domingo, 21 de agosto de 2016

La cucaracha Magda

Hola, soy Magda. Me encantan los tomates, sobre todo los podridos, esos bien jugositos y oscuros. ¡Mmm qué rico!
Lamentablemente, hace décadas que no veo un solo tomate. Desde que los humanos se extinguieron, nadie en este mundo volvió a cultivar tomates.
¡Esos humanos! Todos los demás están muy contentos de que ya no existan, en especial las otras cucarachas. ¡Ah, olvidé decirlo! Yo también soy una cucaracha.
Bueno, la cuestión es que las demás están muy felices sin los humanos. Y yo las entiendo, esos dos patas larguiruchas nos odiaban a muerte, y la mayoría de mis congéneres nunca entendió por qué.
-Vivíamos en sus casas y comíamos su comida –yo intentaba hacerles entender. Y bien sabido es que los humanos hacían lo que sea por defender lo que creían suyo. Aunque bueno, fue esa actitud la que los llevó a la guerra y luego a su extinción.
Había muchas cosas que no entendía de los humanos, como que siempre quisieran matarnos, incluso a mí. Y eso que yo procuraba ser muy respetuosa cuando estaba en sus casas. Pero aun así, aunque yo tan solo estuviera tomando una siesta en su cocina, nada más verme, ellos sacaban sus esprays, sus cucharelas y cuclillos aflilados para matarme. Aunque el arma más temida por todas las cucarachas, eran sus enormes pies, los mayores asesinos de cucarachas.
Pero los humanos cultivaban tomates. Siempre admiré eso de ellos. Podían ser violentos, egoístas y un poco tontos, pero sus tomates… ¡Qué delicia! ¡Qué nostalgia! ¡Lo que daría por volver a ver ese color rojo! ¡Esa piel suave! ¡Ese aroma dulce! ¡Esa pulpa suave y ese particular toque ácido!
Pero después de la gran explosión, los tomates desaparecieron junto con los humanos. Nosotras, en cambio, nos hicimos más grandes y más fuertes, aunque no necesariamente más inteligentes. Bueno, ahora las cucarachas sabemos leer y escribir, hay cucarauniversidades y escuelachas. Y ahora, mis congéneres ya no viven en huequitos húmedos y oscuros, o bueno, sí que lo hacen, nada más que ahora tienen que pagar para vivir en huecos húmedos y oscuros supuestamente más lujosos. También han surgido diversas religiones y culturas entre las cucarachas de distintos lugares, lo cual generó conflicto porque cada cual se creía mejor que las demás. Por eso se han creado fronteras y diferentes países cucarachences, aunque se ha acordado que exista un gobierno global cucarachil.
Todos dicen que ahora las cucarachas son muy civilizadas y que es una gran era para ser una cucaracha. Ahora ya no hay que esconderse, no hay que preocuparse de los insecticidas ni de los pies genocidas. Pero, no sé, yo echo de menos la emoción de escabullirme cuando un zapato se alzaba para aplastarme, extraño entrar a hurtadillas en alguna despensa y sentir la adrenalina correr por mis patas ante la posibilidad de que me pillen in grafanti. ¿Se dice así?
Perdonen si no escribo muy bien, es que yo nunca fui a una cucarauniversidad.
Pero, no sé, decía que ahora la alimentación de las cucarachas es totalmente distinta. Ya no se come lo primero que se pille, ahora hay que ir a un dupermercado para poder comprar comida. Y eso, es otra cosa que no entiendo. ¿Por qué ahora tenemos que pagar por la comida? Antes nunca teníamos que pagar por nada, y ahora hay que pagar por todo.
