Había una vez una polilla grande, pero no tan grande. Era
una polilla que recogía néctar y tenía una particular predilección por unas
florecitas moradas.
Cada mañana y cada tarde se dirigía hacia las plantas de
flores moradas y sobre ellas revoloteaba por horas y horas, metiendo su piquito
entre los pétalos.
La polilla, al igual que todas las polillas, no sabía que
era una polilla. Ella tan solo sabía que estaba viva y que le encantaba el
néctar. Sin embargo, los humanos, cada vez que veían a esta polilla, soltaban
suspiros de ternura y no paraban de decir lo hermosa que era.
Pero los humanos –al igual que la misma polilla –no sabían
que la polilla era una polilla. Y a partir de ahora, para no repetir tanto la
palabra “polilla”, vamos a llamar a nuestra polilla “Trevor”, y de ese modo, la
historia será más personal.
Así pues, los humanos no sabían que Trevor era una polilla.
Ellos estaban seguros de que Trevor era un colibrí. ¡Sí, un colibrí!
Y es que Trevor, como dije antes, era una polilla grande,
pero tampoco tan grande, con lo cual era del tamaño de un colibrí pequeño.
Además, recogía néctar de flores moradas, otra característica de los colibrís.
Pero, por encima de todo, Trevor tenía unas alitas muy muy inquietas, las
cuales batía con toda su energía mientras se desplazaba entre las flores. Esas
alitas eran la principal cualidad por la que los humanos pensaban que era un
colibrí.
Y los humanos, como todos sabréis, adoran a los colibrís,
porque piensan que son pequeños y adorables. Y como Trevor parecía uno, los
humanos también la adoraban.
Trevor, por su parte, disfrutaba de las adoraciones, y
cuando escuchaba que alguien le gritaba “¡Hermosa!” o “¡Qué linda!” o “¡Qué
alas tan pequeñas y bonitas!”, Trevor se sentía halagada y volaba todavía con
más precisión y más estilo.
A esta altura del cuento, antes de proseguir, veo necesario
presentaros a otro personaje, y es que es muy importante. Se trata de la
mariposa Yala, que era una mariposa gris, gorda y vieja. Era la típica mariposa
que intentarías sacar de tu cuarto si es que se las arreglara para entrar.
Porque seguro que sabéis que a los humanos no les gustan las mariposas grises,
gordas y viejas. Ellos prefieren las mariposas coloridas, esbeltas y jóvenes.
Pero Yala, a parte de los atributos mencionados, era una
criatura observadora, astuta y un poco envidiosa.
Fueron esas las cualidades que hicieron posible que
participe en este relato. Porque, ocurrió que Yala observó con detenimiento a
Trevor y además sentía envidia de la polilla, ya que ésta recibía cariño y
cumplidos, cosa que ella nunca había escuchado. Y como era astuta, Yala se dio
cuenta del motivo real por el que los humanos adoraban a Trevor y decidió
contarle a Trevor lo que en realidad estaba ocurriendo.
-Te confunden con un colibrí –le dijo. –Por eso te quieren.
Si supieran que eres una polilla, te despreciarían, como a mí.
Sin embargo Trevor no entendía lo que la mariposa le decía y
realmente quería entenderla, así que para salir de dudas, preguntó: “¿Qué es
una polilla?”
-¡Boba! Es lo que tú eres –respondió Yala de mala manera, y
es que además de envidiosa, también era un poco brusca. –Tú eres una vulgar y
simple polilla.
-¿Y eso es malo? –preguntó Trevor.
Yala no tenía respuesta a esa pregunta, pero como seguía
siendo empujada por la envidia, decidió darle a Trevor una lección práctica.
-La próxima vez que vayas a las flores moradas, no muevas
tus alas muy rápido, tan solo muévelas como una polilla normal, y verás a lo
que me refiero –dijo Yala.
Trevor no sabía cómo movía las alas una polilla normal, pero
siguió las instrucciones de Yala y cuando estuvo cerca de las flores, dejó de
aletear tan rápido como de costumbre.
Al principio, cuando los humanos la vieron, comenzaron con
sus típicos cumplidos hacia Trevor, pero cuando observaron con detenimiento sus
alas, sus patas y sus antenas, los humanos soltaron muecas de asco.
-¡No es un colibrí! –decían.
-¡Es una polilla! –se lamentaban.
Al escuchar esto, Trevor se sintió muy triste y por fin
comprendió que los colibríes son mejores que las polillas.
Trevor se alejó de las flores moradas y se dirigió hacia
unos arbustos muy apartados en el bosque. Y allí conoció al tercer personaje de
nuestra historia, que era precisamente un colibrí.
Y la manera en que Trevor y el colibrí –cuyo nombre era
Juancho –se conocieron fue cuanto menos, curiosa.
Juancho vio a Trevor volando con gesto triste entre los
arbustos y decidió acercarse a hablarle. Y es que Juancho era un pájaro muy
sensible y cuando veía a alguien triste se solía acercar para ver qué ocurría.
-¿Qué te ocurre polillita? –preguntó Juancho con voz suave.
-Hoy he descubierto que las polillas son peores que los
colibrís –respondió Trevor.
-¿¡Cómo!? –se sorprendió Juancho. –Nunca había oído algo
semejante.
-Es lo que los humanos dicen –argumentó Trevor. –Cuando se
creían que era un colibrí, todos me adoraban, y cuando descubrieron que soy una
polilla, todos me despreciaron.
Juancho soltó un gran “hmmmm”
y se quedó un momento en silencio, reflexionando acerca de lo que acababa de
decir la polilla. Y es que Juancho, aparte de ser un pájaro sensible, también
era un pájaro reflexivo, y prestaba mucha atención a cómo funcionan las cosas.
-Te voy a decir tres cosas polillita –dijo finalmente.
–Primero, nadie es mejor que nadie. Los colibrís no son mejores que las
polillas y los humanos no son mejores que los colibrís. Segundo, si te comparas
con los demás, entonces vas a seguir creyendo que hay mejores y peores, a eso
es lo que lleva la comparación. Y tercero, tú no eres una polilla.
Y dicho esto, Juancho empezó a batir las alas y se despidió
de Trevor. Porque aparte de ser sensible y reflexivo, Juancho era un pájaro
poco hablador y una vez decía lo que tenía que decir, solía proseguir su camino
sin mirar atrás.
La polilla quedó desconcertada y durante largo tiempo estuvo
meditando acerca de las palabras de Juancho. Creía entender los dos primeros
puntos, pero realmente no entendía eso de que no era una polilla. Todos le
habían dicho y repetido que era una polilla y la habían hecho sentir como tal,
pero luego llegaba ese pajarillo y le decía que no lo era.
Si no era una polilla, ¿Qué era?, ¿Quién era?
Trevor pensó y pensó, hasta que llegó un momento en el que
dejó de pensar. Y en ese instante se dio cuenta de que la barriguita le sonaba
de hambre. Con tanto pensamiento, hacía tiempo que no iba a tomar néctar.
Así que puso en marcha sus alas y se dirigió hacia las flores
moradas. Ya de camino se acordó que allí estarían los humanos y que seguramente
la volverían a despreciar por ser una polilla. Sin embargo, esas flores moradas
eran sus favoritas, así que decidió ir de igual manera.
Trevor se alegró mucho cuando vio que en aquella ocasión no
había humanos cerca de las flores. Así que ella se acercó con tranquilidad a
los pétalos y comenzó a beber el néctar. ¡Qué rico que estaba!
Pero de repente, y sin que Trevor se diera cuanta, un niño
comenzó a observarla con mucho detenimiento. Y poco después, su mamá fue a
buscarlo y se lo encontró mirando las flores.
-¿Qué haces hijito? –preguntó la mamá.
-Estoy viendo a esa pequeña… no sé lo que será, pero, ¡Es
hermosa! –respondió el niño señalando a Trevor.
-Es un colibrí, por eso es hermoso –argumentó la mamá,
orgullosa de poder identificar la criatura que su hijo señalaba. Pero entonces
se fijó con más atención y se percató de que no se trataba de un pajarito.
-¡No! Es una polilla, ¡Qué decepción!
-Colibrí o polilla, sigue siendo hermosa –afirmó el niño con
una sonrisa.
Y Trevor, que había estado escuchando la conversación desde
las flores, sonrió y se sintió muy feliz. Y por fin lo comprendió. Daba igual
ser polilla, o colibrí, era lo mismo ser una flor o una hormiga, era como había
dicho Juancho, solo si se comparaba con los demás, se sentiría peor o mejor que
el resto. Todas las criaturas vivas eran hermosas a su manera, desde los
humanos a las mariposas, ¡Las mariposas!
Trevor se acordó en ese momento de la vieja Yala y de que
quizás a ella nunca le habían dicho lo hermosa que era y que tal vez por eso
era una mariposa tan envidiosa y brusca.
Así que Trevor fue en busca de la mariposa y la encontró
descansando sobre una rosa.
-¡Yala! –gritó emocionada cuando la vio.
-¿Qué quieres? –refunfuñó Yala.
-Eres hermosa –dijo Trevor, con los ojos cargados de
ilusión. –Eres hermosa y me encantan tus alas grandes y grises, y también tu
barriguita redonda y también tus antenas arrugadas.
Yala estuvo a punto de contestar de manera brusca (como
siempre había hecho), pero por algún motivo no pudo. Eso es lo que tiene el
amor, que derrite incluso los corazones más duros. Y el amor de Trevor era tan
puro que hasta Yala se contagió de él.
A partir de entonces, Yala dejó de ser envidiosa y brusca,
aunque siguió siendo gris y gordita. Además, ella y Trevor se hicieron grandes
amigas y todos los días vuelan juntas entre las flores moradas.
¿Cómo lo sé?
Lo sé porque Juancho el colibrí, me lo ha contado. Y
Juancho, aparte de ser un pájaro sensible, reflexivo y directo, es un pájaro
sincero. De eso podéis estar seguros.
NO ME CANSO DE LEER LO QUE ESTA ESCRITO EN TUS PUBLICACIONES TIENES MUCHA SABIDURÍA Y UN GRAN CORAZÓN TE APRECIO MUCHO Y ADMIRO.
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