diría todo eso, porque eso es lo que me digo a mí mismo.
Y ahora que lo pienso bien, los semáforos verdes y los rojos
son lo mismo. No hay ninguno que sea mejor que el otro. Como dice la frase: “En
este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo depende del cristal con
que se mira”.
E incluso, tal vez, la pregunta sería: ¿Y si miramos sin
cristal?
All things
go. You know who you are. Let it go. Kill your heroes and fly. Don’t worry
cause everybody will die. We love you more than you know.
Tengo sueño. Me voy a dormir. Buenas noches!
No hay comentarios:
Publicar un comentario