Hacia las laderas de una colina, por un camino de rocas y
arena, avanzamos a trompicones, mi padre y yo, hacia un fin de semana apartados
de la ciudad, con un amigo suyo, un viejo con mirada de niño, alojados en el
humilde hogar de un hombre de barbas largas, eso era todo cuanto sabía.
La sonrisa escondida entre la barba, los ojos oscuros y la
mirada clara. Así era él, un hombre que vive en medio de la montaña, aislado
del mundo y del sistema. La tierra le provee todo lo que necesita, no tiene
nada, pero parece que está en conexión con todo.
No pretende cambiar nada, pero sin duda se ha transformado a
sí mismo.
Al principio, sus palabras tenían dificultades para llegar
hasta mí, la maraña de conceptos y teorías que he construido, forman una
barrera que no deja pasar argumentos que amenazan con destruir aquella sensación
de orden y control.
Me dice que él no forma parte del sistema, le respondo que
eso es imposible, que todos estamos inmersos en el mismo, pero él se ríe a
carcajadas, argumentando que en el momento en que dejas de ser lo que se espera
de ti y te aventuras a conocer tu verdadera naturaleza, ya no formas parte de
ningún sistema. Me quedo callado, intentando entenderlo, él mientras tanto, me
mira fijamente, haciéndome sentir incómodo, ya que supongo que según las normas
sociales aquello no es adecuado, pero por supuesto, a él parece no importarle.
Él tan solo habla, mira y se ríe, no para de reírse, después
de cada frase, en cualquier momento, sin previo aviso, la risa hace que la
espesa barba le tiemble.
Me explica que la conciencia y la forma son lo mismo, que el
problema de los humanos es que materializamos la conciencia, y por eso nos
creemos seres limitados, pero que en realidad tan solo somos energía, energía
que fluye por todas partes, es decir que somos todo y que todos somos uno. Me
dice que las personas crean grupos y sociedades porque se sienten separados
unos de otros, cuando en realidad, sin necesidad de hacer nada ya estamos todos
conectados.
Ese es el punto clave según él, la separación, toda
separación, la distancia imaginaria creada entre ellos y yo, entre mi cuerpo y
mi mente, entre materia y energía.
Se queda callado, durante un largo rato, con los ojos cerrados
y de repente vuelve a sonreír. “¡Qué belleza!” Exclama, refiriéndose a que no
haya separación entre conciencia y forma, repite un par de veces más, como si
fuera para sí mismo, que el significado de aquello es realmente hermoso.
Por conciencia, deduje que se refería a aquello que se nos
escapa, a eso que el lenguaje no llega y en lo que la lógica se pierde, aunque
en aquel momento no tuve que preguntar nada, ni aclarar el concepto,
simplemente entendí perfectamente a lo que se refería.
Vive en una casa construida con sus propias manos, a base de
ladrillos colocados de forma rudimentaria y culminando en un techo que tan solo
lo conforman unas cuantas vigas de madera, recubiertas por una capa de plástico
impermeable y una especie de alfombra que ha sido invadida por el moho y la
humedad.
Es complicado encontrarle completo sentido a lo que dice,
incluso a él mismo, es difícil definirlo de alguna manera, con algún adjetivo,
describir su personalidad o su filosofía de vida, ya que él simplemente es como
es, sin pretender ser otra cosa, como todos de alguna manera hacemos.
Pero al cabo de las horas, a medida que su voz y la visión
de una realidad diferente se van filtrando a través de mi sistema de seguridad,
ese que juzga y critica, intentando hacerse una idea de lo que es real y de lo
que no. Así pues, simplemente me dejo inundar por lo que transmite, dejo de
torcer la mirada cuando sus ojos se fijan durante breves eternidades sobre los
míos, los silencios prolongados dejan de incomodarme, es más, se hacen incluso
necesarios.
Al caer la noche, después de cenar hortalizas y fruta
fresca, cortesía de la madre naturaleza, el único ruido que se escucha es el de
la lluvia de fuera, fundiéndose con la tierra, impregnando el ambiente de una
fina capa de agua.
Poco antes de que el sueño nos persuada de cerrar los ojos,
volvemos a hablar de la sociedad y después de escuchar mis críticas sobre la
manera en que funciona el sistema y la necesidad de cambiar los valores bajo
los que nos regimos, él simplemente argumenta que en la sociedad actual, todos
son ricos, lo que pasa es que hay ricos que tienen todo y ricos que no tienen
nada, esa es la única diferencia, los que están arriba luchan por mantener su
riqueza, mientras que los que están abajo, pelean desesperadamente para
arrebatársela, un mundo de ricos.
A la mañana siguiente, desperté al tercer canto de un gallo,
di un paseo matutino acompañado de mi padre y un perrito de ojos claros y patas
sucias. Cuando volvíamos nos encontramos con otro personaje singular, un hombre
también acompañado por su mascota, que nos dijo que aquel sitio perdido del
resto del mundo le parecía el paraíso.
