jueves, 25 de julio de 2019

Personitas del Mundo


Existen personas que matan y personas que ayudan a dar a luz. Hay personas que cortan árboles y otras que los plantan. Personas que fumigan plantas y personas que salen a la calle para protestar por dichas fumigaciones. En el mundo hay personas con millones en el banco y gente sin cuenta bancaria.

Hay personas oscuras y claras. Hay ojos grandes y chiquitos. Narices protuberantes, finas y largas. Hay orejas de lóbulos colgantes, cubiertas en pendientes y peludas por dentro. Hay rostros con arrugas, verrugas, lunares y pecas. Hay melenas que ondean al viento y calvas que brillan al sol.

Conozco personas con grandes ambiciones y personas que no tienen claro a lo que aspiran.

En un aeropuerto, me encontré con un peruano canadiense, que es músico y se inspira en los atardeceres sobre una laguna para componer sus melodías.

He conocido gente que habla y personas que callan. Oídos que escuchan y bocas que parlotean.
He conocido personas de aquí y de allá. Gente de islas, gente que migra, gente que se queda, gente que busca y que a veces encuentra.

Me han contado sueños humanos, esperanzas que sufren y pasados que se anhelan. También me han hablado de futuros inciertos, caminos difusos y pies que caminan, sin importar la incertidumbre.
Las personas se mueven, incluso sin piernas. Todos se desplazan, cambian de piel, evolucionan y aprenden, aunque no se den cuenta.

Sin embargo, hay personas que me dan miedo, personas en las que me cuesta tener fe, ¿Será que ellas están avanzando también?

En ocasiones me pregunto quién soy yo para juzgar, pero luego me cuestiono hasta qué punto las acciones se pueden justificar.
Y de nuevo, surge otra pregunta, ¿Por qué ellos? ¿Quiénes son ellos?
La gente mala, los que destruyen, cuchichean y traman planes malvados. ¿Quiénes son?

Lo cierto es que no los conozco.
Sin embargo, conozco personas que han votado a Donald Trump y gente que cría gallos para peleas. Conozco gente que tira bosques para realizar monocultivos. Conozco personas que venden huevos de tortugas y gente que no cree en el feminismo.

Y, la verdad, no puedo decir que ninguna de ellas sea mala. En realidad, todas ellas son personitas normales, con sus sueños y temores, con seres queridos, hobbies e historias personales. Siendo sincero, realmente no veo ninguna diferencia significativa entre ellos y yo. Todos tenemos una serie de principios y códigos morales, pero, por algún motivo, a veces creo que solo los míos y los de aquellos que piensan como yo, son correctos. Pero, ¿Por qué?
¿Por qué ellos están equivocados y yo no? ¿Y si es al revés? ¿Por qué son ellos los que tienen que cambiar sus creencias?

La verdad cae por su propio peso, creo que es así la frase, ¿Verdad?
Tiene sentido. Si lo que siento es auténtico, no necesito imponerlo. Se manifestará por su propio peso. Pero, entonces, seguiría habiendo una guerra indirecta entre sus creencias y las mías, una espera a que se dictamine el veredicto oficial, que mostrará finalmente quién tiene razón.
Pero, ¿Y si nadie la tiene?

¿Qué pasa si dejo de querer tener razón?
De hecho, eso fue lo que sucedió cuando conocí a las personitas que menciono anteriormente. Dejé de intentar tener razón y las escuché. Y cuando me olvidé de creencias y valores, las comprendí. No fue un esfuerzo, ni un proceso consciente. Ocurrió sin darme cuenta, en cuanto mis oídos se abrieron y mis ojos observaron de verdad al ser humano que tenía en frente.

Lo que no sé, es cómo esa comprensión puede curar nuestra violencia y egoísmo. Pero, de algún modo, siento que es el único camino para hacerlo.

Y supongo que eso es lo que me quieren decir las palabras de este texto, que siga confiando en las personas, que siga creyendo en nosotros.

Al final, eso es lo que me hace derramar lágrimas de vida; vernos, a todos, y sentir que estamos juntos, nos guste o no. Toditos en el mismo sendero, dando forma al río de la humanidad.

