miércoles, 26 de julio de 2017

Esta Tierra Importa

Voy a hablar de un pedazo de tierra al que se llama Bolivia.
Aquí hay árboles de barrigas gorditas, tierras planas y montañas que rascan los cielos. Aquí hay ciudades de hormigas, vientos del sur, ríos grandes y desiertos de sal.
En estas tierras crece pasto húmedo, de ese que todas las mañanas se moja, aunque no llueva. Hay caminos de tierra y atardeceres que los tiñen de rosado. También se respira verde en los bosques, un verde que parece meticulosamente compinchado con el azul del cielo, creando contraste y a la vez equilibrio, entre lo que está arriba y lo que descansa abajo.
Aquí hay yuca en el oriente y papas para elegir en occidente. Hay choclo y locoto, cacao en los yungas y monos que rugen desde la profundidad de la selva. Hay pájaros de mil colores, mosquitos de diversos tamaños, hornos de barro y hamacas que se mecen despacio, entre postes. Hay altiplano, tan extenso como alcanza la vista, cubierto de siluetas de llamas y casitas dispersas. Hay frío, calor, humedad que se pega y frío que te agrieta. Y cómo olvidar la noche, que se viste negro y en cuyo manto se regocijan las estrellas, esparcidas como mil luciérnagas a través de la oscuridad.
Aquí, también hay que decirlo, hay basuras de plástico que adornan las calles y autos viejos exhalando humo negro. Hay naturaleza que se arrasa y destruye para ser transformada en billetes verdes, o números escritos en una pantalla. Aquí se alzan edificios de cristales relucientes al lado de viviendas derruidas. Hay anuncios que venden belleza en tratamientos de depilación, y que enseñan felicidad en botellas de coca cola.
En esta tierra hay avenidas atascadas, bocinazos, latas de cerveza, perros huesudos, canales que se utilizan de vertedero y centros comerciales gigantescos. Hay hoteles de lujo, niños que venden chicles, deslizándose descalzos. Hay vacas con joroba, campos de soya transgénica y tomates de goma.
Entonces, ¿Es Bolivia fea o hermosa?
Quizás la respuesta no pueda darse de manera tan dicotómica. Pero de lo que estoy seguro es de que este lugar vale la pena.
Sin embargo, aquí percibo cierta energía de pesimismo, o mejor dicho, de desinterés. Y esa energía no solo la siento aquí, sino en la humanidad, como una especie de letargo generalizado.
A veces llegamos a creer que esta vida y esta Tierra no valen la pena. Cada cual encuentra su excusa adecuada para decir que ya nada importa. Y uno de los mayores problemas es que nos sentimos insignificantes. Eso en particular me ocurre a menudo, creerme chiquito y que mis acciones no tienen relevancia.
Y esa misma sensación de insignificancia y pequeñez he sentido en la gente al llegar a Bolivia.
No me considero patriótico, pero creo que aquí no valoramos lo suficiente este suelo que nos cobija.
Creo que lo primero que hay que hacer es detenernos y observarnos, mirarnos unos a otros y hacerlo de verdad; observar nuestro pelo, nuestras narices gordas o flaquitas, las manchas de la piel, nuestras arrugas, las venas que se deslizan por los brazos, nuestras piernas y torsos, tomar conciencia de que somos humanos, todos únicos y todos iguales, al mismo tiempo.
Valorar lo que somos, aceptando lo que somos; seres vulnerables y de increíble capacidad creativa, explorando un lienzo con infinitas posibilidades. Y ver que eso se extiende a cada personita que habita este lugar, sin importar lo que haga, lo que sienta o lo que esté atravesando. Siento que es crucial entender que aunque queramos buscar mil excusas para dividirnos, estamos en esto juntos, nos guste o no.
Yo creo en nosotros, creo que podemos crear un mundo que se base en el cariño y en un profundo sentido de unidad, en el que podamos expresarnos de manera libre y sincera, un mundo que no busque ser perfecto y que tampoco lo exija. Un mundo en el que todos tengamos derecho a tropezar y no sentir vergüenza por ello.
Y sí, en Bolivia hay pobreza, corrupción y sufrimiento, como en todo el mundo. No se trata de cerrar los ojos a lo que no nos gusta, ignorar lo que nos desagrada o inyectarnos apatía para que nos deje de importar.
No pretendo dar consejos ni decir a nadie lo que tiene que hacer. Tampoco se me ocurren soluciones o planes estructurados para mejorar las cosas.
Lo único que tengo claro es que esta tierra vale la pena. Vale la pena escurrirla entre tus dedos y darle gracias. Vale la pena darle todo mi amor y dedicación a este mundo y a cada persona con la que me encuentre. Valen la pena todos los seres que habitan este planeta, en todas sus formas, tamaños y colores.

Acabo de observar que tal vez resulte confuso saber cuándo me refiero a Bolivia y cuando estoy hablando del planeta cuando uso la palabra “tierra”, pero es que siento que en realidad son lo mismo.
La idea de este texto surgió queriendo hablar de Bolivia y con la intención de hacer que la valoremos más, que veamos que su gente, su cultura y todo cuanto contiene vale la pena y merece ser reconocida como algo valioso. Pero, a medida que escribía, me di cuenta de que también necesitaba hablar acerca de la importancia de valorarnos a nosotros mismos y a toda la vida en general. Me di cuenta de que uno no se puede centrar en una sola porción de tierra y en solo una parte de la población.
Quería expresar en este texto cuánto me importa la tierra en la que nací, pero la verdad es que al expresar cariño hacia este lugar, me vinieron también cálidos latidos con aroma a España y a las personas con las que he podido compartir mi vida por la península ibérica. Y tampoco puedo olvidarme de Estados Unidos y sus bosques y la casa del río en Ohio.
Es como que quería hacer que Bolivia sea más importante que los demás, darle un lugar privilegiado en mi corazón, pero siendo sincero, no puedo. No puedo querer más un pedazo de tierra que otro. No sé, creo que el amor tiene eso, que es imposible dirigirlo a un punto en concreto. El amor brota y se esparce y llega, impregnándolo todo, calando hondo, haciéndote cosquillas, dándote ganas de reír y derramar lágrimas al mismo tiempo.

En fin, que con este texto tan solo quiero decirle a todo el mundo que valoremos el lugar en el que estamos, cualquiera que sea. Que abramos los ojos y que los cerremos cuando haga falta, que no tacañeemos abrazos y que no escondamos lo que somos, ni de dónde venimos.


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