lunes, 28 de marzo de 2016

Carta a una amiga

Voy con un día de retraso. Ya estoy en el autobús, y éste, también va atrasado. Ahora mismo el enorme vehículo avanza más lento de lo que lo harían mis dos pies. En la vida, a menudo ocurre eso, que vamos más despacio de lo que pretendíamos o que sin darnos cuenta, ya hemos llegado. Da la impresión de que no hubiera un punto intermedio.
El tiempo es algo engorroso y estresante. Cuando creemos que tenemos mucho, nos invade cierto agobio y urgencia por aprovecharlo, porque no queremos que se nos vaya de las manos; mientras que cuando las manecillas del reloj nos presionan con premura, daríamos lo que fuera por un momento de pausa, por un pequeño espacio para poder respirar tranquilos.
Y sobre eso quiero hablarte hoy, querida amiga. Sobre el tiempo. No quiero darte consejos, ni a ti ni a nadie. No tengo respuestas ni ofrezco soluciones. Pero aun así quiero escribirte y decirte que hacerlo me llena de alegría.
Nos conocimos en un vehículo, uno mucho más pequeño que el que habito en este instante. ¿Cuántas eran las posibilidades de volver a vernos? Desde luego, no voy a ser yo el que las calcule. Después tú te fuiste, aunque volviste, y nos vimos una vez más, antes de que sea yo el que me vaya. ¡Qué lío! ¿Verdad?
Parece que haya pasado una eternidad desde que te vi por primera vez, pero al mismo tiempo, es como si hubiera sido hace un pestañeo, hace uno, nada más. Es tan relativo, el tiempo.
Yo por ejemplo, sigo quieto en este autobús, sin ninguna luz en el exterior y con la única pista de que afuera está lloviendo.
¿Sabes una cosa?
Me ha venido a la cabeza lo que me dijiste un día cuando te comenté que quería venir a Sudamérica. Sí, recuerdo que te dije que quería ver a mi mamá, recuerdo que te hablé de ella y de ese lejano sueño de venir a tierras sureñas. ¿Recuerdas cuál fue tu respuesta?
“Pues hazlo” Eso me dijiste. Así eres tú, esa es tu esencia. Fuiste quizás la primera persona que conocí, que se atrevía a considerar los sueños como algo real y completamente posible.
Y ahora estoy aquí, justo donde soñaba. Y sí, incluyo este bus atascado en el sueño. Fue contigo cuando empecé a descubrir que la realidad se construye soñando, se crea con cada pensamiento y cada latido.
Pero, ¿Sabes qué es lo más increíble de todo?
Que a veces olvido lo que acabo de decir y dejo de estar agradecido. Me preocupo, me vuelve el temor a la piel, me entran las prisas y las presiones.
Pero escuchar tu voz el otro día me devolvió de golpe al momento presente. Yo estaba lavando los platos y por una pequeña ventana, entre tejados y paredes vi un resquicio de cielo azul, algo verdaderamente hermoso.
Sentí gratitud una vez más. No sé cómo podemos vivir sin estar agradecidos. No sé cómo podemos olvidarnos del privilegio que significa respirar. Vi las rosas del jardín y las olí, una a una. Es increíble la delicadeza de sus pétalos y el contraste con sus aguerridas espinas. Vi gotitas de agua cubriendo cada brizna de hierba. Luego, esa tarde, acompañé a mi hermano a jugar baloncesto y disfruté como jabalí en el fango. Aullé, corrí, salté y no estuve muy acertado en mis tiros. Pero eso daba igual, mi hermano y yo estábamos en el mismo equipo y todos, en realidad, éramos parte de la misma escuadra. Disfruté mis canastas y las que metían mis supuestos contrincantes. Eso sí que era deporte, y era divertido y saludable.
Y después me llamó mi abuela, no la que está en España, sino la otra, una que vive aquí mismo. Y me dijo que podíamos alojarnos con ella en Santa Cruz. En ese momento no pude ni quise contener la emoción y me puse a llorar. Lloré de alegría y dije gracias hasta quedarme sin saliva. Se lo decía a mi abuela y al mundo entero.
Y es que no teníamos dónde quedarnos en Santa Cruz. No es que fuéramos parásitos en busca de un hospedaje. Es solo que si alguien te invita, con cariño en la voz, a quedarte en su casa, es algo bonito, algo que agradeces de corazón y que te abriga por dentro.
Después de colgar el teléfono, abracé a Colleen, porque quería hacerlo, pero también porque era lo más cercano que tenía en ese instante. Y ella se contagió de las lágrimas de alegría. Me dijo que había tenido una tarde un tanto estresante, pero que todo se borró en ese instante.
Bueno, con todo lo que te he dicho, te estarás preguntando qué tiene que ver esta historia contigo. Y lo único que se me ocurre decirte es que tiene todo que ver, porque todo lo mágico que ocurrió aquel día empezó con tu voz por la mañana. Fuiste tú la que hablaste, y yo el que escuché. Así empieza todo, escuchando. Tan solo hay que escuchar, y hacerlo de verdad, como lo hacía Momo, un librito que te recomiendo encarecidamente. No importa por donde empieces, da igual que escuches el canto de un pájaro o a tu mamá a la hora de la cena. Porque para escuchar de verdad, necesitas estar en silencio, y solo así, cuando ya no queda ningún ruido que distraiga, oímos al corazón, el corazón de la humanidad entera y de la vida en su totalidad. Escuchar al corazón es escucharte a ti y escuchar a todos los demás.
Así pues, el simple hecho de escuchar tu voz ha creado todo este texto. A lo cual solo puedo decir gracias, un gran GRACIAS, con todo mi ser y con infinito cariño.


P.D.: Al final, el autobús estuvo parado más de 13 horas y dejó de ser un sueño. Yo estaba tan agradecido escribiendo esto y después ¡ZAS! Calor, gente quejándose, camiones llenos de animales agonizantes, mosquitos, olores, todos parados durante ese tiempo. Pasé de la gratitud y la tranquilidad, al estrés. Dejé de disfrutar el momento y solo pensaba en el instante que lograríamos ponernos en marcha otra vez. Pero, siendo sincero una vez más, en esas 13 horas hubo tiempo para todo; Colleen y yo nos frustramos, nuestras nalgas quedaron planas, tuvimos sed, caminamos en busca de agua y tosimos el polvo de la carretera; pero también disfrutamos del paisaje, cuando nos olvidamos de nuestras quejas. Reímos, jugamos e hicimos acertijos. Y así, decir que el viaje en total duró 30 horas y que casi la mitad de ellas las pasamos estancados en un derrumbe, suena fatal; sin embargo, ahora viene al cuento algo que me dijo mi primo una vez. Según él, el sufrimiento no existe, es una invención mental; puede haber dolor, algo que se siente en este instante y que puede ser muy grande, pero que el sufrimiento viene por la anticipación a algo que no ha ocurrido, y por regodearte en algo que ya pasó, pero que en este momento no está pasando. Y para nosotros, fue cierto, sufrimos cuando pensábamos en las horas que llevábamos allí y en las que todavía quedaban para salir. Sentimos cansancio, hambre y sed, pero cuando dejamos de autocompadecernos y resistirnos a lo que estaba pasando, no digo que lo disfrutáramos, pero simplemente lo vivimos y fue, a su manera, una experiencia perfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario