No hablo de dinero. No seas tacaño con tus sonrisas, ni con
abrazos, gestos de cariño y palabras de ánimo.
Ha habido muchas ocasiones en las que me he sentido una mierda absoluta. Me he sentido perdido, que nada tenía sentido, que lo que
hacía carecía de relevancia. He atravesado momentos de soledad, de aislamiento,
de sufrimiento por el simple hecho de existir, momentos en los que todo mi
mundo se resquebrajaba y en los que tan solo quería desaparecer y dejar este
mundo torcido y complicado.
Pero, ¿Saben qué?
En mi vida me cuesta encontrar un recuerdo en el que tan
solo haya habido dolor. Porque siempre, después de cada tormenta, cuando el
cielo estaba más gris y oscuro que nunca, siempre ha habido algo o alguien que
abría un rayito de luz en el horizonte, una estela que calienta, que atraviesa
huesos y hace cantar a los glóbulos
rojos que lleva la sangre.
Y esa luz siempre ha llegado de un gesto inesperado de
calidez y amor.
Hoy, por ejemplo, estaba preguntándome una vez más si es que
soy un buen profesor. Estaba dudando de mí mismo, y para colmo, en medio de una
de mis clases, se abre la puerta, y el director de la academia me pregunta si
puede observar la clase unos minutos.
Me sentí expuesto, desnudo y petrificado. Tartamudeé un poco
al continuar hablando a mis alumnos y con cara de pánico, le dije al director
que estaba un poco nervioso. Él sonrió y me dijo que hiciera como si no
estuviera ahí.
Al terminar la clase, bajé las escaleras y al encontrármelo
en recepción me preguntó si tenía unos minutos para hablar con él. Le dije que
sí, un poco asustado, pensando en qué me iba a decir de lo que observó…
Pero no, como una sonrisa (sincera en mi opinión) me dijo
que mi manera de explicar las cosas le pareció fantástica.
-Explicas la gramática mejor que yo –fueron sus palabras,
queriendo añadir algo de humor y quitándole hierro al asunto. –Estamos muy
agradecidos de poder contar contigo.
Es un buen tipo. Veo que quiere hacer las cosas bien y
tratar a las personas con cariño y respeto. Pero seguramente él no se imagina
cuánto significan esas palabras parar mí.
No es que necesite a alguien que me diga cosas bonitas, que
me dé palmaditas de aprobación en la espalda o que indique el camino que tengo
que recorrer. Simplemente, hay veces en las que sientes que has perdido algo,
que hay algo dentro de ti que no se siente bien, y es simplemente un regalo que
la vida, en forma de persona, que te recuerden que vales la pena, que eres
bueno y que las cosas están bien.
Puede parecer superficial, pero la conversación con el
director me trajo sensaciones pasadas, recuerdos de abrazos de desconocidos,
gestos de bondad en momentos inesperados e incluso en situaciones en las que
creía que no los merecía.
En mi vida ha habido tantas personitas que han sido esa luz
filtrándose entre nubarrones grises. Luz que te recuerda la propia luz que hay
en ti, pero que a veces olvidas que ya la llevas dentro.
Por eso, desde aquí hago un llamamiento a no tacañear esos
gestos. Por lo menos a mí, en ocasiones me ha dado vergüenza soltar una sonrisa
o expresar gratitud, por miedo a cómo reaccionarían los demás. Pero, ¿Por qué
privar a los demás de lo mejor de nosotros?
El amor es lo que somos y es lo mejor que tenemos. Y aun
así, hay veces que elegimos guardarlo en lugar de expresarlo, soltarlo, dejar
que vuele, nade y que inunde.
Hoy quiero agradecer a todos los que me han regalado gestos
“pequeños” de amor. Desconocidos, amigos, familiares, animales, árboles,
viento, lluvia, sol, luna, planeta, estrellas, ríos, mares… A todo lo que vive
y a toda la vida, gracias, de todo corazón. Gracias por estar ahí, por estar en
mí.
No te guardes sonrisas, no esquives miradas, no vayas nunca
con tanta prisa como para perderte la oportunidad de regalar un poquito de
amor. Es ahí donde se escribe una nueva historia para el mundo, en lo
cotidiano, en lo que vivimos día a día. Que el amor sea la tinta que dé forma a
esta historia.
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