He escuchado voces ajenas y me he esforzado por escuchar mi
propia voz. Pero cuánto más fuerte hablo, menos me escucho.
¿Por qué no escuchar al silencio? Ese silencio que abre los
ojos cuando me despierto con la cara pegada a un charquito de saliva. Saliva
que genera la relajación de unas mandíbulas sin nada de qué preocuparse, ya que
solo cuando dejas de preocuparte puedes soñar de verdad, sueños de esos que no
recuerdas, pero que te dejan con buen sabor de boca, sabor a saliva mañanera.
He oído muchas palabras, ya lo he dicho; y probablemente las
seguiré oyendo. Me han dado consejos en forma de amenazas; me han dicho que
tengo que esforzarme y nunca perder la esperanza. Pero: ¿Y si no hay nada que
esperar?
No necesito esperar por nada, ni por nadie, porque todo lo
que tiene que llegar, llegará, cuando deje de esperar.
La esperanza se basa en el deseo de conseguir algo que no
tienes, en convertirte en algo que no eres, en cambiar lo que es por lo que
creemos que debería ser. Pero, ¿Realmente hay algo que no tengamos? ¿Hay algo
que no seamos?
El árbol está contenido en su semilla, la flor en el polen
que se lleva la mariposa y el ser humano está en cada pensamiento, en cada
acción, en cada llanto y cada sonrisa. No hay nada que falte, ni nada que
sobre, porque todo lo que la vida necesita se encuentra contenido en ella misma.
No hay nada aislado, la relación es la vida y también es la muerte.
¿Por qué? ¿Y por qué no?
¿Por qué no puedo vivir sin ambición, y además hacerlo con
dignidad? ¿Por qué no puedo tener un plato de comida sin vender lo que hago o
lo que soy?
Y lo único que se me ocurre decir es que sí, sí que puedo
hacerlo –no digo conseguirlo –digo hacerlo. No se trata de cumplir objetivos o
demostrar que es posible, no se trata de crear ideales y dejarme consumir por
utopías; no se trata de convencer a nadie o de seguir a alguien. Pero es posible,
claro que es posible, así lo siento, así me arde y me nace por dentro.
La vida es algo complejo, con infinitos laberintos de
formas, caudalosos ríos de preguntas, motivos ocultos y emociones profundas;
pero su esencia no puede ser más simple y sencilla, porque lo esencial no puede
ser de otro modo. Lo material es lo único complicado, el pensamiento es
material y vivimos de pensamiento; por eso todo nos parece enrevesado. Lo
material es una creación del pensamiento, y nunca ha habido diferencia entre el
creador y sus creaciones.
El pensamiento ha creado la silla sobre la que descansan mis
nalgas, el teclado en el que escribo y la mesa sobre la que descansa. El
pensamiento ha creado las leyes que conciben a los hombres como inocentes o
culpables. El pensamiento ha creado a dios a su imagen y semejanza; por eso la
religión se ha convertido en un concepto, en sustantivo en lugar de verbo (como
decía Ricardo Arjona).
Pero el pensamiento no creó las olas, ni las rocas en las
que se estrellan o el viento que las maquilla. El pensamiento, que todo cree
saberlo y poderlo, no creó la tierra sobre la que crecen los pastos, ni a las
criaturas que los mastican. El pensamiento llega hasta donde puede llegar y
cuando no busca alcanzar horizontes fuera de su alcance, tiene lugar la
armonía, la natural armonía en la que lo material se funde en uno con el vacío,
con la nada que no necesita manifestarse. Cuando se es sencillo, auténticamente
sencillo, se puede realizar la más compleja de las creaciones sin conflicto
alguno.
Pero la gente piensa que la sencillez se halla en vestir de
harapos, en racionar las comidas y dormir a la intemperie. El monje que vive de
ayuno y caridad presume de humildad; mas la humildad, como toda virtud, tan
solo es virtud cuando no se jacta de serlo. Así, la sencillez es la esencia, no
el resultado.
¿Por qué? ¿Y por qué no?
¿Por qué no dejamos de complicarnos? ¿Por qué no dejamos de
escribir trabalenguas para bocas que anhelan desenredarse? ¿Por qué no coger la
mano de una niña y sentir la inmensidad que contiene la ternura? ¿Por qué no
abrimos los ojos como si fuera la primera y la última vez que lo hacemos?
Al fin y al cabo, hoy es un día completamente distinto a cualquier
otro. Hoy es un día que nunca antes ha existido y que nunca más se podrá volver
a repetir. Por tanto y en resumen, hoy es un día como cualquier otro.
Podemos dividir la vida en momentos que se suceden unos a
otros, como un río que nos conduce de manera inequívoca del principio al final.
Pero la vida no es un río porque te lleve de un sitio a otro, la vida es un río
porque fluye, fluye de tal manera que en todo momento es algo nuevo, en todas
partes, al mismo tiempo.
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