“Esta debería ser la capital del país” esas fueron sus
palabras, según él, el mundo marchaba al revés, respirando aire gris, mirando
el atardecer desde oficinas y caminando entre acero y hormigón.
De algún modo, su punto de vista ya no me sorprendía, al
parecer yo también estaba zambulléndome en aquel mundo de locos, o sabios y
cuerdos, dependiendo de la lente que utilices para observar la realidad que
allí acontece.
Al volver a la humilde casita de nuestro hospedante, pasamos
parte de la mañana en silencio, cada cual haciendo lo que mejor le parecía. El
hombre de las barbas pelaba cacahuetes, el anciano con ojos de niño remojaba
sus pies en agua caliente, mi padre observaba al sol abrirse paso entre las
nubes todavía grises y yo intentaba no perderme nada de lo que allí ocurría.
Poco después, alguien llamó a la puerta y entro casi
inmediatamente después. Se podría decir que llamó simplemente por cortesía, ya
que la cerradura nunca está puesta y el mensaje de que en aquel sitio no existe
el sentido de propiedad queda más que claro.
El nuevo invitado tiene escasos y largos cabellos, y al
igual que todos allí, parece que la forma natural de sus labios es una sonrisa.
Tiene un apodo raro y divertido, despliega singularidad al primer vistazo y nos
trae lechugas recién cosechadas para la comida del día. Viene en cambio a pedir
ayuda, un poco de combustible para arrancar su furgoneta. Mi padre se ofrece
amablemente a sacar un poco de nuestro coche y ambos salen después de coger una
botella de agua para rellenar.
Al cabo de un tiempo, yo también voy al exterior, movido tal
vez por la curiosidad de conocer mejor a aquel individuo.
Mi instinto no se equivocó y me encontré a mi padre hablando
con aquel hombre animadamente sobre abejas. El hombre explicaba apasionadamente
sus proyectos para ser un futuro apicultor, decía que era su destino, que
siempre había tenido una conexión especial con aquellos bichitos alados,
capaces de brindarnos ese manjar tan dulce y pegajoso del que tanto disfrutan
los osos de las películas.
Después de aquello, sin saber el motivo exacto, la
conversación se tornó hacia el internet y el uso de las llamadas páginas web.
Él, totalmente serio, aseguró que todo aquello de esas “páginas y tal” estaba
muy bien, al menos a corto plazo, porque claro, el futuro de la humanidad estaba
en el campo. No había duda o burla en su voz, así lo sentía él, a esa certeza
le había llevado su aprendizaje vital.
Poco después tocó despedirnos y abrazó efusivamente a mi
padre y le agradeció soportar su locura, luego se dirigió a mí extendiendo la
mano y yo le pedí otro abrazo. Después de esbozar infinita ilusión en sus
pequeños ojos, me estrechó entre sus brazos y me dijo la mano tan solo debería
darse cuando necesitas salvarle la vida a alguien.
A la hora de la comida, deleitamos nuestros sentidos con una
ensalada íntegramente compuesta por hortalizas de la huerta, tan frescas que
puedo asegurar que en cada mordisco, sentía el salvaje poder de la naturaleza.
Por la tarde, emprendimos otra travesía en coche, a visitar
una familia de alemanes que querían que conociéramos.
Se trataba de una madre y sus cuatro hijos, todos criados a
la luz del sol, lejos de cualquier aula o pared opresora. El bosque, el crujir
de las ramas al pisarlas, los insectos al borde de un riachuelo, el ingenio y
la creatividad inherente al ser humano eran sus únicos recursos.
Allí crecieron y se desarrollan aquellas criaturas, con los
pies descalzos y la ropa hecha jirones, cualquiera que los observara sin
detenimiento, podría deducir precipitadamente que se traba de vagabundos, sin
embargo, la realidad no podría ser más lejana. Caminaban con los pies
descubiertos, sí, pero eso tan solo acrecentaba la sensación de comunión entre
sus cuerpos inquietos y la naturaleza reinante de aquel lugar, tal vez sus
pantalones estuvieran gastados y rotos, pero esa tan solo era la evidencia de
que no tenían tiempo para ponerse a pensar en la imagen que tienen que
representar de cara a los demás, están demasiado ocupados, ingeniándoselas para
construir cocinas solares, moldeando el tronco de un arbolito hasta que forme
una espiral, cultivando cualquier semilla que puedas imaginar, dibujando
prototipos de herramientas, e incluso, intentando sustituir el combustible de
una motosierra por hidrógeno. Sí, se ve que mediante un proceso de hidrólisis
separan el hidrógeno y con la ayuda de un amperímetro, lo trasladan hasta la
motosierra. Para ser honesto, esto es lo único que llegué a entender de lo que
allí creaban, moviendo cosas, uniendo cables, conectando cacharros, utilizando
terminología que tan solo me sonaba vagamente de alguna clase de química.
