lunes, 31 de marzo de 2014

SUEÑOS

Esto probablemente sea lo más personal que he escrito, algo que me latía por dentro.
No me paré a pensar en si estaba bien redactado o si tenía algún sentido. En un principio creí que lo mejor era guardarlo para mí y no compartirlo, pero... ¿Por qué no? Después de todo, la vida es dar.



Sueños, sueños, sueños  ¿qué son esos pequeños retazos de ilusión que flotan por nuestra mente?
Hay quienes sueñan con la vida, otros que viven soñando, algunos tan solo sueñan con los ojos cerrados, pero todos, de alguna manera lo hacen.
Puedes soñar con la grandeza, ser reconocido, conseguir un trabajo exitoso, que la gente te estreche la mano y te mire con admiración. Puedes soñar con llevar trajes que cuestan más dinero que vivir un año entero en Filipinas, o con lucir un collar de diamantes, tan brillante que haga relucir la envidia en los ojos de los que lo miren. Puedes soñar con cosas materiales, tan diversas como puedas imaginar, puedes soñar con el amor, con conseguir a esa persona especial que hará que tu vida de un giro completo. Por soñar, puedes soñar con pilotar una nave espacial y zarpar hacia el ingrávido infinito, puedes soñar que tu equipo del alma por fin gane un campeonato, o que finalmente ganas la lotería, puedes soñar con una familia, puedes soñar cualquier cosa, con animales parlantes o la fórmula de la inmortalidad, lo que sea, la imaginación está a tu disposición para crear lo que tú quieras…
Pero claro, los sueños, sueños son, o al menos eso es lo que he leído. Sin embargo, yo nací y crecí soñador y aunque tal vez mis pies reposen sobre la tierra, mi espíritu ha dado ya mil vueltas al mundo y mis ojos nunca se cansarán de mirar hacia el cielo azul que me deslumbra.
Sueño con echar una carrera contra el viento, ser tan rápido que pueda incluso permitirme darle ventaja y ser capaz de desplazarme como una centella, a tanta velocidad que mis ojos se entrecierren y mi corazón haga retumbar el suelo.
No sé si mis sueños son pequeños o grandes, no sé si son ridículos, ni falta que hace, tan solo sé que saber que puedo albergar semejante ilusión dentro de mí, me hace feliz.
Porque me queman por dentro, como si de un sol ardiente se tratase, sueño con recorrer intrincados senderos, caminos que me conduzcan a cimas perdidas, cumbres que se abran paso entre las nubes y gritar con toda mi alma que el mundo está a mis pies, sueño con salir a la calle riendo a carcajadas, incapaz de contener mi alegría y que la gente, lejos de sorprenderse, estuvieran igual de emocionadas, sosteniéndose el estómago con las manos y los ojos a punto de llorar de tanto reír.
Sueño con estar en una cancha de basket, solo, botando el balón, fijar la mirada sobre un aro metálico sujeto a un tablero de madera que ha empezado a corroerse por los bordes, acercarme hacia la canasta, flexionar las piernas, despegar del suelo, sostenerme en el aire, estirar los brazos, sentir cómo mis dedos se aferran al frío metálico del aro, ver cómo el balón atraviesa la red y yo me quedo colgado con una mano, con la sensación de ser el hombre más poderoso del mundo.
Sí, tengo algunos sueños que se antojan imposibles, sueño con cerrar la palma de mi mano sobre un puñado de arena blanca, observando al sol esconderse tras un océano infinito. Sueño con aprender hasta saturar la capacidad sináptica de mis neuronas, con leer tantos libros que me quede ciego, bueno, ciego no, porque quiero ver la aurora boreal, y por qué no, también la austral.
Sueño con poder devolver lo que la vida me ha dado, agradecer a los árboles que me cobijan del calor veraniego, conversar con los ríos cuyo sonido es el mejor de los conciertos, abrazar un cervatillo y adoptar un perro callejero, dejarme lamer la cara y acariciarle el lomo mientras disfrutamos de una película en un día lluvioso.
