viernes, 16 de diciembre de 2016

Quizás

Son casi las 3 de la mañana, pero hay que escribir.
Hace 48 horas estaba un poco destrozado. ¿Razón?
Un cúmulo de cosas sobre las que estaba pensando demasiado. Una vez más, y arriesgándome a sonar repetitivo, tenía miedo y preocupaciones. Sobre qué estaba asustado y preocupado, en realidad es irrelevante. Lo único que importa decir es que eran asuntos externos, cuyo resultado final no depende de mí.
Una vez un buen amigo me dijo que lo único que puede hacer uno es darlo todo, pero que en ocasiones, incluso todo no es suficiente.
Hoy quiero hacerle una pequeña modificación a esa frase. En realidad sí que es suficiente. No voy a mentir(me), puede ser que lo des todo, que te entregues con todo tu ser, en cualquier acción, y que aun así las cosas salgan mal. Y eso escuece, duele y carcome.
Pero, ¿Qué significa que las cosas salen mal? ¿O que salen bien?
El otro día escuché una fábula china acerca de un granjero. El granjero tiene un caballo que realiza todas las labores del campo. El granjero ama a su caballo, pero un día, éste se escapa y el granjero se queda sin su mayor tesoro. Los vecinos van a visitarle y le dicen: “Hemos escuchado lo que te ha pasado, ¡Es horrible!”
A lo que el granjero contesta, encogiéndose de hombros: “Quizás”.
Unos días después el caballo vuelve a la granja y retorna acompañado de tres caballos salvajes. Los vecinos vuelven a visitar al granjero y dicen: “Hemos escuchado lo que ocurrió, ¡Es genial!
Y el granjero se encoge de hombros y responde: “Quizás”.
Luego, el hijo del granjero, intentando montar uno de los caballos salvajes se cae y se rompe la pierna en tres partes distintas. Los vecinos regresan y dicen: “Escuchamos lo que pasó, ¡Es horrible!”.
El granjero, una vez más, responde: “Quizás”.
Después, el país entra en guerra y el ejército va a reclutar al hijo del granjero, pero al ver su estado, lo dejan en paz. Los vecinos dicen: ¡Es genial!
Y el granjero, con voz suave y paciente, responde: “Quizás”.
Esa fábula realmente resonó conmigo. En mi vida, en incontables ocasiones me dejé llevar por las circunstancias, tachándolas de malas o buenas, sin comprenderlas en su totalidad. Esta sencilla historia muestra que en la vida nada es permanente y que cada experiencia no puede ser juzgada de manera inmediata como positiva o negativa.
De hecho, yo no recuerdo ni una sola mala experiencia de la que no haya aprendido algo o de la que no haya surgido una oportunidad.
Aprendí de torceduras de tobillo y de lumbalgias, de dolores de garganta y de heridas en las rodillas. Aprendí de relaciones que terminan, de insultos recibidos y agresiones enviadas.
Es más, me atrevería a decir que los verdaderos puntos de inflexión en mi vida han sido precedidos por grandes conflictos, por momentos de dudas y profunda insatisfacción. Todas esas circunstancias se transformaron en oportunidades.
Ayer fue uno de esos días en los que me acordé del granjero de la fábula. Era mediodía, yo me sentía tenso, bloqueado, intentando buscar una solución, desesperado por salir de ese estado, pero incapaz de alejarme del mismo. Entonces, yo mismo me dije: ¡Qué mal que estás Ariel!
Y mi respuesta espontánea fue, “Quizás”.
En ese momento, acepté la situación y me di cuenta de que el cuerpo me rogaba hacer ejercicio. Más concretamente, quería jugar fútbol. No sé por qué, pero era lo que quería.
Así que cogí el balón y fui a la cancha más cercana, pero había unos cuantos adolescentes fumando y parloteando en medio del campo. Y me asusté, me daba miedo entrar a la cancha solo. No sentía temor hacia los chicos, lo que me asustaba era que me vieran jugar y se rieran de lo malo que soy. Por muy ridículo que suene, esa es la verdad.
Lo que hice fue agachar la cabeza y volver a casa. Una vez más estaba frustrado, sin parar de pensar en un millón de cosas para mantenerme en ese estado. Además, el cielo estaba cubierto por un único manto gris, hacía frío, tal vez era mejor dejarlo para otra ocasión.
Pero al entrar a casa, me entró un arrebato de rabia y determinación.
-Al carajo, voy a ir a la otra cancha –me dije en voz alta. Y eso hice, solo que esta vez cogí el balón de básquet también. Fui corriendo, por momentos a máxima velocidad. Iba tan rápido, que las personas, coches y edificios se hacían borrosos y se quedaban atrás con cada zancada.
Al llegar a la cancha, inspirado por la épica música que fluía por mis oídos, me puse a correr con el balón en los pies, acelerando, pateando, tirando la pelota lejos y acelerando todo cuanto podía para alcanzarla. Después, abandoné el fútbol y me pasé al básquet. Driblé, hice fintas, giros, y corrí de un aro a otro hasta que los pulmones amenazaban con salirme por la boca. Y aun cuando no tenía aire, seguí corriendo, hasta que las piernas me temblaran. Solo entonces dejé el básquet y volví al fútbol. Estuve así, cambiando de deporte, hasta que de la emoción, di un pelotazo tan fuerte –y tan desviado –que sobrepasó la reja de la cancha y los arbustos de detrás. Tardé unos diez minutos en encontrar la pelota, que había realizado una gran excursión ladera abajo. Qué experiencia más catártica.
Entonces regresé a casa y me preparé unos ricos espaguetis con berenjena, tomate y un toque de vino rojo. Comí hasta que el corazón quedó contento y luego, después de un descansito, me puse a escribir. De repente, toda la tormenta que antes tenía en mi cabeza, había desaparecido. Ya no quedaba nada de ella.
Por la noche, salí al parquecito infantil de enfrente y me acurruqué en una especie de camilla colgante (realmente no sé cómo describirlo). Desde ahí admiré durante un gran rato la luna casi llena, y sonreí al ver cómo las nubes se desplazaban, desvaneciéndose, poco a poquito del horizonte nocturno.
Las nubes van y vienen. A veces cubren el cielo entero, en ocasiones se difuminan, dejando al descubierto el azul celeste. Nada es permanente, ni lo que llamamos bueno, ni lo que tachamos de malo.
Cuando te entregas a algo, cualquier cosa, con toda tu alma, el resultado en realidad no importa. Y si te dicen que las cosas han salido mal, puedes encogerte de hombros, sonreír y decir: Quizás.


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