Respiro. Hay tiempo. El amor existe. Está aquí.



miércoles, 12 de junio de 2019

Querida Lluvia:


Gracias. Gracias desde el fondo de mi corazón.
Te esperé mucho tiempo, mirando al cielo, buscando indicios de tu llegada. Pero los cielos seguían azules y la tierra seca.
A veces, no podía evitar sentirme culpable al ver que no venías. Quería pedirte perdón por cortar bosques a los que nutres y lanzar humo a tus reinos.
A veces, sentía que no te merecíamos. Pensaba que tu ausencia era una especie de castigo, uno bien merecido. Quizás lo estabas haciendo apropósito, y yo no te lo hubiera echado en cara.
No podría haberte culpado que dejaras de creer en nosotros. Quizás había otros mundos que valoraran más tu regalo, mundos lejanos que supieran apreciar lo que nos brindas.
Ese era mi mayor miedo, ¿Sabes?
Que nos abandonaras. Que todo lo que es sagrado y verdadero nos abandonara. Que te canses y digas basta. Que te vayas y no vuelvas. Que nos dejes solos, con todas las heridas abiertas.
Te necesitaba tanto que casi cada noche soñaba contigo. Soñaba con truenos, rayos y cielos oscuros. Soñaba con agua que ruge y arrastra, ríos que crecen y brotes que emergen. Pero al final siempre tocaba despertar y asumir que no estabas. Que todo seguía igual.
Hasta que un día llegaste. Lo hiciste de a poquito. Primero tan solo te dejaste sentir en gotitas pequeñas. Luego con más insistencia. Con el paso del tiempo, tus nubes fueron cubriendo el cielo, hasta que caíste con fuerza, haciéndome saber que habías vuelto, que de verdad estabas aquí. No puedo describir la alegría que tamborileaba en mi pecho. ¡Habías vuelto! Después de todo, no nos habías abandonado.
Contigo aquí, hay esperanza, hay vida, hay promesas de futuros verdes.
Luego, dando un paseo, observando tus efectos en el paisaje, por fin comprendí lo que me querías decir:
No puedes abandonarnos, porque tú y yo somos lo mismo. No estamos separados. Tú no caes del cielo y yo no estoy anclado en la tierra. Soy lluvia. Soy vida. Soy parte de este mundo.
En realidad, no tenía miedo a que tú perdieras la fe en nosotros, sino a perder la fe en mí mismo. Creer en ti es en realidad creer en mí.
Y llegaste, con rayos y truenos, tal como lo había soñado. Viniste con ranas, toda clase de escarabajos y hormigas voladoras. Trajiste barro, humedad y le diste gran volumen a mi pelo. ¡Gracias por eso!
Somos lluvia, con forma humana. Las colinas se van tiñendo de verde y yo todavía tengo miedo, esta vez, a que te vayas. Y sé que te irás. Pero hoy estás aquí y cuando te toque partir, te desearé un buen viaje y esperaré con calma tu regreso. Porque volverás. Siempre vuelves.
No necesitamos perdonarnos ante la naturaleza, necesitamos perdonarnos a nosotros mismos. Porque nosotros somos la naturaleza. No necesitamos creer que los bosques sanarán y que el agua volverá a correr cristalina. Necesitamos creer en que nosotros podemos sanar y crear el mundo en el que queremos vivir. Un mundo de tortugas marinas, ballenas jorobadas y árboles milenarios. Un mundo del que nos sintamos orgullosos, uno que podamos enseñar sacando pecho a los aún están por llegar.
Y ese mundo, querida lluvia, está aquí. Aquí mismo. En el canto de las gallinas del patio, en los gusanos que se revuelcan en el lodo y los manguitos que gotean desde sus ramas.








