Empecé a ver la NBA en 2002. Vi a los Lakers conseguir su
tercer título seguido. Vi a los Spurs ganar en los siguientes años impares,
dando oportunidad a Detroit y Miami a coronarse entre medias.
Vi a los Celtics y el resurgir de los Lakers entre 2008 y
2010. Los vi hundirse de nuevo y en Miami levantarse otro reinado, no sin antes
permitir a los Mavs saborear la merecida gloria aunque sea por un año.
Disfruté, me emocioné, lloré y celebré con los Spurs en
2014. Y sentí prácticamente lo mismo con la histórica remontada de los Cavs en
2016.
Pero en 2017, sentí que lo que ocurría era injusto. Durant
se iba a los Warriors y rompía el equilibrio de la liga. Deshacía la
competición, destripaba la emoción y convertía a la NBA en algo aburrido y
predecible.
Siento que Durant es un buen tipo. Klay Thompson no me
disgusta. Respeto el talento de Curry, aunque no me hacen demasiada gracia sus
celebraciones y su protector bucal. Pero a Draymond Green no lo aguanto.
He intentado averiguar cosas sobre su vida para poder
empatizar más con él. Y tal vez pueda respetarlo y honrarlo como ser humano,
pero su conducta me da asco. Me irritan sus burlas, sus bailecitos, sus gritos,
su actitud… Es un jodido provocador, y disfruta tanto provocando las sensaciones
que ahora mismo tengo. Eso es lo que más rabia me da, que afectándome lo que
hace, estoy alimentando sus acciones.
Y ahora entra otra parte de mí, que pregunta: ¿Qué más da? ¿Qué más dan las burlas de
Draymond Green? ¿Qué más dan las finales de la NBA? ¿Qué más dan unos tipos
altos botando un balón naranja? ¿Por qué me afecta? ¿Por qué veo resúmenes
diarios y a veces me desvelo para ver la pinche pelota naranja?
Ni siquiera juego tanto baloncesto ahora. Ya no estoy en un
equipo, no compito ni pretendo hacerlo. Tan solo voy a una cancha cercana y
lanzo tiros y corro hasta que me canso.
La NBA es un negocio de miles de millones de dólares. Y aun
así, a veces siento auténtica tristeza cuando un jugador que me gusta pierde y
se siente mal. Empatizo con él y tan solo quiero que las cosas le salgan mejor.
Pero ese tipo gana millones, tiene una vida increíblemente privilegiada y su
mayor decepción es perder un partido de básket.
A veces me siento mal por gustarme la NBA. Lo veo como algo
superficial, una lucha de egos y búsqueda de grandeza que se concentra en un
trofeo. 30 equipos compitiendo en una carrera en la que tan solo uno puede
sonreír al final de junio, mientras los demás lloran desconsolados.
Todo para que el circo empiece una vez más en octubre, con
más dinero, más publicidad, más historias de prensa, con sus rumores,
exageraciones y entretenimiento.
Es una locura lo que hemos creado alrededor del deporte. Y
también me jode que solo veo deporte masculino. Nunca en mi vida he visto un
partido de la WNBA y nunca en mi vida he tenido una atleta femenina por la que
he sentido admiración.
Eso me preocupa, porque siento que estoy ayudando a
perpetuar un esquema de héroes puramente masculinos.
Por eso, a veces pienso que sería mucho mejor para mí y para
el mundo si apoyara y contribuyera a un deporte en el que ambos géneros puedan
ser protagonistas.
¿Por qué estoy condicionado a consumir tan solo deporte
masculino?
Y encima, ya no solo está el problema del género. También
está la competitividad, la agresividad, la sensación de que lo único que
realmente importa es ganar. El discurso de que tan solo importa llegar primero,
y que si no lo haces, nada ha tenido sentido.
Y claro, por eso me frustro al ver la hegemonía de los
Warriors durante los últimos años. Porque yo también tengo ese discurso
integrado. Yo también creo que lo único que importa es llegar primero.
Pero, por mi salud mental y mi evolución como ser humano,
creo que es hora de cambiar ese discurso.
El básket me apasiona, eso no lo puedo negar. Me gusta botar
la pelotita naranja y meterla por ese cilindro con red. También me gusta ver
partidos y ver seres humanos con pantalón corto correr por una cancha de
parqué. Pero, ¿Qué es lo que importa de verdad?
¿Importa que ganen los Cavs y que LeBron agrande su legado?
¿Importa realmente quién levanta un trofeo dorado?
Es difícil recordar que aquello en realidad no importa. Más
que nada porque la importancia del título y el trofeo se parlotea por todos
lados. Para muchos aficionados y amantes del deporte, lo único que cuenta es si
te quedas con el trofeo o no.