Y me avergüenza un poco decirlo, pero la verdad es que yo no entiendo muy bien lo que significa “pagar”. Lo único que sé es que cuando vas al dupermercado, tienes que tener canicas, que son como unas bolitas pequeñitas de cristal, que en el dupermercado intercambias por comida.
¿Y cómo obtienes las canicas? Trabajando en las industrias; dicen que en Cuca Corp dan muchas canicas a sus empleados. Sin embargo, he oído que Cuca Cola los hace trabajar un montón y apenas les dan canicas.
Ya lo ven, ahora todas las cucarachas están obsesionadas con las canicas.
Por eso, yo decidí irme. Todo ese mundo cucarachil me parecía muy complicado. Agarré todas mis pertenencias y me fui. Bueno, en realidad no agarré nada, porque soy una cucaracha de las antiguas, de esas que no tienen pertenencias. Pero me apetecía decir “agarré mis pertenencias y me fui”, me parece que suena bonito. ¡Ay! Perdón por todas estas interrupciones, a veces me entretengo y digo barbalibundades.
Tan solo me fui. Paso a pasito me alejé de la ciudad. ¡Ah, olvidé decirlo! Las cucarachas ahora construyen ciudades también, las hacen mayormente con tierra artificial, otra cosa que no entiendo.
Fue un largo viaje el que hice. Después de dejar la ciudad me vi rodeado de una tierra muerta y devastada. Yo nunca había salido de la ciudad, que por cierto, se llama Gran Basural. De hecho, yo nací allí, cuando los humanos todavía existían y en lugar de Gran Basural, ellos tenían su propia ciudad, una muy conocida… cómo se llamaba… ¡Ah, ya recuerdo! Se llamaba Nueva Yorkas o algo así, creo. Pero recuerdo que fue allí mismo donde ocurrió una de las grandes explosiones que extinguió a los humanos. Supongo que por eso, los alrededores de la ciudad todavía estaban tan desolados.
Yo caminé y caminé, hacia el oeste de Gran Basural. Siempre me gustó el oeste porque por allí se pone el sol, y me gustaba ver el atardecer mientras andaba. Y a medida que la ciudad quedaba atrás fui empezando a ver más vida. Vi praderas empezando a crecer, e incluso vi pequeños bosquecitos de árboles muy jóvenes. Pero ningún sitio me llamó la atención como para quedarme, así que seguí caminando, patita por patita.
En un momento determinado me cansé de ir en la misma dirección, así que decidí emprender rumbo al norte. Yo recordaba que los humanos siempre decían “has perdido el norte”. Por eso, yo deduje que si perder el norte era algo malo, dirigirte hacia él debía de ser algo bueno.
Así que andé y andé, no sé por cuánto tiempo, hasta que llegué a un lugar en el que había muchos muchos lagos, uno al lado del otro. A mí me encantan los lagos, así que esa tierra me gustó desde el principio, y además, donde hay agua hay mosquitos, y los mosquitos son de mis amigos preferidos. No sé, quizás sea algo que tenemos todas las cucarachas, pero no conozco a ninguna que no se lleve bien con los mosquitos, tal vez sea porque los compadecíamos, ya que si hay alguna criatura que los humanos odiaran más que a nosotras, eran los pobres mosquitos.
Así pues, yo me interné en esa tierra de lagos y mosquitos y de repente, vi un gran bosque, ¡Un bosque de verdad! Yo nunca había visto un bosque, pero sabía que aquel era un bosque de verdad. Había árboles enormes, había plantas, musgo, pequeños pantanos ¡Y hasta ciervos! Otros seres que nunca había visto, pero había escuchado que eran muy nobles.