jueves, 25 de abril de 2019

Suerte y Gratitud


Las personitas por las que siento más admiración tienen algo en común; todas ellas son conscientes del papel que juega la suerte en sus vidas. De un modo u otro, esas personas que admiro tienen facilidad para comprender que lo que han logrado, en gran medida, fue gracias a eventos inexplicables, vientos favorables, caminos que se abrieron en el momento preciso y manos que las levantaron después de tropezar.
Admiro a estas personas porque yo siento lo mismo. Personalmente, creo que soy muy afortunado y no veo que haya hecho nada especial para merecerlo.
Crecí en un ambiente que me invitaba a cuestionar y reflexionar. De niño nunca se me cerraron las puertas a desarrollar sensibilidad y otras áreas que suelen considerarse más “femeninas”.
La atmósfera que me envolvió y las personas que guiaron mis pasos durante la infancia y adolescencia fueron plantando las semillas de quien soy ahora.
Así es como veo el sendero recorrido hasta el día de hoy, un sendero no exento de caídas y desafíos, lleno de expectativas que no se cumplieron y cambios inesperados.
Pero, de algún modo u otro, creo que las puertas siempre se han abierto y de momento, nunca he sufrido carencia alguna.
No creo que eso haya ocurrido porque yo lo merezca más que otras personas o porque sea especial en algún sentido. Tan solo siento que la suerte, hasta ahora, me ha acompañado.
No hay otra manera de decirlo. Siento que tengo suerte y a decir verdad, espero seguirla teniendo.
La suerte es algo tan difícil de explicar o comprender. A veces se niega su existencia, o se la utiliza como excusa. En ocasiones se le culpa, se le reza y hasta se le implora.
Yo, por lo general, disfruto de danzar con la suerte sin hacerle demasiadas preguntas. Pero si algo he descubierto acerca de la suerte, es que va de la mano de la gratitud.
Quizás suene extraño, pero la experiencia me ha ido enseñando que cuanta más gratitud expreses, más afortunado te sentirás. Y tal vez solo sea un autoengaño. Puede que tu suerte no aumente al sentirte agradecido, sino que ese mismo estado de gratitud te predisponga a sentir los vientos soplando a tu favor. Pero algo me dice que esas dos, suerte y gratitud, sí que están relacionadas de una manera profunda.
Y en esa relación, no sé cuál llega primero, si la suerte o la gratitud. Para mí está claro que cuando hay suerte, uno agradece, y cuando uno agradece, eso aumenta la sensación de tener suerte.
El problema es que creo que a veces tenemos suerte y no estamos agradecidos por ella. Pasamos de largo, o incluso peor, maldecimos nuestra fortuna y las cartas con las que nos ha tocado jugar.
Creo que es una gran suerte tener familia que te apoye, o comida sobre la mesa, agua potable e incluso aire que llene los pulmones. Pero con demasiada frecuencia damos eso por sentado.
Y podríamos decir que la vida se convertiría en algo abrumador si nos pusiéramos a agradecer por cada pequeño detalle que se nos regala. Pero, una vez, más, de a poco voy comprendiendo que no hay detalle pequeño. Y al menos por experiencia propia, todavía no he llegado a sentirme tan agradecido que resulta incómodo.  Eso sí, en muchísimas ocasiones la gratitud ha llegado a abrumarme, tanto, que tenía que llorar y reír al mismo tiempo para que ésta pueda fluir por mi cuerpo.
Cuando la gratitud te llena, uno hace cosas raras. A veces me he hincado de rodillas y extendido los brazos al cielo, he soltado rugidos, bailado como espiga al viento, untado de barro y lanzado besos al sol y a las estrellas.
La gratitud, creo yo, tiene su esencia en la vulnerabilidad de la vida. No sé cuánto voy a vivir, no sé lo que va a ocurrir, no sé si quedará planeta si seguimos consumiéndolo a este ritmo. Pero agradezco este momento, agradezco esta noche en la que escribo tranquilo, en la que cantan grillos y rugen olas. Agradezco la vida que late en mí y me siento afortunado por el retumbar del corazón en el pecho.
No creo que podamos controlar lo que va ocurriendo por el sendero vital. Es decir, no creo que podamos elegir nuestra suerte. Llegamos a esta vida con las cartas que nos tocan, llegamos con predisposiciones genéticas, morenos, blancos o color cacao. Venimos con piernas flacas o torsos anchos, facilidad para el arte o las matemáticas. Venimos en formas y contenidos infinitos, y eso, no se elige. No se eligen los accidentes, las desventuras, ni esos momentos de magia, en los que todo encaja. No elegimos cuando llueve, ni que nos gusten los chicos o las chicas.
La suerte no se elige, llega. Y el simple hecho de comprender eso, hace brotar gratitud, tolerancia, humildad y compasión.
Si tengo éxito en algo, no es realmente por mí, sino por todo lo que ocurrió y contribuyó a ponerme en esa situación. Si alguien es mezquino, o egoísta, probablemente su suerte y circunstancias jueguen un papel importante en dicha actitud.
La gratitud abraza a la suerte, la comprende y no le pide que cambie, no le exige que se vuelva más fiable o predecible, no le pide que transforme su naturaleza escurridiza y misteriosa. La gratitud no necesita asegurarse que la suerte será buena, tan solo confía en ella, sin ningún motivo en particular, tan solo lo hace, como lo haría una buena amiga, por puro amor incondicional. Así describiría la relación que tienen esas dos.
Y por último, hoy me gustaría darnos un consejo, o bueno, en vez de consejo, llamémoslo brindis:
Detengámonos un momento, respiremos con calma y permitámonos sentirnos agradecidos, por este momento y por el misterio del porvenir, que no controlo, pero en el cuál confío.