Entonces, ¿Ganar no importa?
Si consideramos que ganar es meter más goles, más canastas o
anotar más puntos, entonces no; ganar no importa.
Ese afán por ganar es un problema profundo de la humanidad.
Es por esa obsesión que competimos unos contra otros, que creamos rivalidades,
alianzas, disputas y guerras.
Parece inocente luchar por un trofeo e intentar sobreponerte al resto. Pero creo
que no lo es.
Yo ahora mismo siento rechazo y asco hacia seres humanos,
tan solo porque juegan en un equipo que no me gusta. Siento rechazo y asco por
ellos… Y no sé, en general no siento esas cosas con facilidad. Pero con el
deporte es muy fácil despertar esas sensaciones, ese odio y agresividad.
Y lo normalizamos. Se ve como normal odiar a tus rivales. Si
te gusta el Madrid vas a odiar al Barsa…
Pero, yo no quiero seguir odiando a los Warriors. Mi corazón
lleva almacenando odio hacia ellos durante casi dos años y no me sienta bien.
¿Qué puedo hacer?
Creo que seguiré viendo la NBA. Pero siento que puedo
empezar a verla de un modo distinto. No sé si seré capaz, pero al menos quiero
estar abierto a la posibilidad de ver partidos, emocionarme, celebrar y al
mismo tiempo saber que es tan solo un juego, que lo importante son las
personitas y la conexión que existe entre todos.
Quiero darle otra oportunidad a la relación que tengo con
Draymond Green y verlo como un ser humano en lugar de jugador polémico y
provocador del equipo que odio.
Y también quiero incursionar en otros deportes y actividades
atléticas. Deportes en los que los que para ser protagonista no necesites ser
hombre y estar entre los 20 y 35 años. Deportes que celebren las increíbles
capacidades del cuerpo humano y que no necesiten de trofeos para engrandecer la
actividad realizada.
Participar y apoyar esas actividades puede ser muy importante
para crear un mundo distinto.
Deportes que nos unan, que nos unan a todos, sin separarnos
en bandos. Deporte en el que podamos entregar hasta la última gota de sudor,
lanzarnos por el piso, embarrarnos y rugir con fiereza. Pero que el rugido no
hiera, sino que aliente.
Deportistas que no busquen ser meros maniquís de las
empresas. En resumen, que el deporte no se vuelva tan solo comercio, que
conserve su valiosa esencia, que como todo lo esencial, no tiene precio.
P.D.: Hace algunos meses empecé a ver American Ninja Warrior
y conecté de manera muy especial con ese deporte. La plataforma televisiva es
muuuuy americana y estereotípica, pero la energía que se respira en esos
circuitos de obstáculos es muy especial. Los participantes van desde 21 años a
más de 75. Hay enfermos de cáncer, personas que sufrieron abusos, gente normal,
tipos privilegiados, madres, padres y hasta humanos con piernas protésicas.
Hay un premio gordo para el ganador, pero realmente siento
que el motivo por el que la mayoría participa no es hacerse con el premio, sino
demostrarse algo a sí mismos y compartir con el mundo, durante una carrera de
obstáculos, lo que llevan dentro.
Además, en el programa descubrí a Jessie Graff, que se ha
convertido en mi primera gran inspiración femenina del mundo del deporte.
Es mi ninja favorita y cada vez que la veo en la pista, me
deja con la boca abierta, el corazón acelerado y la piel de gallina.
Así que bueno, ya era hora de que Ginóbili y Patty Mills,
mis dos atletas favoritos, tuvieran compañía.
Compañía que, seguramente, seguirán aumentando y nutriéndose
de diversidad.
Y por supuesto, en todo este discurso no he mencionado
todavía a la que quizás es la personita más importante. Se llama Colleen
Fugate, vivo con ella y es en definitiva, mi deportista favorita.
Al principio, tengo que ser sincero, sentí cierta rabia al
ver que una chica era mejor que yo en muchas actividades físicas. Pero cuando
salí de mi cascarón de macho dominante, me sentí feliz y tremendamente
agradecido por compartir mi vida con una cabrita de montaña. Una cabra con
patas de lince y aletas de delfín. Una persona que corre, hace yoga, flexiones,
trepa árboles y se va a la nieve en sandalias.
Quizás esté bien ver héroes deportistas que salen en la
tele, pero tal vez podríamos empezar a abrir los ojos y ver lo que tenemos a
nuestro lado. Quizás ahí, en tu mismo barrio, en tu propia casa, te encuentres
con auténticos atletas.
Puede que incluso, un día hagas algo que no te esperas y
empieces a sentir admiración hacia ti mismo y las increíbles capacidades de tu propio cuerpo.
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