viernes, 28 de noviembre de 2014

Siempre habrá moscas

Pocas cosas irritan más que esos bichejos alados. Será por las cosquillas que te provocan sus patas, el zumbido de sus alas, su desagradable pico o sus ojos cuadriculados. A todo eso, además hay que añadirle los sitios que suelen frecuentar, ya que no recogen el néctar de las flores precisamente.
Las moscas se te meten en la boca si tienen ocasión, se comen tu comida sin permiso y para colmo, te levantan sin compasión de tus siestas más dulces.
Sin embargo, lo peor llega cuando intentas espantarlas, no solo por su increíble agilidad para eludir manotazos, sino por la determinación que muestran por volverse a posar sobre el mismo centímetro cuadrado de piel una y otra vez.
No conozco a nadie que disfrute de la compañía de estos insectos y por eso yo me propuse intentarlo.
Mi primera prueba fue este verano, en la que yo disfrutaba plácidamente de la lectura tirado sobre el césped. No tardaron mucho en aparecer unas pocas moscas que revoloteaban sobre mis piernas. Intenté no juzgarlas, observarlas como parte de la creación de la naturaleza, como seres que cumplían con un propósito. No sirvió de mucho, ya que cuando se frotaban sus patas peludas, no podía dejar de imaginarme los trocitos de mierda que debían de tener allí incrustados. Así que las sacudía como podía y disfrutaba de los escasos segundos antes de su regreso.
Aquel día fracasé estrepitosamente en mi cometido, pero todavía no estaba dispuesto a rendirme. Busqué apoyo en internet y ansiaba encontrar información que me convenciera de que las moscas eran algo más que un simple incordio. Esta idea sí que me fue útil, a medias: Las moscas facilitan la descomposición de los cadáveres y materiales fecales, favorecen la polinización y las larvas de algunas especies se utilizan para facilitar la cicatrización de heridas. Pero, por contrapartida, como todos sabemos, transmiten enfermedades infecciosas y parasitarias.
Tenía la sensación de que mis esfuerzos por acercarme a estos seres tan solo estaba agravando la brecha que existía entre nosotros.
Hasta que una tarde, después de una deliciosa comida, me dispuse a tomar una siestecita, embelesado por la calidez que rebosaba el sol y la suave brisa que acariciaba mi habitación. Con una plácida sonrisa me entregué al sueño, acurrucándome sobre el lecho. En mitad de mi descanso, escuché un zumbido familiar y poco después noté aterrizar algo sobre mis mejillas. Pero estaba tan decidido a dormir que me limité a ponerme boca abajo, cubrir la mayor parte de mi cara con el antebrazo y proseguir con mi cometido. ¡Logré ignorarlas! Con el cansancio por aliado pude pasar a las moscas por alto, continuar con mi vida cotidiana sin la necesidad de estar pendiente de ellas.
Y la prueba final a mi experimento llegó hace un par de semanas, en el desierto del Sahara. Al caminar entre arena y tierra curtida me percaté de que no tenía una, dos o tres moscas a mi alrededor, sino que había al menos una docena de ellas pegadas a mi piel. Casi por instinto me las quité de encima, con una profunda sensación de asco, pero, cuando al cabo de tres intentos habían duplicado su número y se extendían como una plaga por mis brazos, simplemente desistí.
“Paso de vosotras” me dije y continué con mi caminata. Me olvidé de los zumbidos y la caca de sus patas, y me dediqué a disfrutar del paraje que me rodeaba. Sólo entonces lo pude disfrutar por completo del contraste de las dunas y el cielo, apreciar el brillo de los granos de arena y distinguir huellas de alguna alimaña sobre el sendero que transitaba.
En la vida, te toparás con moscas que no son necesariamente insectos alados. De manera constante te enfrentarás a personas que socaven tus sueños, que te recuerden que tus limitaciones, que te incordien día y noche, que te levanten de la siesta, que te traten de manera injusta, o que, de alguna manera busquen aprovecharte de ti. Siempre tendrás esas moscas humanas rondando a tu alrededor y como a sus parientes dípteros, te será complicado quitártelas de encima. He ahí la importancia de aprender a convivir con ellas, ya que ninguna tiene intención de desaparecer sin más.
Después de toda esta experiencia las moscas siguen sin causarme especial simpatía, pero tampoco las aborrezco; porque sencillamente no vale la pena, ellas van a seguir siendo lo que son y haciendo lo que hacen, así que, ¿Por qué preocuparme? Mejor seguir mi camino sin tenerlas en cuenta.



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