Hace tiempo que quería escribir. Pero solo ahora siento toda
la fuerza del mundo para hacerlo. En estas dos semanas quería escribir para
seguir con la constancia del último mes. Quería escribir para que las personas
que dieron “me gusta” a la página tengan algo que leer.
Quería escribir para los demás y para demostrarme cosas a mí
mismo. Pero hoy no es algo que quiera, es algo que necesita salir. Algo que no
hace falta forzar.
Hoy desperté con dolor de lumbares y no hice deporte. En
cambio, preparé lentejas y vi un capítulo de 13 reasons why. Dormí siesta, me
duché, lavé mi pelo y fui para clases.
Y en la segunda hora, ocurrió algo mágico.
Y ocurrió, como no podía ser de otra forma, de manera
inesperada.
Estaba a punto de salir a hacer fotocopias para la lección
del día, pero al borde de la puerta, una de las estudiantes dice que está muy
indignada.
Me detuve en seco. Y escuché.
Ese simple gesto de detenerme ante la puerta, hizo que algo
mucho más importante se abriera.
Es una clase de personitas de 13 y 14 años. Y hoy, dos
chicas se sentían indignadas por cómo se comportan los chicos en su colegio.
Estaban hartas de comentarios mezquinos, de bromas ofensivas y de gente que les
pide que acepten las cosas tal como son.
Brotaron críticas, historias y sentimientos. Todo con
fuerza, a veces con rabia mezclada en tristeza.
Pero todo lo que salió fue en un ambiente de respeto. Cuando alguien
hablaba, los demás prestaban oídos.
De repente, dejé de sentirme profesor de inglés. Me sentí
persona y tan solo veía seres humanos. El idioma que se hablaba era castellano.
Y yo tenía miedo.
Las voces hacían eco y lo que resonaba era sincero y real.
Pero mi cabeza todavía recordaba que estábamos en una academia de inglés, que
el propósito de aquella hora era aprender dicho idioma.
Y el director entró en la clase. El miedo se agudizó. Sin embargo,
su visita no tenía nada que ver con lo que se hablaba.
Cuando se fue, era momento de decidir. Era momento de ser
valiente. Las personitas que tenía al frente mío ya habían decidido. Estaban
compartiendo lo que les rugía por dentro en ese instante, y me habían elegido a
mí como compañero de viaje.
Sin darnos cuenta, sin buscarlo si quiera, habíamos
emprendido viaje hacia lo desconocido.
No sabíamos qué rumbo seguir, pero aun así surcábamos el
mar.
La conversación podría catalogarse como feminista. Hubo
historias del miedo que siente una chica al salir a la calle. Chicas de 14 años
ya con el miedo instaurado en el manual de instrucciones. Chicas que a esa edad
ya sentían la presión de las etiquetas y los roles a seguir.
Había tres chicos en la clase. La mayor parte del tiempo
estuvieron en silencio. Pero escucharon. Quizás no sabían qué decir, quizás no
querían decir nada. Tal vez se sentían presionados por tener que decir algo.
Pedimos su opinión, pero no forzamos nada. Podría entenderse
que ellos no estaban en el barco, que aquel viaje no iba con ellos. Pero sé que
escucharon. Algo dentro de mí me dice que era importante que estuvieran ahí. Y
que ellos también aprendieron algo valioso de esta experiencia.
Hablamos de masculinidad, de niños que dejan de bailar
ballet porque se burlan de ellos. Hablamos de chistes machistas y que si te los
tomas en serio eres una “feminazi”. Hablamos de las diferencias de género, de
las limitaciones que surgen de éstas. Hablamos de chicas que quieren hacer
artes marciales y de que cuando les gusta el deporte, se suele decir que lo
hacen bien “para ser chicas”.
Hablamos de hipocresía en los colegios, de que muchas veces
importa más la reputación de la institución que el bienestar de los estudiantes.
Hablamos de mucho, sabíamos que lo que se hablaba tenía
relevancia, pero todavía no entendíamos a dónde nos dirigíamos.
-¿Qué podemos hacer? –se preguntó.
-Nada –se murmuró.
Esa fue la primera respuesta, la automática. Pero no
creíamos en ese “nada”. Creíamos en algo más. Creíamos en algo que todavía no
conocíamos.
