Conozco un lugar, uno al que se llega por un camino
serpenteante, un camino que sube y en cuyos alrededores crecen moras, moras
oscuras y redonditas, que tiñen los dientes y alegran la boca.
Sí, conozco un lugar, un lugar mágico, donde los robles te
escupen y los pájaros te cagan, donde se mea en cubos y se alimenta a las
plantas con dicha orina. Es un lugar con telarañas en las esquinas y mosquitos
que buscan sangre por las noches. Porque aquí, aquí todo es de verdad. Aquí ves
dónde va a parar tu mierda, aquí no se tiran las esponjas viejas y la marca de
la ropa se tiñe de tierra.
En este lugar la vagancia no existe, ya que la falta de
obligaciones acabó con ella. Aquí se canta picando piedras al mediodía,
empapado en sudor y cubierto de polvo; porque aquí, si haces algo, lo haces con
toda la fuerza del mundo.
Aquí se saluda, a las
mismas personas varias veces al día, y el entusiasmo no varía desde la primera
a la última. Aquí se ríe sin necesidad de chistes o sarcasmos, se mira a los ojos
y se duerme en literas.
Créeme, conozco un lugar en el que la mejor ducha es una
cascada, un lugar donde no te obligan a fregar los platos, pero en el que todos
quieren hacerlo, porque hay que hacerlo.
Aquí no se mata al silencio con conversaciones insulsas, ya
que aquí el silencio es crucial para escuchar al viento ronronear. Aquí hay
rocas grandes, desde las que puedes observar el cielo teñirse de calidez. Desde
aquí ves nubes extenderse en un sendero de algodón por el horizonte y puedes
extender los brazos sin motivo alguno mientras vacías tus pulmones con un grito.
Porque sí, aquí el silencio se respeta, pero cuando hay que decir algo, se
dice, da igual que salga en forma de grito, murmuro o aullido.
Conozco un lugar en el que las personas se dan la
oportunidad de ser ellas mismas, en el que las apariencias se caen por el
camino y las mentiras tienen patas más cortas que las hormigas. Por eso, aquí
he hablado de todo, aquí he sacado temores pasados y miedos futuros, aquí he
barrido culpas y he disuelto ambiciones. Aquí he hablado a la luz del sol, de
la luna y de una lamparita anaranjada; y nunca se me ha juzgado por ninguna
palabra. Porque este lugar es así, es una oreja gigante, una oreja con brazos,
porque ten por sentado que aquí se te escucha y se te abraza por igual. Te
abraza el sol cuando riega su luz por los campos, te abrazan los grillos con su
melodía y las abejas con sus patas acolchadas, también te abrazan las montañas
desde lejos e incluso, hasta te abrazan las personas.
Pero el lugar del que hablo, te brinda lo que le das, no
como premio o castigo, ni siquiera como causa y efecto; no, este lugar no pone
a nadie en su sitio, pero el que viene aquí, se da cuenta, de manera inevitable
del sitio en el que se encuentra. Porque este sitio es un espejo, uno que te
permite ver lo que hay detrás de tu mirada, uno que derrite máscaras y que
rompe guiones. Ya que aquí nadie es un actor. Aquí no valen de nada los títulos
bajo el brazo, las reputaciones que te has labrado o las metas que te propongas
alcanzar.
El que viene aquí buscando algo, dura poco. El que llega
cargado de expectativas retorna lleno de decepciones y el que pretende vender
algo, se vuelve con la mercancía entera.
En este lugar se cultiva para el estómago y no para el
bolsillo. Aquí no se comercia, ni se negocia; aquí se regala y siempre más de
lo que se pide.
Sí, existe un sitio con las puertas abiertas, un lugar que
no tiene dueño y que tampoco lo busca. Existe una casita en la que te sientes
en casa, no porque sea tuya, sino porque precisamente, no es de nadie. Del
techo cuelgan matojos de orégano, en las estanterías se almacenan frascos de
cristal rellenos de frutos secos y en la cocinita se puede preparar guisos de
verdura con aceite de oliva.
En el lugar del que hablo la gente se dedica a cambiar el
mundo. Ahora mismo tengo delante a una mujer de pelo corto que le peina los
rizos a un hombre de barbas largas; y el amor que destila la escena es una luz
en sí misma. Aquí hay un manantial de alegría en el que la sencillez se baña desnuda.
Y así se cambia el mundo, cepillándonos el pelo unos a otros, dando los buenos
días de corazón, viviendo con alegría y sencillez; ya que solo lo simple puede
disolver lo complejo.
La existencia de este lugar es la prueba irrefutable de que
la armonía es real y practicable. Y quizás, si el mundo pudiera experimentar un
trocito de esta paz, dejaríamos de estar en guerra, y nos daríamos cuenta de
que ninguna batalla merece su precio.
En este lugar no se busca hacer del mundo un lugar mejor;
aquí no se proponen soluciones, ni se establecen normas, aquí no se forman
organizaciones ni se eligen nuevos líderes. Aquí no se platica, aquí se
practica. Por eso, aquí el mundo justo y libre que todos quieren no es una
utopía, sino una acción, una acción intensa y viva, que empieza en el corazón y
que se expande con cada latido.
En todas partes la complejidad de la existencia se hace
tortuosa. Te imponen obligaciones, te asignan roles, te cargan facturas y te
marcan con números, para identificarte, para calificarte y ordenarte. Pero yo
conozco un lugar en el que no se te exige nada, en el que no se rinden cuentas
y en el que la documentación cría polvo por la falta de uso. En este lugar, la
libertad es una realidad y es total. ¡Libertad total! Pero claro, eso es algo
que incluso aquí, solo te puedes otorgar tú mismo. Y es que la libertad asusta,
y si es total, se podría hablar incluso de pánico; porque pensamos que la
libertad solo puede engendrar caos, que siendo libres nos armaríamos con lo que
pudiéramos y comenzaríamos una carnicería. Se piensa que en libertad nadie
haría nada, que la barbarie se impondría y que todo se derrumbaría.
Y es cierto, la libertad derrumba todo, todo lo que se tiene
que derrumbar. Y si piensas que siendo libre dejarías de hacer todo lo que
estás haciendo, probablemente es que tengas que hacerlo.
En el lugar del que hablo, nadie hace nada que no quiera,
pero ya te digo yo que todos quieren hacer algo. Todos quieren contribuir,
trabajar y crear; porque cuando te das la oportunidad de ser libre, eso es lo
que en realidad ocurre, que empiezas a hacer lo que de verdad amas. Ya que la
libertad, tan solo puede engendrar amor.
Conozco un lugar que nada tiene de extraordinario. Es tan
solo un terreno a mitad de una montaña. El lugar no importa, porque ningún
sitio se convertirá en tu refugio o tu hogar. Nos hemos creído que la llamada
tierra prometida es un lugar, pero en realidad es una sensación, un algo en el
estómago, un cosquilleo en el pecho, una respiración que se salta, una risa que
se escapa, una lágrima calentita, es un despertar verdadero.
Pronto descenderé una vez más el sendero serpenteante y
cogeré algunas moras por el camino, y quién sabe cuándo volveré a la casita y veré los matojos de orégano. Pero créeme, yo conozco un lugar, un lugar mágico
y real, en el que todo es posible y donde la creatividad borbotea. Ese lugar está
aquí, latiendo en mí, y desde luego, también en ti.
Algún día el destino hará que nos conozcamos, estoy completamente segura.
ResponderEliminarNo hay muchos lugares con esas cualidades personales.