La lluvia, sueño con un día en el que la tierra se empape y así poder revolcarme por el fango. Sueño con escribir cartas, cientos de ellas, a personas a las que quiero y a las que querré, coger lápices de colores y pintar, pintar hasta que las articulaciones de los dedos me supliquen que pare.
Sueño con poder ayudarme, curarme las heridas, resurgir de mis errores, para entonces ser capaz de ayudar a los demás, transmitir lo que siento, lo que me late por dentro, mostrar mi entusiasmo y mi locura, enseñar mis canciones desafinadas y mis bailes descoordinados. Sueño con enfermarme de optimismo permanente y contagiar a todos los seres humanos que pille por el camino. Sueño con compartir mis días aprendiendo de la gente, de todas ellas, porque todos tienen una historia que contar, sueño con escuchar anécdotas que me hagan llorar, o con pasar algunos días retirado, absolutamente solo, perdido en el otoño, caminando descalzo en medio de un bosque de hojas caducifolias, impregnando mis retinas de tonos pastel.
Sueño con valorar cada segundo a mi familia, tanto con los que comparto un lazo sanguíneo, como todos aquellos hermanos, padres, madres o abuelos que la vida me fue obsequiando durante el camino, sueño con abrazar cada día con mis propios brazos a los que tengo cerca y dedicar cinco minutos de cada día a imaginarme abrazando a los que tengo lejos.
También, debo confesar, que tengo ambiciones materiales, ya que sueño con construir una casita de madera, con mis propias manos, un hogar del que quiera salir en pos de aventuras cada mañana y al que cada noche quiera volver agotado. Excepto, claro, por aquellas noches en las que quiera perderme en la música, que las vibraciones de unos tambores traspasen mi cuerpo y me entren ganas de abrazarme a quien sea y saltar, simplemente saltar, o cerrar los ojos y extender los brazos hacia la noche, y esperar exhausto y con la camiseta empapada al amanecer.
Sueño con una vida llena de adversidad, plagada de obstáculos y errores, para así poder superarlos uno a uno, y que siempre haya otra piedra a la que sobreponerse, porque supongo que sueño con ser un luchador, con contar historias a mis nietos acerca de cómo vencí a media decena de cocodrilos del Nilo o de simplemente cómo logré salir delante de una mala racha académica durante mis años de universitario.
Sueño, también, aunque no quiera, con dinero, El dinero lo necesito para viajar, para poder conocer mi planeta y sobre todo, para poder compartirlo con los que quiero y con los que lo necesitan.
Y por último, tengo un sueño, El sueño, mi mayor sueño, el sueño de mi vida, un sueño que tan solo de imaginarlo se me agita el pecho y me hace consciente de estar vivo. Este sueño, tan solo consiste en una escena, tan solo una escena.
El cielo es absolutamente azul, las montañas adornan la distancia y el rugir de una fuente de agua llega a mis oídos. Me encuentro en el claro de un bosque de árboles rebosantes de vida, un claro poblado de inmensos pastizales y surcado por un camino que lo atraviesa de principio a fin. Traslado mi mirada desde el horizonte hacia lo que tengo delante y entonces los veo, a todos ellos, a todas las almas que amo, están todas presentes.
De repente, todos empiezan a cantar, una melodía alegre y movida, y me dejan un pasillo para que recorra el claro del bosque. Entonces veo que a cada costado del sendero, miles de manos esperan para encontrarse con las mías, y yo lo hago, recorro aquel pasillo con las palmas estiradas, sintiendo el cálido contacto con la piel. Lo conseguí, con la ayuda de todos ellos, con  los que he compartido y cientos de caras desconocidas, que todavía no se han encontrado conmigo, pero seguro que lo haré, para aumentar nuestra familia, porque al final, cuando me acerco al final del sendero, no solo somos nosotros, sino todos, todo lo que vive, respira o late en nuestro mundo me espera al otro lado, porque estoy listo, porque llegó la hora de avanzar, y tal vez de adentrarme en el bosque donde nacen los sueños.