Al buscar posibles soluciones, no las encontramos. Pero al
expresarnos con honestidad y valentía nos fuimos encontrando, unos a otros.
Hace falta ser valiente para zarpar a lo desconocido. Para
no adaptarnos a algo que no está bien.
Y duele. Duele sentirte impotente, solo y pequeño. Hoy sentí
mi conocida pequeñez reflejada en los ojos de esas personitas. Quizás ellas se
sentían todavía más pequeñas que yo, sintiéndose adolescentes, escuchando que
su voz está llena de hormonas, pero carente de experiencia.
Pero en todos ardía el mismo fuego, la misma llama que quema
lo viejo, para dejar paso a lo nuevo.
En varios momentos me entraron ganas de llorar, tenía ganas
de hacerlo, pero al final las lágrimas no brotaron.
Pero dije lo que sentía. Y me sentía orgulloso. Me sentía
feliz. No habíamos encontrado soluciones, ni puesto fin a los conflictos. Pero
me sentía orgulloso de esas personitas en frente mío. Me sentía tan afortunado
por viajar con ellas.
Y al final, me di cuenta a dónde nos dirigíamos. El viaje
nos llevó a lo desconocido.
Antes no sabía que lo desconocido era un destino. O bueno,
mejor dicho, pensaba que el objetivo de ir hacia lo desconocido era conocerlo.
Pero, tal vez, la magia resida en no saber. En seguir
latidos y escuchar historias. En juntar manos y caminar sin miedo.
Hoy me sentí valiente. Hoy todos fuimos valientes, quizás no
por navegar hacia lo desconocido, sino por permanecer en él.
Esa es la verdadera valentía. Vivir en lo desconocido. En
esa tierra donde las preguntas brotan y las respuestas no existen.
Y es que no sabemos si el mundo va a cambiar. No sabemos si
las acciones que hieren dejarán de existir. No sabemos si las diferencias de
género se evaporarán y surgirá una nueva relación entre seres humanos. No
sabemos si los árboles talados volverán a crecer, o si los ríos contaminados
podrán correr transparentes otra vez. No sabemos si la muerte nos reclamará hoy
o mañana.
Y ser valiente significa aceptar que no sabemos, y aun así
vivir. Aun así, creer y actuar en base a lo que nos late por dentro. Entregarte
con todo lo que tienes, por algo que consideras justo y que valoras como
sagrado, aunque no haya evidencia, aunque no haya respuestas ni teorías que nos
respalden.
Hoy esas personitas de 14 años hicieron eso. Navegar con
valentía por lo desconocido.
Al terminar la clase, tan solo quería decir una cosa:
-Que esto que acaba de ocurrir, siga con vida.
Dos horas después, tenía otra clase de adolescentes de 14
años. En esa clase una chica me dijo que había sacado un 9 en inglés del
colegio. Estaba presumiendo que tenía esa calificación sin hablar ni entender
el idioma. Yo le dije que la nota no importa mucho, que lo que de verdad cuenta
es el aprendizaje.
Ella se enfadó y me dijo que estaba loco. Que lo único que
importa en la educación es la nota que sacas. Con la nota puedes ir a la
universidad y encontrar un buen trabajo.
Me preguntaron si yo saqué buenas notas en el instituto. Les
dije que no.
-Por eso estás aquí, de profesor de inglés –contestó un
chico. –Si no, serías arquitecto, ingeniero o alguna cosa importante.
Me sentí un poco triste. Pero no me sentí ofendido. En ese
momento no. Tan solo me pregunté por qué me diría algo tan mezquino. Por qué
diría algo tan solo por hacer daño.
Yo tenía claro quién era y por eso pude responder con amor y
compasión. En ese momento no podía responder de otro modo. Porque las palabras
que había dicho hacía dos horas, todavía respiraban en mi boca, aun latían con
calidez en el pecho:
“Que esto siga con vida”. Que este amor, esta conexión, este
viaje a lo desconocido siga con vida.
Está vivo. Y si quieres, tú también puedes unirte.
Lo importante en la vida es hacer lo que a uno le gusta, entonces sea lo que sea,ya no es trabajo, es diversión, realización, alegría de hacerlo, mas aun si lo que buscamos no es un medio para un fin, como la gran mayoría busca, una profesión lucrativa para hacerse rico, no importa si pisoteas a los demás.Eso no es de almas nobles
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