Hoy voy a hablar de Manu Ginóbili.
Manu es un tipejo de 1.96, de patas largas y brazos finos.
Nació en Bahía Blanca, Argentina, en 1977 y juega básket.
Manu va a cumplir 41 en julio y puede que finalmente este
sea el año en que se retire del baloncesto.
Al principio me enamoré de su juego, de su inestable
equilibrio, sus piruetas poco ortodoxas y sus engaños con la pelota. Pero sobre
todo, conecté con su intensidad, con esa manera tan suya de entregarse por
completo, de no reservarse ni una gota de sudor.
Hace 13 años lo veía galopar con su cabellera al viento. A
pesar de su constitución delgaducha, derrochaba fuerza, juventud y talento.
En esos tiempos, Manu lo ganaba todo y se daba casi por
descontado que así seguiría siendo.
A principios de los 2000’ llegaron las medallas olímpicas
con Argentina y los títulos NBA con San Antonio.
Creo que a Manu nunca le importó ser el protagonista. Pero
sí que quería competir, y ganar.
Por esos años, la victoria significaba llegar al podio con
Argentina y levantar otra vez el trofeo con los Spurs.
Pero el tiempo pasa y el pelo se cae. Los músculos pierden
consistencia, las piernas ya no corren tan rápido y la juventud se va
derramando por canalitos de arrugas.
En las olimpiadas de 2012, Manu y Argentina se quedaban sin
medalla por primera vez desde 2004.
En 2013, Ray Allen mataba las esperanzas de un nuevo título
para los Spurs.
La gente llevaba años diciendo que Argentina estaba vieja y
que los Spurs eran un equipo de ancianos.
Pero no fue hasta 2013 cuando yo también empecé a aceptarlo.
Sin embargo, al año siguiente, los Spurs volvieron a ganar,
una vez más. Se sentía justo. Era como cerrar una etapa.
2014 era el final perfecto, el de vivieron felices y
comieron lombrices. Era el final heroico, épico y glorioso. El final por todo
lo alto.
Pero a veces las historias no terminan cuando se llega a la
cima. A veces, las historian también cuentan el descenso, de pasos tranquilos y
pies cansados.
Ginóbili siguió jugando, pero ya no ganó nada más. Al menos,
en cuanto a títulos y medallas.
Manu jugó, de manera inesperada, las olimpiadas de Río y
Argentina fue eliminada en 8vos de final. Perdieron contra Estados Unidos y sin
nada reseñable que añadir.
Y sí, ese equipo de Argentina no era el de antes. Ni tampoco
tenía los mismos objetivos.
Manu dijo que el simple hecho de estar ahí, en unos juegos
olímpicos, por cuarta vez en su vida y a los 39 años, era un regalo.
Manu juega menos y cada año está más calvito. Cada vez mete
menos puntos y sus estadísticas están en declive constante.
Pero Manu sigue siendo Manu. Y algo que disfruto, celebro y
agradezco es verlo jugar. Y ver que sigue teniendo el mismo fuego en los ojos,
la misma determinación cuando entra a canasta entre gigantes atléticos y 15
años más jóvenes que él. Lo único que ha cambiado es el resultado, ya que ahora
hay más caídas y fallos.
Quizás me equivoque, quizás esté idealizando a Manu, pero
siento que ya no juega para ganar un nuevo título.
Siento que el Manu de ahora juega por puro amor al deporte,
porque lo disfruta. Disfruta jugar y él solo sabe jugar de una manera, dando
todo lo que tiene.
Las victorias ahora son distintas.
Los Spurs están eliminados de los playoffs desde hace más de
un mes. Tan solo ganaron un partido en las eliminatorias. Un partido. Pero un
partido bastó para sentirse campeón, para echar los puños al aire una vez más y
rugir victorioso.
En Rio, hubo un partido contra Brasil, uno que vi desde
Estados Unidos, en el borde de un sofá muy cómodo. Me temblaron las manos, se
me puso la piel de gallina y terminé con los ojos empapados. Argentina ganó y
celebró en el centro del campo, abrazados, cantando, riendo y llorando.
La victoria no dio premios, tan solo cansancio. Tanto así
que Manu no jugó el siguiente partido y Argentina lo perdió por paliza.
Entonces, ¿De qué sirvió?
Sirvió para disfrutarla, sufrirla, vivirla. Sirvió como
ofrenda al básket. Sirvió para recordar que esa sería la última victoria de
Manu con Argentina.
Y esa es la belleza que brota de aquello que es consciente
de su final. A veces vivimos como si este momento fuera a durar para siempre.
Damos por sentado lo que tenemos y a los que nos acompañan.
Pero todo lo que respira está destinado a dejar de hacerlo.
Nacer, vivir y morir, para dejar paso a los que vienen. Ese es el ciclo
natural.
Y cuando lo aceptas, cuando dejas de resistirte a
desaparecer, te entra una liberadora sensación de ligereza.
Esa comprensión de que todo acaba, aclara los ojos y te
permite ver lo que de verdad importa.
Y puedo ver esa claridad en Manu.
Después de tantos años viéndolo jugar, quizás ésta es la
etapa que más estoy disfrutando.
Estos años de crepúsculo me han enseñado mucho. He aprendido
a valorar los detalles de los días cotidianos. He dejado de hacer diferencias
entre partidos importantes e irrelevantes. Porque todos los partidos importan.
Y en esto no hablo solo de básket, sino de la vida misma. No
hay días más importantes que otros. Dan un poco igual las fechas señaladas en
rojo del calendario. Cada momento es sagrado, una oportunidad para vivir,
sentir, expresar y compartir con total intensidad.
Eso he aprendido de
Manu. Porque si hay algo que el tiempo no le ha quitado, es su esencia, esa
esencia salvaje y alocada con la que salta a la cancha.
Manu colgará la camiseta en algún momento. Y entonces, Manu,
dejará de ser el número 20 de los Spurs y el 5 de Argentina. En ese momento
Manu pasará a ser una personita con el sendero de la vida a sus pies. Y tengo
la intuición de que haga lo que haga después, seguirá marcado a fuego con su
esencia.
Todo acaba. Todo se derrite y desvanece. Pero, ¿Queda algo?
Sí. Queda lo invisible, pero que se siente. Queda esa
esencia ajena al tiempo, ese fueguito que vive en la ceniza.
No sé cómo un jugador de básket puede inspirarte de este
modo. Pero creo que para mí la verdadera inspiración es ver a Manu como un ser
humano más. Lo veo un tipo normal, y más que admiración, es cariño lo que
siento hacia él.
A veces me gustaría poder encontrármelo en un parque, no
para pedirle autógrafos ni fotos, sino para acercarme y decirle: “Gracias,
gracias de corazón”.
P.D.: He leído el texto y no sé si he logrado transmitir lo
que siento. Tampoco estaba seguro de compartir esto en el blog. No creía que a
la gente le fuera a importar mucho lo que pueda decir de Manu Ginóbili. Pero
luego pensé, ¿Por qué escribo? Y también pensé, ¿Cuántas personas van a leer
esto? Y después pensé, ¿Qué es lo que importa cuando escribo?
Y recordé que escribo para compartir lo que siento, lo que
borbotea en mi interior. Y allí, en mis adentros, quería escribir un texto para
Manu, así que aquí está.
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