Sin embargo, mi mayor sorpresa llegó cuando entre los árboles vi una columna de humo subir y perderse en el horizonte. Decidí acercarme y para mi gran sorpresa, ¡Vi una casa humana! De ahí salía el humo, de una de esas chimenúas, o como se llamen. Pero eso no era todo, a las afueras de la casa había un hermoso huerto con pepinos, lechugas, cebollas y… ¡Tomates!
Tomates rojitos, jugosos y deliciosos, que pronto madurarían o mejor aún, ¡Se podrirían!
Y luego lo vi a él, a Facundo, el primer humano –humano vivo –que veía después de la gran explosión. Mi primera reacción fue la de querer escapar, pero me contuve. En cuanto vi los tomates, supe que yo tenía que vivir allí, toda mi vida había transcurrido para llevarme a aquel lugar, a ese momento, y el miedo, en esa ocasión no tenía ninguna posibilidad de vencer. Así que yo respiré profundo y me acerqué decidida a Facundo, para pedirle permiso para vivir en aquel lugar y comer sus tomates. Y por supuesto que en aquel momento yo no sabía que Facundo se llamaba Facundo, pero quería introducirlo en la historia con su nombre.
Bueno, la cuestión es que yo me acerqué a él y en cuanto él me vio, toda mi valentía se me fue por las patas y me alejé disparada. Pero, mira tú las vueltas que da la vida, resultó que Facundo era un amante de las cucarachas, que las había estudiado durante años y que incluso, gracias a sus conocimientos sobre cucarachas y previendo la gran explosión, construyó un pequeño agujero, húmedo y calentito en el que refugiarse. Él rogó a muchos otros humanos que hicieran lo mismo que él, pero los demás se negaron a meterse en huecos como cucarachas.
Por eso él fue el único superviviente, y a pesar de sentirse muy triste al principio, luego se dio cuenta de que lo único que podía hacer era sentirse agradecido por estar vivo. Sin embargo, él tampoco había vuelto a ver a una cucaracha después de la gran explosión. Por eso, cuando me vio huir despavorida, él corrió detrás de mí y me levantó del suelo entre sus manos. Luego me miró muy profundamente y susurró: Gracias.
Por eso, yo ni siquiera tuve que pedirle permiso para vivir en su finca, fue él quien prácticamente me rogó que me quedara. Además, resulta que él, a diferencia de los demás humanos, no defendía lo que era suyo, sino que más bien lo compartía, porque había llegado a la conclusión de que en realidad no tenía nada. ¿Así que para qué defenderlo?
Pero eso no es todo, ¡También resulta que Facundo amaba los tomates tanto como yo! Solo qué él prefería comerlos en salsa en lugar de podridos. Bueno, nadie es perfecto.
¡Ah! Y Facundo tiene un montón de canicas en su casa. Al principio yo pensé que él era una especie de millonario, pero luego me explicó que los humanos no compraban cosas con las canicas, sino que las utilizaban para jugar. Sobre todo los niños humanos disfrutaban mucho de ese juego. Yo me maté de risa al escucharlo.
¿No es increíble que ahora las cucarachas se maten por esas pequeñas canicas?
En fin, que aquí estoy ahora, durmiendo en un agujerito húmedo y calentito, comiendo tantos tomates como me entran en la barriguita, compartiendo mi vida con un humano.


