jueves, 3 de septiembre de 2015

Tomates

Hoy desperté un tanto triste, un poco por todo y otro poco por nada. Desayuné un melón anaranjado sin disfrutarlo del todo y estando rodeado de árboles y matorrales, elegí quedarme sentado en una silla aislado del exterior por un cristal.
Así me quedé, pensativo y aburrido, hasta que me obligué a levantar el trasero y salí a dar un paseo. Necesitaba estar solo, o mejor dicho, necesitaba estar conmigo, lo que en realidad significa estar con todo el mundo.
Empecé a andar y en los primeros pasos el perrito de las pestañas largas me siguió batiendo la cola. Al final no iba a estar solo del todo.
Paré varias veces por el camino para recolectar moras, mientras que mi amigo aprovechaba los descansos para mear en todos los arbustos que podía. Sin embargo, al cabo de un rato, el perrito regresó y yo tomé la decisión de seguir adelante.
Llegué al pueblo y me topé con varias personas, la mayoría de ellas eran mayores; abuelitos que observan y que caminan despacio, precisamente para observar mejor. Algunos me dieron los buenos días, y otros tan solo me regalaron una mirada, pero yo sé que las miradas son valiosas, ya que en las ciudades se venden muy caro. En lo que llamamos civilización me cuesta encontrar ojos que se crucen con los míos.
Yo continué mi marcha y se me ocurrió visitar un parque que había visto el día anterior. Allí creí haber visto columpios y una gran porción de césped, así que me parecía la elección perfecta.
No tardé mucho en llegar y cuando lo hice, los aspersores estaban encendidos y todo el césped estaba húmedo y fangoso. Haciendo caso omiso a los chorros circulares que los inundaban, me senté en uno de los columpios y comencé a balancearme. ¡Me encantan los columpios! Y tienen un efecto relajante que no sabría explicar.
Me columpié y me empapé entero, así que me quité la camiseta y los zapatos y me puse a hacer flexiones entre los charcos. ¡Qué frescor!
Estuve haciendo ejercicio durante un largo rato, haciendo pausas para observar los arcoíris que se formaban con el agua.
Había empezado el día torcido, pero aquella mañana se enderezó por sí sola entre chapoteos, sudor, agua y sol.
Volví corriendo y en la finca me solicitaron para recolectar tomates. Y eso hice, desprendí frutitos rojos de sus enredaderas y lo hice con todo el cariño que mis manos podían ofrecer. Eran tomates pequeños, tomates buenos y bonitos, tomates que olían dulce y que alimentarían nuestros cuerpos y almitas.
Al terminar, estaba agotado y después de una ducha fría, decidí dormir una siesta prematura. Al posar mi cuerpo sobre el colchón me desvanecí. Es en serio, sentí que me iba, que me hacía ligero y que flotaba.
Al despertar comí y comí mucho y rico. Luego volví a recostarme sobre la cama, pero ya no tenía sueño, así que decidí escribir un poco, pero no salía nada. Entonces me puse a leer, pero tampoco me entraban las palabras, así que lo dejé.
En cambio, lo que sí quería hacer era hablar y decir lo que sentía. Así que eso hice y comprendí que esforzarte cansa y que las apariencias cuestan esfuerzo. También descubrí que la honestidad a veces duele, pero solo porque pone en evidencia a los engaños. Me di cuenta de que cuando te empeñas en alcanzar algún tipo de perfección, te privas la oportunidad de corregir los errores. Y los errores no están para esconderse, ni tampoco para enmarcarlos, están para resolverse, sin presiones ni obsesiones, sin ideales ni prisas. Las cosas se arreglan con naturalidad, con mimo y con canciones.
Y lo último que aprendí es que estoy aquí para disfrutar y para crear, y que solo puedo ser creativo cuando me encuentro en libertad; libertad que brota sola cuando eres sincero contigo mismo, cuando vas sin cargas, cuando no tienes miedo, cuando amas.
Esa es la única verdad que conozco y tal vez la única que existe, y es que cuando es el amor el que te mueve, todo se transforma.

Por eso esta noche hay relámpagos, hay estrellas y lunas crecientes. Esta noche hay grillos cantando y yo también canto. Yo también he cantado, he bailado y saltado en la oscuridad; me he tumbado entre tierra y roca,  me he ensuciado los pies y me han sudado las axilas. Me he despeinado y he comido arroz con tomate, tomates cultivados a mano, uno a uno, con amor.

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