martes, 29 de diciembre de 2015

La polilla que se creía colibrí

Había una vez una polilla grande, pero no tan grande. Era una polilla que recogía néctar y tenía una particular predilección por unas florecitas moradas.
Cada mañana y cada tarde se dirigía hacia las plantas de flores moradas y sobre ellas revoloteaba por horas y horas, metiendo su piquito entre los pétalos.
La polilla, al igual que todas las polillas, no sabía que era una polilla. Ella tan solo sabía que estaba viva y que le encantaba el néctar. Sin embargo, los humanos, cada vez que veían a esta polilla, soltaban suspiros de ternura y no paraban de decir lo hermosa que era.
Pero los humanos –al igual que la misma polilla –no sabían que la polilla era una polilla. Y a partir de ahora, para no repetir tanto la palabra “polilla”, vamos a llamar a nuestra polilla “Trevor”, y de ese modo, la historia será más personal.
Así pues, los humanos no sabían que Trevor era una polilla. Ellos estaban seguros de que Trevor era un colibrí. ¡Sí, un colibrí!
Y es que Trevor, como dije antes, era una polilla grande, pero tampoco tan grande, con lo cual era del tamaño de un colibrí pequeño. Además, recogía néctar de flores moradas, otra característica de los colibrís. Pero, por encima de todo, Trevor tenía unas alitas muy muy inquietas, las cuales batía con toda su energía mientras se desplazaba entre las flores. Esas alitas eran la principal cualidad por la que los humanos pensaban que era un colibrí.
Y los humanos, como todos sabréis, adoran a los colibrís, porque piensan que son pequeños y adorables. Y como Trevor parecía uno, los humanos también la adoraban.
Trevor, por su parte, disfrutaba de las adoraciones, y cuando escuchaba que alguien le gritaba “¡Hermosa!” o “¡Qué linda!” o “¡Qué alas tan pequeñas y bonitas!”, Trevor se sentía halagada y volaba todavía con más precisión y más estilo.
A esta altura del cuento, antes de proseguir, veo necesario presentaros a otro personaje, y es que es muy importante. Se trata de la mariposa Yala, que era una mariposa gris, gorda y vieja. Era la típica mariposa que intentarías sacar de tu cuarto si es que se las arreglara para entrar. Porque seguro que sabéis que a los humanos no les gustan las mariposas grises, gordas y viejas. Ellos prefieren las mariposas coloridas, esbeltas y jóvenes.
Pero Yala, a parte de los atributos mencionados, era una criatura observadora, astuta y un poco envidiosa.
Fueron esas las cualidades que hicieron posible que participe en este relato. Porque, ocurrió que Yala observó con detenimiento a Trevor y además sentía envidia de la polilla, ya que ésta recibía cariño y cumplidos, cosa que ella nunca había escuchado. Y como era astuta, Yala se dio cuenta del motivo real por el que los humanos adoraban a Trevor y decidió contarle a Trevor lo que en realidad estaba ocurriendo.
-Te confunden con un colibrí –le dijo. –Por eso te quieren. Si supieran que eres una polilla, te despreciarían, como a mí.
Sin embargo Trevor no entendía lo que la mariposa le decía y realmente quería entenderla, así que para salir de dudas, preguntó: “¿Qué es una polilla?”
-¡Boba! Es lo que tú eres –respondió Yala de mala manera, y es que además de envidiosa, también era un poco brusca. –Tú eres una vulgar y simple polilla.
-¿Y eso es malo? –preguntó Trevor.
Yala no tenía respuesta a esa pregunta, pero como seguía siendo empujada por la envidia, decidió darle a Trevor una lección práctica.
-La próxima vez que vayas a las flores moradas, no muevas tus alas muy rápido, tan solo muévelas como una polilla normal, y verás a lo que me refiero –dijo Yala.
Trevor no sabía cómo movía las alas una polilla normal, pero siguió las instrucciones de Yala y cuando estuvo cerca de las flores, dejó de aletear tan rápido como de costumbre.
Al principio, cuando los humanos la vieron, comenzaron con sus típicos cumplidos hacia Trevor, pero cuando observaron con detenimiento sus alas, sus patas y sus antenas, los humanos soltaron muecas de asco.
-¡No es un colibrí! –decían.
-¡Es una polilla! –se lamentaban.
Al escuchar esto, Trevor se sintió muy triste y por fin comprendió que los colibríes son mejores que las polillas.
Trevor se alejó de las flores moradas y se dirigió hacia unos arbustos muy apartados en el bosque. Y allí conoció al tercer personaje de nuestra historia, que era precisamente un colibrí.
Y la manera en que Trevor y el colibrí –cuyo nombre era Juancho –se conocieron fue cuanto menos, curiosa.
Juancho vio a Trevor volando con gesto triste entre los arbustos y decidió acercarse a hablarle. Y es que Juancho era un pájaro muy sensible y cuando veía a alguien triste se solía acercar para ver qué ocurría.
