Hoy desperté un tanto triste, un poco por todo y otro poco
por nada. Desayuné un melón anaranjado sin disfrutarlo del todo y estando
rodeado de árboles y matorrales, elegí quedarme sentado en una silla aislado
del exterior por un cristal.
Así me quedé, pensativo y aburrido, hasta que me obligué a
levantar el trasero y salí a dar un paseo. Necesitaba estar solo, o mejor dicho,
necesitaba estar conmigo, lo que en realidad significa estar con todo el mundo.
Empecé a andar y en los primeros pasos el perrito de las
pestañas largas me siguió batiendo la cola. Al final no iba a estar solo del
todo.
Paré varias veces por el camino para recolectar moras,
mientras que mi amigo aprovechaba los descansos para mear en todos los arbustos
que podía. Sin embargo, al cabo de un rato, el perrito regresó y yo tomé la
decisión de seguir adelante.
Llegué al pueblo y me topé con varias personas, la mayoría
de ellas eran mayores; abuelitos que observan y que caminan despacio,
precisamente para observar mejor. Algunos me dieron los buenos días, y otros
tan solo me regalaron una mirada, pero yo sé que las miradas son valiosas, ya
que en las ciudades se venden muy caro. En lo que llamamos civilización me
cuesta encontrar ojos que se crucen con los míos.
Yo continué mi marcha y se me ocurrió visitar un parque que
había visto el día anterior. Allí creí haber visto columpios y una gran porción
de césped, así que me parecía la elección perfecta.
No tardé mucho en llegar y cuando lo hice, los aspersores
estaban encendidos y todo el césped estaba húmedo y fangoso. Haciendo caso
omiso a los chorros circulares que los inundaban, me senté en uno de los
columpios y comencé a balancearme. ¡Me encantan los columpios! Y tienen un
efecto relajante que no sabría explicar.
Me columpié y me empapé entero, así que me quité la camiseta
y los zapatos y me puse a hacer flexiones entre los charcos. ¡Qué frescor!
Estuve haciendo ejercicio durante un largo rato, haciendo
pausas para observar los arcoíris que se formaban con el agua.
Había empezado el día torcido, pero aquella mañana se
enderezó por sí sola entre chapoteos, sudor, agua y sol.
Volví corriendo y en la finca me solicitaron para recolectar
tomates. Y eso hice, desprendí frutitos rojos de sus enredaderas y lo hice con
todo el cariño que mis manos podían ofrecer. Eran tomates pequeños, tomates
buenos y bonitos, tomates que olían dulce y que alimentarían nuestros cuerpos y
almitas.
Al terminar, estaba agotado y después de una ducha fría,
decidí dormir una siesta prematura. Al posar mi cuerpo sobre el colchón me
desvanecí. Es en serio, sentí que me iba, que me hacía ligero y que flotaba.
Al despertar comí y comí mucho y rico. Luego volví a
recostarme sobre la cama, pero ya no tenía sueño, así que decidí escribir un
poco, pero no salía nada. Entonces me puse a leer, pero tampoco me entraban las
palabras, así que lo dejé.
En cambio, lo que sí quería hacer era hablar y decir lo que
sentía. Así que eso hice y comprendí que esforzarte cansa y que las apariencias
cuestan esfuerzo. También descubrí que la honestidad a veces duele, pero solo
porque pone en evidencia a los engaños. Me di cuenta de que cuando te empeñas
en alcanzar algún tipo de perfección, te privas la oportunidad de corregir los
errores. Y los errores no están para esconderse, ni tampoco para enmarcarlos,
están para resolverse, sin presiones ni obsesiones, sin ideales ni prisas. Las
cosas se arreglan con naturalidad, con mimo y con canciones.
Y lo último que aprendí es que estoy aquí para disfrutar y
para crear, y que solo puedo ser creativo cuando me encuentro en libertad;
libertad que brota sola cuando eres sincero contigo mismo, cuando vas sin
cargas, cuando no tienes miedo, cuando amas.
Esa es la única verdad que conozco y tal vez la única que
existe, y es que cuando es el amor el que te mueve, todo se transforma.
Por eso esta noche hay relámpagos, hay estrellas y lunas
crecientes. Esta noche hay grillos cantando y yo también canto. Yo también he
cantado, he bailado y saltado en la oscuridad; me he tumbado entre tierra y roca,
me he ensuciado los pies y me han sudado
las axilas. Me he despeinado y he comido arroz con tomate, tomates cultivados a
mano, uno a uno, con amor.
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