miércoles, 26 de marzo de 2014

La chica de la mirada Azul



Los pequeños lunares de sus brazos desnudos, su cuello, tan delicado, obsequiando a mis ojos con la textura de su piel. Toda su mágica figura envuelta bajo ese sencillo vestido… Pero es su mirada, es su mirada la que me hipnotiza, la que me extrae suspiros y pone en marcha mi imaginación.
Tan solo sé que cuando mis ojos se cierran y creo que por fin mis pensamientos tendrán otros menesteres por los que rondar, vuelve a aparecer ella, una y otra vez. Tres veces me levanté en medio de la noche, las tres todavía con el sabor de sus labios sobre los míos, el corazón agitado y con la necesidad de tomarme un tiempo para darme cuenta de que tan solo estaba soñando. El problema es que el simple hecho de que ella exista es un sueño hecho realidad.
Es su mirada, me repito, es la chica de la mirada azul.
Azul, como el cielo, como el océano, inmensa, impenetrable, misteriosa, tan bella que contemplar esos ojos me abruma, una mirada tan fría que hasta quema…
Y siento que muero por dentro, que mis entrañas se encogen, que mi alma se retuerce, todo por ella, por estar tan cerca y a la vez tan lejos, por tener la fortuna de observar algo tan hermoso, sentir que incluso podría atrapar el aire que respira, pero sin llegar a fundirme con su aliento.
Despliega dulzura por cada uno de sus poros, su sonrisa es cálida, sus ilusiones son nobles y sus pensamientos sensatos.
Ya sé que quizás hablo sin cordura, que estoy ciego, o quizás no, tal vez simplemente nunca había visto algo tan bello y mi visión tan solo se ha agudizado. Porque ahora nada me parece comparable a la chica de la mirada azul.
La primera vez que la vi, intenté no posar mis ojos sobre los suyos, recuerdo que tenía miedo, tenía miedo de que ocurriera lo que ha ocurrido, que me perdiera en ellos. No pude resistirme y ya desde ese momento quedé cautivado por aquella mirada. Traté de olvidarla, de olvidar el horizonte que se expandía infinito tras sus pupilas, pero como es obvio, fui incapaz.
Así que aquí me hallo, sediento de más agua de aquel mar incontenible, haciendo como si mi corazón no latiera desatado, hablando con ella como si fuese un ser terrenal, viendo desfilar su cuerpo delante mío día tras día, compartiendo historias y amistad, preguntándome si en el algún momento será consciente de que su presencia llena mis pulmones de aire puro, que su belleza me obliga a escribir, en un vano esfuerzo por describir lo que siento. Me pregunto si en algún momento se dará cuenta de que ya nunca podré olvidarla, que cada segundo a su lado se ha grabado en lo más profundo de mi ser, que la melodía de su voz siempre resonará en mis oídos…
Pero la belleza es tan delicada como la brisa, como el aire que nos da la vida, y la suave brisa no se puede capturar, ni siquiera palpar, porque la esencia de la belleza radica en la libertad, en saber que no te pertenece, que simplemente es un regalo para el alma, que te hace despertar y soñar…
Así que simplemente me deleito a su lado, compartiendo historias y amistad, mientras ella actúa con sencillez, con alegría inundando sus labios y completamente ajena a su esplendor celestial, como si fuera un ser más sobre la tierra.
Yo solo sé que sus ojos son el cielo y que tengo ganas de volar, Ella es la chica de la mirada azul.

