Las gaviotas planean sobre el puerto, el agua se mece
tranquila, pero constante, dejando reflejos en una lona blanca que hace de
techo. Hay gente que patina, humanos que siguen ritmos con sus piernas,
personas en bici, turistas andando, gatos callejeros, dando pasitos callados.
Las nubes se mueven y las banderas ondean.
La arena está húmeda todavía, y el mar ruge despacito, como
un ronquido, como si se estuviera levantando. El sol juega al escondite con las
nubes y las palmeras le bailan al viento.
Yo me descalzo y mis pies agradecen la textura fría y
esponjosa, los miles de granitos metiéndose entre los dedos. Hay un grupo de
adolescentes en la playa, intentando hacer acrobacias, pero sobre todo,
moviendo el cuerpo, de vez en cuando tirándose en la arena y hablando, una
conversación que no escucho, ni entiendo. Pero, de algún modo, me veo en esos
muchachos, y sinceramente, me alegra que casi no miran sus teléfonos móviles.
Hay tanta vida en una mañana, en un desayuno, en cada
instante. La diversidad ronda en las esquinas, lo diferente reina sobre lo
corriente, pero aun así nos asusta lo que desconocemos, y de esa desconfianza
nacen nuestros conflictos que separan y que dividen la vida en razas, países,
géneros y religiones.
Y tal vez sea simplista reducir los problemas de la vida a
un párrafo, pero hoy he visto una película sencilla y a la vez profunda. Una
película que me hizo pensar en el racismo, la segregación, la masculinidad, la
homosexualidad y el sistema educativo, pero lo más importante, más que hacerme
pensar, me hizo sentir, sentir algo que no puedo explicar ni pretendo entender.
Y al salir de ver la película, levanté la vista al cielo y me topé con la luz
de la luna, y no pude evitar sonreír y también llorar.
Me siento muy agradecido por poder expresar mi sensibilidad.
Además, realmente siento que los momento más intensos de mi vida han sido
aquellos en los que me expresé sin pudor alguno, esos instantes en los que,
como me gusta decir, me hinqué ante la vida con los brazos extendidos, sin nada
que esconder ni aparentar.
Pero siento que todavía no he sido vulnerable del todo en
mis clases.
Llevo ya dos semanas como profesor, “trabajando” como se
suele decir. Sin embargo, no me gusta decir a la gente que ahora trabajo. No
sé, tengo la sensación de que cuando utilizo esa palabra, los demás la
interpretan como que por fin me he rendido ante el sistema y que ahora soy una
persona común y corriente, con sus ingresos y sus gastos que cubrir.
No me gusta esa interpretación, ni tampoco me gusta creer
que doy clases por dinero, o que ser profesor es un esfuerzo o alguna clase de
sacrificio.
La verdad, sin embargo, es que estoy exhausto y que tengo
mucho menos “tiempo libre” que antes. Gran parte de mis pensamientos y energías
van ahora dedicados a mis alumnos, niños, adolescentes y adultos. Invierto
muchas horas preparando las clases, en parte por mi nula experiencia en este
campo, y en parte para hacer el intento de enseñar de manera más dinámica que
la corriente.
Es raro esto de enseñar. Yo, enseñando. Me rio al pensar en
ello. ¿Quién me lo iba a decir?
Me viene a la cabeza una canción de Calle 13 en la que dice:
“Lucho por la educación y nunca fui buen estudiante”.
Hace poco me sentía mal por no tener títulos y ahora,
todavía sin ellos, soy profesor. ¿De qué?
De Inglés. Pero ahora me doy cuenta, una vez más, de que la
asignatura realmente no importa, la educación siempre trata acerca de la vida y
cómo vivirla con coherencia. Y en eso, da igual que seas catedrático
universitario, profesor infantil o como en mi caso, enseñes Inglés en una
academia. La educación es una gran responsabilidad, como lo es el comer, hacer
la compra, o las palabras que usas para comunicarte. En realidad, el acto de
vivir en sí mismo es una gran responsabilidad, porque nada está aislado de
nada, por tanto, todo lo que hacemos tiene una gran importancia e influencia en
todo.
En estas dos semanas, no sé si he enseñado algo, pero desde
luego, he aprendido mucho. He aprendido de las peleas del grupo de niños, del
desinterés de los adolescentes, de cada comentario, de los errores gramaticales
en el “past simple”.
Esta vida es un regalo, un don, una bendición, como quieras
llamarlo. Y la vida no te pide nada a cambio, vivir no es una deuda, no hay
nada que devolver, ni exigencias que cumplir. La Vida, con mayúsculas, la vida
que es todo y nada, el origen y el desemboque, esa Vida es amor puro, que se
entrega de todo corazón, para dar forma a cada una de las criaturas de este
mundo y este universo. Al menos así lo siento yo, siento esa esencia en mí y al
ser consciente de ella, la siento en todos, en todas partes. Y siento que mi
única responsabilidad es vivir, vivir de verdad, entregándome con todo mi ser
en esta existencia. Esa es mi responsabilidad.
En este momento doy clases de Inglés, vivo a diez minutos de
la playa y como guisos de frejol o lenteja varias veces por semana. Mi
responsabilidad es disfrutar esos guisos, saborear el aroma salado del mar,
sentir los latidos que mantienen con vida este cuerpo y tomar conciencia del
corazón que hace vibrar el mundo entero.
Vivir ahora, consciente de que tengo todo el tiempo del
mundo, o mejor dicho, consciente de que el tiempo no existe.
Recordar el porqué de las cosas, recordar por qué voy en
bici a una estación de tren y me subo a un vagón tres veces por semana,
recordar que lo importante de ese viaje no es el Inglés, sino la vida, la vida
de todas las personitas con las que ahora comparto mis tardes. Darles mi 100%
es el porqué de ese viaje.
Vivir con pasión y paciencia, dedicación y entusiasmo, con
calma y sin miedo, con amor, comprendiendo, soltando, abrazando, acariciando el
pasto, levantando la vista de cuando en cuando, observar el cielo, ese cielo
que cualquiera puede ver, sin importar quien sea o dónde se encuentre, ese
cielo que nos envuelve a todos , sin hacer diferencias.
La vida es el regalo mas sagrado y grande que tenemos, la debemos valorar desde todo punto de vista, salud, amor, inteligencia, sabiduría,voluntad, pues todo eso es el legado que recibimos. Te amo Ariel
ResponderEliminarme encanto, vivir no es una deuda. saludos
ResponderEliminar