lunes, 27 de marzo de 2017

El Equilibrio Natural

El otro día fui testigo de una pelea de gaviotas. Había al menos una decena de ellas surcando los edificios, dando giros bruscos, todas ellas persiguiendo a una de las aves, que sostenía algo en su pico. Las alas batían con fuerza, los cuerpos se movían frenéticos, en un espectáculo majestuoso y violento al mismo tiempo.
Hasta que por fin, después de un buen rato de persecución, una de las gaviotas logró arrebatarle lo que tenían en el pico a la otra, pero sin poder controlarlo, el objeto cayó al suelo, justo en medio del paso de cebra, justo cuando el semáforo peatonal estaba en verde.
Y yo, que hasta entonces ejercía de espectador de aquella escena, me convertí en protagonista. El objeto caído resultó ser un par de alas de golondrina, unidas mediante carcomidas articulaciones, carentes ya de carne. No había resto de la cabeza, ni del cuerpo, tan solo las alas.
Primero me acerqué para observarlas, y luego, sentí con claridad lo que había que hacer.
Recogí las alas y volví a la acera. Levanté la vista al cielo y ya no había ni rastro de las gaviotas. Al final, tanta pelea para nada.
Recorrí media calle y me metí en una placita, para luego internarme entre una espesa mata de arbustos. Ahí en medio deposité las alas y le dije a la golondrina que descanse en paz.
No puedo expresar lo significativo que fue ese momento para mí.
La vida es este instante. No te confundas, me hablo a mí, pero la voz tiene eco, y llega a lugares inesperados, y cada cual escucha lo que puede y lo que necesita.
La vida es este instante, no es mañana ni ayer, la vida no es sueño, ni objetivo, ni logro. Y tal vez pienses que da igual, tal vez no quieras vivir este instante, quizás te sepa a poco. Pero la realidad es que todo ocurre ahora. Ahora es cuando el corazón late, cuando las nubes se mueven, despacito por el cielo, cuando los vecinos andan y sus pasos retumban. Es ahora.
Y en este ahora está mi vida entera, la vida entera. Lo estoy experimentando todo. Hay veces que no hay otra explicación.
Existe ese sentimiento indescriptible, que no es alegría ni tristeza, nostalgia o añoranza, ese sentimiento que engloba, que abraza mejor dicho.
Abrazar, que gesto tan noble, tan simple. Qué simbólico abrir los brazos, agarrar la totalidad y cerrarlos, dejando que el todo suspire hasta convertirse en nada, en su continuo ciclo natural.
Y es que hay un equilibrio en esta vida, hay un equilibrio natural y profundo, algo que mueve la esencia. Hay una conexión creativa, un algo que cosquillea, una vibración que lo sacude todo, como si de mil tambores se trataran.
Da igual lo que hagas, lo que pienses… Da igual que mates, o que siembres, que luches, que te sientes, que leas, que gruñas o que te revientes. Hay un equilibrio natural y no hay nada mejor que nada. No hay nada inherentemente malo, ni bueno, Y en estas mismas palabras me contradigo, pues no hay verdades absolutas.
Pero hay un equilibrio natural, y en ese equilibrio hay vida y hay muerte. Ese equilibrio no se provoca ni se logra, a ese equilibrio se vuelve y con él se fluye, sin resistencia.
Y aunque no se quiera, todo vuelve a ese equilibrio, de una manera u otra. Como esas alas de golondrina.
Todo empieza en este instante, en este mismo momento. Aquí y ahora.

Abraza. Si pudiera darte un consejo, sería ese. Abraza tanto como puedas. Abraza a las personas, a la arena, a los árboles, abraza las gotas de lluvia y abraza el viento cuando sopla fresco. Abraza los miedos e inseguridades, abraza esa sensación de sentirte pequeñito, abraza las lágrimas cuando derramas tristeza. Abraza las arrugas de la vejez y la energía desmedida de la juventud, abraza la calma del riachuelo y el estruendo de la cascada. Abraza los días y las noches, abrázate antes de dormir y al despertar.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Moonlight

