Esta es la última noche que duermo solo. La última de un
mes. ¡Un mes Ariel! Un mes entero contigo.
Un mes de cocinar ollas gigantes de frejoles y comerlos
durante tres días seguidos. Un mes de paseos caminando despacio, observando
brotar la primavera. Un mes durmiendo en el centro de la cama.
Querido Ariel, Arielito, Ari. ¿Cómo te sientes?
No lo sé. Hay mucho que quiero contar.
Por una parte, desde el principio, quería que este mes fuera
memorable, quería que fuera especial y digno de recordar. Quería pasar tiempo
conmigo, descubrirme y evolucionar. Quería escribir y conocer gente. Quería
conectar y compartir. Quería hacer deporte, comer sano, comer rico y ser
consciente de la comida que pasaba por mi boca.
Sobre la comida… Cada desayuno, almuerzo y cena, los pasé
acompañado por la pantalla. No era capaz de comer tan solo mirando el plato.
Necesitaba algo que me entretuviera.
Vi películas, American Ninja Warrior, resúmenes de NBA y
documentales.
Muchas veces me sentí culpable por hacerlo. Y más culpable
aun por no poder evitar repetirlo.
En este mes me he juzgado mucho. A veces fue difícil estar
conmigo. A veces quería escapar de mi piel. A veces no tenía ganas de vivir, y
tan solo quería cerrar los ojos, dormir y soñar. Quería soñar con mundos
diferentes y no volver a este.
Me he sentido solo y perdido. Un día llegué a tirarme en la
alfombra y hacerme un ovillo. Intenté llorar, pero no me salían las lágrimas.
Sí, ha habido momentos de tristeza. Pero siempre se han ido.
Siempre se van.
Ha habido también momentos de magia, magia sencilla e
inexplicable. De esa que sientes al tocar un retoño de hoja, verde, traslúcida
y suave. Magia que huele a humedad y suena a canto de mirlo.
Ha habido felicidad simple y cotidiana. Felicidad que tan
solo ofrece brazos abiertos.
He tenido sueños que despiertan y noches que reponen. He
bailado en la sala y he reído sin compañía. Me he sentado en el césped y he
recibido la calidez del sol en la barriga.
Ha sido un mes muy especial. Ha sido un tesoro y también ha
sido tan solo un mes cualquiera. Un abril corriente y sin días festivos.
He viajado en autobús y reservado habitación de hotel para
uno. Me he bañado en el mar y he dormido siestas sobre la arena.
He pasado cada noche con un conejito de peluche. También,
siempre, antes de acostarme, me he cepillado los dientes. De esto me siento muy
orgulloso. Siento que es una gran muestra de amor hacia mí mismo. Por lo menos
yo, cuando no me quiero, no me lavo mucho los dientes.
Y de repente, las personitas aparecieron. Tan solo bastó una
intención y dejar la puerta abierta.
Apareció gente y oportunidades de compartir. Leí enfrente de
un público, y escuché poesías y canciones.
He pasado noches de juegos de mesas. Y también he pasado
noches de conversaciones auténticas, de esas en las que lo más importante es
escuchar.
He hecho dibujos y he visto jugar a Manu Ginóbili. He
corrido siguiendo ríos y me he metido bajo cascadas.
Me he sentido vivo y agradecido, también con miedo y
aburrido. He visto cielos grises y horizontes azules. He cambiado plantas de
macetas y he limpiado en profundidad la cocina.
He tenido clases que nunca olvidaré. Y también he tenido
clases que ya no recuerdo.
Todo parece mezclarse; lo cotidiano y lo profundo, lo
relevante y lo superfluo.
No sé si este mes ha sido bueno o malo. A veces he sentido
que no era suficiente, que faltaba algo. Otras he reído, porque sentía que
todo, todo el universo se encontraba aquí, en un paseo de diez minutos al
parque de Rosalía. Sentía que el mundo entero respiraba en todo lo que veía.
He fluctuado con rapidez entre certeza e incertidumbre. Y
sigo estándolo. Eso es lo único que siempre persiste, esa mezcla de estar
seguro y dudar de todo.
He pensado en mi muerte y su irrelevancia. Pero al mismo
tiempo he visto lo importante que es vivir, y hacerlo con todo mi ser.
Y así, este mes se ha ido. En unas horas llegan amigos de
visita.
¿Qué he aprendido?
Que, tal vez, no hay que buscar más allá. Quizás, después de
todo, el mundo entero esté aquí, donde sea que estés, respirándose en este
instante.
Tal vez, no necesitamos nada más que estar aquí. Tal vez
este sea el sitio al que tenemos que volver. Tal vez nuestro verdadero hogar
sea este momento.
