Hoy me sentí perdido, estaba lavando los platos cuando
súbitamente llegué a la conclusión de que mi vida carecía de significado. Paré
inmediatamente de enjabonar el vaso que tenía entre mis manos y la esponja
resbaló de entre mis dedos. Mi vida no tenía sentido.
Aquella tarde, un poco antes, había visto un documental
acerca de los pumas en la Patagonia, en el que se mostraba los hábitos de estos
felinos y su función en el ecosistema, controlando la población de vicuñas y
evitando así la sobreexplotación de los pastos de la zona.
Me puse a pensar en que todas las criaturas de la tierra
tienen una clara función para el medio ambiente y objetivos muy marcados en sus
vidas, ¿Y nosotros? ¿Qué pasa con nosotros?
Ya sé que es un poco infantil preguntarme a los 21 años de
edad cuál es el propósito de una vida humana, pero eso no me importó para
continuar pensando, devanándome los sesos, intentando dar respuestas a mis
propias dudas.
Existe un Dios que nos creó por algún motivo, tenemos las
capacidades que tenemos por un motivo superior, por algo mayor que cumplir que nuestras
funciones más vitales y primarias. Esa fue mi primera explicación, en la que
creo, pero mi cerebro no se quedó contento y me exigió otra resolución. Se me
ocurrió que de algún modo, nosotros somos algo así como los responsables del
planeta, los encargados de hacer que todo marche según los planes del universo,
pensé que era una bonita idea decir que somos la encarnación de una energía o
fuerza poderosa y que tenemos la responsabilidad de proteger, cuidar y hacer
prosperar nuestro hogar.
Esa reflexión extrajo una sonrisa de mis labios, pero
entonces me puse a pensar sobre mi propia vida, en mis propios objetivos y
aspiraciones, el baloncesto atravesó mis pensamientos, así como los cientos de
viajes a lugares lejanos y exóticos que
quiero hacer, las personas a las que quiero ayudar, las aventuras que quiero
vivir y el trabajo que quiero realizar. Todo eso ocurría mientras fregaba
distraídamente la vajilla. Y aquí llegó la cuestión que de verdad me provocó un
gélido escalofrío en la espalda: ¿Cómo voy a conseguir todo eso?
Ahí se detuvo toda la maquinaria de mis pensamientos, porque
la respuesta era sencilla, no tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de realizar
todo lo que soñaba. Incluso era peor, ya que partía de la base de que hace
tiempo ya renuncié al baloncesto, ese fue mi primer sueño truncado. Luego
tenemos las aventuras y los viajes épicos, todo eso, por mucho que intente
creerme una especie de Bear Grylls con los genes de Batman, no lo soy, de hecho
soy un completo novato en cuanto a las montañas, a la supervivencia, la
escalada o cualquiera de esas actividades que tanto me llama la atención; y ya
para completar el panorama, me puse a pensar en la carrera que estoy estudiando,
y no se me ocurrieron respuestas para lograr escapar de la monotonía de la vida
que consume a todo el mundo, no se me ocurrió ninguna solución para lograr
trabajar en algo que me haga sentirme realizado, para no ser un esclavo más de
la sociedad.
De repente, fue como si no supiera quién era, como si eso no
importara realmente, ya que en realidad no era nadie, tan solo una firma
anónima en el libro de mi propia vida, sentí que mi destino no era mío y que
incluso el aire que aspiraba tan solo era un préstamo que tarde o temprano
tendría que pagar con la muerte de un cuerpo viejo y desgastado por ochenta
años de existencia.
Si, fue algo depresivo todo aquello, así que intenté
centrarme de nuevo en los cacharros, la esponja y el agua del grifo. Finalmente
terminé de lavar los platos, limpié el mesón de la cocina y una vez todo quedó
impoluto, me dirigí al baño y me miré al espejo, como si tuviera la esperanza
de que mi reflejo me dijera las palabras que necesitaba oír.
En vez de eso, lo que ocurrió fue que me distraje con mi
barba, la cual no me afeito desde hace tres semanas. Estiré la barbilla hacia
arriba y empecé a rascarme la barba, sintiéndome como un antiguo filósofo
griego. Ese sencillo gesto me devolvió una chispita de felicidad y miré con
complicidad a mi yo del espejo.
Acto seguido estaba riendo a carcajadas conmigo mismo,
observando cómo mis músculos faciales se tensionaban a medida que mis labios se
estiraban con cada risotada que soltaba, fue un momento raro pero increíble,
porque allí, mirándome en el espejo del lavabo, me di cuenta de que el simple
hecho de rascarme la barba me había hecho feliz.
¿Y si la vida consistiera en eso? No me refiero a rascarme
la barba, sino de disfrutar de los pequeños detalles. Fue como si una luz se hubiera encendido en
mi interior, sentí como si hubiera logrado desbloquear un candado que hacía
tiempo que me tenía atrapado, me di cuenta de que obviamente acabaría frustrado
si me ponía a pensar en los objetivos que quiero cumplir en diez años, o
veinte, o en una vida entera. Es como si
basara mi felicidad en lo que seré capaz de conseguir al final de mi recorrido,
eso desgasta a cualquiera, porque es algo tan lejano que resulta imposible
mantener el optimismo ante la distancia que existe entre la persona que soy y
lo que quiero llegar a ser. Así que mi gran descubrimiento consiste en cumplir
mis sueños, día a día, disfrutar de que tengo barba que rascar, que aunque
nunca seré profesional en el deporte que amo, nada me impide practicarlo y
disfrutarlo, que tengo piernas para correr, ¡Maldita sea! Tengo un cuerpo lleno
de músculos, huesos, articulaciones, ligamentos, sangre y órganos dispuestos a
dar todo cuanto tienen en cada segundo ante una simple orden mía… Es algo
maravilloso y que casi nunca he valorado, además, puede que no sepa a qué
terminaré dedicando mi vida, pero sé la manera en que quiero vivir, sé lo que
quiero transmitir y eso lo puedo hacer en cualquier día corriente, sin esperar
por nada.
Soy todo lo que necesito ser aquí y ahora, y hoy me he dado
cuenta de que la grandeza de la vida se construye con detalles, con saber
encontrar alegría en el verdor de los árboles, en buscar tu motivación en este
momento y no en objetivos futuros, tratar de hacer todo cuanto puedas en el
presente, ya que al fin y al cabo, si sacrificas lo que eres por lo que puedes
llegar a ser, al final quizás acabarás siendo nada.
Tal vez lo importante no sea reír el último, sino levantarte
cada día con una sonrisa.
Los pumas de la Patagonia controlan la población de vicuñas
y evitan la sobreexplotación de los pastizales, mientras que yo… yo todavía
busco mi lugar en este increíble mundo, caminando hacia el mañana, con algo de
miedo, pero como siempre, con más ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario