Son las 7 de la mañana en Sao Paulo, mi última parada antes
de llegar a Bolivia (si es que llego).
Capítulo 1: Valencia
Cada día había cosas que hacía por última vez. La última
comida en nuestro apartamento, la última vez que bajaba los cinco pisos, la
última vez que recorría el río o que pedaleaba en bici.
En Valencia, hace seis meses, me convertí en profesor y ha
sido una experiencia trepidante, llena de emociones, desafíos, inseguridades,
alegrías, cansancio, energía, gritos, consejos y planificación de actividades.
Me siento en paz conmigo mismo después de haber terminado el curso. Este año
pude comprobar algo que ya sabía, y es que cuando algo te apasiona, le echas
ganas y te despojas de excusas.
Había días que estaba durmiendo la siesta y cuando sonaba el
despertador, lo que menos me apetecía era realizar una travesía para estar con
unos chiquillos que no quieren estar en un aula a las 5 de la tarde. En la
universidad, cuando la desmotivación acechaba, yo me entregaba a ella, y ni
siquiera había conflicto o duda cuando sonaba el despertador; lo apagaría y
seguiría durmiendo.
¿Cuál es el cambio? A veces, por sonar como un héroe, les
decía a los demás que en esta ocasión no se trataba solo de mí, que esta vez
había personitas que contaban conmigo. Pero eso es una mentira cochina. Estoy
seguro que la mayoría de mis alumnos hubieran celebrado a lo grande si yo
faltaba a clase. No lo hacía por los demás, lo hacía por mí. Apagaba el
despertador, me cambiaba y si todavía me notaba aturdido, me comía un
cuadradito de chocolate negro, pero iba. Era como una especie de compromiso
conmigo mismo, y siempre, en cada trayecto a clase, me preguntaba: ¿Dónde te
gustaría estar en este momento?
La respuesta era siempre la misma: Aquí. Si pudiera elegir
hacer cualquier cosa y estar en cualquier sitio, sería aquí y haría esto mismo,
ir a dar clases.
Siento que en la clase me transformo. Me siento con
confianza, mis hombros se echan para atrás, camino con soltura y mis manos
parece que bailen al son de mis palabras. No sé con exactitud por qué me gusta
ser profesor, pero lo disfruto de verdad. De eso sí que estoy seguro, porque no
solo disfruto los grandes momentos, esos en los que sientes que estás
compartiendo conocimientos, en los que los chicos son creativos y colaboran
entre ellos y una energía de entusiasmo llena el ambiente; sino que también he
aprendido a disfrutar de las expectativas frustradas, del desinterés, las provocaciones, los intentos de chantaje, las
ganas de hacer pipí y hasta mis propios errores. Estos últimos son abundantes y
aun así, difíciles de digerir. Dar clases me está ayudando a exponer en una
bandeja mis fallos e imperfecciones, y así, dejándolos a la vista, empezar a
darme cuenta de que tal vez no haga falta llamarlos fallos e imperfecciones.
Sino tal vez, aspectos de mí mismo a los que suelo tener rechazo, pero parte de
mí al fin y al cabo.
Capítulo 2: Casablanca
Vuelo de dos horas y escala de 24 antes de partir hacia Sao
Paulo. Y todo ese tiempo da para muchas reflexiones. Al dejar Valencia y
emprender este viaje, brotaba una vez más la pregunta de qué vendría después.
Cuando el avión despegó,
mi cabeza recorrió en imágenes los meses pasados y me sentí tranquilo,
tanto por las clases, como por el tiempo compartido con las personas de la
ciudad del Turia. Me sentía pleno, cargado de abrazos y deseos de buena suerte.
Sin embargo, al mirar hacia adelante, ya no había tanta tranquilidad, sino más
bien incertidumbre.
Lo bueno de los aeropuertos es que mi cabeza se centra en lo
que se tiene que centrar y nada más. Palpo mis bolsillos con frecuencia para
asegurarme que todo está en su sitio, controlo el tiempo que queda para
embarcar y me aseguro de que mi botella esté cargada de agua.
Por eso, no fue hasta llegar a mi hotel cuando las
divagaciones acerca del futuro volvieron a asaltarme. Y sí, reservé un hotel en
las afueras de Casablanca, uno con piscina, jardines con rosas, cama grande,
aire acondicionado y un cachorrito que no paraba de morder los tobillos. Me
costó 56 euros y me sentía muy avergonzado de haber tomado una decisión así. Me
sentía culpable y sentía que aquella decisión no encajaba con mi perfil humilde
y ahorrativo. Pero bueno, la verdad es que quería descansar bien, tener mi
propia habitación y nadar en la piscina.
Como decía antes, en el hotel me volvieron las divagaciones.
Estaba en mi hotel con piscina y jardines y no podía disfrutarlos del todo
porque mi cabeza estaba anclada en el futuro, ya no solo en lo que haría, sino
en el sentido de lo que haría. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene
estar aquí?
Entonces vi unos pajarillos agruparse en una esquina de la
piscina y tomar sorbitos al tiempo que cantaban con alegría mañanera. Y en ese
momento volví, volví a ese instante y a la vida y me di cuenta, maravillado, de
dónde estaba. En Marruecos, donde hace dos años trepé una montaña y casi muero
congelado, donde vi estrellas fugaces surcar dunas y donde me enamoré de
Colleen.
Sin motivo alguno, recordé un atardecer en la playa, hace
poco, jugando a las palas con Berni y los otros lorzombawers. Yo corría y me
tiraba por la arena, me estiraba y me lanzaba con total determinación incluso a
las pelotas que sabía que no podía llegar.

Capítulo 3: Sao Paulo
Estoy al lado de la puerta 246, acabo de llenar
por tercera vez mi botella y estoy listo para el abordaje. Llegué ayer a este
sitio estando carcomido por dentro y derruido por fuera. Así, me tiré al suelo
abrazado a mis mochilas y me quedé dormido. Me levanté una hora después y volví
a dormir una hora más, repitiéndose ese mismo proceso hasta tres veces. Aquí la
piel va del rosa pálido al negro, pasando por un gran número de tonalidades
marrones, el mestizaje característico de Latinoamérica, o mejor dicho, de la
humanidad. Solo he pisado baldosas de aeropuerto en Brasil, pero ya siento gran
cariño y conexión a esta cultura y este idioma cantarín.
Este viaje me ha machacado, pero también ha revitalizado una
llama de hermandad en mis adentros. Ver tanta gente, tan distinta, tantos
ropajes y expresiones, y al mismo tiempo, todas personas, todos con cabezas
complicadas que juegan malas pasadas, pero todos con el potencial de ser ellos
mismos y lanzarse con todo su ser a por esa pelota imposible en la playa.
En esta gran familia humana, ya no busco perfección. Esta
familia nuestra tan solo necesita una sólida base de cariño y confianza mutua,
y a partir de ahí ir aprendiendo, de a poquito, como los cachorritos torpes y
vulnerables que somos.
P.D.: Ya llegué a Bolivia.
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