sábado, 13 de agosto de 2016

BÁSKET

Hoy me pregunté, ¿Por qué? ¿Por qué me gusta tanto?
Me puse mis shorts pestilentes del día anterior, agarré la pelotita naranja y fui corriendo a la cancha. Las canchas de básket son lo que más me gusta de este barrio. Todas ellas tienen ese cemento lisito y nuevo que no resbala, todos los aros son rojos y tienen la sagrada mallita. Sé que es un cliché, pero el sonido de esa red cuando una pelota la atraviesa es simplemente hermoso.
Puse música en mis oídos y empecé, completamente solo, en un día húmedo, caliente y soleado. Dos botes por aquí, entre las piernas, primer paso fuerte, segundo y salto; bandejita con la izquierda. Finta, hesitation move y tiro en suspensión… ¡Tooon! Rebota en el aro. Mis porcentajes estaban muy bajos, pero yo seguía corriendo, saltando, haciendo amagues al aire e intentando acercar mis dedos lo más posible al aro con cada brinco.
Así terminé empapado en sudor y con las gafas empañadas en poco más de una hora. Pero no había terminado, después me puse a hacer sentadillas y otros ejercicios. Porque resulta que ahora, con 25 añacos, se me ha ocurrido la idea de que quiero clavarla, hacer un mate, colgarme del aro.
A los 16 dejé de jugar basket en plan competitivo. Hasta esa edad, quería llegar lejos, quería ser un ganador, un líder y competir al máximo nivel posible. Pero esa actitud acabó con mi juego. Y es que es eso, amo tanto este deporte porque es un juego. Y jugar es lo que más disfruto en esta vida.
Al no estar en un equipo y no jugar partidos oficiales los fines de semana, me pregunté si el basket desparecería de mi vida. ¡Ja! Nada que ver. Entonces recuperé esa alegría de meter un triple en una cancha vacía, o tirarte al suelo por un balón suelto, jugando una pichanga con tus amigos. Y no sé, al principio tenía como una espinita clavada dentro, por no haber alcanzado mi potencial. Recuerdo que yo siempre era un gran jugador en los entrenamientos, pero en los partidos desaparecía.
Pero hay algo con lo que conecto cuando juego, hay algo que despierta y que late y baila. Hay algo especial en el eco que hace la pelota al rebotar, en el chillido de los zapatos, en la manera en la que el cuerpo se estira y se contrae esquivando defensores en el aire.
Y hoy, después de sudar en la cancha, volví a casa, comí unos ricos pimentones rellenos con dos huevos fritos y me bajé al sótano a ver el partido.
(A partir de ahora voy a hablar de jugadores y cosas de basket sin hacer ninguna introducción ni explicación, es solo una advertencia)
Jugaba Argentina contra Lituania. Yo estaba súper tenso, intentando respirar profundo, apretando las mandíbulas cuando el Chapu fallaba otro triple, o cuando los grandotes de Lituania se quedaban con todos los rebotes ofensivos. No estaba disfrutando para nada, hasta que vi a Manu hacer una de sus jugadas clásicas y meterse hasta debajo del aro en frente de un montón de gigantropoides. ¡UUUUOOOOOOOOOO! ¡Qué belleza!
Eso era lo que estaba mal, no estaba disfrutando del juego. ¡Es un juego!
Y sí, Argentina perdió al final. Pero verlos jugar juntos, ver a Facu corriendo a mil por hora sin bajar el ritmo, como si tuviera ocho pulmones. Ver a Manu meter triples y soltar bombas con 39 primaveras, ver a Carlitos Delfino ganar en velocidad a los lituanos y meter bandejas suaves como la seda… Ese chico llevaba tres años sin jugar.
Poder verlos es un regalo. Y sí, lo admito, siento apego hacia ellos y todavía me importa mucho que lleguen lejos en la competición. Quiero que ganen y que sean felices.
Pero siento que todo eso es pasajero y superficial, lo siento así, sin ningún ánimo de juzgarme.
Y sin embargo, también siento algo muy puro en el juego. Veo que detrás de la presión, la ambición, la agresividad y el miedo a perder… Pfff son un montón de cosas chungas. Pero detrás de eso, hay algo que me mueve por dentro.
No sé por qué siento eso hacia el equipo de básquet de Argentina. Me importa un bledo que sean Argentina, no es el país, son ellos; son ese puñado de personas que en teoría no conozco con las que siento una gran conexión.
Hoy mientras veía el partido, les hablaba en voz alta, llamándoles por sus nombres y apodos, y lo más chistoso de todo es que no me sentía ridículo.
Me gusta que no se sienten más pequeños, ni más viejos, aunque lo son. Es como que no hacen caso a lo establecido, y no lo hacen como un acto de rebeldía o como queriendo demostrar algo, tan solo se entregan con todo su ser y les importa un bledo lo demás. Y sí, se frustran, hacen faltas sucias y a veces despotrican cuando fallan. No son perfectos, no son héroes y tampoco son mis ídolos. Pero es un regalo verlos y me gustaría que ganen por lo menos el bronce, porque eso demostraría que todo es posible, que no importa si no eres el más fuerte y el más alto, o el más conocido y talentoso; que ellos ganen demostraría que todo se puede cuando te entregas por completo.
Pero entonces recuerdo que nadie tiene que demostrarme nada. Y lo único que queda por hacer es disfrutarlos y agradecerles por jugar tan bonichu. Da igual la medalla y el resultado final.
El único legado que tenemos es este momento. Eso es lo que siento, que vivimos siempre pensando en lo que conseguiremos en el futuro, y luchamos por ello, luchamos con todo lo que tenemos, y si conseguimos lo que queríamos, nos enorgullecemos de ello hasta aburrirnos y luego empezamos otra vez el ciclo desde el principio.
Y para mí una vez más, lo único que importa de verdad es jugar. Y sé que eso suena a frase de perdedor, pero me da igual ser un perdedor, eso no es más que una etiqueta sin ningún valor.
-¡Eso es lo que dicen los perdedores!
¿Y qué pasa si dejas de intentar ganar? Para mí, lo que ocurre, es que empiezas a jugar y a disfrutar. Porque al menos yo, cuando quiero ganar; también intento a toda costa no perder, y si pierdo me siento mal. Pero también cuando gano, al cabo de un tiempo, esa sensación de victoria se va, siempre se va. Y tal vez sea porque no haya logrado ninguna victoria importante en mi vida, pero la verdad, no creo que se trate de eso.

