He estado huyendo de este momento durante días. En el
proceso he estado estreñido y con diarrea. He sentido nauseas, soledad e
incomprensión, por parte de los demás y por parte mía, que supongo que es lo
más importante. También me he cortado dos veces el mismo dedo y en el camino me
he doblado el tobillo y me ha dolido como nunca antes.
Llegué a este país con el corazón en paz y rebosante de
vida. El conflicto del mundo se veía pequeñito y aunque mis pies caminaban
sobre la misma tierra que los demás, los problemas por los que ellos eran
carcomidos a mí no me afectaban. No se trataba de prepotencia, ni alguna clase
de sentido de superioridad, tan solo era bienestar interior, de ese que no
depende de nada o de nadie, ese bienestar que se basa en una constante elección
de vivir en el presente.
Pero, de a poquito, me fui distrayendo, fui almacenando
pensamientos y recuerdos. Me olvidé de limpiar por dentro, comencé a tomarme de
manera personal las críticas y a reaccionar ante ellas.
Y sí, me afecta que casi todos los días me repitan que estoy
perdido, que vivo de sueños, que soy inmaduro, que he tenido una vida
privilegiada y que hasta ahora no me he ganado nada.
Me afecta que mi tía vaya a hacerle un juicio a mi otra tía,
y que dos hermanas se conviertan en enemigas por el maldito dinero. Me afecta
que todo se base en dinero, que todo el puto mundo gire en torno a los
billetes. Pero lo que más me jode es que a mí también me entre el miedo a no
tenerlo, a no ser capaz de conseguirlo.
Así, tengo miedo a no conseguir un estúpido trabajo en el
que pasar mis días y del que obtener un salario a fin de mes. Me afecta que las
personas no me puedan ver más allá de mi capacidad para ganar un sueldo. Parece
que eso es lo único valioso, lo único que realmente merece mención.
Y me entristezco, me incomodo y me entran ganas de
desaparecer. ¿Qué sentido tiene esto?
Y más me duele juzgarme, ser duro conmigo mismo, reprocharme
las preocupaciones y mi falta de fortaleza para resistir todo esto.
Me afecta no ser tan fuerte como creía. Me afectan las
comparaciones y siempre perderlas.
Me afecta estar perdido y no tener respuestas. Me afecta
haber visto la vida con claridad y que ahora todo sea borroso y confuso.
Me afecta estar mal conmigo mismo y que ese malestar se
expanda a lo que me rodea, me molesta que en este momento tan solo irradie
malestar.
No me siento cómodo donde estoy y ni siquiera encuentro
comodidad bajo mi piel. No sé qué hacer, ni a dónde ir. Pero entonces miro,
escucho y me pierdo, me pierdo de verdad, en este momento, con miles de formas
y aromas y escucho, escucho. Escucho.
Estoy aquí. Nunca me he ido. Hay algo que siempre está.
Nunca es suficiente. Es una locura. Nunca basta con lo que
hay, con lo que somos y lo que hacemos. No basta con despertar por la mañana,
no basta con decir buenos días, no basta con desayunar y tal vez charlar acerca
del clima cambiante. No basta con estar vivo hoy. Siempre hay que buscar un
después, siempre hay que buscar un mañana, un siguiente paso. Y ese paso que
darás después es siempre más importante que el que estás dando ahora. No
importa que escriba, importa que publique y que se vea. No importa que respire,
importa que produzca beneficios. No importa que el tobillo me duela, tan solo
importa el día en que vuelva a correr con naturalidad.
No tiene ningún sentido. Y acabo de llegar al increíble
estado de sudar de todo, ese estado en el que te das cuenta de que no eres
nadie y que tu mente es minúscula, ese estado en el que tan solo existe esto,
lo que está ocurriendo y que nada más importa.
Necesito un abrazo, un abrazo de mí mismo. Hacer las paces,
acariciarme y observarme con comprensión. Darme un besito, revolverme el pelo y
decirme que no hace falta esperar a que todo salga bien; todo ya es como tiene
que ser. Sentir amor, hacia cada uno de mis músculos y articulaciones, dar las
gracias a mi estómago e intestinos por hacer todo lo posible por digerir la
comida de La Paz. Empezar por mí, o empezar por esas flores blancas del jardín,
aprender de su inocencia e impregnarme del rocío que cubre sus hojas.
No hay ningún sito al que llegar. Tal vez, cuando mi tobillo
vuelva a su tamaño normal, mis pies se desplacen hacia alguna parte y que en
efecto, llegue a algún lugar. Pero no me refiero a un lugar físico, me refiero
a que no hay cimas que alcanzar, cimas psicológicas, cimas de prestigio o
lugares ficticios que en tu cabeza otorguen la tan ansiada seguridad.
No tengo nada que demostrar, a nadie, sobre todo a mí mismo.
No tengo nada que defender, ni ningún motivo por el que luchar. No voy a
luchar.
A tomar por culo todo. Empecemos de nuevo. Por primera vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario