No me paré a pensar en si estaba bien redactado o si tenía algún sentido. En un principio creí que lo mejor era guardarlo para mí y no compartirlo, pero... ¿Por qué no? Después de todo, la vida es dar.
Sueños, sueños, sueños
¿qué son esos pequeños retazos de ilusión que flotan por nuestra mente?
Hay quienes sueñan con la vida, otros que viven soñando,
algunos tan solo sueñan con los ojos cerrados, pero todos, de alguna manera lo
hacen.
Puedes soñar con la grandeza, ser reconocido, conseguir un
trabajo exitoso, que la gente te estreche la mano y te mire con admiración.
Puedes soñar con llevar trajes que cuestan más dinero que vivir un año entero
en Filipinas, o con lucir un collar de diamantes, tan brillante que haga
relucir la envidia en los ojos de los que lo miren. Puedes soñar con cosas
materiales, tan diversas como puedas imaginar, puedes soñar con el amor, con
conseguir a esa persona especial que hará que tu vida de un giro completo. Por
soñar, puedes soñar con pilotar una nave espacial y zarpar hacia el ingrávido
infinito, puedes soñar que tu equipo del alma por fin gane un campeonato, o que
finalmente ganas la lotería, puedes soñar con una familia, puedes soñar
cualquier cosa, con animales parlantes o la fórmula de la inmortalidad, lo que
sea, la imaginación está a tu disposición para crear lo que tú quieras…
Pero claro, los sueños, sueños son, o al menos eso es lo que
he leído. Sin embargo, yo nací y crecí soñador y aunque tal vez mis pies
reposen sobre la tierra, mi espíritu ha dado ya mil vueltas al mundo y mis ojos
nunca se cansarán de mirar hacia el cielo azul que me deslumbra.
Sueño con echar una carrera contra el viento, ser tan rápido
que pueda incluso permitirme darle ventaja y ser capaz de desplazarme como una
centella, a tanta velocidad que mis ojos se entrecierren y mi corazón haga
retumbar el suelo.
No sé si mis sueños son pequeños o grandes, no sé si son
ridículos, ni falta que hace, tan solo sé que saber que puedo albergar
semejante ilusión dentro de mí, me hace feliz.
Porque me queman por dentro, como si de un sol ardiente se
tratase, sueño con recorrer intrincados senderos, caminos que me conduzcan a
cimas perdidas, cumbres que se abran paso entre las nubes y gritar con toda mi
alma que el mundo está a mis pies, sueño con salir a la calle riendo a
carcajadas, incapaz de contener mi alegría y que la gente, lejos de
sorprenderse, estuvieran igual de emocionadas, sosteniéndose el estómago con
las manos y los ojos a punto de llorar de tanto reír.
Sueño con estar en una cancha de basket, solo, botando el
balón, fijar la mirada sobre un aro metálico sujeto a un tablero de madera que
ha empezado a corroerse por los bordes, acercarme hacia la canasta, flexionar
las piernas, despegar del suelo, sostenerme en el aire, estirar los brazos,
sentir cómo mis dedos se aferran al frío metálico del aro, ver cómo el balón
atraviesa la red y yo me quedo colgado con una mano, con la sensación de ser el
hombre más poderoso del mundo.
Sí, tengo algunos sueños que se antojan imposibles, sueño
con cerrar la palma de mi mano sobre un puñado de arena blanca, observando al
sol esconderse tras un océano infinito. Sueño con aprender hasta saturar la
capacidad sináptica de mis neuronas, con leer tantos libros que me quede ciego,
bueno, ciego no, porque quiero ver la aurora boreal, y por qué no, también la
austral.
Sueño con poder devolver lo que la vida me ha dado,
agradecer a los árboles que me cobijan del calor veraniego, conversar con los
ríos cuyo sonido es el mejor de los conciertos, abrazar un cervatillo y adoptar
un perro callejero, dejarme lamer la cara y acariciarle el lomo mientras
disfrutamos de una película en un día lluvioso.
La lluvia, sueño con un día en el que la tierra se empape y
así poder revolcarme por el fango. Sueño con escribir cartas, cientos de ellas,
a personas a las que quiero y a las que querré, coger lápices de colores y
pintar, pintar hasta que las articulaciones de los dedos me supliquen que pare.
Sueño con poder ayudarme, curarme las heridas, resurgir de
mis errores, para entonces ser capaz de ayudar a los demás, transmitir lo que
siento, lo que me late por dentro, mostrar mi entusiasmo y mi locura, enseñar
mis canciones desafinadas y mis bailes descoordinados. Sueño con enfermarme de
optimismo permanente y contagiar a todos los seres humanos que pille por el
camino. Sueño con compartir mis días aprendiendo de la gente, de todas ellas,
porque todos tienen una historia que contar, sueño con escuchar anécdotas que
me hagan llorar, o con pasar algunos días retirado, absolutamente solo, perdido
en el otoño, caminando descalzo en medio de un bosque de hojas caducifolias,
impregnando mis retinas de tonos pastel.
Sueño con valorar cada segundo a mi familia, tanto con los
que comparto un lazo sanguíneo, como todos aquellos hermanos, padres, madres o
abuelos que la vida me fue obsequiando durante el camino, sueño con abrazar
cada día con mis propios brazos a los que tengo cerca y dedicar cinco minutos
de cada día a imaginarme abrazando a los que tengo lejos.
También, debo confesar, que tengo ambiciones materiales, ya
que sueño con construir una casita de madera, con mis propias manos, un hogar
del que quiera salir en pos de aventuras cada mañana y al que cada noche quiera
volver agotado. Excepto, claro, por aquellas noches en las que quiera perderme
en la música, que las vibraciones de unos tambores traspasen mi cuerpo y me
entren ganas de abrazarme a quien sea y saltar, simplemente saltar, o cerrar
los ojos y extender los brazos hacia la noche, y esperar exhausto y con la
camiseta empapada al amanecer.
Sueño con una vida llena de adversidad, plagada de
obstáculos y errores, para así poder superarlos uno a uno, y que siempre haya
otra piedra a la que sobreponerse, porque supongo que sueño con ser un
luchador, con contar historias a mis nietos acerca de cómo vencí a media decena
de cocodrilos del Nilo o de simplemente cómo logré salir delante de una mala
racha académica durante mis años de universitario.
Sueño, también, aunque no quiera, con dinero, El dinero lo
necesito para viajar, para poder conocer mi planeta y sobre todo, para poder
compartirlo con los que quiero y con los que lo necesitan.
Y por último, tengo un sueño, El sueño, mi mayor sueño, el
sueño de mi vida, un sueño que tan solo de imaginarlo se me agita el pecho y me
hace consciente de estar vivo. Este sueño, tan solo consiste en una escena, tan
solo una escena.
El cielo es absolutamente azul, las montañas adornan la
distancia y el rugir de una fuente de agua llega a mis oídos. Me encuentro en
el claro de un bosque de árboles rebosantes de vida, un claro poblado de
inmensos pastizales y surcado por un camino que lo atraviesa de principio a
fin. Traslado mi mirada desde el horizonte hacia lo que tengo delante y
entonces los veo, a todos ellos, a todas las almas que amo, están todas presentes.
De repente, todos empiezan a cantar, una melodía alegre y
movida, y me dejan un pasillo para que recorra el claro del bosque. Entonces
veo que a cada costado del sendero, miles de manos esperan para encontrarse con
las mías, y yo lo hago, recorro aquel pasillo con las palmas estiradas,
sintiendo el cálido contacto con la piel. Lo conseguí, con la ayuda de todos
ellos, con los que he compartido y
cientos de caras desconocidas, que todavía no se han encontrado conmigo, pero
seguro que lo haré, para aumentar nuestra familia, porque al final, cuando me
acerco al final del sendero, no solo somos nosotros, sino todos, todo lo que
vive, respira o late en nuestro mundo me espera al otro lado, porque estoy
listo, porque llegó la hora de avanzar, y tal vez de adentrarme en el bosque
donde nacen los sueños.
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