Hay voces que vienen de lejos y con fuerza, cargadas de
ríos, vacías de agua.
Hay cascadas que llenan y lluvias que no mojan. Hay seres
que sufren y lagartijas que corren, escapando del sol. Hay fuegos que nacen de
dentro y montañas que se alimentan de tierra.
Hay compañías que absorben y soledad que enloquece. Hay
palabras que despejan la nada, y nada que consume el todo.
Las canciones laten y vibran, destellando cachitos de sol.
Los pasos se enredan y los pies huelen a queso. Los fideos se enroscan y el
arroz se tuesta para que no se pegue.
Mi nariz es ganchuda y mis lágrimas honestas. Mis dientes
son planos y un poquito pequeños. Mío es nada, pues la carne es de la tierra.
Los brazos se van al cielo, y los pelos para el suelo.
Somos notas de melodía. El final se improvisa, y al
desvanecerse, nace uno nuevo.
Nacer para morir. ¡Todos vamos a morir!
La muerte es alivio, cuando se la acepta. Pero aun así es
triste cuando un cuerpo se va. Es triste para los que quedamos aquí, para los
que tan solo tenemos memoria para atrás.
Pero todos nos vamos. Muchos ya se fueron y los que estamos
les seguiremos. ¿Entonces qué hacemos?
Podemos levantar la vista a las nubes y ver cómo surcan el
cielo. Podemos contemplar gusanitos en el suelo. Podemos respirar y ver los
brotecitos de la primavera emerger entre las ramas.
Siento alegría, y tristeza. Cierro los ojos y veo praderas,
inundadas en margaritas. Hay abejas zumbantes y grillos que trinan. Hay barro
que se descompone, semillas que se abren paso y cadáveres que se marchitan. Hay
manos que se entrelazan, que rezan y agradecen. Dan gracias por la vida que fue
y la vida que será, reunida en este instante.
Veo caminos bordeados de árboles, casitas esparcidas entre
colinas. Veo Vacas mascando con placidez y siento una inmensa ternura hacia
ellas. Me gusta la mirada de las vacas y sus pestañas largas.
Me gusta vivir, aunque hay días en los que no sé qué hacer. Quiero
sentir la piel de gallina y que mis ojos no escatimen en lágrimas. Quiero que
el corazón derrita el hielo y que no haya tanto plástico en el mundo. Quiero
que las ballenas canten y que seamos capaz de escucharlas, y maravillarnos con
sus canciones.
Quiero dejarme caer y que los monos sabios de las selvas me
levanten. Quiero comer bananas y ensuciarme el bigote. Quiero compartir y dar. Quiero entregar lo que soy y
lo que tengo. Quiero cuidar y dejar que me cuiden. Quiero que me abracen cuando
me asusto. Quiero enterrar mi llanto en un hombro calentito y sentir manos
acariciándome la espalda.
Llevo llorando desde que empecé a escribir esto. No sé por
qué lloro, pero desde ayer que tenía muchas ganas. Ahora río, todavía con los
ojos húmedos y las mejillas saladas.
Río porque no sé. No sé. Y al decir que no sé, me doy cuenta
de que sí que sé algo.
No puedo evitar que aparezcan ráfagas de vida en mis ojos.
Me aparecen risas de hermanos y primos. Tierras selváticas y montañas
escarpadas. Frentes arrugadas y preguntas sin respuesta.
Me vienen visiones de este mundo. Destellos de noches
estrelladas y dientes de león flotantes. Este mundo nuestro. Este mundo que no
le pertenece a nadie. Este mundo que nos cobija y alimenta. Este mundo que nos
respira y del que bebemos. Este mundo somos todos, los que caminamos en la
superficie y los que yacemos bajo ésta. Este mundo de carreteras, comadrejas y
estelas de avión. Este mundo por el que navego y en el que me relaciono. Este
mundo en el que a veces pretendo ser grande y en el que en ocasiones padezco de
envidia. Este mundo en el que dibujo árboles de raíces profundas y en cuyos
mares me unto de sal. Este mundo de palmeras cocoteras, guitarras de seis cuerdas
y hormigas trepadoras.
¿Qué puedo darte mundo?
Y sé exactamente lo que he venido a darte. La canción de “Can’t help falling in love in
you”.
Porque no puedo evitar enamorarme de ti. Estoy enamorado de
ti, con tus desiertos y tus sierras. No puedo evitarlo. Aunque tus glaciares se
desvanezcan y las personas se maten por monedas. Aunque tus bosques se
derrumben y tus océanos se tiñan de negro. Te amo. Y, de algún modo, no puedo
dejar de creer en ti. Incluso en esos días en los que no me apetece vivir, y
que deambulo perdido y de cara larga. No puedo dejar de creer en ti, en que
empezar de nuevo es posible, y que vivir en armonía también. Creo en personas
ayudando a personas. Creo en ríos cristalinos y árboles añejos. Creo en las
tortugas marinas y en los huevos de colibrí.
Por eso me entrego a ti, todo lo que soy y lo que llevo
dentro. Porque esta vida es un regalo y el propósito de vivir es compartirlo
con el mundo.
Así pues, me despido tarareando: “Take my
hand, take my whole life too. For I can’t help falling in love with you”.
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