jueves, 24 de mayo de 2018

Un viaje de valentía


Hace tiempo que quería escribir. Pero solo ahora siento toda la fuerza del mundo para hacerlo. En estas dos semanas quería escribir para seguir con la constancia del último mes. Quería escribir para que las personas que dieron “me gusta” a la página tengan algo que leer.
Quería escribir para los demás y para demostrarme cosas a mí mismo. Pero hoy no es algo que quiera, es algo que necesita salir. Algo que no hace falta forzar.
Hoy desperté con dolor de lumbares y no hice deporte. En cambio, preparé lentejas y vi un capítulo de 13 reasons why. Dormí siesta, me duché, lavé mi pelo y fui para clases.
Y en la segunda hora, ocurrió algo mágico.
Y ocurrió, como no podía ser de otra forma, de manera inesperada.
Estaba a punto de salir a hacer fotocopias para la lección del día, pero al borde de la puerta, una de las estudiantes dice que está muy indignada.
Me detuve en seco. Y escuché.
Ese simple gesto de detenerme ante la puerta, hizo que algo mucho más importante se abriera.
Es una clase de personitas de 13 y 14 años. Y hoy, dos chicas se sentían indignadas por cómo se comportan los chicos en su colegio. Estaban hartas de comentarios mezquinos, de bromas ofensivas y de gente que les pide que acepten las cosas tal como son.
Brotaron críticas, historias y sentimientos. Todo con fuerza, a veces con rabia mezclada en tristeza.  Pero todo lo que salió fue en un ambiente de respeto. Cuando alguien hablaba, los demás prestaban oídos.
De repente, dejé de sentirme profesor de inglés. Me sentí persona y tan solo veía seres humanos. El idioma que se hablaba era castellano. Y yo tenía miedo.
Las voces hacían eco y lo que resonaba era sincero y real. Pero mi cabeza todavía recordaba que estábamos en una academia de inglés, que el propósito de aquella hora era aprender dicho idioma.
Y el director entró en la clase. El miedo se agudizó. Sin embargo, su visita no tenía nada que ver con lo que se hablaba.
Cuando se fue, era momento de decidir. Era momento de ser valiente. Las personitas que tenía al frente mío ya habían decidido. Estaban compartiendo lo que les rugía por dentro en ese instante, y me habían elegido a mí como compañero de viaje.
Sin darnos cuenta, sin buscarlo si quiera, habíamos emprendido viaje hacia lo desconocido.
No sabíamos qué rumbo seguir, pero aun así surcábamos el mar.
La conversación podría catalogarse como feminista. Hubo historias del miedo que siente una chica al salir a la calle. Chicas de 14 años ya con el miedo instaurado en el manual de instrucciones. Chicas que a esa edad ya sentían la presión de las etiquetas y los roles a seguir.
Había tres chicos en la clase. La mayor parte del tiempo estuvieron en silencio. Pero escucharon. Quizás no sabían qué decir, quizás no querían decir nada. Tal vez se sentían presionados por tener que decir algo.
Pedimos su opinión, pero no forzamos nada. Podría entenderse que ellos no estaban en el barco, que aquel viaje no iba con ellos. Pero sé que escucharon. Algo dentro de mí me dice que era importante que estuvieran ahí. Y que ellos también aprendieron algo valioso de esta experiencia.
Hablamos de masculinidad, de niños que dejan de bailar ballet porque se burlan de ellos. Hablamos de chistes machistas y que si te los tomas en serio eres una “feminazi”. Hablamos de las diferencias de género, de las limitaciones que surgen de éstas. Hablamos de chicas que quieren hacer artes marciales y de que cuando les gusta el deporte, se suele decir que lo hacen bien “para ser chicas”.
Hablamos de hipocresía en los colegios, de que muchas veces importa más la reputación de la institución que el bienestar de los estudiantes.
Hablamos de mucho, sabíamos que lo que se hablaba tenía relevancia, pero todavía no entendíamos a dónde nos dirigíamos.
-¿Qué podemos hacer? –se preguntó.
-Nada –se murmuró.
Esa fue la primera respuesta, la automática. Pero no creíamos en ese “nada”. Creíamos en algo más. Creíamos en algo que todavía no conocíamos.
Al buscar posibles soluciones, no las encontramos. Pero al expresarnos con honestidad y valentía nos fuimos encontrando, unos a otros.
Hace falta ser valiente para zarpar a lo desconocido. Para no adaptarnos a algo que no está bien.
Y duele. Duele sentirte impotente, solo y pequeño. Hoy sentí mi conocida pequeñez reflejada en los ojos de esas personitas. Quizás ellas se sentían todavía más pequeñas que yo, sintiéndose adolescentes, escuchando que su voz está llena de hormonas, pero carente de experiencia.
Pero en todos ardía el mismo fuego, la misma llama que quema lo viejo, para dejar paso a lo nuevo.
En varios momentos me entraron ganas de llorar, tenía ganas de hacerlo, pero al final las lágrimas no brotaron.
Pero dije lo que sentía. Y me sentía orgulloso. Me sentía feliz. No habíamos encontrado soluciones, ni puesto fin a los conflictos. Pero me sentía orgulloso de esas personitas en frente mío. Me sentía tan afortunado por viajar con ellas.
Y al final, me di cuenta a dónde nos dirigíamos. El viaje nos llevó a lo desconocido.
Antes no sabía que lo desconocido era un destino. O bueno, mejor dicho, pensaba que el objetivo de ir hacia lo desconocido era conocerlo.
Pero, tal vez, la magia resida en no saber. En seguir latidos y escuchar historias. En juntar manos y caminar sin miedo.
Hoy me sentí valiente. Hoy todos fuimos valientes, quizás no por navegar hacia lo desconocido, sino por permanecer en él.
Esa es la verdadera valentía. Vivir en lo desconocido. En esa tierra donde las preguntas brotan y las respuestas no existen.
Y es que no sabemos si el mundo va a cambiar. No sabemos si las acciones que hieren dejarán de existir. No sabemos si las diferencias de género se evaporarán y surgirá una nueva relación entre seres humanos. No sabemos si los árboles talados volverán a crecer, o si los ríos contaminados podrán correr transparentes otra vez. No sabemos si la muerte nos reclamará hoy o mañana.
Y ser valiente significa aceptar que no sabemos, y aun así vivir. Aun así, creer y actuar en base a lo que nos late por dentro. Entregarte con todo lo que tienes, por algo que consideras justo y que valoras como sagrado, aunque no haya evidencia, aunque no haya respuestas ni teorías que nos respalden.
Hoy esas personitas de 14 años hicieron eso. Navegar con valentía por lo desconocido.
Al terminar la clase, tan solo quería decir una cosa:
-Que esto que acaba de ocurrir, siga con vida.

