martes, 2 de enero de 2018

Pantallas

¿Qué veo?
Veo pantallas. Pantallas en todos lados. Irónicamente, en este mismo momento estoy en frente de una.
Los últimos días he visto muchas pantallas. Y en ellas he visto tetas, culos, perfumes y gente conduciendo eufórica. He escuchado anuncios de cosas innecesarias que pretenden venderse como indispensables. He visto estereotipos perpetuarse, prototipos de belleza inalcanzable, noticias desastrosas o banales. En las pantallas hay mucho maquillaje, trajes impolutos, dientes blanqueados, “selfies” y fotos que pretenden enseñar vidas perfectas.
Pero todos sabemos eso. ¿Verdad?
Todos sabemos la mierda que nos tragamos todos los días. Toda la publicidad, el consumismo, el tiempo invertido en el mundo virtual.
Supongo que lo que digo o la frustración que siento no es en absoluto única. Creo que la mayoría tenemos una actitud crítica cuando hablamos de estos temas, pero generalmente hablamos del asunto como algo que ocurre a los demás, sin hacer demasiadas observaciones en nosotros mismos.
Así pues. Empezaré por mí.
Yo utilizo Youtube y Facebook mayoritariamente. Sobre todo Youtube. Ahí puedo pasarme hasta dos horas al día viendo vídeos de NBA. A veces veo otro tipo de vídeos, pero baloncesto es lo que más consumo en las pantallas.
Sin embargo, siempre llega un momento en el que ver vídeos no me basta. Me aburre y al final me pongo a hacer otra cosa. En esos momentos de aburrimiento, me siento solo y en ocasiones me gustaría tener más fuentes de distracción fácil e inmediata.
Cuando más me prendo a las pantallas es cuando me siento solo o simplemente sin saber qué hacer. Es un entretenimiento muy fácil y cercano. Tan solo me enchufo al dispositivo y ya está. Al final, supongo que es como cualquier otro tipo de droga.
Esa es mi experiencia. Ahora voy a contar cómo me siento cuando yo no estoy enganchado a una pantalla y las personas que me rodean lo están.
Me siento aún más solo y con más ganas de yo también estar distraído con alguna pantalla. Es como que siento rechazo y envidia al mismo tiempo. Y me entran ganas de gritar y sacudir a los demás. Decirles que hay un mundo detrás de las pantallas, decirles que podemos hablar, o callar, escuchar y pensar en cómo construir un nuevo mundo.
Pero, por supuesto, no lo hago. Tan solo me callo y dejo que la frustración crezca. O incluso, puede que también me esconda en una pantalla para disimular la soledad.
Algo que me causa miedo y tristeza es pensar que en realidad no queremos crear un mundo nuevo, y que preferimos mantenernos en una burbuja de dispositivos electrónicos para hacer más llevadera la existencia.
Quizás ese sea mi mayor miedo. Pensar que nos vamos a ir a la mierda no porque sea inevitable, sino porque realmente no nos importa.
Y, ¿Por qué no nos importa?
En este mismo instante, ahora mismo, la vida, en forma de personita, me acaba de decir que sí que nos importa.
Tal vez estemos un poco dormidos, unos un poco más que otros. Pero realmente siento que por dentro, si nos escuchamos con suficiente atención, todos ardemos en ganas de despertar.
Las pantallas no son el problema, son la consecuencia de nuestra sensación de aislamiento.
Queremos sentirnos parte de algo, sentir que no estamos solos y a veces las pantallas pueden servirnos de analgésico.
Hoy quiero invitarnos a hacer una reflexión sobre la manera en que interactuamos los unos con los otros, y examinar con honestidad la relación que tenemos con las pantallas. No hace falta que estallemos en críticas para sentir cierta superioridad moral. No hace falta que seamos duros con nosotros mismos o que pretendamos terminar nuestra relación con las pantallas. Pero reflexionemos sobre éstas, sobre cómo influyen en nuestra vida. Reflexionemos cómo queremos relacionarnos con el mundo y la vida, y lo que queremos expresar en ésta.
Observemos el contenido de lo que consumimos en las pantallas, y por qué lo hacemos. Observemos lo que hacemos en las redes sociales, las fotos que compartimos, las apariencias que pretendemos dar, el tipo de relaciones que tenemos, los vídeos que vemos, los estímulos con los que nos distraemos.
Creo que requiere mucha valentía observar y cuestionar nuestros hábitos y comportamientos. Pero lo más difícil, una vez empiezas esa observación, es no juzgar lo que ves dentro de ti y en los demás.
Cuanto más profundizas en la estructura de nuestra mente y sociedad, más cosas ves que te disgustan, que rechazas y que preferirías poder mantener tapadas. Pero, aunque parezca un proceso engorroso, me parece que vale la pena.
Además, creo que no es sostenible pretender mantenernos siempre anestesiados. Quizás, ya llegó la hora de despertar. Ver las cosas por lo que son, sin filtros ni eufemismos.
No sé si ustedes sienten esas ganas de crear conexiones de verdad, conexiones que se basen en miradas, abrazos y palabras sinceras. No sé si ustedes anhelan eso. Yo anhelo eso, pero también me da miedo. A veces no sé cómo relacionarme con los demás de manera auténtica, porque en ocasiones no sé lo que eso significa, y a veces aun sabiendo lo que significa, no sé si los demás querrán mirarme, abrazarme, o compartirme palabras sinceras.
Supongo que al final todo se reduce a dejar de inventarnos excusas y empezar a descubrir cómo relacionarnos con los demás, siendo nosotros mismos y dando libertad a los otros para expresarse de igual modo. Y en ese proceso de aprendizaje tal vez podamos encontrarle un huequecito a las pantallas, pero de un modo radicalmente distinto al que estamos acostumbrados.
¿Cuál sería ese huequecito? ¿Cómo sería esa nueva relación con las pantallas?

No lo sé. Pero quizás podamos empezar a averiguarlo.



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