Querido Berni, quiero felicitarte por haber
completado tu vigésimo tercera vuelta al sol. Me alegra saber que existes y que
tus pulmones se hinchan y deshinchan.
La fecha de tu cumpleaños me hizo pensar en
ti, pero el pensamiento que te mencionaba también trajo consigo a todas las
otras personitas que habitan esas tierras del norte.
Nunca había pensado en Valencia o España como
el norte, pero ahora lo son, al menos desde aquí abajo.
Sé que no se puede vivir de recuerdos y que
los buenos momentos, cuando se intenta repetirlos o atraparlos, pueden llegar a
convertirse en espinitas que se atoran en el presente, que es, como todos
sabemos, lo único que realmente existe.
Sin embargo, hoy no quiero hablar de
recuerdos, hoy quiero hablar de momentos, momentos que laten y pestañean,
momentos que aparecen como ráfagas, momentos que soplan y que te abrazan.
Para que me entiendas, hablo por ejemplo, de
esas clases de química en la última fila, intentando contener las carcajadas,
mientras dibujábamos a Leonorto. Me refiero a una noche de verano, en la plaza
de la Virgen, tirados sobre unas escaleras con Carlos y Panchito a nuestro
lado, reflexionando sobre la vida, regateando para obtener cinco cervezas por
cuatro euros.
Hablo de frisbee, y de correr a máxima
velocidad sobre arena hirviendo para agarrar el disco. Hablo de las miradas
seductoras de Andrés, y del baile “hari hariri” en la piscina con Panchito.
Hablo de Her, esa película que nos dejó en silencio. También de pequeños gestos
de cariño, de cosquillas, de celebraciones y bromas, de conversaciones a horas
intempestivas y de desayunos en los que se comparte lo que brinde la nevera.
Los momentos de los que hablo nacieron,
crecieron, existieron y volvieron a desaparecer, a fundirse con la nada de la
que todo proviene. Los momentos son como nosotros, paréntesis en la eternidad.
Son pequeños y grandotes, de extremada simpleza y aun así, de suma importancia.
Recuerdo a Carlos ponerse nostálgico por los
viejos tiempos, suspirar con anécdotas pasadas e intentar resucitar aquello que
en antaño se daba. A veces yo también soltaba suspiros y abría las ventanas del
ayer, regodeándome en lo que ya fue.
Y hoy Berni, pienso en todos los que están
allá, en el norte. En ti, en tu casa y tus sofás de cojines morados. Pienso en
Panchito, sus gatas y su mamá. También en el Rubio y en sus pláticas de
informática. Pienso en Carlos y sus inventos culinarios, en Andrés y en hacer
ejercicio “a machete”. Y por último, cruza por mi cabeza Richard, el único que habita
tierras sureñas.
¿Sabes? Tengo un hermano que me recuerda a él.
Es alto y de patas finas, está un poco loco y me inspira mucha ternura. Estoy
en Bolivia y Richard en Ecuador. Hacía años que no estábamos geográficamente
tan cerca, y aun así, siento que estamos muy muy lejos.
¿Recuerdas ese verano de 2012?
Qué mágico que fue, estar todos juntos otra
vez.
Pero lo que quiero decirte ahora, es que en
agosto tengo reservado un vuelo al norte, muy al norte, nada más ni nada menos
que a la tierra de Odín. Y que desde ahí iremos a España, un año después.
Un año suena a mucho y también a poco. En un
año transcurre una vida entera y sin embargo es inevitable preguntarte: ¿Ya
está? ¿Es eso todo?
Y sí, eso es todo; y cuando vives con todo tu
corazón, sin reservarte nada, puedes dejar ir en paz a aquello que se tiene que
ir.
A lo que quiero llegar con esto es que habrá
reencuentro y que tengo muchas ganas de verlos, a todos ustedes, aunque, si soy
sincero, todavía no. Ahora estoy contento, escuchando a mi hermano tocar violín.
Hoy, cuando el reloj marque las cinco iré a entrenar basket con tu tocayo, que
da la casualidad que es otro de mis hermanos.
¿Por qué te escribí esto? No lo sé. Así como
no sé por qué vine a Bolivia o por qué volver a la península ibérica. La única
respuesta que tengo a todas las preguntas previas, es que mi guía es ese
fueguito que todos tenemos dentro, esa brújula interior de la que a veces
hablo. No tengo un cómo hacer las cosas, tan solo hacer lo que siento y hacerlo
lo mejor que pueda.
Una vez escuché decir a alguien que no haga
nada que no sea excelente. Obviamente nuestras definiciones de excelente pueden
cambiar mucho, pero a mi entender, significa hacer algo con todo cuanto tienes,
dejándote la piel, el ingenio y las entrañas en dicha enmienda, sea lo que sea.
En fin Bernichu, perdón si serviste de telón
de fondo para todo esto que ha brotado. Te mando un abrazo enorme. Disfruta y
sobre todo, vive.
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