Recuerdo una noche en vela, una velada de conversaciones y
ejercicios pasada la media noche. Paseos y relojes que avanzan. Momentos de
despedida. Abrazos con sabor a hasta luego. Lágrimas que no salen. Equipajes
que se facturan. Aviones que se levantan por encima de las nubes.
Y ahora estoy aquí, en el mismo edificio que crecí, al lado
de las canchitas en las que empecé a jugar basket. Veo el cielo, tejas rojas y
palmeras peinadas por el viento.
Ha pasado una vida entera, de mí ya no queda nada. Ni
siquiera sé cómo definirme o si eso es incluso posible. Ahora tan solo sé que
estoy vivo, que respiro y que amo esta vida.
No siento que esté en mi país o en el lugar al pertenezco,
pero me siento en casa. Estoy en casa. Me siento cómodo y agradecido. Me siento
agradecido cada mañana al abrir los ojos y ver que empieza un nuevo día. Siento
gratitud por poder comer mangas de desayuno, por los rostros con los que me
encuentro día tras día, siento gratitud hacia el aire, el agua y las plantas.
Hay tanta magia en esta vida, tantos detalles que te causan suspiros, hay tanto
ocurriendo instante a instante…
A veces se preocupan por mi falta de perspectivas futuras. Y
no es que no las tenga, es solo que le doy más importancia a este momento,
porque es en este momento en el que está ocurriendo todo, incluso el futuro.
Aquí es donde se construye el futuro, desde el presente, ya que al fin y al
cabo, el mañana es solo otro hoy, al igual que el ayer.
Y no sé, no pretendo obtener algo de la vida, no pienso en
beneficios o resultados. Soy incapaz de hacerlo, soy incapaz de hacer algo tan
solo para obtener otra cosa a cambio. Y es que quizás haya visto con claridad que
solo las acciones que se hacen de corazón, sin esperar un beneficio, son las
que tienen sentido.
Pero toda acción tiene una respuesta, nada de lo que haces
es un acto aislado. Todo lo que hacemos,
pensamos y sentimos está en interacción con la vida entera. Algunos lo
llaman karma, otros ley de atracción y hasta están los que creen que se trata
de suerte. Pero se trata de una simple cosecha. Todos sembramos y recogemos en
la vida. Pero a veces nos cuesta aceptar lo que cosechamos. Nos cuesta asumir
la responsabilidad de nosotros mismos. Pero lo que veo es que todos somos
responsables de nuestras acciones.
Por eso, veo que no es necesario tener miedo. ¿Para qué
tener miedo al futuro?
El futuro lo estoy construyendo ahora y si siembro con
miedo, las frutas que recoja estarán impregnadas de su aroma.
También me gustaría decir, pasando bruscamente de tema, que
echo de menos a los que ahora están lejos. Los extraño y a veces me encuentro
fantaseando con la teletransportación.
Y podría soltar un discursito sobre el apego y la dependencia,
pero la verdad es que no estaría siendo honesto conmigo mismo. Porque por
momentos pienso en el verano pasado, en esos momentos en los que nos parábamos
a ver el cielo y nos sentíamos felices, bañándonos en el mediterráneo después
de una intensa partida de volleyball.
Por momentos extraño la sonrisita de mi papá y las quejas
sobre el orden de mi abuela, la Wallita…
Y pienso en esa madrugada en la que dejé Madrid, hace una
vida entera. Y recuerdo los turnos de abrazos, las miradas que mezclaban
alegría y tristeza, el desconcierto, la emoción y los corazones latiendo.
Parece que eso haya ocurrido hace nada y hace mucho, todo al mismo tiempo.
Pero ahora que lo he dicho, y en esto sí que no miento, me
siento liberado. Y me ha venido una renovada sensación, una sensación difícil
de explicar, o tal vez sencilla de definir, y es que se llama amor.
Y también me río, me río por cómo ha evolucionado este texto,
que comenzó con una idea poco clara y ha destapado varias cositas que guardaba
dentro.
Aparte de eso, veo que ese sentimiento de extrañar, también
venía acompañado de cierta prisa, de cierta presión por volvernos a ver lo más
rápido posible. Pero me doy cuenta de que tenemos todo el tiempo del mundo, de
que no hay ninguna prisa, de que ahora estoy aquí, donde quiero estar, haciendo
lo que quiero hacer y que la vida ya se encargará de hacer que nos veamos de
nuevo, cuando llegue el momento adecuado.
La vida, que no es más que la cosecha de lo que sembramos. Y
podría terminar así, pero siento que esta última frase está incompleta, porque
cuando hablo de siembra y de cosecha, no me refiero a que tú plantes ahora y
recojas las frutas mañana o en un año. Veo que la siembra y la cosecha en la
vida ocurren en el mismo instante. Así, todos somos responsables de las
semillitas que plantamos.
Pero aquí también me gustaría hacer una aclaración y es que
yo no creo en el “haz cosas buenas y te pasarán cosas buenas”. Porque no le veo
sentido a hacer algo –en teoría bueno –solo para que te pasen cosas buenas.
Porque la verdadera bondad, para mí, es esa que no busca nada a cambio, la
verdadera bondad, ni siquiera busca definirse como algo bueno, tan solo se
manifiesta.
Ese es un problema que causa mucha confusión y quejas, ya que
se tiende a presumir de lo bien que estamos actuando y a quejarnos de las pocas
cosas buenas que obtenemos a cambio. Pero si de verdad haces el bien, no te
importa obtener algo a cambio, ¿No?
Por eso, veo que lo que de verdad importa, es plantar la
semilla adecuada, la que de verdad sentimos que es necesario sembrar, sin
preocupación ni expectativa alguna de lo que va a ocurrir después.
P.D.: La foto de los honguitos parece ser irrelevante, pero
es hermosa. Los honguitos son hermosos, son pequeños y están vivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario