No sé qué decir, ni qué hacer, tan solo puedo pasarme el día
entero pensando en ti y el momento de volver a verte. No quiero que te vayas,
pero me daría miedo que te quedes, mi futuro es confuso y no podría darte todo
lo que te mereces. Tampoco es para ti el momento, todavía tienes mucho que ver,
descubrir lo que se esconde detrás de tu mirada, te quedan muchas tardes de
largas conversaciones con tu alma, y no quiero ser yo quien te prive de eso.
Podría agradecerte el haberme regalado la mejor noche de mi
vida, o haber elegido celebrar mi cumpleaños con un puñado de buenas
conversaciones y risas injustificadas.
Hoy mientras comía, y disfrutaba del sabor de cada uno de
los vegetales que se derretían en mi boca, me di cuenta de que todo se acaba.
Ese generoso bol de comida se quedó sin siquiera un grano de arroz al cabo de
quince minutos. Y me acordé de ti, quizás no te guste que te comparen con un
plato de comida, pero yo soy así, aprendo de lo sencillo e inesperado, aunque
espero que eso ya lo sepas. La cuestión es que me acordé de ti, porque por mucho
que me gustes, por más que la ilusión que me evocas tenga a mi corazón
exhausto, en algún momento, ya sea dentro de una semana o después de toda una
vida juntos, todo desaparecería, como esos granos de arroz.
Cuesta no aferrarse a lo físico, porque es lo único que
podemos tocar, nuestra única herramienta para abrazarnos y besarte los labios
mientras sonríes tímidamente. Cuesta dejarte marchar, aceptar el hecho de que
tal vez nunca te vuelva a ver, porque aunque todo es posible, tuvimos que
elegir vivir lo más lejos posible el uno del otro.
Cuando llegue el momento de despedirnos, no sé si podré
decirte hasta la próxima vida. No quiero eso, y por momentos se me ocurren
disparates, ideas que florecen de mi locura innata con el toque de dulzura
picante que tú le añades; y pienso en nuestro futuro encuentro, quizás en otro
continente, tal vez en otro año, incluso década, realmente no importa cuando,
ni dónde, siempre y cuando se mantenga viva la esperanza de verte una vez más.
Y entonces me doy cuenta de que todavía no te has ido, que
te irás, pero todavía no y quizás, si yo te he trastocado tanto como tú a mí,
quieras compartir alguna tarde más, tal vez cogidos de las manos, no por ser
románticos, sino por la posibilidad de no volver a sentir tus dedos pequeños,
entrelazados con los míos. Incluso puede que todavía nos quede otra noche para
crear magia y hablar sin palabras, no lo sé.
Todo puede pasar y contemplar las posibilidades es
sencillamente abrumador. Pero lo que me hace volver a vibrar, a levantar una
vez más mis ojos y perderme en el cielo, es la idea de que serás feliz, de que
encontrarás lo que buscas, que te darás cuenta de lo que veo yo en ti, que
recorrerás Australia en una caravana, con tu mejor amiga y un perro.
Porque te quiero, así como lo oyes, te quiero, y podría
gritarlo a los cuatro vientos y contárselo a la luna y al sol, pero estaría
desperdiciando mi voz, porque tan solo hace falta que lo escuches tú.
La chica de las botas gastadas y los cordones desatados, las
uñas sin pintar e incluso un poco de mugre en alguna de ellas. La chica del
lejano continente, la aventurera, la chica de las locuras insensatas a los
dieciséis años, la que nunca ha usado tacones y que camina descalza por su
pueblo. La que le cuenta sus travesuras a su madre y los problemas serios a su
padre, la que no sabe qué contestar cuando le preguntan a qué quiere dedicar el
resto de su vida. La chica de pelo corto, tres aritos en las orejas, uno en la
nariz y otro que no puedo decir. Esa eres tú, la que no quiere ser una
princesa, la que no se asusta de las arañas y está acostumbrada a los
tiburones. Eres la chica que me recordó que mi corazón no es invulnerable, la
que me escribió por casualidad, en el momento adecuado, la que se perdió conmigo
y se dejó guiar. La que no demuestra con palabras, la que tampoco da abrazos, o
al menos no los daba, la que entrega su amor en tiempo, en tiempo de calidad
como te gusta llamarlo. Eres la que
brilla por dentro, la que desprende una belleza atípica, la que conquista sin
saberlo y evoca a las estrellas sin pretenderlo. Eres la chica que escucha mis
historias, la que no habla mi idioma y aun así me entiende. Eres la que irradia
alegría y despreocupación, la inmadurez mezclada con valentía. Eres la niña de
ojos camaleónicos, la que quiere una sociedad sostenible y se apunta las películas que le recomiendo. Eres
la que se atreve a probar aguas heladas y se ensucia los pies entre rocas
musgosas, la que duerme sin colchoneta y se atreve a participar en cánticos
hindúes.
Eres una pequeña estrella, una de esas que te orientan desde
el firmamento, una estrella que empieza a brillar, una criatura que se
despereza lentamente, inocente, traviesa, tímida y atrevida. Eres un revuelo de
emociones, un regalo para el alma, una bendición para los sentidos.
Eres la que se va para no volver, aunque eso siempre es
complicado de saber. Podrías no haber venido, pude no haber contestado, pero
ocurrió y te he disfrutado tanto como he podido.
Así que no quiero que me recuerdes, no pierdas el tiempo con
eso, tan solo acuérdate de que una noche, la luna brilló para nosotros.
No pienses en mí, ni tampoco me extrañes, tan solo vive, y
no mires atrás, porque las montañas que nos vieron amarnos no estarán en el
pasado, sino en un trocito de tu corazón, así que cuando te acuerdes de mí, tan
solo escúchalo, probablemente oigas mi voz ahí dentro, siempre que quieras.
Por mi parte, yo no te voy a esperar, ni convertiré las
memorias que creamos en algo triste. Pero si alguna vez quieres volver a
escuchar mi voz, conocer mis sueños, hablar de un mundo mejor o simplemente
conversar sinceramente con un amigo, yo tendré las puertas abiertas,
dondequiera que esté.
Hasta entonces, ten por seguro que de cuando en cuando,
aparecerás disimuladamente entre mis párrafos, porque me gusta escribir sobre
mi vida, y ya sea aquí o en la otra punta de nuestro mundo, formas parte de
ella.
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