miércoles, 18 de julio de 2018

Más


Es media noche. La computadora descansa sobre una mesa de madera amarillenta.
Hay una mamá tomando agua en la cocina, un hermano jugando con las teclas del piano. Hay varios seres humanos en esta casa. Hay cereales de maíz, ajís en vinagre y papayas puestas boca abajo en la nevera.
Hay una canchita de pasto medio seco al otro lado de la ventana. Hay luna que crece y estrellas que adornan la noche.
Mañana se cumplen tres semanas desde que llegué.
El tiempo vuela, pero de algún modo, también se ha detenido.
El futuro parece que recién llegará mañana, y el mañana, como siempre, se sigue postergando.
El domingo pasado hice una excursión y ayudé a niños a trepar árboles. Le dije gracias a un toborochi e hice alabanzas a una fogata, acompañado por canticos tribales.
Fue un día muy lindo, uno de esos que te deja el cuerpo reventado, los pies hinchados y el alma sonriente.
Los días se van transformando en recuerdos y hoy sentí muchas ganas de escribir.
No sé qué decir, pero quiero escribir.
Quiero escribir acerca de mis pequeñas rutinas diarias. Todos los días desayuno largo y despacio, esparciendo mantequilla y echando avena a jugos de naranja. Voy al súper a comprar queso, le doy los buenos días al portero y bromeo  con mis hermanos.
A veces me descubro queriendo más. Siempre se puede querer más.
Vi el mundial de fútbol como no lo hacía en muchos años. Durante los partidos nos apoltronábamos en un sofá de tres plazas alentando a tipitos corriendo por algún césped de Rusia. Y disfruté mucho de la experiencia, sobre todo cuando la final acabó y la presidenta de Croacia salió al campo de la mano de Macron. Llovía y ella lloraba de emoción, regalando abrazos que se veían auténticos.
Me gusta detenerme de vez en cuando, cada vez que lo piden las piernas, y observar las huellas del camino recorrido. Las pisadas se irán perdiendo entre hierba, polvo y viento, pero siento que hay algo de ese sendero que sigue conmigo.
Es como que al cerrar los ojos puedo vivir de nuevo todo lo que ha pasado. Y me gusta, me gusta sentir que Lugo y mis amiguitos están aquí, latiendo en estas tierras tropicales.
Me siento bien, pero septiembre ya empieza a preguntarme qué voy a hacer.
Y yo sigo posponiendo la respuesta que voy a darle.
No sé si estoy escapando del futuro o si todavía no es momento de mirarle a los ojos y plantearle mis planes.
De momento, la vocecita de mi interior me susurra: “Tranquilo, deja correr las cosas”.
La excursión con las niñas del domingo me recordó que pasar días con cachorros humanos me llena el corazón.
Me siento niño, ligero, curioso y despreocupado. Me siento adolescente, dudoso, cambiante y perdido. Y también, me siento adulto, con conocimientos que cercan posibilidades y ojos que juzgan antes de ver.
Pero ante todo, me siento personita, humano bípedo y con pulgares oponibles. Aunque ahora mismo mi pulgar izquierdo no es muy oponible, debido a una dobladura medio grave jugando básket.
Además, me estoy dando cuenta de que tal vez no haga falta esperar a septiembre para tomar grandes decisiones. Tal vez, ni siquiera haga falta tomar grandes decisiones.
Estoy aquí. Bolivia. Hermanos. Mamá, primos, Arubai, familia. Estoy aquí. Y no puedo estar en otro sitio más que aquí. No quiero preguntarme qué voy a querer decidir en septiembre.
Septiembre no es más especial que hoy. Hoy escribo. Hoy expreso lo que llevo dentro. Y eso es lo único que quiero hacer. Expresar y compartir.
Arielito, Arielito. ¿Recuerdas cuál es tu propósito para este año?
Sí, lo recuerdo. No se trata del futuro, no se trata de septiembre, de posibles trabajos, ni de dónde vas a vivir.
Mi propósito de este año es amarme. Por eso me hablo con cariño y soy paciente con mis arranques de inseguridad.
No te preguntes si lo que estás haciendo es suficiente, no te preguntes si puedes hacer más. Siempre se puede hacer más. Pero la vida no se trata de eso. El “más” hay que dejarlo para las sumas.
No hace falta hacer más cosas, o hacerlas mejor. No hace falta más seguridad, ni más textos en el blog. No hace falta escribir más.
La seguridad está dentro, en esa certeza interna, esa confianza que no puede justificarse, en la intuición de que las cosas saldrán bien. Bien no como opuesto de mal, sino como Bien, Bien a secas, sin opuestos de contradicciones. Ese Bien que no se puede discutir ni argumentar, ese que no sale automático y sin pensar cuando te preguntan qué tal, sino que se siente borbotear dentro, como un volcán de sonrisas incontenibles que te rascan la barriga.
No te obsesiones con más Arielito.

Abrazando y dando gracias al Toborochi, el árbol panzoncito

No hay comentarios:

Publicar un comentario