martes, 7 de julio de 2015

No hay prisas. Ninguna

Todo lo físico caduca, desde las latas de maíz dulce a la carne humana. Por eso, el día en que respiré por primera vez empezó la cuenta atrás.
Pero me voy a dejar de metáforas y voy a ir directo al grano, a corazón abierto.
En septiembre voy a cruzar el Atlántico y aterrizaré en esa gran porción de tierra llamada América, esa a la que algunos consideran un continente y otros un solo país. Para mí, sinceramente, es tan solo tierra.
Allí me dirijo, y no sé cuándo volveré, ni si quiero hacerlo. ¡Pero ni siquiera me he ido! ¿No es gracioso?
Tan solo me quedan dos meses en España y los días del calendario me producen cierta angustia. Hay mucho que quiero hacer, o mejor dicho, que pienso que tengo que hacer.
Tengo que despedirme de mis amigos y familia, y distribuir de manera equitativa el tiempo que me queda entre todos ellos para que no se piensen que quiero a unos más que a otros. Tengo que terminar de escribir mi libro, exprimir al máximo las horas y hasta los segundos, tengo que mantenerme en forma, aprender cosas nuevas y almacenar experiencias memorables.
Pero para ser honesto, en realidad no TENGO que hacer nada de lo anterior. No tengo que hacer nada. Bueno, sí. Tengo que respirar, comer, dormir y cagar, pero eso lo hago sin ningún sentido de obligación. Ahí está la clave.
No tengo que hacer nada, no tengo deudas que saldar ni compromisos que cumplir.
Además, ¿Por qué esa obsesión por vivir con tanto dramatismo?
Es como si no vaya a volver nunca a España, aunque tal vez no lo haga. Pero insisto en que todavía no me he ido, y empezamos otra vez.
Hoy es hoy, y mañana, también será hoy. Es así de simple.
Tan solo tengo un billete de avión, pero ya he creado un mundo entero de posibilidades acerca de todo lo que puede pasar o dejar de pasar en el futuro. Y ese futuro condiciona al presente, lo estrangula y lo presiona. Así, lo que hago en este instante queda condicionado por las expectativas y la acción carece de libertad, y por tanto, de sentido.
Otra cosa de la que me he dado cuenta es que la presión en la que me he estado asfixiando no me la ha impuesto nadie. Ninguna persona ha exigido mi compañía, no hay páginas que me hayan amenazado de muerte si no las relleno antes de alguna fecha en concreto. Los días pasan, por el simpe hecho de que La Tierra está girando. Pero por algún motivo, cada noche, antes de dormir pienso: “Queda un día menos”.
No  es que esté todo el día preocupado o tirándome de los pelos por el asunto, pero en definitiva, es algo que me produce conflicto, así que qué más da que sea grande o chiquito.
Eso que acabo de decir es una justificación. He dicho eso para que quien sea que lea esto no se piense que soy un quejica depresivo. Pero si no soy capaz de ser sincero, o si lo que escribo queda condicionado por la opinión de los demás, entonces sí que estoy perdiendo el tiempo.
Así que sí, el hecho es que hay conflicto en mí y punto.
También me he cuestionado si realmente quiero emprender tal viaje, si tanto esfuerzo y preocupaciones acarrea.
Pero esa misma cuestión no tiene sentido alguno, porque estoy planteando el viaje como algo que ocurrirá en el futuro.
El futuro no se construye, no se camina hacia el mañana, tal cosa no existe. Solo hay hoy. El hoy se construye a sí mismo, y cuando me muera lo seguirá haciendo, y no habrá pasado nada de tiempo, porque el tiempo no existe.
El tiempo no existe y por eso no hay por qué apresurarse por llegar a algún sitio. Ese sitio no está allá, está aquí y ese llegar es un paso que ocurre en este instante.
No sé cómo lo veo, pero lo veo. Y se me ha pasado el miedo.
Hoy me estaba preocupando porque tal vez ya soy demasiado mayor para aprender a bailar ballet, pero no lo soy. Puedo bailar ballet, aprender a hacer piruetas y elevarme con la música.
Todo es posible y no es necesario hacerlo todo. No hay necesidad de llegar hasta el final. No se trata de cruzar la línea de meta, de terminar primero o de hacerlo en un tiempo récord. Lo que hay que hacer es tomar consciencia de que la carrera no tiene sentido, de que puedes pararte en medio del camino y oler las flores. Puedes tumbarte en la hierba y observar las nubes. Y así, sin prisa alguna, tal vez te entren ganas, ganas auténticas de correr con zancadas de guepardo y rugir con el viento. Y cuando pongas tus pies en marcha, no habrá presión por llegar a ninguna parte, tampoco te sentirás en competencia con aquellos que se mueven más rápido, o más lento, qué más da. Quizás corras unas cuantas millas, o tal vez te dé por cruzar el mundo entero, da exactamente igual.
No tengo que despedirme de nadie, ponerme nostálgico, o decir que dentro de poco comenzará un nuevo capítulo de mi vida. No hay capítulos en la vida, ni tampoco páginas, o letras. La vida es un latido, uno solo, no se necesitan más. En un latido vives y en el mismo mueres. Y nada se queda, nada permanece, por mucho que te aferres a tu pequeñas posesiones y a tus cajitas de recuerdos. ¿No es increíble?
Por eso, a media noche, la fuente del parque se apaga. Durante el día, diversos chorros salen despedidos por la fuente; unos son largos, otros cortos y algunos más gordos que flacos. Todos los chorros se exhiben a sí mismos con orgullo, y cuando menos se lo esperan, la fuente se apaga y éstos se desvanecen, quedando de ellos tan solo agua. Solo agua.

No somos los chorros, somos el agua. Eso me dijo un señor flaquito.


No hay comentarios:

Publicar un comentario