Quizás simplemente acabé allí de rebote, por compartir un
poquito más de tiempo con una persona que quiero, pero lo que importa, al menos
para mí, no es por qué fui, sino lo que allí sentí.
Fue uno de esos momentos, uno de esos instantes en los que
noto que me cuesta respirar y tengo que esforzarme porque mi cuerpo no tiemble.
No sé muy bien cómo describir algo que escapa al limitado mundo de las
palabras, así que tan solo me limitaré a vaciar lo que tengo en mi interior en
este relato.
Trozos de telas, sábanas, e incluso banderas, ondean orgullosamente
en el aire, no sé si hay cientos, miles o millones, tan solo veo sus colores,
con mayores combinaciones que las del arcoíris, todas ellas símbolos,
representaciones de ideales, tan diversos como las gentes que las enarbolan. Entre
ellas me sumerjo, entre telas, pancartas y personas. En el ambiente hay algo,
quizás es la energía que emerge de la unidad, o de la desesperación, tal vez de
la indignación de la dignidad, pero es imposible permanecer indiferente. Una
vez allí, convertido en uno más, arropado por el retumbar de tambores y
corazones, yo también me uno a los cánticos, mi garganta ruge con el resto, en
canciones, estribillos, o simples onomatopeyas cargadas de sentimiento. Me
llaman la atención unos cieguitos que cantan a pleno pulmón, una de ellas, una
canción flamenca, el otro, se dedica a mandar recados al presidente de este
país. No sé si a ustedes eso les emociona, pero a mí sí, ver sus ojos blancos,
sin ser conscientes de que miles de ojos están pendientes de ellos, disfrutando
de su melodía, de su energía y de su ánimo. En ese instante una lluvia interna
amenazaba ya con abrirse paso por mis ojos, pero me obligué a resistir, incluso
para un llorón como yo, era demasiado pronto.
Así que seguimos marchando, y seguí viendo inspiración
personificada en seres humanos, padres que sostienen orgullosos a sus retoños
sobres sus hombros, ancianos revolucionarios, jóvenes sonrientes, mujeres que
lideran con valentía grupos que claman igualdad. Aquí hay tanta diversidad que
da la sensación de que no hay diferencias de ninguna clase, somos todos tan
distintos que parecemos uno solo, una gran masa de ideas distintas luchando por
única causa. Unos ojos claros llaman mi atención, principalmente porque
resaltan en una cara de tez oscura, poblada de barba, un hombre que parece
cansado, irritado, como todos, su mirada severa, desencaja con su sonrisa, tan
amplia como humilde, durante un instante nuestros ojos se cruzan y sonreímos,
nada tenemos en común, de nada nos conocemos, pero sin saber por qué, ya me
causa admiración, ya me cae bien.
Aquí no me siento distinto por mis ropajes o mi aspecto, en
esta ocasión, pantalones de montaña, mi camiseta preferida, con pequeños
agujeritos que dejan filtrar el viento hacia mi pecho y mi mochila de
explorador, que prácticamente ya forma parte de mi espalda. Nadie repara en mis
pintas, ya que en este río de gente, la apariencia parece ser lo de menos. Así
que no sorprenden los chalecos de obrero en contraste con botas de rockero, los
peinados van desde cabezas rapadas hasta melenas que surcan el aire, todo esto
tan solo embellece de personalidad el espectáculo.
Y entonces un señor de pelo blanco y escaso, se dirige a un
grupo de policías y les dice que los tenemos rodeados. No se trata de una
amenaza, sino de la constatación de un hecho, somos más, y quizás aquel anciano
no hubiera hecho alusión solamente a la policía, sino que tal vez utilizó a los
cuerpos de seguridad como una metáfora para referirse a ese reducido grupo
elitista que nos gobierna y oprime, como él dijo, los teníamos rodeados. Fue
esto lo que nos llenó de fuego el corazón e hizo que sonriamos ante la
elocuencia de la frase.
Después de adelantarnos un poco, admirando los muy distintos
mensajes que recogían cada una de las pancartas, que reclamaban justicia desde
la política hasta la ecología, nos dejamos llevar por el ritmo de una banda de
tambores y trompetas, y empezamos a
marchar junto a ella.
Allí sucumbí al poder de la música, el retumbar de la
percusión movía nuestros músculos y la voz de un megáfono invitaba a nuestras
cuerdas vocales a formar parte de la melodía. Así que sin poderme controlar,
mis pies se despegaban del suelo, mis brazos se extendían hacia el cielo,
cantando una letra que invitaba a la rebeldía y a la lucha, pero que de algún
modo nos hacía sonreír, nos hacía vibrar, movernos, nos daba ganas de
abrazarnos todos allí, pero eso era imposible, no porque no quisiéramos, sino
porque en un abrazo con tantos integrantes y tanta efusividad, más de uno
moriría asfixiado. Así que en vez de abrazos, nos mirábamos, unos a otros,
conscientes de lo que allí estábamos creando, orgullosos los unos de los otros.
Y una vez más, entre alegría, vellos de punta y latidos
desbocados, las lágrimas volvieron a amenazar con invadirme, yo me contuve, no
podía ser tan sensible, no podía ser que cada vez que algo me emocionara, que
me sintiera vivo, que sonriera sin razón, tuviera que llorar, nadie hace eso.
Pero entonces, los ojos castaños de una bonita chica delante de mí, empezaron a
llover, y sus seres queridos la estrecharon entre sus brazos, le besaron las
mejillas y le revolvieron el pelo, la chica continuó sollozando, sonriendo al
mismo tiempo, y yo no pude contenerme más, una lagrimilla cayó ardiendo por mi
mejilla y yo también sostuve entre mis brazos a una persona que quiero. Y así
nos quedamos un rato, compartiendo nuestra emoción, porque aquel mar de
alegría, esperanza, humanidad y amor, tenía que salir de alguna manera y eligió
salir gota a gota por nuestros ojos.
De ahí en adelante, con los ojos secos, los pies
entumecidos, la garganta irritada y el alma renovada, seguimos hasta el final.
Nunca olvidaré lo que ocurrió aquella ventosa tarde de
primavera en la capital del país. No sé si servirá de algo todo lo que andamos,
cantamos o lloramos, no sé si el mundo será un lugar mejor por haber estado
allí. Tal vez en las noticias solo mencionen que un grupo reducido de animales
salvajes poseídos por la testosterona embistieron contra la policía al caer la
noche, tal vez se diga que aquella tarde tan solo éramos unos cuantos miles los
que salimos a la calle a gritar por lo que creemos que es justo, quizás en unas
pocas semanas la repercusión de lo que ocurrió aquella tarde comience a
difuminarse en la memoria, incluso en la nuestra. Pero lo que sí sé, es que
hubo un momento en el que el horizonte entero se cubrió de seres humanos, que
aquella tarde me di cuenta de que cada vez que me sienta solo, cuando me invada
la impotencia, cuando sienta que luchar no vale la pena, los recordaré a ellos,
a todos ellos, a los ciegos que cantaban, el abuelo que desafiaba a la ley, las
mujeres que rugían por la igualdad, los
niños que cabalgaban a lomos de sus padres, la chica que lloró de la emoción y
las lágrimas que yo mismo derramé, la humildad de las miradas, las pancartas de
esperanza, las banderas de mil colores y los millones de pies marchando al unísono,
por la dignidad.
http://vimeo.com/88779805
http://vimeo.com/88779805
Hermoso. De todas las informaciones que me han llegado, fotografías, textos, vídeos y opiniones… sin lugar a dudas me quedo con esta.
ResponderEliminarMuchas gracias! Creí que valía la pena compartir lo que sentí.
EliminarHas hecho que muchas personas que no pudimos estar allí nos emocionemos sintiendo lo que allí vivisteis. Gracias!!!!
ResponderEliminarGracias a ti!! Eso es justo lo que quería transmitir!
EliminarTienes q saber q detrás de tus palabras hay mucha gente q al leerlas revive esas mismas emociones y q provocas instantáneamente cientos de borrascas, lluvias internas cómo dices. Aunq no muchos hagan aquí sus comentarios, somos cientos los q te están leyendo.
ResponderEliminarChapó, felicidades por tu claridad, por abrirte y mostrarnos.
ResponderEliminarGracias a todos, de verdad!! por leer, comentar y sentir. Me recuerda que somos muchos los que queremos un mundo mejor!!
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