domingo, 7 de abril de 2019

Escribir y compartir


La garganta todavía raspa un poquito. Las gallinas trepan tejados de metal y los mangos crecen, poniéndose rojos, preparándose para la inminente temporada.
Estoy vivo. Estoy feliz. Me siento agradecido por estar aquí.
A veces me preocupo por la lluvia y por grandes troncos que se transportan en camiones por la carretera. Me pregunto si el planeta aguantará mucho más.
En otras ocasiones me preocupo por cosas más pequeñas, tales como mi apariencia, por lo que haré mañana o por lo que piensan de mí los demás.
Pero, si soy sincero, la mayor parte del tiempo estoy bien. Disfruto y aprendo de esta experiencia vital. Cocino con cariño, abrazo cerrando los ojos y respiro siendo consciente del aire que penetra los pulmones.
Intento recordarme cada día lo que de verdad importa y me repito el mantra de que queda tiempo, que Arbolia existe y que está aquí.
El mundo con el que sueño, no está lejos, está aquí, en las acciones diarias, en lo que pienso, digo y siento en cada instante. Como escuché decir a Eduardo Galeano una vez, “Este mundo cansado y viejo está preñado de uno nuevo”.
Los sueños no viven en el futuro, laten ahora, sobre esta mesa en la que escribo. Son semillas, brotando, despacito, abriéndose camino sobre cualquier terreno.
Yo sigo enseñando inglés, entrenando fútbol, acompañando niños de aquí para allá. Como aguacates a diario, barro el porche cada dos días y salgo al arroyo a hacer ejercicio. Levanto piedras, me deslizo como serpiente entre la arena y dejo que el sudor vaya inundando mi rostro.
Hace tiempo que no escribo para ustedes. Pero, he estado escribiendo mucho, he estado sumergido en historias que despiertan mi alma, he estado llenando páginas de un cuadernito de colores.
En este tiempo me he sentido en paz sin forzarme a compartir lo que me pasa por la cabecita. Pero las cosquillas de mostrar lo que voy aprendiendo y descubriendo me han llevado hasta aquí. No sé quién leerá esto. Pero al escribir, imagino familia, amigos y desconocidos.
Antes decía e intentaba convencerme de que solo escribo para mí. Pero en este tiempo sin publicar nada, me he dado cuenta de que no es algo tan simple y dicotómico. Escribo por mí, pero también escribo por ustedes. Ustedes son un impulso, una llamada, una fuente de inspiración. ¿Quiénes son ustedes?
El mundo. Son el mundo, con mil rostros distintos y cabezas diversas. Escribir es mi manera de compartir lo que soy con ese mar de gente. No sé cuántas personas leerán esto, pero las palabras escritas están ahí, a disposición de quien las quiera. Escribir es como regar lo que soy por el sendero vital. Es conectar lo que hay dentro con lo de fuera. Al publicar algo, al compartirlo, me siento como un río que acaba de llegar al mar. Siento que las palabras brotan de alguna fuente lejana, un manantial escondido en alguna montaña de pastos verdes. Desde ahí las escucho y voy jugando con ellas, insertándoles emociones y experiencias, dejándome llevar y a la vez navegando, fluyendo por cauces internos hasta conectar con el mundo, la vida, el mar. Y así, siento que soy más que un simple individuo. Creo que todos lo somos. Creo que formamos parte de algo más grande, la vida nos entrelaza por medio de raíces, agua, tierra y átomos que danzan por el vacío.
Ya les iré contando más.
De momento, les digo que estoy bien. El corazón late, la barba crece y los pies andan.
Gracias por estar aquí. Quizás suene extraño, pero siento que los quiero, más de lo que se puedan imaginar.
Creo que el amor, al menos para mí, es eso, algo que no se dirige a alguien en concreto, sino más bien una fuerza que te llena, incluso inunda, algo que te hace sentir la imperiosa necesidad de compartirlo.
Supongo que ese es el verdadero motivo de crear este texto, compartir el amor que late en mí con el mundo. De hecho, esa es la razón por la que escribo, y también por la que vivo.