Intrigado les pregunté cómo es que sabían tanto, “Probando”
fue su respuesta. Probando, descubriendo, haciendo, a fin de cuentas,
prácticamente la antítesis de la rigurosa teoría que durante más de quince años
los colegios y la universidad vienen llenando mi cabeza.
Su madre, aunque más mayor y quizás con menos curiosidad
destellando en su mirada, no se quedaba atrás, inundando su hogar con los
colores de sus cuadros, todos ellos combinando formas de animales, plantas y
figuras geométricas de una manera que era difícil entender, si precisamente
intentabas comprender usando la razón. Ella dice que vislumbra aquellas
creaciones dentro de sí e intenta plasmarlas sobre el papel.
Después de que me enseñara sus dibujos, me di cuenta de que
el anciano con mirada de niño estaba a medio trepar un árbol de casi veinte
metros de altura. Movido por la envidia, corrí a imitarlo, balanceándome entre
las ramas, subiendo, buscando apoyos, en eso de hacer el mono, no podían
vencerme. Pero lo hicieron, aquel niño escondido en el cuerpo de un viejo llegó
hasta lo más alto, hasta un punto en el que el tronco se tambaleaba por su
peso, y yo no pude, no sé si por cobardía o instinto de supervivencia, pero al
final tan solo pude admirar la proeza del hombre desde abajo.
Y de esa manera nuestra estrella decidió despedirse de
nosotros, advirtiendo la sombra de un hombre de sesenta años balanceándose en
la copa de un fresno.
A la mañana siguiente, después de agradecer a nuestro
anfitrión, tocaba despedirse, y las palabras elegidas fueron “hasta la próxima”. Incluso las despedidas
eran distintas en aquel sitio, no había sensación de dejar algo atrás, no había
necesidad de decir adiós, porque si el hombre de la barba estaba en lo cierto,
si todo está conectado, si ya formas parte de todo y de todos, despedirte se
convierte en un mero trámite, culminado cómo no, por una última estruendosa
carcajada.
Y aquí estoy nuevamente, en la realidad, donde los niños van
a la escuela y los hombres de sesenta años ya se preparan para la jubilación,
donde las barbas se afeitan y los trajes se llevan impolutos.
Sé que cada uno debe librar sus propias batallas, las que
nos ha tocado vivir y superar, sé que la mayoría de nosotros hacemos lo que
podemos en este frenético mundo, intentando cumplir lo que se espera de
nosotros, cubriéndonos de roles y acatando normas.
Tal vez la solución a nuestros problemas no sea inmigrar
masivamente al campo, porque supongo que para eso nos hemos pasado unos cuantos
miles de años construyendo ciudades, sino quizás, abrir los ojos, o cerrarlos,
y cuestionar si únicamente somos simples piezas de ensamblaje, peones en un
inmenso tablero de ajedrez, enredados entre las conspiraciones de poder de un
par de reyes.
¿O somos algo más?
Tal vez sea hora de despertar y preguntarnos si una realidad
alternativa existe, porque la hay.
Bueno, no sé que decir, tal vez sea porque no ha palabras para comunicar sensaciones hermosas como las que he experimentado al leer tus escritos.
ResponderEliminar¡¡Que difícil es mantener el alma auténtica!! eso sí que es un misterio. Y cuando siento la realidad de los personajes se me viene a la cabeza lo que siempre bulle de mi más profundo corazón "El hombre es bueno por Naturaleza" sólo hay que saber callas y sentir, esa es mi experiencia.
Alguien dijo alguna vez "El hombre comienza a ser consciente cuando se da cuenta de que está dormido" y precisamente es lo que percibo en el escrito "una realidad alternativa" todos a su forma están despiertos, unos riéndose, otros subiéndose a los árboles, otros absorbiendo la vida...
Gracias Ariel y si tienes la oportunidad, déjate acariciar por las manos del viejo con mirada de niño y abrázalo de mi parte.
Adoro la forma de vida libre de los niños, esa forma de aprender, de interactuar y desde es aquí pienso ¿qué nos enseñan? ¿porqué nos llenan la cabeza de cosas que vamos a olvidar sin enamorarnos del conocimiento? por eso esos niños libres (y nadie está a salvo de peligros, eso lo sabemos todos) saben lo que tienen que hacer, viven, siente... ¿Pero quién demonios ha organizado este mundo? Es maravilloso vivir sin seguir pautas impuestas y dejarse sorprender por la vida momento a momento.
A veces la vida me azota ¡Zas!y me dice ¡¡Despierta"" sal de ahí, rompe las cadenas. Pero no sé hacerlo.