Aquí llueve y se forman charquitos en las aceras, el aire se
pone denso y las luces de las farolas se tornan opacas. Las ventanas se
empañan, se llenan de gotas, pero la casa se mantiene caliente, sin necesidad
de calefacción. Las plantas celebran y la tierra traga el agua con ansias.
He lavado platos y tirado basura orgánica y envases. He
levantado pesas y por primera vez desde el domingo me duché con agua fría.
He estado enfermo, con mocos, flemas, ojos llorosos y el
cuerpo un tanto apaleado. Pero hoy, hoy estoy aquí, escribiendo, respirando sin
demasiadas dificultades.
Ayer le dije a la Wallita que estoy escribiendo menos, en
parte porque tengo menos tiempo, pero principalmente porque tengo menos
confianza en expresar todo lo que llevo dentro. Me he vuelto más crítico
conmigo mismo, tal vez, no lo sé.
No sé cuál es el motivo, pero el hecho es que este año he
escrito menos que los anteriores. A veces creo que escribo menos porque en mi
vida ya no hay tantas aventuras, ni tantos viajes. Ahora mi vida tiene
horarios, nóminas a final de mes y tarjetas de débito.
Uno de mis mayores miedos es dejar de ser yo mismo. Y en
ocasiones me pregunto si los pasos que estoy dando me están alejando de lo que
soy.
Todavía siento rechazo a la palabra “trabajo” y todavía me
resisto a decir a la gente que “trabajo”. No sé qué tienen algunas palabras que
se atragantan en mi boca. Me pasa lo mismo con “política” o “disciplina”. Pero
al fin y al cabo, son tan solo palabras, sonidos estructurados cuyo significado
es subjetivo, ¿O no?
Cada vez que tengo dudas intento mirar al pasado, como si el
pasado fuera un libro del que obtener conocimientos. Pero al menos yo, nunca
saco nada de lo que ya pasó. Principalmente porque no sé lo que pasó. Además,
tengo una tendencia a idealizar los recuerdos y etapas anteriores, y creo que
eso pasa a bastantes personas. A veces incluso tengo la sensación de que los
viejos tiempos siempre fueron mejores a los actuales. Es como si para que este
momento sea bueno, hay que esperar a que pase, a que madure y entonces se
convierte en algo valioso, envuelto con broche de nostalgia.
Además, esa sensación de no saber quién soy, se ve
alimentada aquí en Lugo, porque básicamente no conozco a nadie en este lugar.
No hay nadie, a excepción de Colleen, que me recuerde lo que supuestamente soy.
Tampoco sé por qué me obsesiono con saber quién soy. Y mi
tendencia nostálgica me invita a creer que en el pasado no tenía tantas dudas
ni preguntas a cerca de mí mismo. En los viejos tiempos yo tenía certeza y
andaba a paso firme, ¿O no?
Pero todo eso no importa. No importan las preguntas, las
dudas o las respuestas. Todo lo que importa es este momento. Todo ocurre en
este momento. En realidad da igual lo que hice ayer o lo que fui hace un año,
en este momento estoy aquí, viviendo esta experiencia, escribiendo este texto. Pero
el problema es que no quiero aceptar eso del todo, porque ser este momento da
miedo, porque este momento, en el fondo, está vacío. El pasado está escrito y
en el futuro se trazan planes, ideas, sueños e inseguridades. Sin embargo, el
presente está vacío, dispuesto a escribirse y llenarse, pero al final, sin que
uno se dé cuenta, está vacío de nuevo. Por eso lo de vivir el presente parece
una paradoja, y en ocasiones he llegado a creer que hay un instante detrás de
otro, sucediéndose muy rápido y que si estaba lo suficientemente alerta, iba a
poder saber en qué momento el presente se convertía en pasado. Pero eso no es
lo que ocurre. Nunca hay pasado. El presente es siempre presente. Siempre es
este momento, pero al mismo tiempo este momento es siempre nuevo, porque sigue
estando vacío.
Mientras estaba escribiendo esto, me puse a leer antiguos
textos, y me di cuenta de que antes también tenía cuestiones existenciales,
pero me las tomaba con más calma, o al menos esa fue la interpretación que
saqué hoy. Ahora, es como que ya he pasado por mi período de aprendizaje, ya he
cuestionado y dudado todo lo permitido, y que lo que viene después es la
aplicación de los conocimientos. Pero, si como he dicho antes, solo existe el
presente, no hay nada que venga después, ni tampoco hay un pasado desde el que
aplicar conocimientos.
Pero sí que hay un pasado, ¿Verdad? Un ayer que en un
momento dado fue hoy. ¿O es esa una historia que me cuento para que todo tenga
coherencia?
Muchas de estas preguntas son complejas y enrevesadas. Y la
mayor parte de ellas no lleva a ningún sitio. Pero tal vez sea ahí a donde hay
que ir, a ningún sitio. Quizás esa sea la respuesta, la nada que se respira en
el presente, cuando el silencio exhala y los sonidos de la vida cantan.
Tan solo existe este momento, y aun así, siento la necesidad
de decir que hay todo el tiempo del mundo, o quizás, que no hay tiempo en
absoluto.
Puede que la vida no sea el viaje de un río hacia el mar.
Puede que el río ya sea el mar y que todo lo que ocurre está pasando ahora.
Eso significaría que este momento es algo sagrado. Este
momento es la misma eternidad, con los brazos abiertos, vacía, invitándome a
experimentarla. Y aquí estoy yo, con ganas de terminar esto y ponerme a hacer
otra cosa para que se me quite la sensación de vértigo.
Tengo un poco de hambre, o más bien antojo, de pan con
mantequilla y mermelada. Pero en mi defensa puedo decir que es muy buen pan y
muy buena mermelada, todo local y orgánico y esas cosas.
Pero al mismo tiempo, ¿Cómo puede ser más importante comer
pan con mantequilla y mermelada que descubrir la inmensidad de este momento? Y,
si solo existe este momento, ¿Por qué pensar en lo que vendrá después?
No lo sé. Ahora siento presión por decir algo coherente que
afiance mis teorías previas. Pero la verdad es que no hay necesidad de ello. No
hay nada que demostrar. No hay motivo para escribir, ni para vivir. Pero aun
así escribo. Aun así vivo. Y aun así me voy a comer ese pancito con mantequilla
y mermelada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario