Hoy desperté sobresaltado. Tuve un sueño con mi ex…
En primer lugar, no me gusta esa palabra: “ex”. No me gusta
porque en mi vida solo hay dos personas a las que podría otorgarle ese título,
pero tan solo utilizo ese término para referirme a una de ellas.
“Ex” me suena a lejano, impersonal, dos letras que reflejan
algo que se perdió y que ya no está. No me gusta esa palabra, pero menos me
gusta utilizarla y que me salga de manera natural cuando hablo de la persona
con la que tuve el sueño anoche.
No hablo con esa persona desde hace tres años y medio, pero
casi siempre que la menciono es para recalcar lo diferentes que éramos y de
cómo esa relación no iba a ninguna parte desde el principio. Además, cuando
surge una conversación acerca de ella, no voy a mentir, lo hace en un tono
sarcástico y burlón, centrado únicamente en mi versión de la historia.
Pero hoy, después de ese sueño, he sentido la necesidad de
comunicarme con ella.
Así que, por si algún enrevesado capricho de la vida hace
que acabes leyendo esto, estas palabras son para ti:
En primer lugar, lo siento. Lo siento de verdad. Es algo que
nunca te dije cuando separamos nuestros caminos. Estoy seguro de que tomé la
decisión correcta, no solo para mí, sino para los dos, por la sencilla razón de
que yo ya no podía dar todo mi ser en la relación que teníamos; y en la vida he
aprendido que algo solo puede florecer cuando te entregas con todo lo que
tienes.
No te pido disculpas porque nuestra relación terminase, lo
hago por lo que vino después. Siento que en los años que vinieron luego no he
sabido valorar lo que tuvimos, ni honrarte en mi memoria.
La verdad es que conocerte me llenó el corazón de esperanza.
Apareciste en un momento en el que me sentía muy solo, y en el que no estaba
listo para afrontar esa soledad. Entraste en mi vida como un soplo de aire
fresco, y todo me parecía fascinante en ti; tu nacionalidad, tu cultura, tu
familia, tu manera de entender la cocina, la carrera que estudiabas. Fue un
placer conocerte e irte descubriendo.
Recuerdo que al principio nunca discutíamos, y eso me
extrañaba, tanto así, que un día le dije a un amigo que estaba deseando que
tuviéramos nuestra primera pelea, tan solo para asegurarme de que lo que
teníamos era real.
Y ese día llego. Y no fue una discusión, sino varias, por
diversos temas. Creo que es justo decir que los dos nos atrincherábamos en
nuestras fortalezas, y desde ahí pretendíamos convencer al otro de nuestra
opinión. Esas discusiones nos desgastaban, como gotitas de agua que se derraman
sobre una roca, hasta partirla.
Uno de los temas principales de discusión fueron los celos.
Los dos los padecimos, pero solo puedo hacerme responsable de mis acciones, así
que por eso, también lo siento. Siento haberte juzgado y haberme obsesionado
con las personas que vinieron antes que yo. Siento haber sido tan egoísta y
haber tenido tan poca confianza en mí mismo como para exigirte haber sido el
único en tu vida y en tu corazón. Siento haber volcado mis propias
inseguridades en ti y no haberte tratado con todo el cariño que merecías.
Yo tenía mucho por aprender en aquel entonces, y ahora
incluso más. Pero comprendí valiosas lecciones contigo. Siempre voy a recordar
esa tarde en la que yo te estaba dando una de mis charlas acerca de cómo
cambiar el mundo, presumiendo de mis códigos morales y de que mi mayor
prioridad en la vida era ayudar a los demás; y de repente, en medio de mi
cháchara, tú te metiste a la avenida y te acercaste a un coche que estaba
parado. Su conductor estaba fuera, intentando empujarlo, y tú, con total
naturalidad, te ofreciste a ayudarlo. Después de sonreír con ironía, yo también
me uní a la faena y el tipo pudo meterse de nuevo al auto y ponerlo en marcha.
Sin embargo, el momento por el que más te agradezco, llegó
después. Era una mañana de principios de verano. El curso universitario había
terminado y yo acababa de suspender 7 asignaturas. Estaba echado en tu sofá,
cabizbajo y pensativo, y cuando me preguntaste qué pasaba, intenté resistirme y
decirte que todo estaba bien. Pero claro, tú insististe, y al final, después de
un gran suspiro, te dije que sentía que yo no valía la pena. Me empezaron a
brotar riachuelos de los ojos y saqué todo lo que llevaba dentro; te hablé de
mi miedo a ser considerado tan solo un número, y que si hablábamos de números,
yo era un fracaso. Te hablé del sentimiento de mediocridad que me envolvía, te
dije que nunca en mi vida había destacado, que siempre me había quedado a
medias. Te conté mis miedos a ser juzgado y a ser considerado como alguien
insignificante, pero sobre todo, te hablé de ese profundo temor a que el mundo
no pudiera ver que yo era más que una persona que suspendía 7 asignaturas en un
semestre. Y tú me dijiste que ya era mucho más que eso. Me miraste a los ojos,
sujetaste mis manos y me dijiste que era un chico con un corazón bueno, que
quería hacer el bien y que era sensible al sufrimiento de las personas. Me
dijiste que daba lo mejor de mí a la gente que conocía, y que mi alegría y
energía contagiaban a los demás.
Aquel día, quizás sembraste la primera semillita que me hizo
dar cuenta de que las notas de la universidad no eran lo más importante en la
vida.
Aunque no quisiera, eres parte de mí. Pero, ¿Sabes qué?
Quiero, y te lo agradezco.
No sé qué estarás haciendo en tu vida, qué caminos estarás recorriendo
o con qué personitas estarás compartiendo tus días. No sé si te volveré a ver,
o si algún día volveremos a hablar, pero necesitaba decirte esto.
Además, creo que al principio no fui del todo sincero cuando
dije que estas palabras eran para ti, porque en definitiva, también son para
mí.
Creo que después de este relato, no necesitaré volver a
referirme a ti como “ex”. Tu nombre basta, y suena mucho más bonito.
Ojalá que tu corazón siga retumbando con fuerza y que en él
no lleves cargas, sino entusiasmo y ligereza.