domingo, 21 de agosto de 2016

La cucaracha Magda

Hola, soy Magda. Me encantan los tomates, sobre todo los podridos, esos bien jugositos y oscuros. ¡Mmm qué rico!
Lamentablemente, hace décadas que no veo un solo tomate. Desde que los humanos se extinguieron, nadie en este mundo volvió a cultivar tomates.
¡Esos humanos! Todos los demás están muy contentos de que ya no existan, en especial las otras cucarachas. ¡Ah, olvidé decirlo! Yo también soy una cucaracha.
Bueno, la cuestión es que las demás están muy felices sin los humanos. Y yo las entiendo, esos dos patas larguiruchas nos odiaban a muerte, y la mayoría de mis congéneres nunca entendió por qué.
-Vivíamos en sus casas y comíamos su comida –yo intentaba hacerles entender. Y bien sabido es que los humanos hacían lo que sea por defender lo que creían suyo. Aunque bueno, fue esa actitud la que los llevó a la guerra y luego a su extinción.
Había muchas cosas que no entendía de los humanos, como que siempre quisieran matarnos, incluso a mí. Y eso que yo procuraba ser muy respetuosa cuando estaba en sus casas. Pero aun así, aunque yo tan solo estuviera tomando una siesta en su cocina, nada más verme, ellos sacaban sus esprays, sus cucharelas y cuclillos aflilados para matarme. Aunque el arma más temida por todas las cucarachas, eran sus enormes pies, los mayores asesinos de cucarachas.
Pero los humanos cultivaban tomates. Siempre admiré eso de ellos. Podían ser violentos, egoístas y un poco tontos, pero sus tomates… ¡Qué delicia! ¡Qué nostalgia! ¡Lo que daría por volver a ver ese color rojo! ¡Esa piel suave! ¡Ese aroma dulce! ¡Esa pulpa suave y ese particular toque ácido!
Pero después de la gran explosión, los tomates desaparecieron junto con los humanos. Nosotras, en cambio, nos hicimos más grandes y más fuertes, aunque no necesariamente más inteligentes. Bueno, ahora las cucarachas sabemos leer y escribir, hay cucarauniversidades y escuelachas. Y ahora, mis congéneres ya no viven en huequitos húmedos y oscuros, o bueno, sí que lo hacen, nada más que ahora tienen que pagar para vivir en huecos húmedos y oscuros supuestamente más lujosos. También han surgido diversas religiones y culturas entre las cucarachas de distintos lugares, lo cual generó conflicto porque cada cual se creía mejor que las demás. Por eso se han creado fronteras y diferentes países cucarachences, aunque se ha acordado que exista un gobierno global cucarachil.
Todos dicen que ahora las cucarachas son muy civilizadas y que es una gran era para ser una cucaracha. Ahora ya no hay que esconderse, no hay que preocuparse de los insecticidas ni de los pies genocidas. Pero, no sé, yo echo de menos la emoción de escabullirme cuando un zapato se alzaba para aplastarme, extraño entrar a hurtadillas en alguna despensa y sentir la adrenalina correr por mis patas ante la posibilidad de que me pillen in grafanti. ¿Se dice así?
Perdonen si no escribo muy bien, es que yo nunca fui a una cucarauniversidad.
Pero, no sé, decía que ahora la alimentación de las cucarachas es totalmente distinta. Ya no se come lo primero que se pille, ahora hay que ir a un dupermercado para poder comprar comida. Y eso, es otra cosa que no entiendo. ¿Por qué ahora tenemos que pagar por la comida? Antes nunca teníamos que pagar por nada, y ahora hay que pagar por todo.
Y me avergüenza un poco decirlo, pero la verdad es que yo no entiendo muy bien lo que significa “pagar”. Lo único que sé es que cuando vas al dupermercado, tienes que tener canicas, que son como unas bolitas pequeñitas de cristal, que en el dupermercado intercambias por comida.
¿Y cómo obtienes las canicas? Trabajando en las industrias; dicen que en Cuca Corp dan muchas canicas a sus empleados. Sin embargo, he oído que Cuca Cola los hace trabajar un montón y apenas les dan canicas.
Ya lo ven, ahora todas las cucarachas están obsesionadas con las canicas.
Por eso, yo decidí irme. Todo ese mundo cucarachil me parecía muy complicado. Agarré todas mis pertenencias y me fui. Bueno, en realidad no agarré nada, porque soy una cucaracha de las antiguas, de esas que no tienen pertenencias. Pero me apetecía decir “agarré mis pertenencias y me fui”, me parece que suena bonito. ¡Ay! Perdón por todas estas interrupciones, a veces me entretengo y digo barbalibundades.
Tan solo me fui. Paso a pasito me alejé de la ciudad. ¡Ah, olvidé decirlo! Las cucarachas ahora construyen ciudades también, las hacen mayormente con tierra artificial, otra cosa que no entiendo.
Fue un largo viaje el que hice. Después de dejar la ciudad me vi rodeado de una tierra muerta y devastada. Yo nunca había salido de la ciudad, que por cierto, se llama Gran Basural. De hecho, yo nací allí, cuando los humanos todavía existían y en lugar de Gran Basural, ellos tenían su propia ciudad, una muy conocida… cómo se llamaba… ¡Ah, ya recuerdo! Se llamaba Nueva Yorkas o algo así, creo. Pero recuerdo que fue allí mismo donde ocurrió una de las grandes explosiones que extinguió a los humanos. Supongo que por eso, los alrededores de la ciudad todavía estaban tan desolados.
Yo caminé y caminé, hacia el oeste de Gran Basural. Siempre me gustó el oeste porque por allí se pone el sol, y me gustaba ver el atardecer mientras andaba. Y a medida que la ciudad quedaba atrás fui empezando a ver más vida. Vi praderas empezando a crecer, e incluso vi pequeños bosquecitos de árboles muy jóvenes. Pero ningún sitio me llamó la atención como para quedarme, así que seguí caminando, patita por patita.
En un momento determinado me cansé de ir en la misma dirección, así que decidí emprender rumbo al norte. Yo recordaba que los humanos siempre decían “has perdido el norte”. Por eso, yo deduje que si perder el norte era algo malo, dirigirte hacia él debía de ser algo bueno.
Así que andé y andé, no sé por cuánto tiempo, hasta que llegué a un lugar en el que había muchos muchos lagos, uno al lado del otro. A mí me encantan los lagos, así que esa tierra me gustó desde el principio, y además, donde hay agua hay mosquitos, y los mosquitos son de mis amigos preferidos. No sé, quizás sea algo que tenemos todas las cucarachas, pero no conozco a ninguna que no se lleve bien con los mosquitos, tal vez sea porque los compadecíamos, ya que si hay alguna criatura que los humanos odiaran más que a nosotras, eran los pobres mosquitos.
Así pues, yo me interné en esa tierra de lagos y mosquitos y de repente, vi un gran bosque, ¡Un bosque de verdad! Yo nunca había visto un bosque, pero sabía que aquel era un bosque de verdad. Había árboles enormes, había plantas, musgo, pequeños pantanos ¡Y hasta ciervos! Otros seres que nunca había visto, pero había escuchado que eran muy nobles.
Sin embargo, mi mayor sorpresa llegó cuando entre los árboles vi una columna de humo subir y perderse en el horizonte. Decidí acercarme y para mi gran sorpresa, ¡Vi una casa humana! De ahí salía el humo, de una de esas chimenúas, o como se llamen. Pero eso no era todo, a las afueras de la casa había un hermoso huerto con pepinos, lechugas, cebollas y… ¡Tomates!
Tomates rojitos, jugosos y deliciosos, que pronto madurarían o mejor aún, ¡Se podrirían!
Y luego lo vi a él, a Facundo, el primer humano –humano vivo –que veía después de la gran explosión. Mi primera reacción fue la de querer escapar, pero me contuve. En cuanto vi los tomates, supe que yo tenía que vivir allí, toda mi vida había transcurrido para llevarme a aquel lugar, a ese momento, y el miedo, en esa ocasión no tenía ninguna posibilidad de vencer. Así que yo respiré profundo y me acerqué decidida a Facundo, para pedirle permiso para vivir en aquel lugar y comer sus tomates. Y por supuesto que en aquel momento yo no sabía que Facundo se llamaba Facundo, pero quería introducirlo en la historia con su nombre.
Bueno, la cuestión es que yo me acerqué a él y en cuanto él me vio, toda mi valentía se me fue por las patas y me alejé disparada. Pero, mira tú las vueltas que da la vida, resultó que Facundo era un amante de las cucarachas, que las había estudiado durante años y que incluso, gracias a sus conocimientos sobre cucarachas y previendo la gran explosión, construyó un pequeño agujero, húmedo y calentito en el que refugiarse. Él rogó a muchos otros humanos que hicieran lo mismo que él, pero los demás se negaron a meterse en huecos como cucarachas.
Por eso él fue el único superviviente, y a pesar de sentirse muy triste al principio, luego se dio cuenta de que lo único que podía hacer era sentirse agradecido por estar vivo. Sin embargo, él tampoco había vuelto a ver a una cucaracha después de la gran explosión. Por eso, cuando me vio huir despavorida, él corrió detrás de mí y me levantó del suelo entre sus manos. Luego me miró muy profundamente y susurró: Gracias.
Por eso, yo ni siquiera tuve que pedirle permiso para vivir en su finca, fue él quien prácticamente me rogó que me quedara. Además, resulta que él, a diferencia de los demás humanos, no defendía lo que era suyo, sino que más bien lo compartía, porque había llegado a la conclusión de que en realidad no tenía nada. ¿Así que para qué defenderlo?
Pero eso no es todo, ¡También resulta que Facundo amaba los tomates tanto como yo! Solo qué él prefería comerlos en salsa en lugar de podridos. Bueno, nadie es perfecto.
¡Ah! Y Facundo tiene un montón de canicas en su casa. Al principio yo pensé que él era una especie de millonario, pero luego me explicó que los humanos no compraban cosas con las canicas, sino que las utilizaban para jugar. Sobre todo los niños humanos disfrutaban mucho de ese juego. Yo me maté de risa al escucharlo.
¿No es increíble que ahora las cucarachas se maten por esas pequeñas canicas?
En fin, que aquí estoy ahora, durmiendo en un agujerito húmedo y calentito, comiendo tantos tomates como me entran en la barriguita, compartiendo mi vida con un humano.


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