Así pues, al menos yo, me voy a jugar. O debido a la hora, a dormir. Aunque la barriguita está vacía, así que tal vez me vaya a zampar algo antes.

lunes, 8 de agosto de 2016

El silencio

No se escucha nada. El silencio respira tranquilo, sin pensamientos que lo perturben, sin palabras que lo enmudezcan.
El mundo entero huye del silencio. La vida consiste en silenciar al silencio. ¿No es paradójico?
Desde que despierto hasta que vuelvo a dormir, tan solo busco algo que me mantenga alejado del silencio. Cualquier cosa vale. Vale la tele. Vale la música, los chistes, las preocupaciones y las ocupaciones, todo vale para acallar al silencio.
Pero el silencio, de algún modo, siempre está ahí. Y todos lo sentimos. Llega un momento en el que no podemos escapar de él y lo sentimos, muy profundo, inundándonos con su muda melodía. ¿Es que acaso canta el silencio?
Antes de escribir esto, estaba buscando música adecuada para la situación, fue entonces cuando surgió esta idea de escribir acerca del silencio. Una idea que surgió del silencio mismo.
Ahora estoy callado y quieto. Soy consciente de mi respiración y de alguna cigarra que canta incansable allá afuera. El pensamiento vuelve y se pregunta qué sentido tiene todo esto. ¿Qué es el pensamiento?
Tal vez una ola, porque ahora ya no está. ¿Es posible escribir sin pensar? ¿De dónde vienen las palabras?
Del silencio. Todo nace del silencio. El ruido surge del silencio. ¿Qué es ese silencio?
Nada. El silencio es la nada.
Una mañana desperté con el sabor de un sueño todavía latiendo en mi pecho. El sueño había sido intenso, vívido, real. Pero a medida que los sentidos externos se agudizaban, el sueño se desvanecía. Pero su esencia retumba con fuerza. Soñé recorrer un sendero rodeado de pastizales, tal vez con algún lago de fondo. Soñé llegar a las puertas de un castillo de piedra y ver allí a mi padre, a mi abuela y tal vez a otras personas. Ellos me ven acercarme y me preguntan: ¿Qué es lo que quieres?
Y la respuesta sale sola, en tan solo una palabra: Nada. No quiero nada.
Entonces despierto y siento paz, una paz vacía y silenciosa.
No quiero nada. ¿Qué significa eso?
La nada da mucho miedo. Por eso queremos ser algo, tener algo, llegar a algún sitio. Pero, después de todo, esta vida es tan solo un latido en el eterno silencio.
¿No será que el silencio es la melodía eterna? ¿No será que el silencio es la propia vida?
La nada es muerte. Al menos eso es lo que creemos. Llamamos muerte al silencio, y por eso nos aterra, porque no lo entendemos. Lo único que vemos es que nosotros no formamos parte de esa nada, de ese silencio.
Y cuando digo nosotros, digo Yo. En el silencio Yo no existo. En el silencio no hay pasado, ni futuro, no hay planes ni objetivos, no hay ambición, orgullo o vergüenza. En el silencio no hay nada. Pero, ¿Será que hay vida en esa nada?
Da miedo fundirte en la nada. Pero vinimos de la nada.
Actuamos como si lo único que existe es lo manifiesto, por eso hay tanto temor a desaparecer.
-¡No eres nada! –se dice como insulto. ¿No es gracioso?
Silencio. Otra vez silencio. En el silencio puedo escuchar, puedo oír el murmullo constante de la nevera y también puedo escucharme a mí mismo. Tan solo cuando hay silencio puedo sentirme, observarme y comprenderme.
El silencio no juzga, no planea ni recuerda. El silencio tan solo escucha, tan solo escucha. ¿Y si tan solo escucháramos?
Siempre he creído que lo importante era hacerte escuchar, que tu voz se oiga, a ser posible que retumbe…. Pero, ¿Y si tan solo escuchamos?
Escuchar es desaparecer, rugir es permanecer. Y hay que permanecer para vivir. ¿O no?
La vida es acción, mientras que el silencio es quietud. ¿Es muerte la quietud?
Pero, más importante aún, ¿Es vida la acción?
Tal vez no haya vida y muerte, sino uno. Quizás tan solo hay uno.
En un libro que me llegó al corazón, leí acerca de un lugar mágico, se trataba de una fuente en la que nacían flores de belleza inconmensurable, flores que brotaban del agua, se abrían, se marchitaban y luego desaparecían, para volver a nacer.
Todos sabemos que desapareceremos, pero no sabemos qué ocurrirá después. Ese es el miedo por excelencia, ese no saber qué ocurrirá si desaparecemos. Por eso luchamos día tras día, para buscar algo que nos haga sentir seguros y nos aleje de la incertidumbre.
¿Es ese el sentido de la vida? ¿Buscar seguridad?
No hago estas preguntas para hallar una respuesta. No quiero encontrarle sentido a la vida. No quiero hacer que mi vida tenga sentido. En realidad, no quiero nada.
De niño, me enseñaron que cuando se te cae una pestaña hay que soplarla y pedir un deseo. Y a lo largo de los años, he soplado muchas muchas pestañas, y he pedido cientos de deseos, pero ahora, cuando tengo una pestaña entre mis manos, tan solo soplo. Es una sensación linda soplar pestañas y no desear nada.
Y si no deseas nada, ¿Por qué vives?
No creo que haga falta un motivo para vivir. La vida en sí misma es el motivo.
Ahora mismo el silencio es cómodo y ligero. Los pensamientos vienen y se van como nubes, y a veces, incluso, dejan el cielo completamente despejado. Y es hermoso. Tampoco quiero librarme del pensamiento. No quiero calmarlo o controlarlo. No quiero nada.
En el silencio me pierdo, me pierdo de tal manera que me encuentro. Y soy el silencio mismo, hablando, ¡Qué chistoso!
El silencio es como una fuente, una fuente vacía de la que emana todo. ¿Y dónde estoy yo?
Estoy aquí, escribiendo, pensando en cómo terminar de escribir. Y ya no hay silencio, porque hay un gran barullo en la cabeza para acabar este texto de manera apropiada. El silencio no vuelve, la paz se esfuma, el pensamiento traquetea, la mente se agota y vuela de aquí para allá. Me juzgo, intento justificarme, buscar una solución, volver al estado de paz, pero no se puede.
Ahora sonrío. El silencio no puede aflorar cuando se le llama a gritos.