martes, 25 de marzo de 2014

Lo que realmente somos



Luchamos, sufrimos, lloramos, sangramos, nos derrumbamos, caemos, nos rendimos, sentimos miedo, apretamos los dientes, estrujamos nuestros puños, oprimimos nuestros corazones, gritamos, huimos, corremos, nos resistimos y al final, inequívocamente morimos. Eso es lo que creemos que somos.
Antes, cuando apenas podía caminar, cuando todavía no podía memorizar, cuando mis dedos eran pequeñitos y mis ojos eran curiosos, sentía que el mundo era un lugar mágico, que cada día era un regalo, que cada paso tambaleante que daba era el mayor de los éxitos.
Fue a partir de ese momento cuando empecé a soñar, sin cuestionar nada, sin razonar ni medir, tan solo entregando mi imaginación a un horizonte que parecía infinito. Así me veía yo, cuando apenas empezaba a recorrer el sendero de la vida, me sentía infinito, disfrutaba observando el movimiento de mis dedos intentado atrapar el aire, era feliz, simplemente creyendo que todo era posible.
Posteriormente, al igual que todos, crecí, mi mente empezó a carburar y maquinar, atrás quedó el aprendizaje del descubrimiento, que fue sustituido por conceptos, palabras y números.
Pero yo no quise hacerlo, no estaba preparado para dejar atrás el niño que llevaba dentro. Quizás mis sueños ya no eran tener súper poderes, surcar los cielos o construir enormes castillos y coronarme rey de los mismos; no, mis sueños se habían transformado, había sido testigo de cierta parte de la realidad sobre el mundo, había conocido la pobreza, había presenciado la violencia, había sentido miedo, había visto cómo la gente se odiaba entre sí por cosas como la religión, la raza, los países, diferencias económicas y demás asuntos que para mí carecían de significado. Mi sueño se convirtió en cambiar eso, en cambiar las lágrimas por sonrisas, el odio por abrazos y el miedo por ilusión, tan solo quería eso.
Fue entonces cuando sucedió, me dijeron que los sueños, sueños son. Me introdujeron una idea en lo más profundo de mi ser, me dijeron que era pequeño, que una sola persona no puede cambiar nada, me llamaron iluso, inmaduro, e incluso insensato. Nadie me creía, algunos me miraban con ternura y admiraban mi inocencia, mientras que otros tan solo se burlaban. Al principio, por propio orgullo, intenté hacer que todas esas críticas, miradas y reproches no me afectaran, intenté proteger lo que quería y perseguirlo sin importar las consecuencias.
Hasta aquí, todo parece tener sentido ¿Verdad? Al menos para mí, pero lo que ocurrió luego, carece de explicación, porque de la noche a la mañana simplemente dejé de creer. No sé cuándo pasó, ni cómo, tan solo sé que una mañana me levanté y mis sueños no lo hicieron conmigo. Intenté convencerme a mí mismo de que nada había cambiado, pero de repente, ya no parecía importarme ver manos que te imploran sustento por las aceras, en un abrir y cerrar de ojos el llanto de las personas dejó de estremecer mi alma. El hambre de poder que corroe a la humanidad dejó de ser mi problema, yo ya tenía bastante con mi propia vida.
Mis ojos dejaron de humedecerse cuando palpaba la injusticia, mi corazón seguía latiendo, pero lo hacía endurecido, ya no tenía el ímpetu de antes, ahora tan solo lo movía la indiferencia.
Finalmente lo habían logrado, habían logrado hacerme sentir pequeño, habían logrado hacerme creer que mi voz jamás sería oída. Sin embargo, mi vida no cambió sustancialmente, seguía queriendo lo mismo, cuando la gente me preguntaba acerca del futuro yo respondía sin dudas que quería hacer algo productivo, que quería ayudar a los demás, lo único que había cambiado, es que eso ya no era un sueño, era un objetivo. Y siempre, cuando hablaba acerca de la necesidad de cambiar el mundo, lo hacía con la palabra “utopía” por delante.
Fue así como me perdí a mi mismo, fue ese el modo en el que me convertí en invisible, en el que perdí esa esencia que hace que cada uno de nosotros sea único e irrepetible, me convertí en uno más.