Las gaviotas planean sobre el puerto, el agua se mece tranquila, pero constante, dejando reflejos en una lona blanca que hace de techo. Hay gente que patina, humanos que siguen ritmos con sus piernas, personas en bici, turistas andando, gatos callejeros, dando pasitos callados. Las nubes se mueven y las banderas ondean.
La arena está húmeda todavía, y el mar ruge despacito, como un ronquido, como si se estuviera levantando. El sol juega al escondite con las nubes y las palmeras le bailan al viento.
Yo me descalzo y mis pies agradecen la textura fría y esponjosa, los miles de granitos metiéndose entre los dedos. Hay un grupo de adolescentes en la playa, intentando hacer acrobacias, pero sobre todo, moviendo el cuerpo, de vez en cuando tirándose en la arena y hablando, una conversación que no escucho, ni entiendo. Pero, de algún modo, me veo en esos muchachos, y sinceramente, me alegra que casi no miran sus teléfonos móviles.
Hay tanta vida en una mañana, en un desayuno, en cada instante. La diversidad ronda en las esquinas, lo diferente reina sobre lo corriente, pero aun así nos asusta lo que desconocemos, y de esa desconfianza nacen nuestros conflictos que separan y que dividen la vida en razas, países, géneros y religiones.
Y tal vez sea simplista reducir los problemas de la vida a un párrafo, pero hoy he visto una película sencilla y a la vez profunda. Una película que me hizo pensar en el racismo, la segregación, la masculinidad, la homosexualidad y el sistema educativo, pero lo más importante, más que hacerme pensar, me hizo sentir, sentir algo que no puedo explicar ni pretendo entender. Y al salir de ver la película, levanté la vista al cielo y me topé con la luz de la luna, y no pude evitar sonreír y también llorar.
Me siento muy agradecido por poder expresar mi sensibilidad. Además, realmente siento que los momento más intensos de mi vida han sido aquellos en los que me expresé sin pudor alguno, esos instantes en los que, como me gusta decir, me hinqué ante la vida con los brazos extendidos, sin nada que esconder ni aparentar.
Pero siento que todavía no he sido vulnerable del todo en mis clases.
Llevo ya dos semanas como profesor, “trabajando” como se suele decir. Sin embargo, no me gusta decir a la gente que ahora trabajo. No sé, tengo la sensación de que cuando utilizo esa palabra, los demás la interpretan como que por fin me he rendido ante el sistema y que ahora soy una persona común y corriente, con sus ingresos y sus gastos que cubrir.
No me gusta esa interpretación, ni tampoco me gusta creer que doy clases por dinero, o que ser profesor es un esfuerzo o alguna clase de sacrificio.
La verdad, sin embargo, es que estoy exhausto y que tengo mucho menos “tiempo libre” que antes. Gran parte de mis pensamientos y energías van ahora dedicados a mis alumnos, niños, adolescentes y adultos. Invierto muchas horas preparando las clases, en parte por mi nula experiencia en este campo, y en parte para hacer el intento de enseñar de manera más dinámica que la corriente.
Es raro esto de enseñar. Yo, enseñando. Me rio al pensar en ello. ¿Quién me lo iba a decir?
Me viene a la cabeza una canción de Calle 13 en la que dice: “Lucho por la educación y nunca fui buen estudiante”.
Hace poco me sentía mal por no tener títulos y ahora, todavía sin ellos, soy profesor. ¿De qué?
De Inglés. Pero ahora me doy cuenta, una vez más, de que la asignatura realmente no importa, la educación siempre trata acerca de la vida y cómo vivirla con coherencia. Y en eso, da igual que seas catedrático universitario, profesor infantil o como en mi caso, enseñes Inglés en una academia. La educación es una gran responsabilidad, como lo es el comer, hacer la compra, o las palabras que usas para comunicarte. En realidad, el acto de vivir en sí mismo es una gran responsabilidad, porque nada está aislado de nada, por tanto, todo lo que hacemos tiene una gran importancia e influencia en todo.
En estas dos semanas, no sé si he enseñado algo, pero desde luego, he aprendido mucho. He aprendido de las peleas del grupo de niños, del desinterés de los adolescentes, de cada comentario, de los errores gramaticales en el “past simple”.
Esta vida es un regalo, un don, una bendición, como quieras llamarlo. Y la vida no te pide nada a cambio, vivir no es una deuda, no hay nada que devolver, ni exigencias que cumplir. La Vida, con mayúsculas, la vida que es todo y nada, el origen y el desemboque, esa Vida es amor puro, que se entrega de todo corazón, para dar forma a cada una de las criaturas de este mundo y este universo. Al menos así lo siento yo, siento esa esencia en mí y al ser consciente de ella, la siento en todos, en todas partes. Y siento que mi única responsabilidad es vivir, vivir de verdad, entregándome con todo mi ser en esta existencia. Esa es mi responsabilidad.
En este momento doy clases de Inglés, vivo a diez minutos de la playa y como guisos de frejol o lenteja varias veces por semana. Mi responsabilidad es disfrutar esos guisos, saborear el aroma salado del mar, sentir los latidos que mantienen con vida este cuerpo y tomar conciencia del corazón que hace vibrar el mundo entero.
Vivir ahora, consciente de que tengo todo el tiempo del mundo, o mejor dicho, consciente de que el tiempo no existe.
Recordar el porqué de las cosas, recordar por qué voy en bici a una estación de tren y me subo a un vagón tres veces por semana, recordar que lo importante de ese viaje no es el Inglés, sino la vida, la vida de todas las personitas con las que ahora comparto mis tardes. Darles mi 100% es el porqué de ese viaje.
Vivir con pasión y paciencia, dedicación y entusiasmo, con calma y sin miedo, con amor, comprendiendo, soltando, abrazando, acariciando el pasto, levantando la vista de cuando en cuando, observar el cielo, ese cielo que cualquiera puede ver, sin importar quien sea o dónde se encuentre, ese cielo que nos envuelve a todos , sin hacer diferencias.