Dos horas después, tenía otra clase de adolescentes de 14 años. En esa clase una chica me dijo que había sacado un 9 en inglés del colegio. Estaba presumiendo que tenía esa calificación sin hablar ni entender el idioma. Yo le dije que la nota no importa mucho, que lo que de verdad cuenta es el aprendizaje.
Ella se enfadó y me dijo que estaba loco. Que lo único que importa en la educación es la nota que sacas. Con la nota puedes ir a la universidad y encontrar un buen trabajo.
Me preguntaron si yo saqué buenas notas en el instituto. Les dije que no.
-Por eso estás aquí, de profesor de inglés –contestó un chico. –Si no, serías arquitecto, ingeniero o alguna cosa importante.
Me sentí un poco triste. Pero no me sentí ofendido. En ese momento no. Tan solo me pregunté por qué me diría algo tan mezquino. Por qué diría algo tan solo por hacer daño.
Yo tenía claro quién era y por eso pude responder con amor y compasión. En ese momento no podía responder de otro modo. Porque las palabras que había dicho hacía dos horas, todavía respiraban en mi boca, aun latían con calidez en el pecho:
“Que esto siga con vida”. Que este amor, esta conexión, este viaje a lo desconocido siga con vida.
Está vivo. Y si quieres, tú también puedes unirte.

1 comentario:

  1. Lo importante en la vida es hacer lo que a uno le gusta, entonces sea lo que sea,ya no es trabajo, es diversión, realización, alegría de hacerlo, mas aun si lo que buscamos no es un medio para un fin, como la gran mayoría busca, una profesión lucrativa para hacerse rico, no importa si pisoteas a los demás.Eso no es de almas nobles

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