¿Qué veo?
Veo pantallas. Pantallas en todos lados. Irónicamente, en
este mismo momento estoy en frente de una.
Los últimos días he visto muchas pantallas. Y en ellas he
visto tetas, culos, perfumes y gente conduciendo eufórica. He escuchado
anuncios de cosas innecesarias que pretenden venderse como indispensables. He
visto estereotipos perpetuarse, prototipos de belleza inalcanzable, noticias
desastrosas o banales. En las pantallas hay mucho maquillaje, trajes impolutos,
dientes blanqueados, “selfies” y fotos que pretenden enseñar vidas perfectas.
Pero todos sabemos eso. ¿Verdad?
Todos sabemos la mierda que nos tragamos todos los días.
Toda la publicidad, el consumismo, el tiempo invertido en el mundo virtual.
Supongo que lo que digo o la frustración que siento no es en
absoluto única. Creo que la mayoría tenemos una actitud crítica cuando hablamos
de estos temas, pero generalmente hablamos del asunto como algo que ocurre a
los demás, sin hacer demasiadas observaciones en nosotros mismos.
Así pues. Empezaré por mí.
Yo utilizo Youtube y Facebook mayoritariamente. Sobre todo
Youtube. Ahí puedo pasarme hasta dos horas al día viendo vídeos de NBA. A veces
veo otro tipo de vídeos, pero baloncesto es lo que más consumo en las
pantallas.
Sin embargo, siempre llega un momento en el que ver vídeos
no me basta. Me aburre y al final me pongo a hacer otra cosa. En esos momentos
de aburrimiento, me siento solo y en ocasiones me gustaría tener más fuentes de
distracción fácil e inmediata.
Cuando más me prendo a las pantallas es cuando me siento
solo o simplemente sin saber qué hacer. Es un entretenimiento muy fácil y
cercano. Tan solo me enchufo al dispositivo y ya está. Al final, supongo que es
como cualquier otro tipo de droga.
Esa es mi experiencia. Ahora voy a contar cómo me siento
cuando yo no estoy enganchado a una pantalla y las personas que me rodean lo
están.
Me siento aún más solo y con más ganas de yo también estar
distraído con alguna pantalla. Es como que siento rechazo y envidia al mismo
tiempo. Y me entran ganas de gritar y sacudir a los demás. Decirles que hay un
mundo detrás de las pantallas, decirles que podemos hablar, o callar, escuchar
y pensar en cómo construir un nuevo mundo.
Pero, por supuesto, no lo hago. Tan solo me callo y dejo que
la frustración crezca. O incluso, puede que también me esconda en una pantalla
para disimular la soledad.
Algo que me causa miedo y tristeza es pensar que en realidad
no queremos crear un mundo nuevo, y que preferimos mantenernos en una burbuja
de dispositivos electrónicos para hacer más llevadera la existencia.
Quizás ese sea mi mayor miedo. Pensar que nos vamos a ir a
la mierda no porque sea inevitable, sino porque realmente no nos importa.
Y, ¿Por qué no nos importa?
En este mismo instante, ahora mismo, la vida, en forma de
personita, me acaba de decir que sí que nos importa.
Tal vez estemos un poco dormidos, unos un poco más que
otros. Pero realmente siento que por dentro, si nos escuchamos con suficiente
atención, todos ardemos en ganas de despertar.
Las pantallas no son el problema, son la consecuencia de
nuestra sensación de aislamiento.
Queremos sentirnos parte de algo, sentir que no estamos
solos y a veces las pantallas pueden servirnos de analgésico.
Hoy quiero invitarnos a hacer una reflexión sobre la manera
en que interactuamos los unos con los otros, y examinar con honestidad la
relación que tenemos con las pantallas. No hace falta que estallemos en
críticas para sentir cierta superioridad moral. No hace falta que seamos duros
con nosotros mismos o que pretendamos terminar nuestra relación con las
pantallas. Pero reflexionemos sobre éstas, sobre cómo influyen en nuestra vida.
Reflexionemos cómo queremos relacionarnos con el mundo y la vida, y lo que
queremos expresar en ésta.
Observemos el contenido de lo que consumimos en las pantallas,
y por qué lo hacemos. Observemos lo que hacemos en las redes sociales, las
fotos que compartimos, las apariencias que pretendemos dar, el tipo de
relaciones que tenemos, los vídeos que vemos, los estímulos con los que nos
distraemos.
Creo que requiere mucha valentía observar y cuestionar
nuestros hábitos y comportamientos. Pero lo más difícil, una vez empiezas esa
observación, es no juzgar lo que ves dentro de ti y en los demás.
Cuanto más profundizas en la estructura de nuestra mente y
sociedad, más cosas ves que te disgustan, que rechazas y que preferirías poder
mantener tapadas. Pero, aunque parezca un proceso engorroso, me parece que vale
la pena.
Además, creo que no es sostenible pretender mantenernos
siempre anestesiados. Quizás, ya llegó la hora de despertar. Ver las cosas por
lo que son, sin filtros ni eufemismos.
No sé si ustedes sienten esas ganas de crear conexiones de
verdad, conexiones que se basen en miradas, abrazos y palabras sinceras. No sé
si ustedes anhelan eso. Yo anhelo eso, pero también me da miedo. A veces no sé
cómo relacionarme con los demás de manera auténtica, porque en ocasiones no sé
lo que eso significa, y a veces aun sabiendo lo que significa, no sé si los
demás querrán mirarme, abrazarme, o compartirme palabras sinceras.
Supongo que al final todo se reduce a dejar de inventarnos
excusas y empezar a descubrir cómo relacionarnos con los demás, siendo nosotros
mismos y dando libertad a los otros para expresarse de igual modo. Y en ese
proceso de aprendizaje tal vez podamos encontrarle un huequecito a las
pantallas, pero de un modo radicalmente distinto al que estamos acostumbrados.
¿Cuál sería ese huequecito? ¿Cómo sería esa nueva relación
con las pantallas?
No lo sé. Pero quizás podamos empezar a averiguarlo.
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