domingo, 24 de enero de 2016

No te olvides del Gatito

En el jardín había una pantera, negra (naturalmente), fuerte y esbelta. Era una pantera hermosa y tranquila. Pero del otro lado del jardín, por entre las bardas de madera, asomaba el ojo de un tigre, un tigre ansioso por mostrar su poder. Y la intención que tenía para mostrarlo, era atravesando la barda y desafiando a la pantera, lo cual a mí me asustó mucho.
Sí, yo estaba también en el jardín, con la pantera, a quien yo quería mucho.
No me pregunten qué hacía yo allí, yo no elegí ser parte de la historia, ésta decidió que yo formara parte de ella.
Así pues, cuando veía la mirada husmeadora del tigre a través de las bardas, mi corazón se aceleraba y mis ojos se dirigían preocupados hacia la pantera, que se encontraba tranquilamente sentada sobre el césped. Yo me preguntaba cómo podía estar tan tranquila cuando un tigre con viles intenciones acechaba del otro lado. Sin embargo, también me parece interesante cuestionar cómo era que yo estaba tan seguro de las intenciones del tigre con tan solo mirarlo.
De cualquier manera, a la mañana siguiente, el tigre atravesó la barda y empezó a rondar a la pantera. No la atacó ni hizo ademán de intentarlo, pero yo gritaba pavorido y me tiraba de los pelos.
De repente, me di cuenta de que la pantera estaba atada con unas cadenas y que estaba completamente inmovilizada. Entones mi miedo alcanzó su punto máximo y temiendo que el tigre aprovechara la situación para finalmente atacar a la pantera, yo me lancé a intentar quitarle las cadenas. Pero no pude, de ningún modo. Intenté con todas mis fuerzas, pero por mucho que tirara o que lograra moverlas un poco, éstas se reajustaban y se enredaban aún más en la piel de la pantera.
Sin embargo ésta, seguían inmutable. Parecía no preocuparle el tigre que la rondaba ni las cadenas que la aprisionaban. Yo en cambio, estaba desesperado y lo estuve todavía más cuando me percaté de que las cadenas se transformaron en alambres con púas.
En ese momento salí corriendo a pedir ayuda. Y por algún motivo, aparecieron allí varias personas que conozco, incluyendo primos, hermanos y amigos. Todos ellos intentaron ayudarme y juntos tratamos de liberar a la pantera, tarea en la que fracasamos.
Entonces, los demás dieron un paso atrás y se convirtieron en meros espectadores, mientras yo continuaba con mi desesperado intento de poner en libertad a la pantera. El tigre, mientras tanto, seguía con su tranquila ronda a mi alrededor, lo cual hacía que el corazón me latiera deprisa y que un sudor frío se almacenara en mi frente, cayendo gotita a gotita a través de las cejas.
La angustia era máxima, al igual que la tensión y yo seguía sin poder desenredar los alambres. Hasta que me rendí y me invadió la tristeza. La pantera estaba perdida y yo no podía hacer nada para ayudarla. Recuerdo que cerré los ojos, o tal vez miré hacia otro lado, incluso puede que me haya ido o que todo el jardín y todo lo que allí estaba ocurriendo desapareciera, no sabría decirlo con certeza.
Lo que sí puedo decir es que al cabo de un rato, no sé cuánto exactamente, volvió el jardín, volvió la gente observando la escena y el tigre rondando. Lo único que cambió, fue que en vez de haber una pantera, había un gatito, un pequeño gatito moteado que tenía las patas amarradas con alambres de púas.
Yo sentí un cariño inmenso hacia la pequeña criatura y me quedé observándolo, esta vez sin intentar liberarlo. Por algún motivo, sabía que yo nada podía hacer al respecto. Y entonces, el gatito, con un solo movimiento rebosante de habilidad, se liberó de los alambres sin causarse siquiera un rasguño.
Y en ese momento todo cobró sentido. Sentí que ese gatito tenía toda la fuerza una pantera, toda la fuerza del mundo y que no necesitaba de nadie para ser libre. Él ya lo era.
Fue extraño y carezco de explicaciones, pero una vocecita que parecía venir de ninguna parte, me dijo que lo más importante de la historia era que no olvidase que en realidad yo era el gatito.
En realidad yo era el gatito. No era el observador, no era ese Yo pensante que se pasa todo el cuento preocupado y desesperado por intentar liberar al felino. Ese Yo que tenía miedo del tigre y que estaba convencido de que éste tenía intenciones malvadas, cuando en realidad, tan solo daba vueltas alrededor mío. Ese Yo que quería resolver la situación, pero que nunca llega a conseguirlo, porque a pesar de todos sus esfuerzos y de creerse el protagonista del cuento, nunca fue más que un mero observador. En realidad yo era el gatito.

Fue entonces cuando desperté.


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