viernes, 5 de agosto de 2016

Una nueva vuelta al sol

He buscado mucho en esta vida. He deseado ser mejor y he planeado cómo conseguirlo. Me he preocupado. He vivido con miedo y ambición. He intentado poseer a personas y objetos. He mentido, he sido falso y agresivo. He sentido tristeza y nostalgia. He gritado enfurecido, he dado portazos.
También he querido dejar de desear ser mejor y dejar de planear cómo conseguirlo. He intentado dejarme de preocupar. He luchado por vencer mis miedos y no actuar con ambición. He pretendido que no quiero ni poseo nada ni a nadie. He querido dejar de mentir y actuar con falsedad. He intentado controlar la agresividad y dejar de sentirme triste y nostálgico. He ahogado gritos de rabia y he intentado dejar a las puertas en paz.
¡Feliz cumpleaños!
Pienso, pienso, pienso, pienso y pienso. Pienso en lo que es bueno y lo que es malo, pienso en lo que haré y lo que hice, pienso en webadas generalmente. Me juzgo cuando pienso y quiero dejar de pensar y complicarme. Me pongo serio e intento ser estricto con mi mente.
Pienso en la imagen que doy, pienso si es buena o mala. Casi siempre pienso si algo es bueno o malo. Pienso en si tiene sentido lo que escribo y si a alguien le interesa lo que digo. Pienso en que hay que dejar de pensar para ser feliz.
¡Caca pedo pis papa frita con kétchup Heinz!
La vida es seria, es una cosa muy seria y hay que tomársela en serio, hay que vestirse de manera apropiada y hay que poner los puntos sobre las íes. Las palabras agudas acabadas en vocal, “n” o “s”, se acentúan.
Hay reglas de ortografía, reglas sociales y reglas de tráfico. Hay reglas para amar, para trabajar, para andar y para comer.
Hay apología al control. Tienes que controlarte a ti mismo y a los demás.
Badabadadú. Jrocotombawe Jonson. Basquet con chingolosaurios.
Ayer cumplí 25 años y completé una vuelta más alrededor del sol.
Y ahora estoy aquí. Vivo. He respirado durante 25 años, ¿No es increíble?
He comido tantos espaguetis en esta vida… Ayer comí espaguetis y hoy comí las sobras de los espaguetis. ¡Y qué salsa!
Picamos ajitos muy pequeñitos, junto con una hermosa cebolla blanca y una enorme y brillante berenjena. Pusimos todas esas verduras a la sartén y las freímos con comino, pimienta blanca, orégano y un toque de vinagre de vino tinto. El aroma salía en forma de vapor, esparciéndose por toda la cocina, haciendo agua la boca. Por último, cuando las berenjenas ya estaban en su punto, agregamos abundantes tomates frescos, cosechados en las fincas cercanas y los sofreímos tan solo un poco, para todavía poder sentir en la boca algunos trocitos.


Cocinar es algo mágico, como cualquier cosa que se hace con total atención. Es algo sagrado el preparar tus alimentos, agradecerles y sentir cómo pasan a formar parte de tu cuerpo. Es fascinante la nutrición.
Comimos los espaguetis con vistas a un río, pero antes de comer guardamos un momento de silencio para bendecir esa comidita.
Fue un gran cumpleaños el día de ayer. Fue muy especial despertar junto a Colleen y abrazarnos sin ninguna prisa en la cama.
Fue un día tranquilo en el que me sentí muy agradecido. ¡Qué bella es la sencillez!
La vida es algo sagrado, algo profundo, algo que late y que siempre escucha. Pero la vida, solo se la vive cuando hay verdadera sencillez. Y no me refiero a la sencillez que se busca, que se desea y se planea.
La sencillez siempre está. El amor siempre está. Tú siempre estás.
Por eso se dice que lo más importante es ser tú mismo. Aunque en realidad, lo más importante es dejarte ser tú mismo. Y aún se puede decir de manera más sencilla: Dejarte ser.
Y es que no hay un tú mismo, o un yo mismo. Qué manía con crear separación, pero luego todos estamos buscando unión. No hay un yo o un tú, tan solo hay un ser, y para ser, hay que rendirte por completo, dejar de oponer resistencia y dejarte ser. Dejar de ser.
Jajajajajja
Y ya sé que rendirse suena algo muy complicado, pero yo veo más complicado y costoso mantenerse en una lucha constante durante toda la vida.
Creo que este es el momento perfecto para dejar de estar tenso, para relajarse y bailar, o callar, o cruzar las piernas y observar… Todo empieza por escuchar. Tomar conciencia de que estás aquí y lo que eso significa.

Así que nada, a gozar!