-¿Qué te ocurre polillita? –preguntó Juancho con voz suave.
-Hoy he descubierto que las polillas son peores que los colibrís –respondió Trevor.
-¿¡Cómo!? –se sorprendió Juancho. –Nunca había oído algo semejante.
-Es lo que los humanos dicen –argumentó Trevor. –Cuando se creían que era un colibrí, todos me adoraban, y cuando descubrieron que soy una polilla, todos me despreciaron.
Juancho soltó un gran “hmmmm” y se quedó un momento en silencio, reflexionando acerca de lo que acababa de decir la polilla. Y es que Juancho, aparte de ser un pájaro sensible, también era un pájaro reflexivo, y prestaba mucha atención a cómo funcionan las cosas.
-Te voy a decir tres cosas polillita –dijo finalmente. –Primero, nadie es mejor que nadie. Los colibrís no son mejores que las polillas y los humanos no son mejores que los colibrís. Segundo, si te comparas con los demás, entonces vas a seguir creyendo que hay mejores y peores, a eso es lo que lleva la comparación. Y tercero, tú no eres una polilla.
Y dicho esto, Juancho empezó a batir las alas y se despidió de Trevor. Porque aparte de ser sensible y reflexivo, Juancho era un pájaro poco hablador y una vez decía lo que tenía que decir, solía proseguir su camino sin mirar atrás.
La polilla quedó desconcertada y durante largo tiempo estuvo meditando acerca de las palabras de Juancho. Creía entender los dos primeros puntos, pero realmente no entendía eso de que no era una polilla. Todos le habían dicho y repetido que era una polilla y la habían hecho sentir como tal, pero luego llegaba ese pajarillo y le decía que no lo era.
Si no era una polilla, ¿Qué era?, ¿Quién era?
Trevor pensó y pensó, hasta que llegó un momento en el que dejó de pensar. Y en ese instante se dio cuenta de que la barriguita le sonaba de hambre. Con tanto pensamiento, hacía tiempo que no iba a tomar néctar.
Así que puso en marcha sus alas y se dirigió hacia las flores moradas. Ya de camino se acordó que allí estarían los humanos y que seguramente la volverían a despreciar por ser una polilla. Sin embargo, esas flores moradas eran sus favoritas, así que decidió ir de igual manera.
Trevor se alegró mucho cuando vio que en aquella ocasión no había humanos cerca de las flores. Así que ella se acercó con tranquilidad a los pétalos y comenzó a beber el néctar. ¡Qué rico que estaba!
Pero de repente, y sin que Trevor se diera cuanta, un niño comenzó a observarla con mucho detenimiento. Y poco después, su mamá fue a buscarlo y se lo encontró mirando las flores.
-¿Qué haces hijito? –preguntó la mamá.
-Estoy viendo a esa pequeña… no sé lo que será, pero, ¡Es hermosa! –respondió el niño señalando a Trevor.
-Es un colibrí, por eso es hermoso –argumentó la mamá, orgullosa de poder identificar la criatura que su hijo señalaba. Pero entonces se fijó con más atención y se percató de que no se trataba de un pajarito. -¡No! Es una polilla, ¡Qué decepción!
-Colibrí o polilla, sigue siendo hermosa –afirmó el niño con una sonrisa.
Y Trevor, que había estado escuchando la conversación desde las flores, sonrió y se sintió muy feliz. Y por fin lo comprendió. Daba igual ser polilla, o colibrí, era lo mismo ser una flor o una hormiga, era como había dicho Juancho, solo si se comparaba con los demás, se sentiría peor o mejor que el resto. Todas las criaturas vivas eran hermosas a su manera, desde los humanos a las mariposas, ¡Las mariposas!
Trevor se acordó en ese momento de la vieja Yala y de que quizás a ella nunca le habían dicho lo hermosa que era y que tal vez por eso era una mariposa tan envidiosa y brusca.
Así que Trevor fue en busca de la mariposa y la encontró descansando sobre una rosa.
-¡Yala! –gritó emocionada cuando la vio.
-¿Qué quieres? –refunfuñó Yala.
-Eres hermosa –dijo Trevor, con los ojos cargados de ilusión. –Eres hermosa y me encantan tus alas grandes y grises, y también tu barriguita redonda y también tus antenas arrugadas.
Yala estuvo a punto de contestar de manera brusca (como siempre había hecho), pero por algún motivo no pudo. Eso es lo que tiene el amor, que derrite incluso los corazones más duros. Y el amor de Trevor era tan puro que hasta Yala se contagió de él.
A partir de entonces, Yala dejó de ser envidiosa y brusca, aunque siguió siendo gris y gordita. Además, ella y Trevor se hicieron grandes amigas y todos los días vuelan juntas entre las flores moradas.
¿Cómo lo sé?

Lo sé porque Juancho el colibrí, me lo ha contado. Y Juancho, aparte de ser un pájaro sensible, reflexivo y directo, es un pájaro sincero. De eso podéis estar seguros.


1 comentario:

  1. NO ME CANSO DE LEER LO QUE ESTA ESCRITO EN TUS PUBLICACIONES TIENES MUCHA SABIDURÍA Y UN GRAN CORAZÓN TE APRECIO MUCHO Y ADMIRO.

    ResponderEliminar