lunes, 6 de marzo de 2017

Carta a un primo hermano

Ayer entré a tu página de fotografía de Facebook y me descargué unas cuantas fotos de paisajes que tienes ahí, esas fotos asombrosas como decía Tiana.
El propósito de las fotos era enseñarlas a uno de mis grupos de alumnos. Y es que resulta que ahora soy profesor de inglés. Al final, el idioma que desde pequeñito mi papá me forzó a aprender, el idioma al que de a poquito le fui pillando el gusto, el idioma que me facilitó viajar a Gringolandia y conocer a toda la familia de Colleen, al final ese idioma lo estoy utilizando para compartirlo con otras personitas.
En la clase de ayer les mostré esas fotos para que vean un poco acerca de Bolivia, y qué mejor retrato visual que la belleza que capturas con tu cámara y tu tripodio. Creo que la clase fue un éxito, todos se quedaban boquiabiertos al ver el despeñadero de Arubai, las noches estrelladas, los atardeceres de la Chiquitanía y la niebla de camino a Cochabamba. Y con inevitable orgullo, les decía que esas fotos eran de mi primo, y les mostraba tu nombre en la esquina inferior. Uno de los chicos me dijo: “Tell your cousin he is the puto amo”.
Llevo una semana como profesor y siento un profundo afecto hacia la academia en la que estoy. Siento que conmigo han dado un verdadero salto de fe. No les mostré ningún currículum, les dije que no tenía experiencia previa y no me realizaron ninguna prueba de nivel o hacerme realizar una clase de práctica para ver mi dinámica. Simplemente me explicaron lo que buscaban en el equipo y si yo estaba interesado. Una vez les dije que sí, rellenamos ese papelito que se llama contrato de trabajo y ahora tengo clase todos los días.
Y no sé, cuando alguien confía en ti de esa manera, lo único que puedes hacer es poner todo de ti para que las cosas salgan lo mejor posible. Y eso he hecho. Es algo bonito e indescriptible prepararme mis clases, preguntarme cómo puedo enseñar a esas personitas, cómo puedo enseñarles algo más que inglés. Porque aun siendo una clase de inglés, creo que no importa la asignatura, la educación tiene que tratar acerca de la vida y de cómo vivirla con coherencia. Y es una oportunidad tremenda y una responsabilidad muy grande estar en la posición de enseñar algo.
Y me encanta, me encanta ir en bici a la estación de tren y montarme en un vagón, observando paisajes campestres durante 15 minutos hasta llegar a la academia. Me encanta entrar en un aula, recordar mi etapa de estudiante, recordar las cosas buenas y las malas, y saber que yo también voy a cometer errores, pero estoy atento para poder evolucionar.
Además, lo más increíble de todo es que Colleen también está dando clases en la misma academia, nos metieron a los dos. De hecho, era a Colleen a quien querían entrevistar y al terminar, ella mencionó que tenía un novio que también hablaba inglés, que si necesitaban otro profesor, y ahí, un poco de rebote, por suerte, por fortuna o simple causalidad, acabé yo también ahí. ¿No es mágico?
Y ahora, esta mañana, estaba hablando con Colleen acerca de las posibilidades de la vida, y que con estas clases, aparte de poder comprar fruta y verdura, vamos a poder ahorrar. Ahorrar billetes de colores cuyo propósito para mí está más que claro: Ir a Bolivia y compartirlo con ustedes, compartirlo con todos, con la vida misma.
Y eso me hace llorar y me hace sentir el pecho caliente, porque siento que hay equilibrio en mí, no siempre, pero lo hay. Me da paz sentir que no tengo ambición en el corazón y me da claridad la firmeza con la que siento que quiero vivir con sencillez. Tomar lo que necesito de la vida y disfrutarla, en toda su complejidad. Aceptar y dejar fluir. Agua que no has de beber, déjala correr. No soy el primero en decirlo ni soy especial en absoluto, incluso los Rolling Stones ya lo cantaban: “You can’t always get what you want, but if you try sometimes, you might find, you get what you need”.
Si buscas lo más vital nomás, mamá naturaleza te lo da. Creo en esas palabras, porque son más que palabras.
Y sueño, primo, sueño. Sueño con Diciembre de este año, con cascadas que rugen y ríos con playa, sueño con fuegos que alimentan ollas de espaguetis, sueño con hermanos, primos, abuelas y bisabuelas. Sueño con el calor tropical, tejados rojos y baldosas de patio, sillas blancas y niños corriendo.
Me siento tan lleno de gratitud, tanta que a veces siento que voy a estallar, hay tanta energía en este cuerpo, en este mundo, tantas posibilidades…


P.D.: Aparte de las clases de inglés, también estoy haciendo excursiones con niños, y eso es simplemente una gozada. Es puro gozo llevar a los niños de excursión, compartir con ellos, escucharles, observarles, jugar, correr, saltar y vivir, y luego ver cómo se suben en su autobús y desearles suerte, saber que probablemente no los volverás a ver, pero que han dejado huella en el corazón.