Tal vez ser grande no importe. Quizás la verdadera grandeza
solo se puede apreciar cuando se acepta la pequeñez.
Siento que mi cuerpo es pequeñito y que mi vida es frágil,
como una margarita.
En este mes primaveral, he podido ver muchas margaritas. Al
lado de casa hay una placita de pasto, cubierta en ellas. Me encantaba ver el
verde cubierto en blanco y amarillo. Era increíblemente hermoso.
Pero un día fui, y las margaritas ya no estaban. Habían
cortado el pasto. Quedaban algunas mutiladas y esparcidas por el suelo. Me
sentí triste. Triste de verdad.
Sin embargo, pasé por allí dos días después, y las margaritas
volvían a estar ahí. Todas nuevas, todas relucientes, con la misma belleza y la
misma fragilidad.
En dos días el césped volvía a estar inundado por ellas. ¿No
es increíble?
Yo pensaba que las margaritas eran débiles, que había que
protegerlas. Nunca las pisaba, por no lastimarlas. Daba saltos como podía para
esquivarlas.
Por eso, cuando las cortaron, me sentí devastado. Sentía que
era casi un crimen destruir algo tan indefenso.
Pero volvieron. En dos días. Todas nuevas.
Han cortado el pasto por lo menos dos veces más, y las
margaritas vuelven. Siempre vuelven.
¿Somos margaritas?
No lo sé.
Pero sé que la vida se va. La muerte llega. Y la vida vuelve.
Por una parte quiero quedarme. No quiero que esta historia
se acabe. Pero sé que lo hará, y que tiene que hacerlo. Sé que el propósito de
mi vida es dar paso a otra nueva.
Es como el río. Cada gota de agua, desde que nace, no se
resiste, sino que se entrega. Se entrega al río y forma el río. El agua es el
río. Y el río llega al mar.
Siento que todo este mes ha desembocado en este preciso
instante. Y en este instante veo la necesidad de dejar de resistirse, de
soltarme y entregarme a la vida.
Pero sigo teniendo un nudo en la garganta. Quiero llorar y
abrazar a alguien, preferiblemente a un ser peludo, de ojos cálidos y grandes.
Me resisto. No quiero morir. No quiero desaparecer. Quiero
saber que puedo seguir. Pero no lo sé.
Quiero saber que podré comer todos los días y que podré
envejecer. Quiero saber que las personas harán las paces y que las selvas
seguirán existiendo. Pero no puedo saberlo.
¿Entonces qué queda?
Queda hambre en el estómago. Hoy no cené. No cené. Ya estoy
llorando. Y también riendo. Casi siempre pasa. Lo uno no viene sin lo otro.
No se trata de mí. No se trata de mi historia. No es mi
historia. La historia del “Yo” es la historia de que la gota de agua y el río
son cosas distintas.
No se trata de mí, pero experimento la vida a través de mí.
¿Tiene sentido?
Quiero entenderlo. Pero no puedo.
¿Por qué he escrito esto?
Hay algo que todavía se revuelve en mi pecho. Tengo hambre,
tengo sueño. Son las 4 de la mañana. Ya llevo cuatro páginas. ¿Por qué sigo
aquí?
Quiero averiguarlo. Quiero saber. Entender. Descifrar.
Quiero darle sentido a este mes de abril.
Arielito… Arielito… ¿Recuerdas esa canción?
Sí. La recuerdo: No te preocupes, te queremos más de lo que
puedes imaginar.
Arielito… Arielito… Tan solo quiero decirte gracias por este
tiempo. Ha sido increíble. Tienes muchas preguntas, y está bien que las tengas.
Pero, ¿Sabes qué? No necesitas encontrar todas las
respuestas hoy. Quizás, incluso, no necesites respuestas. Tal vez solo
necesites curiosidad y ya por el camino irás descubriendo lo que necesitas.
Tan solo recuerda que te quiero de corazón. Recuerda que tu
propósito del año es aprender a Amarte.
Quieres cuidar y amar a los demás. Pero primero, déjate
amar, déjate querer y abrazar. Deja que los brazos se relajen y la mandíbula se
ablande. Deja que los pensamientos se vayan y la mente se quede en calma, como
un lago. Un lago rodeado de pinos y con destellos de amanecer. Deja que la vida
te envuelva. Confía en la vida. No trates de protegerte o buscar seguridad. La
seguridad llega, si tiene que llegar. No te engañes creyendo que una actividad
te dará de comer. La tierra te da de comer. Que tus acciones no se basen en
querer mantenerte con vida. La vida no está hecha para mantenerse. La vida está
hecha para fluir y moverse, en cambio constante.
Confía Ariel. Confía. Confía en lo que late y lo que se
intuye.