Si los demás ahogaban sus dudas en placeres superfluos, yo también lo haría, si el resto solo actuaba en consecuencia de las opiniones de los demás, yo también actuaría de ese modo, si los otros intentaban llenar los vacíos de sus almas con riquezas materiales, yo los seguiría. Al fin y al cabo, ¿Por qué no? Todo el mundo lo hace y en cualquier caso, yo jamás podría cambiar nada.
Y así dejé pasar mis días, sin apenas ser consciente de ellos, tropezando una, dos y mil veces más, hasta llegar a un punto en que levantarte te cuesta más que caer.
Me encontraba tendido en el suelo, con los brazos cansados y la mente ofuscada, rendido. Y sin motivo alguno, miré al cielo, una vez más y aún bajo el letargo al que había sucumbido, no pude dejar de apreciar su inmensidad, aquel horizonte era infinito…
Infinito, en cuanto esa palabra resonó en mis pensamientos sentí miedo, sentí miedo ante la magnitud de ese significado. ¿Por qué un ser tan insignificante como yo era capaz de vislumbrar algo tan inconmensurablemente mágico?
No supe contestar a esa pregunta, pero encontré una respuesta a otra cuestión totalmente distinta, me di cuenta de que no había sido la vida la que me había hecho pequeño, no fue la sociedad la que hizo callar mi voz, no fue la adversidad la que me paralizó, fui yo.
Fui yo quien decidió creer que no era capaz, fui yo quien decidió escuchar las voces que me susurraron que no podía, fui yo quien decidió aceptar que nada de lo que pudiera hacer en esta vida marcaría la diferencia, fui yo.
¿Por qué? Porque es más fácil cerrar los ojos y girar la cabeza antes que observar las atrocidades que cometemos, porque es más sencillo pensar en ti que en los demás, porque es más fácil quejarse por las heridas que nos han infligido a resurgir, porque actuar como la mayoría es más fácil que defender tus principios en soledad, porque el poder es más tentador que la humildad, porque comprender es más difícil que juzgar, porque el rencor es más duradero que el perdón, porque nos enseñaron que los sueños son solo para los niños.
Pero, ¿Saben qué? Estoy harto de vivir de escepticismo, estoy harto de tener que aparentar, estoy harto de tener que esconder sonrisas, estoy harto de ocultar mis lágrimas, estoy harto de no poder gritar, estoy harto de sentirme tan… insignificante, estoy harto de sentir que no puedo, estoy harto de ser un simple espectador en mi propia vida, estoy harto de ver mi planeta como un lugar gris, estoy harto de ver a mi especie como irreparable, estoy harto de ver cómo el mundo entero está dividido, estoy harto de ver la indiferencia que ronda por nuestros rostros, estoy harto de ver tan pocos abrazos por la calle, estoy harto de ver tantas máscaras, tantos prejuicios, tantas estupideces que día a día nos destruyen por dentro.
Estoy cansado de no poder imaginar un mundo mejor sin decir que es una utopía. Estoy cansado de mi propia actitud y mis propios miedos, estoy cansado de vivir asustado, aterrorizado por volver a caer, por no encajar, a la soledad, al fracaso, al éxito…
¿Y qué si quiero soñar? Y si digo que sí es posible, y si creo que todos podemos dar más, y si creo en los milagros y en la magia, y si creo en que el amor mueve al mundo, y si creo que podemos conseguirlo, y si digo que son los pequeños gestos y no las grandes proezas las que nos definen, y si digo que la ilusión puede vencer al miedo, y si… y si al final todo sale bien.
Sé que es difícil escuchar esto, lo es para mí, pero ahora, cada vez que dudo, en cada ocasión en que me siento como un granito de arena arrastrado por las dunas del desierto, en esos momentos recuerdo al sol, nuestra increíble y brillante estrella. No importa quién seas, lo que hayas hecho, lo que creas, lo que hagas o lo que sueñes, el sol está ahí para todos nosotros y su luz nos atraviesa a todos por igual, inundando nuestras almas, sin hacer distinción alguna. De algún modo, todo el esplendor y el brillo de nuestra amada estrella residen en cada uno de nosotros, latiendo bajo nuestra piel.
Esa es nuestra auténtica esencia, ya que después de todo, somos INFINITOS.


Pequeñas cosas



Hoy me sentí perdido, estaba lavando los platos cuando súbitamente llegué a la conclusión de que mi vida carecía de significado. Paré inmediatamente de enjabonar el vaso que tenía entre mis manos y la esponja resbaló de entre mis dedos. Mi vida no tenía sentido.
Aquella tarde, un poco antes, había visto un documental acerca de los pumas en la Patagonia, en el que se mostraba los hábitos de estos felinos y su función en el ecosistema, controlando la población de vicuñas y evitando así la sobreexplotación de los pastos de la zona.
Me puse a pensar en que todas las criaturas de la tierra tienen una clara función para el medio ambiente y objetivos muy marcados en sus vidas, ¿Y nosotros? ¿Qué pasa con nosotros?
Ya sé que es un poco infantil preguntarme a los 21 años de edad cuál es el propósito de una vida humana, pero eso no me importó para continuar pensando, devanándome los sesos, intentando dar respuestas a mis propias dudas.
Existe un Dios que nos creó por algún motivo, tenemos las capacidades que tenemos por un motivo superior, por algo mayor que cumplir que nuestras funciones más vitales y primarias. Esa fue mi primera explicación, en la que creo, pero mi cerebro no se quedó contento y me exigió otra resolución. Se me ocurrió que de algún modo, nosotros somos algo así como los responsables del planeta, los encargados de hacer que todo marche según los planes del universo, pensé que era una bonita idea decir que somos la encarnación de una energía o fuerza poderosa y que tenemos la responsabilidad de proteger, cuidar y hacer prosperar nuestro hogar.
Esa reflexión extrajo una sonrisa de mis labios, pero entonces me puse a pensar sobre mi propia vida, en mis propios objetivos y aspiraciones, el baloncesto atravesó mis pensamientos, así como los cientos de viajes a lugares lejanos y exóticos  que quiero hacer, las personas a las que quiero ayudar, las aventuras que quiero vivir y el trabajo que quiero realizar. Todo eso ocurría mientras fregaba distraídamente la vajilla. Y aquí llegó la cuestión que de verdad me provocó un gélido escalofrío en la espalda: ¿Cómo voy a conseguir todo eso?
Ahí se detuvo toda la maquinaria de mis pensamientos, porque la respuesta era sencilla, no tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de realizar todo lo que soñaba. Incluso era peor, ya que partía de la base de que hace tiempo ya renuncié al baloncesto, ese fue mi primer sueño truncado. Luego tenemos las aventuras y los viajes épicos, todo eso, por mucho que intente creerme una especie de Bear Grylls con los genes de Batman, no lo soy, de hecho soy un completo novato en cuanto a las montañas, a la supervivencia, la escalada o cualquiera de esas actividades que tanto me llama la atención; y ya para completar el panorama, me puse a pensar en la carrera que estoy estudiando, y no se me ocurrieron respuestas para lograr escapar de la monotonía de la vida que consume a todo el mundo, no se me ocurrió ninguna solución para lograr trabajar en algo que me haga sentirme realizado, para no ser un esclavo más de la sociedad.
De repente, fue como si no supiera quién era, como si eso no importara realmente, ya que en realidad no era nadie, tan solo una firma anónima en el libro de mi propia vida, sentí que mi destino no era mío y que incluso el aire que aspiraba tan solo era un préstamo que tarde o temprano tendría que pagar con la muerte de un cuerpo viejo y desgastado por ochenta años de existencia.
Si, fue algo depresivo todo aquello, así que intenté centrarme de nuevo en los cacharros, la esponja y el agua del grifo. Finalmente terminé de lavar los platos, limpié el mesón de la cocina y una vez todo quedó impoluto, me dirigí al baño y me miré al espejo, como si tuviera la esperanza de que mi reflejo me dijera las palabras que necesitaba oír.
En vez de eso, lo que ocurrió fue que me distraje con mi barba, la cual no me afeito desde hace tres semanas. Estiré la barbilla hacia arriba y empecé a rascarme la barba, sintiéndome como un antiguo filósofo griego. Ese sencillo gesto me devolvió una chispita de felicidad y miré con complicidad a mi yo del espejo.
Acto seguido estaba riendo a carcajadas conmigo mismo, observando cómo mis músculos faciales se tensionaban a medida que mis labios se estiraban con cada risotada que soltaba, fue un momento raro pero increíble, porque allí, mirándome en el espejo del lavabo, me di cuenta de que el simple hecho de rascarme la barba me había hecho feliz.
¿Y si la vida consistiera en eso? No me refiero a rascarme la barba, sino de disfrutar de los pequeños detalles.  Fue como si una luz se hubiera encendido en mi interior, sentí como si hubiera logrado desbloquear un candado que hacía tiempo que me tenía atrapado, me di cuenta de que obviamente acabaría frustrado si me ponía a pensar en los objetivos que quiero cumplir en diez años, o veinte, o en una vida entera.  Es como si basara mi felicidad en lo que seré capaz de conseguir al final de mi recorrido, eso desgasta a cualquiera, porque es algo tan lejano que resulta imposible mantener el optimismo ante la distancia que existe entre la persona que soy y lo que quiero llegar a ser. Así que mi gran descubrimiento consiste en cumplir mis sueños, día a día, disfrutar de que tengo barba que rascar, que aunque nunca seré profesional en el deporte que amo, nada me impide practicarlo y disfrutarlo, que tengo piernas para correr, ¡Maldita sea! Tengo un cuerpo lleno de músculos, huesos, articulaciones, ligamentos, sangre y órganos dispuestos a dar todo cuanto tienen en cada segundo ante una simple orden mía… Es algo maravilloso y que casi nunca he valorado, además, puede que no sepa a qué terminaré dedicando mi vida, pero sé la manera en que quiero vivir, sé lo que quiero transmitir y eso lo puedo hacer en cualquier día corriente, sin esperar por nada.
Soy todo lo que necesito ser aquí y ahora, y hoy me he dado cuenta de que la grandeza de la vida se construye con detalles, con saber encontrar alegría en el verdor de los árboles, en buscar tu motivación en este momento y no en objetivos futuros, tratar de hacer todo cuanto puedas en el presente, ya que al fin y al cabo, si sacrificas lo que eres por lo que puedes llegar a ser, al final quizás acabarás siendo nada.
Tal vez lo importante no sea reír el último, sino levantarte cada día con una sonrisa.
Los pumas de la Patagonia controlan la población de vicuñas y evitan la sobreexplotación de los pastizales, mientras que yo… yo todavía busco mi lugar en este increíble mundo, caminando hacia el mañana, con algo de miedo, pero como siempre, con más ilusión.